A Doña Ana y a Don Aníbal,
Por sus cuarenta y siete años de unión
Interrumpida
Y al amor después del amor después de su amor después...
“You murder me now and steal my throne
but one of your own sons will dethrone you
for crime begets crime”.
Evslin, Bernard
Heroes, Gods and Monsters of the Greek Myths
“De modo que el ángel me dijo:
¿Por qué la admiraste?
Yo te diré el misterio de la mujer y
de la bestia salvaje que la lleva”.
Apocalipsis
Capítulo 17, versículo 7
“Por si el tiempo me arrastra
a playas desiertas
hoy rechazo la bajeza
del abandono y la pena
hago pájaros de barro,
hago pájaros de barro y los echo
a volar”.
García García-Pérez, Manolo
Pájaros de barro
1. Dos semanas antes de pascua, el Ángel Mirtilio
vino a la casa de Doña Ana: un conjunto de latas, pedazos de madera podrida y
hojas de cana intercaladas con pedazos de aluzinc. De más está decir que la
vieja era pobre, pero, eso si, honrada. Vivía de una pensión de veinte pesos
que le dejó un marino con el que se casó por vez primera antes de la época
del odio y la abstinencia y limpiaba pisos en algunas casas y cocinaba en
convites y lloraba en ciertos velorios... De todo. Era morena, de rasgos duros,
pero de una belleza extraña, baja de estatura, y tenia doscientos años. De vez
en cuando hacia brujería, santería, ensalmos, pero sólo por hobbie, o por
algunos contratos verdaderamente oficiales.
Los vecinos nunca dieron crédito a sus increíbles
historias, pero nadie se explicaba cómo era posible que definiera el sabor del
viento, que regresara maridos, que calmara a los cuervos, que el hijo de
Panchita está emparchado, que ni los médicos pudieron hacer nada, llévaselo a
Doña Ana, y ella decía sus oraciones y prendía el cachimbo y el muchacho
quedaba como nuevo de por Dios usted es una santa, una maestra, Doña Ana y ella
los cortaba en el aire y les decía, Deje lo que trajo en la mesa, los cigarros
en el altar y hágame el favor de no mentar el nombre de ese Hombre en mi
rancho.
2. El Ángel Mirtilio vino de noche, la vieja no
pudo dormir más. Disimuló uno de los miedos y le preguntó, Y tú que haces
aquí ahora, sin anunciarte ni nada, yo creía que Dios se había olvidado de
los pobres para siempre, y el Ángel dijo, Dejémonos de rodeos, Dios manda a
decir que te pongas de su lado, o sea, de nuestro lado, corregía el Ángel
Mirtilio, Ya veo, dijo la vieja, así que el Gran Hombre está reclutando, y
qué ofrece, si se puede saber, preguntó la vieja incrédula al encender el
cigarrillo interrumpido, Tú sabes, respondía el Enviado del Gran Hombre, Vida
eterna, la satisfacción de ayuda al prójimo, la paz de las iglesias... Sólo
tienes que firmar este papelito y ya está y el ángel sacó un fardo de papeles
y dos mil bolígrafos, pero la vieja le mató el gallo en la funda y le dijo en
dos patas, Dígamele a Él que se deje “deso” que yo me conozco el cuento
viejo, y que Él ni nadie me va hacer entrar a una iglesia, yo estoy demasiado
vieja para “can” y para los sinvergüenzas de los sacerdotes, me ha bastado
y sobrado con mis ocho maridos y mis queridos vecinos y el ángel se agarró la
túnica con rabia y le dijo, Si no cumples te vamos a dar un castigo y ella
dijo, Tira papá, y él dijo, Ya verás, ya verás.
3. La vieja despertó de un sueño largo. Bostezó y
se amarró un pañuelo morado en la cabeza. Puso a colar café. Hacía frío. Un
silencio extraño gobernaba la mañana de Punta Balandra. Los cocoteros se
besaban unos a otros como efecto secundario de la brisa oceánica. El escaso
sonido del agua lamiendo la arena. Nada más. “Esto está jodón”.
Confundida, salió al patio y descubrió que el sol
no había aparecido. Todo era opacado por un gris de pesadilla y eso la
engrifó. Sólo en un instante preciso descubrió que no podía oler el mar que
tenia a sus espaldas. Se quedó muda, el mar no era el mar, era un inmenso jugo
de sangre, un océano de picos y plumas multicolores. “Con razón los gallos
no cantaron esta mañana”.
