El año que viene quiero tener un hijo. La idea de buscar un
padre empieza a revolotear en mi cabeza. He de buscar con lupa pero, llegado el
caso, a primera vista. Lo quiero escritor, al padre, para que mi hijo sea el
próximo Neruda. Nada de Borges. Nada de Hemingway. Lo quiero poeta para que
vibre, para que cante, para que sea rebelde, se acueste con todas, se
desengañe, vuelva a empezar, beba, coma como rey, sea interesado o no lo sea,
según el caso. Lo quiero ídolo. Héroe. Que la gente cuente en sus casas que
lo vio en la calle, que relate cómo iba vestido, cómo era su cabello. Lo
quiero amigo de todos y de ninguno, con su mundo interior intacto. Quizás, de
vez en cuando, llore en silencio, o piense en su madre, en mí, en las cosas que
le dijo su mamá de pequeño, el mundo que prometió para él, mi madre está
loca, dirá, loca, loca, y su padre, otro rufián... un descarado, un
degenerado, un maniático, aficionado al sexo y al desorden. Un amante perfecto
y un novio manipulador. El padre de mi hijo tiene que estar en alguna parte y
seguro me está esperando. Este consejo es de Cosmopolitan.
Acepto consejos para su crianza. Mi hijo dormirá
conmigo hasta que cumpla dos años. El padre vendrá a visitarnos. Me hará el
amor. Jugará con el niño y, desde la puerta, juzgará si ha llegado la hora de
marcharse o quedarse. Eres libre se le dijo al principio. Pero el padre no tiene
muy claro el concepto de libertad. Se le abre la jaula y no vuela. Se cierra la
puerta y empieza a revolotear desesperado.
Si es niña me encargaré de que a sus manos no
llegue nunca, jamás, ningún cuento de hadas. Que en su mente no vaya a colarse
la Cenicienta por una rendija. Nada de Blancanieves, nada de princesas que
duermen cien años a la espera de un príncipe que las salve con un beso. Mi
hija será el príncipe y la princesa. Y hará lo que quiera. Y buscará o
esperará o se disfrazará para no ser encontrada. Mi hija tendrá los ojos
abiertos siempre. Y cuando duerma. Vigilaré su sueño.
Mi hija será bailarina o lo que quiera. No sé si
poeta. No sé si escritora. A mí nunca me dijeron, sé esto o aquello. Nunca.
Tampoco me dijeron que una cosa era mejor que otra. O que se ganaba más. Me
dejaron, simplemente, estrellarme.
Mi hija no tendrá los fantasmas que me persiguen y
que me observan desde la ventana, sentados en el árbol. Cambio de casa, de
ciudad, sin avisar nada. Y los fantasmas, a los tres, a lo sumo cuatro días,
regresan.
Me mudé a una casa sin ventanas hacía la calle y
sin árbol en la acera. Y los fantasmas se sientan en la sala. Casi nunca voy a
la sala.
Si conoces a alguien. Si tienes algún amigo que
puedas presentarme. Dale mi número. Dile que soy linda y estrecha. Que no
tendrá que embriagarme. Ni drogarme. Dos, tres palabras bonitas sobre mis ojos
y sobre la suavidad de mi piel. Dile que sea dulce. Ese es el secreto. Que
parezca tierno. Interesado. Ojalá que me crea importante. Dile que he ganado
premios, que soy famosa. Que no me vea como a cualquiera de sus amigas. Que
piense que puedo ser mejor que él. Y lo tema, sutilmente. Eso me gusta. Y
ojalá que no tenga novia. Ni esté casado. Que esté solo. Y que no quiera ser
un fantasma. Uno más en la sala.