Letras
Poemas
C. A. Campos
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V.

Acaso sea por lo que veo
en el espejo, después de noches
de insomnio, sueños o deseos,
cuando yo me estudio a veces.

O acaso sea por el mundo,
por lo que otros dicen y hacen
próximos o lejos de mi rumbo,
sin alma, piedad, por los que nacen.

O ambas, u otras que ahora
eluden mi café, y el vino
que nos espera como la hora;
son la razón por la cual, de hijos,

Yo quizás no he querido saber,
ni hoy me apuro por conocer.

 

XXI.
(esplín)

Hay puestas de sol en que las manos
empuñan vacío, que mis pasos
por ser reflejos de sombra, caos,
circulan farol, aguas y astros,

Como si fuesen insectos; días
en que la frente en vez de librar
me apresa, y sólo me guía,
me salva, la costumbre, ese mar;

Noches en la que ni el bálsamo
de la cama, ni el sexo de mi
mujer me restauran el ánimo:
Esa fábula, cuento, verso, sí

Como este viernes, amanecer,
que gallos cantan y debo creer.

 

XXIII.

¡Qué pardo, cerúleo, es ser yo
y a veces no poder sentirlo!
Saber que soy a pesar de que no
me reconozco; tantearme yo

En mis ausencias sin ya precisar
de mi presencia. ¡Qué cuento, lomo!
Pareciera como si yo negar
mi ser no necesitara; como

Si mi alegato de existir
de más estuviera; como si yo
nuestro mundo pudiera percibir
solamente y no mi propia voz.

¡Qué contingencia! ¡Cuánta conciencia!
(De mí sé que ni soy consecuencia.)

 

Catarsis

Así mismo como nos sorprende a veces una enfermedad,
me sucede con la música,
cuando todo parece que se compagina,
el día con el brío de tu ser, con tu disposición, edad, digestión,
puntualizando esta química, eureka, encanto, lluvia,
con la música de ese compositor;
y terminas, como ha de ser siempre,
atribuyéndole demasiado al interpretador,
al compositor, a esa pieza, movimiento, tiempo,
porque te sientes como si por fin algo
de todas estas vagas variantes ha surgido, nacido,
algo que no se parece a nadie más que a ti:
A algún dibujo que ilustra ciertos contornos, caras
y órganos que te saben a ti,
a lo que tú has probado, rechazado,
a sus orígenes, consecuencias.

Cierto, no sucede siempre, cómo puede,
ni hay garantía de que nos pasará de nuevo.
Mas su recuerdo dura, perdura, lo sé,
por lo menos este cuento no he tenido que tragarme,
aunque solamente logre presentarse uno,
sólo uno de esos momentos religiosos
en nuestra casa, cuerpo, voz,
durante nuestra estadía en la tierra,
en el dolor, la resistencia;
perdura, como perdura la cicatriz de una herida
aun después de los médicos, de los puntos,
desafiando hasta al propio destino
de las cosas, vivas e inertes, patentes y esotéricas,
minúsculas y mayúsculas, partidarias e indiferentes,
neutrales, etcétera y etcétera:
El olvido; esa suerte, taumaturgia, muerte.

 

XXVIII.

Hacia dentro, siempre, me advierto
esta disposición por lo menos,
como las raíces, el minero,
o aquellos que cavan terrenos.

Hacia lo oscuro, sin cuestionar
la mano, el final de la vela;
sin el perímetro considerar,
estudiar, e ignorando hasta

Algunos instintos. Mas no es que
yo pretenda dispensar con la luz
o dar con otra muestra de fe
o de duda, pues sé que otra luz

Pronto surgiría; otra cosa
pretendo: Discernir mi ceguera.