Letras
Una luz desde el río
Leandro Calle
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Condena a muerte

Llegaron con la luz
en nombre de la luz
imprevistos
como un coro de ángeles en medio de la noche.

Pero sus alas eran negras.

 

Primera caída

¡Caigo en sus manos, pero Tú me sostienes!

Se precipita mi cuerpo a un banquete de sangre
mi piel anuncia un carnaval macabro.
Debo elegir entre el silencio o la palabra.
Elijo el grito.

Tú me levantarás para siempre.

 

Segunda caída

¡Caigo en sus manos, pero Tú me sostienes!

Quisiera arrancarme el corazón
como quien desprende una fruta madura.
No soporto este latido incesante
este persistente recuerdo de estar vivo.
Se ensañan nuevamente con mi carne
festejan no sé qué palabra salida de mi boca.
Quisiera arrancarme el corazón
para llegar al final de esta caída.

Tú me levantarás para siempre.

 

Tercera caída

¡Caigo en sus manos, pero Tú me sostienes!

La espera también es una caída
una garganta
un hueco interminable.
El silencio es una sinfonía oscura de mi piel.
Por el olor percibo la última caída
y fijo por primera vez mi cara
definitivamente
hacia la muerte.

Tú me levantarás para siempre.

 

Lleva la cruz sobre sus hombros

Debo arrastrar el pasado
para aligerar una carga que no entiendo.
Ya no se puede mirar atrás.
Estas manos soportan un arado
que se empeña en arrastrar la historia.
Hay algo liviano en el dolor
tal vez un pétalo que cae
para no marchitar la pureza del despojo.

 

Un sepulcro nuevo

No tenía dónde reclinar la cabeza
tampoco ahora tengo una tierra firme.
Me recibe el agua como una madre inmensa.
A lo lejos el responso de los camalotes
las letanías de las algas.
Ay Padre, Padre mío ¿para qué me abandonaste?
Es todo muy oscuro y los peces muy tristes.
Ay Padre, Padre mío ¿qué lugar es este, que no hay luz?
Todo es calmo y hasta el río está suave.
Ay Padre, Padre mío ¿Hasta cuándo el silencio?
Ay Padre, Padre nuestro ¿No es tu reino una mesa, un pan interminable?

 

Despojado de sus vestiduras

Una vez desnudo
en las carnes florece la muerte.

 

La cruz

Tengo sed.
Entre mi espalda y el madero
siento una brisa suave.

 

El Cireneo ayuda a llevar la cruz

No te da el paladar para entonar un grito
que paralice los estertores de la muerte.
No te alcanza.
No te da la mirada para aquietar la sangre.
No te alcanza.
No te dan los brazos para comprender todo el peso
la profundidad y el abismo.
No te alcanza
y sin embargo, me basta tu presencia
aliada del dolor y hermana de la lástima.

 

Consolación de las mujeres que lloran

Un ovillo secreto las reúne.
Ellas tejen un mandala de memoria y olvido
conjugando en cada vuelta los verbos de la muerte.
Como disciplinantes, dejan la carne viva
hasta que los huesos dan a luz una negrura inexpresable
y sobre el borde invisible del círculo sagrado
se encienden
se encienden sus pañuelos blancos.