4. El pueblo dormía. El pedazo de isla quedó
levitando en un sueño unísono. Los ronquidos, las respiraciones, funcionaban
como un coro perfecto, una melodía atinada. Ana se puso un vestido gris, y se
sentó en una piedra sin poder hacer nada, ningún conjuro, por más concentrado
que fuese, iba a calmar la rabia del Gran Hombre. Se sentó triste, a esperar la
única muerte injusta: La muerte del silencio. Y quiso gritar como gritas en los
sueños, como cuando quieres moverte. No pudo, no había voz, no había sonido.
La tierra, por un breve instante, quedó recluida al arrullo del mar que no era
mar, el viento que no tenía olor, a la arena rosada, y dijiste, pensaste: Está
bien, Dios, demuéstrame tu poder.
5. Todo Samaná, de Puerto Francés a las Galeras,
pasando por Los Cacaos hasta Punta Balandra, todo era un solo silencio, hasta
que el Ángel Mirtilio bajó por segunda vez a esta tierra y le dijo, Qué has
pensado y ella dijo, gritó, Por qué, por qué tiene que ser así, por qué
siempre debe haber sangre incluida, por qué muertos, Mujer, dijo el Ángel, No
soy yo nadie ni tú quién para contrariar esos designios y ella dijo, Esa, esa
es la vaina, todo es como ustedes digan, como ustedes lo han escrito, carajo,
dime por qué el pueblo duerme, Sencillo, porque no hay gallos, dijo el otro, y
ella pensó, Si no despiertan, me muero de la soledad de este ruido continuo que
necesito debajo de mis pupilas, Está bien, dijo ella, qué hago, Ve, ve a la
iglesia, dijo el Enviado, y ella dijo, Dile que está bien, y él dijo,
Bienaventurada eres y ella dijo, Espérese un momento compadre que no hemos
acabado, qué hay de los gallos y del Gran Sueño de la Eternidad Inconclusa y
él dijo, Duerme y ella dijo, Cómo y él dijo, Duerme y ella dijo, Me vas a
engañar y él dijo, Mujer de poca fe, duerme, todo estará arreglado y ella
dijo, Quién lo dice y él dijo, Lo digo yo, que soy el Enviado del que Todo lo
Sabe, y ella dijo, Ajá y él dijo, Yo, o sea, el primero y el último.
6. Y Doña Ana soñó. Soñó con un carguero de
metales camino a Surinam que se llamaba Alakeidon y soñó otra cosa, soñó con
alcapurrados y con pupusas y dijo que no, soñó con el Hijo del Hombre encima
de la gran piedra, rezando y sufriendo por otros pecados y dijo que no, soñó
con un hombre borracho de Clerén en los Palos de la Mamá de Edwin en Sabana
Perdida y dijo que no, soñó con otro carguero pero éste cargado de plátanos
verdes que se maduraban en medio del naufragio camino a Guadalupe y dijo que no,
que iba a soñar otra cosa, y pudo soñar con el hijo acribillado mandado a
matar por el General Lilís y dijo que no, y luego soñó que volaba de manera
horizontal hacia el mismísimo infierno y dijo que sí y soñó que el Ángel
Bello le dijo, Entonces, quieres gallos, y ella dijo, Si, y él le dijo, Quién
te manda, y ella, Que me manda el Hijo de El Hombre, pero dudo, y él le dijo,
Te creo, tú tendrás tus razones para dudar, yo dudo también, pero no tanto,
cada día comprendo más, y él removió algunas cenizas humeantes y le dijo,
Toma estos huesos, y ella dijo, Sí señor, Y muélelos hasta que sean polvo,
Sí señor, Y busca carámbulas, oropéndolas, Sí señor, Y cayenas, y putas de
noche, y margaritas, y flores de pascua y una que otra azucena, Sí señor, Sé
que es difícil, pero vas a necesitar una orquídea también, No hay problema,
yo me la busco como una leona, y qué más, Y ve a la capital, al Mercado Modelo
de la Mella, y dile a Papúa que te dé una botella de “préndelo con tó”,
y córtate una mano, y ella dijo Ajá, y él dijo, Y con la sangre lo metes todo
en una olla de barro y lo amasas hasta que se forme una pasta, y ella dijo, No
entiendo, cojo el polvito, lo echo las hojas, la vaina esa del mercado, y sangre
de mi sangre, y hago una masa, y el diablo dijo Ajá, y haces unas figuritas de
como tú quieras de los gallos que te hagan falta, y los pones en el fogón, y
le das candela, por arriba y por abajo, como a la arepa, ves, y no te apures,
tendrás tus animales. Y desperté de aquel sueño bañada de sudores fríos,
pero con la refrescancia de haber hecho un trabajo bien hecho.
