Don Florencio Costa no percibiría la ausencia de su hija, al
menos durante esa noche. Tampoco escucharía los ruidos de la cama temblando, ni
el crujido de las uñas que rasgarían mi espalda. No sospecharía que sobre el
cuerpo de su amada hija estaría justamente yo, y a escasos metros de él. No se
filtrarían en sus sueños los pedidos de ayuda, mi boca sellaría todo sonido.
Y mis manos se encargarían del resto, la asfixia y el estrangulamiento.
Y así fue, con sumo cuidado y sumo desprecio,
haciendo valer mi honor, haciendo justicia. Amén.
Si su carne no hubiese cedido debajo de mis dedos,
si no la hubiese sentido retorcerse y enredarse con las sábanas, oliendo a
rosas y a miedo... tal vez...
Odié tenerla allí, indefensa y suplicante, y yo
sin poder rasgar el nido entre sus piernas. Odié escuchar su risa, verla
vanagloriarse de sus dotes de mujer y de mi vergüenza de hombre. Gozaba y
sufría, reía y callaba, pero seguía allí, esperando que mi furia la
penetrase, y que la pesadilla tomase forma de pasión o descarga. Y yo sudando
nervioso, avanzando en mi plan de eliminar a la única testigo de mi debilidad,
forcejeando fláccido, lastimosamente absurdo. Por eso comencé a aprisionar su
cuello entre mis manos, para observar cómo su rostro abandonaba su etérea
palidez y su burda risa. Y apreté más, y más, y cuanto más lo hacía más se
erguía el hombre en mí, mi virilidad despertaba exaltada de su somnolencia.
Placer, placer supremo estallando en un río de vida sobre su vientre, mientras
un suspiro entrecortado la alejaba de la vida.
Y luego el silencio. Fumar un cigarrillo sin tener
que abrazarla. Fui lo último que sintió. El solo recuerdo me excita de nuevo.
Desde el cielo o el infierno, ya no podrá reírse de mí.
La huida bien hubiese podido ser mi tumba, pero
apareció la lluvia, las huellas de mis pasos no serán mi condena. No hay
sangre en las sábanas, no hay rastros de mí excepto en su cuerpo, pero para
borrar todo vestigio también estará la lluvia.
Don Florencio duerme, y es mejor que lo haga,
tendrá un día largo y penoso. Seguramente descubrirá la cama vacía de su
hija por la mañana, al llamarla para el desayuno, y entonces se dará cuenta de
todo. Y la irá a buscar como prometió. La irá a buscar con un arma cargada, y
no aguantará una sola mentira, ni una sola verdad. Cumplirá su promesa de
matarlo allí mismo, delante de todos, por llevarse a su única hija.
No pasará mucho tiempo hasta que mis
presentimientos tomen forma, espero que todo salga como lo he planeado.
Los demás se apartarán sin querer entrometerse,
siempre fue clara la línea de fuego y del honor entre esos dos, dirán. Tarde o
temprano pasaría, Don Florencio perdería a su hija pero su amante perdería la
vida, palabra de hombre de ley.
Los disparos lograrán cambiar a dolor la cara de
sorpresa de mi hermano. Se lo buscó, dirán todos, y se juntarán en círculo
alrededor del muerto. Pero esa mujer no merece tanta sangre, murmurarán otros a
espaldas del vencedor.
A mí nadie me mirará. Quizás alguien pudiese
pensar que Don Florencio estaría ahorrándome el trabajo, pero no lo dirán en
voz alta, los conozco. Alguno, seguramente, creerá que con el tiempo yo lo
hubiese perdonado por quitarme la mujer, y que hubiese llegado a odiar a Don
Florencio, mi patrón, por matarlo a sangre fría, pero será cosa de ellos lo
que quieran creer.
Y la lluvia que no para, la tierra se hizo barro y
el barro se echó a andar. Nada podría sepultarse eternamente, tal vez las
miradas dejen de ignorarme.
Y la lluvia que no para... mal día para otro
entierro.