Letras
Mirada azul
Dixon Moya

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Rubén Darío me mira
desde la esquina azul
de un billete de cien
mirada adinerada
que como siempre
esconde y engalana
la pobreza del genio
millonario en palabras.
Trato de interpretar
aquella mirada,
—algo sarcástica
—un poco perdida
—tal vez melancólica
—pero también urgida.

Una mirada que parece
preguntarme sin atenuantes
qué hago en esta oficina
escribiendo memoriales,
cartas sin emoción,
utilizando ese lenguaje
tan prosaico, tan conciso,
tan pesado, tan prolijo.

Rubén Darío me mira
desde su billete de cien
con algo de modorra
ojos medio escépticos
pupilas un tanto burlonas.
Apuesta en un juego distante
que cambiaré su rostro
de tinte azulado
por unas cuantas viandas
en el supermercado
anclado a veinte metros
(una cuadra arriba
media cuadra al Lago).

Rubén Darío sigue mirándome
desde la esquina de su billete.
Encerrado en cien córdobas
parece algo aturdido,
quizás no le parezca justo
el valor que le adjudicaron.
Intento sostenerle la mirada
mirada algo extraviada
por el exceso de metáforas
mojadas en vino,
en perfume de ninfas
o sangres exculpadas,
continúa con algo de sorna
mezcla de ironía y compasión
me reta desde el pasado
me obliga a leer lo que escribo
un oficio que sabe a eso:
Oficio, oficina, oficial,
al cual suprimo cualquier asomo
de algo parecido a poesía,
lo dejo totalmente aséptico
tan neutro, tan directo
como un disparo en el pecho,
no el del bogotano Silva
sino como el de un soldado
cumpliendo órdenes de fusilamiento.

El bardo con cara azul,
azul metano, azul metileno,
sigue aburrido y divertido
descansa la cara sobre
el extremo izquierdo
no se ve la otra mano,
acaso en ese momento
firmaba un garabato
en la frontera de un vientre
de mujer morena o rubicunda
menuda o gentilmente rotunda,
antes de llegar al punto final.

Rubén Darío continúa mirando
tristemente socarrón.
Debo entregar el informe,
el que nadie leerá,
así que decido doblar
el rostro de papel.
Sus ojos azul dinero
regresan a mi bolsillo,
otro día de enero
volverán con su risa
de tono lastimero.
Mirada convertida en demanda,
tan urgente, tan necesaria.
Salgo de la oficina
con el sabor de una apuesta perdida.