Te armo, te imagino por pedazos, parte a parte,
formo con tus piezas esquivas la imagen perfecta que me marca el sueño, pero
una milésima antes de verte completa, se rompe frágil y debo comenzar de
nuevo. Caen revueltos los fragmentos en el suelo, entre hojas y pétalos del
jardín del olvido, los separo de nuevo con paciencia y los ensamblo de mil
formas, buscando inventar la figura que irrumpa con su magia en acople
magistral. Esa metáfora sublime, sin remiendos entre empalmes, que irradiando
la luz ámbar ciegue cualquier indiferencia... y en el último suspiro verte
fantasía aparecida, aquí, de frente. Y entonces, ver premiado el esfuerzo
cuando sea turno de que empieces tú a armarme.
Al borde
Al final del abismo, por donde asomaban los
pensamientos luciendo trajes multicolores, está mi indulto contenido. Temeroso
de salir entre el gentío, fluye en contravía, abriéndose paso entre trajes
monótonos y corbatas sombrías, se adentra, huye de mí, de ti, de nosotros.
Antes de lanzarse suicida por el fondo del despeñadero que lo aleja, da una
mirada queda, se fija en mi sedienta tristeza y la hace suya. Arrepentido de su
miedo, intenta devolverse y, mientras gira, un cúmulo de sentencias lo
derriban. Se levanta molesto y decidido, toma como referencia mi avidez al borde
de ese precipicio que nos separa, convierte su puño en mano, brinca afuera y se
transforma en gota de agua cuando te escucho, diciéndome que regresas.
El talón
Qué más podrías, hija de Aquiles, que cantar
entre las pulsaciones de tu atrapado corazón, que rogar por que el veneno se
riegue entre el bamboleo de mimos y el desfile de vidrios triturados que
presientes. Herida estás, de muerte, entregada a que los ríos de savia te
desborden en la intoxicación por sobredosis de cobalto, febril esperas que se
extienda en tu paisaje aquella pócima que en certera puntería te ha irrigado
la saeta enviada. Goza y cántale al oportuno festín de los perniles, que de un
solo bocado te ha tragado. De nada vale retirar el dardo que encontró tu débil
punto, déjalo volver allí las veces que prefiera; pide que lo lance otra vez,
ruega por que encuentre de nuevo esa nota que a vibrar te manda. Clave de sol,
que entre acordes te convierte en Mesalina, entrégate toda, déjate pulsar,
abre el compás de tus piernas que te convierte en melodía.
Viajera
El Sol de media noche alumbra para ti, empeñada en
mirar el termómetro que marca la ausencia; sólo el frío te arropa desde
lejos. El olor a bacalao seca tu boca, que intentas endulzar, escuchando a
Edward Greig; te recuestas ingenua en el recuerdo de aquel barco que ya zarpa,
ves girar allí tus distintas posiciones de ánimo y fatigada, apartas la mirada
de ese elixir. Aún no es tiempo de regresar, atrapada en medio de las gargantas
labradas entre las rocas, gimes la última vocal queriendo salir de ese
laberinto vertebrado.
La Aurora boreal se te sube a la cabeza, las
tristezas y el aire entran fatigados haciendo esquí entre tus grietas, sueñas
el retorno y pretendes ser pluma de águila ártica y regresar al tibio nido.
Las miríadas de mosquitos te despiertan, un Troll roba tus huevos y una gota
salada se abre paso hasta tu boca, la bebes y reanudas la lectura de los
petroglifos llegados de la distancia.
Tu jersey, de pura lana de alce y hecho a mano,
contiene el trepidar de tus fibras que añoran volver a donde surgieron, es el
dolor más septentrional del mundo, una separación cubierta de musgo, un
reclamo es cada célula pidiendo que retornes. Posas entonces tu silencio en el
hombre que te mima, le perdonas que sea semilla de esa tierra que te tiene
prisionera. Le prodigas tu cadencia en clave de mi contenida, lo haces vibrar
con una nota si a la deriva, mientras lo consuelas dejando que sea intérprete
de tu instrumento afligido. Te pregunta de tus planes y le ocultas que acaricias
la idea de volver, que tus oídos reclaman los susurros de tu patria. Todo es
tristeza en ti, dulce Vikinga estacionada.
Pantagruélica esperanza
La curiosa Luna ya no observa tras las cortinas la
amalgama de engranajes chirriantes. El óxido de la costumbre los ha dejado
obsoletos y los vanos intentos de preámbulo sólo liberan un graznido
fastidiado que se pega a los alaridos de las paredes. El lugar permanece ileso a
los pesares que nos aplastaron, solamente la confusión escapa dando bofetones a
las aguas de la inundación pasada. Un mortecino espejo plasma sobre la cama los
delirios allí abandonados. Las tinieblas afilan su garganta para celebrar el
olvido, pero la ternura con su aliento ofrece un boca a boca al agonizante
idilio. La promesa de un nuevo manantial se despliega como escarcha, el barro
agrietado comienza a humedecerse, las puertas y ventanas de la reseca cáscara
anuncian nuevo oleaje. A manera de una lluvia al revés gotea la esperanza. Mas,
¡ay!, grande es la angustia y el desencanto, cuando al ir a tomar de aquella
espléndida alfaguara, sorbo el licor salado de mis lágrimas.