En la pena de bosque que siento está el tejerme en
tu rama larga.
Hay un deseo como de India,
una despedida al entorno suspendido,
un llegar en mi bruma a ser mi pérdida.
Hay ya un momento, suave y dinámico, que siento
gravemente en dos.
Me quiero ir a los colores duros.
Me quiero amarrar en todo lo tuyo si eres tú la
duda que me prende,
Me quiero originar en tu solidificar, en tu mal tan sencillo.
Con estas palmas hundidas te doy algo de mi paladar.
Tu pena original luego de un vernos ya menos santo.
Nos corregimos nuevamente
para amarrarnos en una columna de América
El nuevo mundo ya no tenía banderas cuando
llegábamos
La savia de tu penar es la savia de mi entretenerme
en ti;
con esto, de nuevo, prendemos la candela menos roja de todas.
Te permito olvidarme para así instaurar el puntal
de lo continuo.
Otro golpe aborigen,
un servicio tuyo que me liquida para aprender del tiempo.
Escuchamos la misma canción de un ayer renovado
por tu despedida,
un canto que me preocupaba para no saber más de ti.
Estás circunscrita a las letras de un soplo duro.
Me otorgas la tontería de una melodía de
miércoles.
Te canto para adjudicarme lo más blanco de tu
ausencia
Si te comento la servidumbre de ayer,
el recordarnos en otoño,
el misterio en cadencias mayores,
la poesía,
te llamo nuevamente mujer de risa perpetua,
caníbal de mi refugio,
y me pierdo obligadamente en tu potro soleado.
Te quiero como un león quiere a sus nacimientos.
La espera tiene nombres para los ratos largos
y por eso te cambias de nombre cuando te vas.
Amanezco arrancado
y como empezando a expulsar un nacimiento de mí
cuando te espero y no hallo un nombre con el cual orientarte.
Tú te sabes prolongar oportunamente en mi extravío
firme.
Te muestro este hábito interno que llamo abundancia
y te sigo en tu rareza de afueras.
Te espero con tus amplios nombres en el colmado
amanecer.
Gracias a una niebla afligida en tu vientre de
juegos
soplamos lo liberado de la tierra.
A partir de un ayer renovado pensamos al sol
emplazado.
Te soplo nuevamente para amanecer de ti
y nos levantamos en los columpios del juego largo.
La evacuación de tus rasgos nos arrasa en las
pestañas.
Se aclara la turbación en tu espesura de viento;
salimos a los parques una vez más
y en ese vasto mar andamos simples como el fruto de un fuego.
Nos repetimos las palabras fugaces de un
ahuecamiento suave,
y en besos sólo nos damos los tributos de nuestra propia inclinación.
La rareza no le pertenece al terruño que nos rompe.
El sur, cuando logra ser, es una macedonia.
El afecto que nos envuelve entra en brotes limpios,
así estamos la crema meridional.
Esta estancia está imperceptiblemente hermanada a
la existencia.
De encanto en encanto lo dulce de este atascadero
nos escoge.
Entre el nacimiento fogoso y la muerte que es una
hendidura
creamos llanamente al mediodía.
La estancia del sur es un acogimiento para la
infancia.