La Relación de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, conocida hoy con
el nombre de Naufragios, ha llevado a varios estudiosos del texto y el
personaje a abordarlos desde diversas perspectivas. Siguiendo el que, de alguna
manera, se puede considerar un cierto itinerario en medio de la odisea de Cabeza
de Vaca, Jacques Lafaye, por ejemplo, se refiere a las “curaciones milagrosas”
(que comienzan en el capítulo XXI y se extienden casi hasta el final del
libro), David Lagmanovich estudia su “calidad”, estructuras y estrategias
narrativas, Robert E. Lewis entiende el “fracaso” de la expedición en que
participa como una necesidad para hablar, es decir escribir la Relación.
La odisea, el extravío y el reencuentro con sus
compañeros españoles y cristianos por parte del protagonista de los hechos son
narrados en los Naufragios de una forma tal que llama al asombro del
lector. Por otro lado, son claras las intenciones del autor en busca de recibir
favores de la Corona (la Relación, por supuesto, está dirigida al rey de
España). A su vez, el texto mantiene una indudable naturaleza “providencialista”
y destaca la personalidad e inquietud mesiánicas del autor-narrador-personaje
principal.
Desde hace algunos años, también, se plantea la
discusión sobre la naturaleza histórica o literaria del libro. Si lo aceptamos
como literario, entenderemos la peculiar crónica que representa una fase y un
aspecto de la Conquista, y si creemos que es una narración histórica, lo
tomaremos como un documento fundacional en la escritura del Nuevo Mundo, a la
manera de los Diarios de Cristóbal Colón o las Cartas de Relación de Hernán
Cortés.
Lagmanovich, al estudiar el texto desde el punto de
vista literario, considera, entre otros aspectos, una “narración personal
autobiográfica” —en la cual el autor organiza, coherentemente, recuerdos y
anécdotas de casi una década—, una “relación de servicios”, que no
desacredite al autor-protagonista, y una “noticia verdadera” de tierras
desconocidas (Glantz 79-80). En pos de, diríamos nosotros, “comprender lo
increíble”.
Cabeza de Vaca formó parte de la expedición
dirigida por Pánfilo de Narváez que pretendía conquistar la Florida (1527).
Como sabemos, Narváez es el mismo personaje vinculado a Cortés, a quien
persigue, durante los momentos previos a la conquista de México. En los Naufragios,
al producirse la primera crisis y separación de los expedicionarios, se
advierte un carácter un tanto conflictivo en Narváez. En el capítulo X,
Cabeza de Vaca refiere sobre aquél: “Él me respondió que ya no era tiempo
de mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pareciese que era
para salvar la vida...” (114). En general, la opinión del autor sobre este
gobernador no es positiva y, llegado un momento, se entera de su desaparición.
LosNaufragios se convierten en un
valioso testimonio —crónica, en el fondo y en el estilo— que aluden, desde
su propio nombre, a las aventuras y peripecias de Cabeza de Vaca, él pasa más
de ocho años, primero extraviado, luego en cautiverio (capturado y controlado
por los indígenas) y finalmente se convierte en un curandero con
características mesiánicas, a quien los naturales siguen como en un
peregrinaje casi permanente.
Cabeza de Vaca habla, él mismo, de su habilidad en
las curaciones, a tal punto que estudiosos como Nancy Hamilton lo han
considerado “el primer cirujano de Texas”. Margo Glantz señala: “Núñez
recorrió un vasto territorio habitado por innúmeras culturas indígenas, ya
desaparecidas (el sur del actual territorio de los Estados Unidos y el norte de
la Nueva España, hoy México) y hasta se ha llegado a insinuar que es el primer
chicano (Bruce-Novoa) (9).
Siguiendo esta alusión al primer mestizaje, leemos
en el capítulo XXI de la Relación: “Acontecía muchas veces que las mujeres
que con nosotros iban parían algunas, y luego en naciendo nos traían la
criatura a que la santiguásemos y tocásemos” (195).
Nos referimos, en este trabajo, a Cabeza de Vaca
como narrador de aventuras. Silvia Molloy se expresa sobre los Naufragios de
un modo similar: “...el texto de Álvar Núñez crea la aventura narrándola”
(Glantz 219). Y es cierto. Cada hecho que se presenta, sin duda se narra años
después de ocurrido con una premeditación que no quiere negar la veracidad de
los acontecimientos, pero suma a ella una relevante vertiente imaginativa, y, en
varias ocasiones, con tendencia a sobredimensionar las situaciones.
En efecto, lo sucedido es una aventura, una odisea.
El tránsito que va desde el extravío hasta el reencuentro, con la condición
de prisionero en medio de ambos polos, merece el justo título de un “naufragio”,
en tanto pérdida, desapego. Pero cuando, a partir del capítulo XXI encontramos
al protagonista —y a sus constantes compañeros: Alonso de Castillo, Andrés
Dorantes y Estebanico— el naufragio cobra otro cariz.
