Letras
Texto de dar
Carlos Morreo
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En la pena de bosque que siento está el tejerme en tu rama larga.

Hay un deseo como de India,
una despedida al entorno suspendido,
un llegar en mi bruma a ser mi pérdida.

Hay ya un momento, suave y dinámico, que siento gravemente en dos.

Me quiero ir a los colores duros.

Me quiero amarrar en todo lo tuyo si eres tú la duda que me prende,
Me quiero originar en tu solidificar, en tu mal tan sencillo.

Con estas palmas hundidas te doy algo de mi paladar.


Tu pena original luego de un vernos ya menos santo.

Nos corregimos nuevamente
para amarrarnos en una columna de América

El nuevo mundo ya no tenía banderas cuando llegábamos

La savia de tu penar es la savia de mi entretenerme en ti;
con esto, de nuevo, prendemos la candela menos roja de todas.

Te permito olvidarme para así instaurar el puntal de lo continuo.

Otro golpe aborigen,
un servicio tuyo que me liquida para aprender del tiempo.


Escuchamos la misma canción de un ayer renovado
por tu despedida,
un canto que me preocupaba para no saber más de ti.

Estás circunscrita a las letras de un soplo duro.

Me otorgas la tontería de una melodía de miércoles.

Te canto para adjudicarme lo más blanco de tu ausencia

Si te comento la servidumbre de ayer,
el recordarnos en otoño,
el misterio en cadencias mayores,
la poesía,
te llamo nuevamente mujer de risa perpetua,
caníbal de mi refugio,
y me pierdo obligadamente en tu potro soleado.

Te quiero como un león quiere a sus nacimientos.


La espera tiene nombres para los ratos largos
y por eso te cambias de nombre cuando te vas.

Amanezco arrancado
y como empezando a expulsar un nacimiento de mí
                      cuando te espero y no hallo un nombre con el cual orientarte.

Tú te sabes prolongar oportunamente en mi extravío firme.

Te muestro este hábito interno que llamo abundancia
y te sigo en tu rareza de afueras.

Te espero con tus amplios nombres en el colmado amanecer.


Gracias a una niebla afligida en tu vientre de juegos
soplamos lo liberado de la tierra.

A partir de un ayer renovado pensamos al sol emplazado.

Te soplo nuevamente para amanecer de ti
y nos levantamos en los columpios del juego largo.

La evacuación de tus rasgos nos arrasa en las pestañas.

Se aclara la turbación en tu espesura de viento;
salimos a los parques una vez más
y en ese vasto mar andamos simples como el fruto de un fuego.

Nos repetimos las palabras fugaces de un ahuecamiento suave,
y en besos sólo nos damos los tributos de nuestra propia inclinación.


La rareza no le pertenece al terruño que nos rompe.

El sur, cuando logra ser, es una macedonia.

El afecto que nos envuelve entra en brotes limpios,
así estamos la crema meridional.

Esta estancia está imperceptiblemente hermanada a la existencia.

De encanto en encanto lo dulce de este atascadero nos escoge.

Entre el nacimiento fogoso y la muerte que es una hendidura
creamos llanamente al mediodía.

La estancia del sur es un acogimiento para la infancia.