7. Primero fue un “kikirikí” y luego otro,
seguido por un “korokokó”. Un solo canto que despertó a los muertos en
vida de un sueño de mil años en vida en Punta Balandra. Samaná ha despertado,
todo por el sacrificio de la Doña. La vieja se levantó triste, con un dolor
increíble en el pecho que no aguanto más carajo, y fui a preparar un té de
hojas de limón con naranja para levantarme la defensa de esta vitamina C que
tanta falta me hace pero no tengo ni clavos, ni malagueta. Fue donde el turco,
que tenía una tienda ahí cerquita, y él te despachó normal, como siempre, y
te tocó el brazo y te llamó a un lado del mostrador y te preguntó, Qué cosa
más rara, Doña Ana, cuánto habremos dormido, y ella le contestó: Un día, o
día y medio. Y se puso a llorar.
Se puso un vestido negro de luto eterno con bolitas
blancas. Fue a la capilla. El padre Alcántara decía la misa de las nueve. Las
mujeres quedaron sorprendidas con las cabezas volteadas. El padre tragó en seco
cuando vio la figura baja y rechoncha de superhéroe atravesar el pórtico. El
coro calló. Luego de las pequeñas murmuraciones, el sermón continuó sin
interrupciones, pero ella no soportó los cantos del Río de Aguaviva y los de
la señora que a la que invitaban a caminar que Ven con nosotros a caminar Santa
María ven y cerró los ojos y se acordó de la sangre del hijo derramada por
ella en sus brazos, Que me lo mataron en el monte padre abra la iglesia y
ayúdeme, y el padre no abrió, Que se me muere en las manos padre, y la iglesia
cerrada, Déme un poco de alcohol, o gasas padre, o una curita para taparme el
corazón de mi hijo que se me va en medio de la revolución padre ábrame la
puerta y Martín se muere en los brazos de la vieja bruja en la tercera puerta
de la capilla, cerca de las habitaciones del seminario, y se imaginó que habrá
que salir a buscar cuatro velas para prenderle si no le prenderemos cuava a este
hijo mío de la sangre que ahora es padre de esta revolución de montes y
carreteras para que la patria crezca fuerte y sana carajo, Padre ábrame la
puerta que se me muere qué cosa más grande padre ábrame que se me va entre el
trabucazo que tiene en el pecho padre que le están saliendo pedazos de nube por
el pecho a mi Martín, ábrame padre coñazo que usted no sabe lo que es parir.
Se murió Martín, yo no lo sabía.
8. No vuelvo, no vuelvo a la iglesia. Reniego de ti.
9. El Ángel Mirtilio volvió a la tierra en misión
de aseguramiento, y se metió en forma de viento helado por las rendijas del
rancho de la vieja que se dormía:
—Qué pasó.
—Nada, no pude.
—Pero lo prometiste.
—Pero no puedo.
—Él se enfadó.
—¿Ah sí? Qué raro.
—Y entonces, en qué quedamos.
—Hagan lo que les dé su maldita gana.
—¿Qué?
—Que hagan lo que les salga del forro de los
cojones, carajo, eso.
Y el Ángel Mirtilio sentenció:
“Vas a vivir durante los próximos cien años con
una mujer horrenda, más bruja que tú, con siete cabezas, y cada cabeza con
bocas de dientes afilados, con pezuñas, con el cuerpo del lagarto, escamas de
fuego, con diez mil manos llenas de espadas y puñales”.
Y la vieja dijo:
“Dígale que mande algo más fuerte, que yo tengo
más de doscientos años mirándome al espejo, y estoy viva y coleando”.
Y el ángel dijo:
“La mujer horrenda te robará los santos, te
destruirá el altar, te va a secar las matas, te va a pudrir el agua, y los
huevos se te van a romper en las manos”.
Y ella le dijo:
“Que haga lo que le dé la gana y usted váyase
ahora mismo que ya está bueno, la próxima vez que se le ocurra venir, sepa que
el horario de consultas con el oráculo es de dos a seis, con cita previa y
anunciándose, y deje dormir, ¡carajo!”.
El Ángel Mirtilio decidió hacer lo que nunca hizo
en tantos años de profesión, “irse con el rabo entre las piernas”. Doña
Ana se quedó nerviosa. Las cosas se le caían de las manos. El mundo tembló
entero, pero Samaná quedó en una sola pieza, hasta que se vio cómo el sol,
ganador de muchísimas batallas, se enfrentaba con la oscuridad de la noche
anterior, sólo para que naciera algo que nosotros, los ingenuos humanos,
llamamos “día”.
10. Pasó un mes. Doña Ana seguía trabajando de
manera normal y llegó a olvidarse casi por completo de la visita del ángel y
la noche del 21 de enero, el día de la Gran Señora de Nuestro Manto, la Mujer
Horrenda, promesa del cielo, había llegado.
