Letras
Impotencia
Silvia Hebe Bedini
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Don Florencio Costa no percibiría la ausencia de su hija, al menos durante esa noche. Tampoco escucharía los ruidos de la cama temblando, ni el crujido de las uñas que rasgarían mi espalda. No sospecharía que sobre el cuerpo de su amada hija estaría justamente yo, y a escasos metros de él. No se filtrarían en sus sueños los pedidos de ayuda, mi boca sellaría todo sonido. Y mis manos se encargarían del resto, la asfixia y el estrangulamiento.

Y así fue, con sumo cuidado y sumo desprecio, haciendo valer mi honor, haciendo justicia. Amén.

Si su carne no hubiese cedido debajo de mis dedos, si no la hubiese sentido retorcerse y enredarse con las sábanas, oliendo a rosas y a miedo... tal vez...

Odié tenerla allí, indefensa y suplicante, y yo sin poder rasgar el nido entre sus piernas. Odié escuchar su risa, verla vanagloriarse de sus dotes de mujer y de mi vergüenza de hombre. Gozaba y sufría, reía y callaba, pero seguía allí, esperando que mi furia la penetrase, y que la pesadilla tomase forma de pasión o descarga. Y yo sudando nervioso, avanzando en mi plan de eliminar a la única testigo de mi debilidad, forcejeando fláccido, lastimosamente absurdo. Por eso comencé a aprisionar su cuello entre mis manos, para observar cómo su rostro abandonaba su etérea palidez y su burda risa. Y apreté más, y más, y cuanto más lo hacía más se erguía el hombre en mí, mi virilidad despertaba exaltada de su somnolencia. Placer, placer supremo estallando en un río de vida sobre su vientre, mientras un suspiro entrecortado la alejaba de la vida.

Y luego el silencio. Fumar un cigarrillo sin tener que abrazarla. Fui lo último que sintió. El solo recuerdo me excita de nuevo. Desde el cielo o el infierno, ya no podrá reírse de mí.

La huida bien hubiese podido ser mi tumba, pero apareció la lluvia, las huellas de mis pasos no serán mi condena. No hay sangre en las sábanas, no hay rastros de mí excepto en su cuerpo, pero para borrar todo vestigio también estará la lluvia.

Don Florencio duerme, y es mejor que lo haga, tendrá un día largo y penoso. Seguramente descubrirá la cama vacía de su hija por la mañana, al llamarla para el desayuno, y entonces se dará cuenta de todo. Y la irá a buscar como prometió. La irá a buscar con un arma cargada, y no aguantará una sola mentira, ni una sola verdad. Cumplirá su promesa de matarlo allí mismo, delante de todos, por llevarse a su única hija.

No pasará mucho tiempo hasta que mis presentimientos tomen forma, espero que todo salga como lo he planeado.

Los demás se apartarán sin querer entrometerse, siempre fue clara la línea de fuego y del honor entre esos dos, dirán. Tarde o temprano pasaría, Don Florencio perdería a su hija pero su amante perdería la vida, palabra de hombre de ley.

Los disparos lograrán cambiar a dolor la cara de sorpresa de mi hermano. Se lo buscó, dirán todos, y se juntarán en círculo alrededor del muerto. Pero esa mujer no merece tanta sangre, murmurarán otros a espaldas del vencedor.

A mí nadie me mirará. Quizás alguien pudiese pensar que Don Florencio estaría ahorrándome el trabajo, pero no lo dirán en voz alta, los conozco. Alguno, seguramente, creerá que con el tiempo yo lo hubiese perdonado por quitarme la mujer, y que hubiese llegado a odiar a Don Florencio, mi patrón, por matarlo a sangre fría, pero será cosa de ellos lo que quieran creer.

Y la lluvia que no para, la tierra se hizo barro y el barro se echó a andar. Nada podría sepultarse eternamente, tal vez las miradas dejen de ignorarme.

Y la lluvia que no para... mal día para otro entierro.