Letras
El íncubo
(Cartas encontradas en un entierro en las cercanías de la Hacienda “La Vaguada”)
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San Fernando de Apure, 4 de marzo de 1859

He sentido la enfermedad salir con más frecuencia que nunca.

Desde adentro, ha salido últimamente con más vehemencia que antes, como si desde afuera una fuerza contingente pujara para sacarla. Adepta a la energía, adivino su magnetización por parte de otra energía, que como gancho punzante propone la oquedad de mi alma, que otrora anduviese llena de tal enfermedad. Acompañada ahora por una más grave enfermedad que la propia, me abandono ante su inefabilidad. La enfermedad halla ahora la vida en sí, prestando poca o ninguna importancia al ser. Soy, en este momento, como aquel viajero que carga invariablemente su valija, y de pronto, se da cuenta de que es la valija quien lo lleva a él.

El sentido de pertenencia desaparece, y con él, los apegos.

 

San Fernando de Apure, 15 de diciembre de 1859

¡Las bases de los pilares se han esfumado, y con ellas sus pisos y paredes!

Ya suelta y en plena libertad, la enfermedad ha comenzado a jugarme tretas, puedo sentir su energía maléfica alrededor. Desperdigada entre jirones racionales, suelo preguntarme por el origen nefasto de este ente, cuya fuerza revoluciona mi cuerpo y mi entendimiento. Parece tan mío como de otro, siendo entonces que me es imposible seguirle el rastro, y sin embargo ya casi puedo tocarlo, olerlo, besarlo.

 

San Fernando de Apure, 18 de junio de 1860

Incoherentes noches de insomnio se han sucedido. Fragmentos de mi adolescencia se encabritan ante mí para reclamar su pleno derecho al tormento. Como si yo les debiera algo, como si una justicia divina, venida de quién sabe dónde, solicitase la ventisca de mis ojos, cuyos párpados ya no son suficientes para sostenerlos. ¿Cuál es el camino? ¿Hay acaso alguna posición que deba tomar?

Vertiginosamente has tomado cuerpo y forma distinto al mío, pero aún cuento con mi libre albedrío. Por lo tanto la guerra que aquí se declara, es a muerte. O tú, o yo.

Te espero desde siempre...

 

San Fernando de Apure, 18 de julio de 1860

De niña, solía embelesarme en los espacios vacíos, ansiaba secretamente contactar con algo metafísicamente aprensible. Jugaba a que mágicamente ese algo aparecía, y entonces yo, virginalmente, pudorosamente, le hablaba, le tocaba, le besaba.

Te llamaba sin saberlo, constantemente te soñaba, tanto dormida como despierta. Inventaba —ahora lo recuerdo— rituales mágicos de danzas en sorda compenetración. Hoy he descubierto que siempre estuviste allí. Fuiste compañía innegable en mis primeros pasos por el mundo. Por ti me dejé guiar como encantada. Cada uno de mis logros ha sido, desde entonces, tributo y nada más.

Por entonces, crecí y prontamente olvidé las infantiles travesuras. El descubrimiento de mi cuerpo ya redondo, acreedor desvergonzado de fútiles querencias. La gozosa placidez dejó de lado la pretensión metafísica; y las esquirlas sociales beneplácitamente me envolvieron en humaredas de fugaces colores. ¡Con cuánto dolor lamo ahora mis heridas!

Aquella matizada noche, tras casi un mes de delirantes sueños, apareciste para recordarme de qué ando hecha por el mundo. Aquella cuando, por vez primera, vi en tus ojos la aparición inequívoca del reflejo. Corpórea figura de infantiles entrañas nacida; toda tú, figura y carisma, ondeabas la bandera del triunfo hecha sonrisas. Manos de angélicas líneas táctiles, acariciaste un sudoroso cuerpo mortal, mientras las tiemblas de mis piernas intentaban mover centímetros de piel. En una mezcla de quererme ir y querer meterme en tu rigidez. Un beso en florecidas sábanas envuelto, una palabra de lívido acento, un labio que gritaba, mientras otro lo acallaba dulcemente.

Tozudez mortal palidecí ante ti, y con certero toque estruendoso acercaste mi rostro al tuyo, para mostrarme en ellos el universo. “Soy tú”, me dijiste, y al suelo me eché a llorar al reconocerme. Con mirada piadosa quise abrazarte, pero te escapaste. ¿Sabes? Nunca me ha gustado el abrazo.

 

San Fernando de Apure, 13 de septiembre de 1860 (5-3)
** He decidido agregar, después de la fecha y día de escritura,
el número de carta y días de ayuno * *

¡Ojos llenos de desolación futura! ¡Eso es lo que eres! ¿Acaso la muerte? Pero, ¿quién soy yo para entretenerte?

 

San Fernando de Apure, 16 de octubre de 1860 (6-6)

Días sin comer. Me pregunto cómo sigo en pie. ¿Será un truco tuyo? ¿Será?

Me aferro a mi albedrío, y ya no me ganas. He dejado estas y otras más regadas por aquí. En algún rincón hacia el poniente. De modo que, cuando sea la hora, por la refracción solar, sea amellada la cuerda.

He dispuesto solícitamente mi trono, donde debo sentarme a no soñar más. No sé cuánto he de esperar, y sin embargo sé exactamente lo que voy a mirar, a pensar y a tocar. Mientras se dispara mi suerte, veré tus ojos frente a los míos. Hasta que se detone la incertidumbre, pensare en cómo me he enmohecido. Cuando el frío acero atraviese mi sien, cálida mi mano tocándome convexa, encontrará de nuevo mi piel.