Doña Maria llegaba de los Palos de Azua, y al
entrar por el sucio callejón, la sintió. Sintió el escalofrío por el
espinazo hasta la nuca donde el pelo blanco se confundía con las escasas hebras
del negro como muestra del paso de los años. Abrió la puerta, un poco
nerviosa. La Mujer Horrenda estaba ahí, sentada. Doña Ana dijo, Coño, la
verdad que es fea la hijaeputa. Era un ser abominable. Lo único que a la vieja
le pasó por la mente fue, Dios, cómo carajo se te ocurrió algo así.
11. Pasaron otros cien años y la Mujer Horrenda y
la vieja se hicieron amigas: El Monstruo venía por las noches y Doña Ana
preparaba café. Hablaban de cotidianidades, naderías de pueblo, que el marido
de fulana, que tal vestido, que qué cara esta la carne de cerdo, que un mero
con coco, que los nietos, que la historia, que la histeria, que el hombre ciego
de la capital. Y un día la Mujer dijo, Y pensar que estoy aquí para asustarte,
para no dejarte en paz, y Doña Ana dijo, Déjate de vainas y la Mujer dijo, Es
verdad, estoy aquí para comerte las tripas, para no dejarte dormir, para
pudrirte el agua y secarte las matas, y la vieja dijo, Déjate de vainas, y el
Monstruo dijo, Y para que los huevos se te rompan en las manos, y la bruja dijo,
Déjate de vainas, y olvídate de eso, mira, yo voy hacer un locrio de pollo con
ensalada rusa y tú me vas a contar la historia esa, la del Pulpo Boxeador, o de
cuando se quemó el Polvorín de la Marina de Guerra, allá en Sans Souci, o
cuando el Cubacana cogió candela en Villa Duarte, anda, cuéntame.
La boca se ha abierto
Muy muy grande
Puedo ver sus dientes
Unos, afilados, otros, a la espera
Todo descansa, o parece, descansar
En un solo charco de sangre
Ya no es un charco
Ahora es todo un mar
Puedo
Ver la lengua marchita de locuras
Horrenda molienda
Chinchorro interminable
La boca afilada descansa
Al acecho
—¡nadie se mueva, coño!—
Hasta que salga humo de las arenas
De las paredes
La mujer desnuda delante del monstruo
La daga sangrante en una mano
La mujer desnuda y el monstruo detrás
En medio del océano rojo
La sangre llega, a las rodillas
Imprudente, irreverente
El monstruo, descansa, no está muerto
Parece descansar con los ojos cerrados
—nadie se mueva, nadie suspire—
Ahora son los millones de ojos,
Samaná en vilo
Dancemos, hermanos, hermanas
Mientras la sangre les salpica
El pelo, las pestañas, las dos pelucas
La mujer desnuda danza con un monstruo detrás
¡Muévanse y bailen conmigo!
...Ya he matado a la bestia.
12. Un día, Doña Ana fue donde el turco a comprar
azúcar. El turco la atendió como siempre, y luego de confidencias de viejo
chismoso, maricón y entrometido, le preguntó, Doña Ana, me dicen que el
Diablo le mandó un Monstruo para que la asuste y deje de brujear, es verdad,
dígame, y ella le dijo, Ay turco, si tú supieras, el que la mandó fue El Gran
Hombre, pero no te preocupes, ya nos hicimos amigas, pero tú cómo lo supiste,
y el turco se quitó la cachucha y se puso más serio, Eso, eso quería decirle,
fue el gallo, que esta mañana en vez de cacarear dijo, ¡Que viva Doña Ana, la
hija de Manuel Flora y los mellizos de Palma Sola y Petán Trujillo, ese cacho
de hombre! ¡Que no nacen dos como ella mándele el diablo lo que le mande!
—Déjate de vainas.
—De verdad, Doña Ana, se lo juro.
—Tú me estás jodiendo.
—Por mi madre Doña Tatica se lo juro.
—Ajá.
—Y la Mujer Monstruo, ¿existe?
—Bueno, sí.
—¿Y usted confía en ella?
—Ajá.
—¿Y no va arrasar con Samaná un día de estos,
como dicen?
—No sé, pero no te preocupes.
—Cómo que no me preocupe.
—No te preocupes, le tengo un “Güangüá”
montado detrás de la puerta. La noche que se me “salga del tieto” la parto
en dos, y vaya a sus negocios, deje el chisme, viejo charlatán.
—¿Y el azúcar?
—Anótemela ahí en el cuaderno, le pago al fin de
mes, ¡carajo!