Después de varios años, viviendo desnudo y como un
“salvaje”, prisionero de los indios, a punto de morir por hambre o
enfermedad, Cabeza de Vaca providencialmente halla la oportunidad de probar sus
dotes como curandero y comprobar que esa cualidad puede cambiar su destino, como
de hecho ocurre.
Este es el revés del naufragio y la proximidad de
la providencia. Sin embargo, hay un tono un tanto desolador en la obra por
varios momentos, incluso cerca al final se habla de las naves que no podían
hacerse a la mar, fracasando en el intento, ya cuando el personaje principal
emprende, por fin, el regreso a Castilla.
Texto rico, metafórico, interpretado, según sea el
caso, como una divertida crónica o, desde un punto de vista más ideológico,
como una presentación de las virtudes y defectos de los indígenas americanos,
que podrían ser tan crueles como los conquistadores, los Naufragios representan,
asimismo, una posición, por parte del autor, que precede al discurso del padre
Las Casas, en tanto se asume la defensa de ciertos valores de los nativos del
Nuevo Mundo. Pero, al mismo tiempo, Cabeza de Vaca tiene una visión ambigua del
indígena en tanto bárbaro y salvaje. Describe sus costumbres, sus
enfrentamientos, a veces armados, y lo más llamativo, en este sentido, es la
cantidad de pueblos o tribus, a veces demasiado “extraños”, por las
actitudes de sus pobladores, que él va conociendo o “descubriendo”.
En diversas secciones del texto, el autor se refiere
al carácter y acciones de los indígenas. Por ejemplo, da esta descripción en
el capítulo XIV: “La gente que allí hallamos son grandes y bien dispuestos;
no tienen otras armas sino flechas y arcos en que son por extremo diestros.
(...) Las mujeres son para mucho trabajo” (126).
Otra perspectiva se apunta en el capítulo XVIII:
“Desde que amanece comienzan a cavar y a traer leña y agua a sus casas y dar
orden en las otras cosas de que tienen necesidad. Los más de éstos son grandes
ladrones, porque aunque entre sí son bien partidos, en volviendo uno la cabeza,
su hijo mismo o su padre le toma lo que puede. Mienten muy mucho, y son grandes
borrachos, y para esto beben ellos una cierta cosa” (145).
La aventura a la que aludimos también ha sido
comparada con la del clásico Robinson Crusoe, de Defoe. Pero no
olvidemos que, ante todo, estamos frente una Relación de la época de la
conquista, y el modelo y la intencionalidad de este tipo de composición es
conseguir el favor del rey de España. Hay, es bueno decirlo, una interesante
“vuelta de tuerca”, en el contexto de las Relaciones, si las entendemos y
estudiamos como un género, porque Cabeza de Vaca asume una posición y un tono
muy personales y confiesa sus vivencias, las vicisitudes y dificultades por las
que pasa. Mas nunca, a pesar de lo negativo y lo trágico, lo ominoso o lo
sangriento (como el canibalismo de los españoles en el capítulo XIV), se deja
de lado la presencia divina y el rol de la religión católica.
Es precisamente este papel y el propio rol de
evangelizador que se propone —o al menos así lo presenta— Cabeza De Vaca,
los que marcan uno de los hilos discursivos en esta narración autobiográfica.
El ritmo del relato es ameno y cobra diversos matices, a veces se acelera, como
en el momento en que los cristianos se convierten en curanderos y luego su fama
se extiende, pero a ello suceden actos de pillaje y violencia entre los pueblos
indígenas. Un cierto tono épico asoma en esta “cruzada”.
El aventurero narra sus propias peripecias, sus
desgracias y “renacimientos”. Siempre su fe lo salva y, nunca piensa que
está en el lugar ideal, por lo menos se felicita por conservar su vida. Es
consciente de ello, y de la fatalidad que, de un momento a otro puede surgir en
la existencia humana. Los Naufragios son esencialmente de naturaleza
providencialista pero también denotan la importancia e influencia del destino y
lo casual: la suerte, la fortuna cambian de la manera más inesperada. Aquí se
presentan, pues, dos polos, que en un intercambio pueden generar ambigüedad,
una característica, por cierto, nada ajena a los Naufragios. Se
menciona, en ese mismo sentido, el carácter tan ficcional, en tanto “no
verdad”, de esta obra fundacional en las primeras composiciones sobre el Nuevo
Mundo.
Es importante señalar, en la visión que el
español tiene del indígena, cómo capta el primero la naturaleza del otro,
cómo la entiende y la codifica. Esa “otredad”, que ha fascinado como
discurso a varios estudiosos del tema, es una de las fibras más sensibles de
los Naufragios. Porque Cabeza de Vaca, precisamente, convive, con el “otro”
y puede dar testimonio de sus costumbres, de cómo actúa. Es más, su
condición de subordinado, mientras dura el cautiverio, es una lectura, una
situación “a la inversa” o “no oficial” inclusive “sui generis” de
la Conquista, pues curiosa y precisamente el llamado a explorar y conquistar es
sojuzgado y tomado prisionero. El naufragio de su vida precisamente lo ha
llevado a esa condición. Esa experiencia es la base del texto.
Justamente para Beatriz Pastor, los Naufragios, en
tanto relato desmitificador, en comparación con los Diarios de Colón o
la Quinta Carta de Relación de Cortés, con los que forma un corpus de
textos de la época, integra a su vez “el discurso narrativo del fracaso”
(Glantz 89). Para Pastor en los Naufragios hay una “transformación de
la acción heroica de la conquista en lucha desesperada por la supervivencia”
(Glantz 91). Rolena Adorno, en la misma línea, señala que la narración de
Cabeza de Vaca “reproduce un incipiente proceso de adaptación cultural y, en
consecuencia, de supervivencia física” (Glantz 311).
Luisa Pranzetti entiende el naufragio como “metáfora”
que “subraya la frontera entre una cultura organizada (el espacio de
procedencia) y una cultura desorganizada (el espacio de conquista), donde la
superación de esa frontera constituye el paso de un estado social a un estado
de naturaleza” (Glantz 60).
Una vez que se reencuentra con los “cristianos”,
tras los años extraviados (capítulo XXXIII), Cabeza de Vaca dialoga con el
gobernador de Nueva Galicia, tierra ya conquistada, Nuño de Guzmán, y se
entera de que los indios están siguiendo las instrucciones de construir
iglesias y dar alojamiento al visitante. Esto le parece increíble, casi un “milagro”,
pero también sugerente. Y podemos entender que la pretendida evangelización es
un éxito. El papel de curandero o chamán que, desde cierto momento de la
narración (el aludido capítulo XXI), desempeña Cabeza de Vaca, lo convierte
en un líder sobre el que se dan noticias en uno y otro pueblo. En ningún
momento, sin embargo, la intención de ser un conquistador ha pasado a un
segundo plano, sino que se expresa de otra forma. Es una conquista del
espíritu, por la religión, la creencia. Subyace un pesar, pues el protagonista
no tiene el poder consigo, pero logra la sublimación de sus deseos aprovechando
este proceso religioso. Él mismo se nos presenta como un mártir, quiere que lo
veamos así. Si aceptamos su propuesta —si entramos en su capcioso juego—,
es definitivamente otra la caracterización y la dimensión de Cabeza de Vaca,
más allá del personaje histórico sino como propio “autor de ficciones”.
En 1991, el mexicano Nicolás Echevarría llevó al
cine una versión de los Naufragios con el título de Cabeza de Vaca. La
película, producida con motivo del Quinto Centenario del llamado “Encuentro
de dos mundos” condensa los pasajes más relevantes de este “texto seminal”,
como lo llama Enrique Pupo-Walker, y asume una doble perspectiva del
protagonista, precisamente las que aluden Pastor y Adorno: la del superviviente
y la del conquistador despojado de todo mito. Esta cinta, sin embargo, no deja
de tener un halo de “real maravilloso” en sus inesperados raccontos y
flashbacks que, si bien tratan de “ubicar” al espectador, pueden
generar, a su vez, otra imagen, no ya la que presenta el texto, del propio
Cabeza de Vaca. Y ello resulta obvio porque estamos ante dos lenguajes
distintos, el del cine y la literatura que, sin proponérselo en un principio,
resultan hoy conectados pues generalmente una nutre al otro y, a veces, ocurre
de manera inversa.
A propósito del cine, bien se ha dicho que los Naufragios
son, en cierto modo, el guión ideal para una película por sus incesantes
vaivenes y devaneos. El español, quien después de su aventura norteamericana
fuera nombrado por la Corona Adelantado, Gobernador y Capitán General del Río
de la Plata, más tarde vuelve a naufragar frente a las costas del Brasil,
explora los territorios del Paraguay, se establece en la actual ciudad de
Asunción y descubre las cataratas del Iguazú. La etapa final de su vida, tras
algunos años en la cárcel por supuestos abusos durante su gestión política y
administrativa, está rodeada de un misterio que aún hoy busca aclaración.
Bibliografía
Glantz, Margo, coord. Notas y
comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Grijalbo: México D.F.,
1993.
Núñez Cabeza de Vaca, Álvar. Naufragios.
Edición de Juan Francisco Maura. Madrid: Cátedra, 1998.