He sentido la enfermedad salir con más frecuencia
que nunca.
Desde adentro, ha salido últimamente con más
vehemencia que antes, como si desde afuera una fuerza contingente pujara para
sacarla. Adepta a la energía, adivino su magnetización por parte de otra
energía, que como gancho punzante propone la oquedad de mi alma, que otrora
anduviese llena de tal enfermedad. Acompañada ahora por una más grave
enfermedad que la propia, me abandono ante su inefabilidad. La enfermedad halla
ahora la vida en sí, prestando poca o ninguna importancia al ser. Soy, en este
momento, como aquel viajero que carga invariablemente su valija, y de pronto, se
da cuenta de que es la valija quien lo lleva a él.
El sentido de pertenencia desaparece, y con él, los
apegos.
San Fernando de Apure, 15 de diciembre de 1859
¡Las bases de los pilares se han esfumado, y con
ellas sus pisos y paredes!
Ya suelta y en plena libertad, la enfermedad ha
comenzado a jugarme tretas, puedo sentir su energía maléfica alrededor.
Desperdigada entre jirones racionales, suelo preguntarme por el origen nefasto
de este ente, cuya fuerza revoluciona mi cuerpo y mi entendimiento. Parece tan
mío como de otro, siendo entonces que me es imposible seguirle el rastro, y sin
embargo ya casi puedo tocarlo, olerlo, besarlo.
San Fernando de Apure, 18 de junio de 1860
Incoherentes noches de insomnio se han sucedido.
Fragmentos de mi adolescencia se encabritan ante mí para reclamar su pleno
derecho al tormento. Como si yo les debiera algo, como si una justicia divina,
venida de quién sabe dónde, solicitase la ventisca de mis ojos, cuyos
párpados ya no son suficientes para sostenerlos. ¿Cuál es el camino? ¿Hay
acaso alguna posición que deba tomar?
Vertiginosamente has tomado cuerpo y forma distinto
al mío, pero aún cuento con mi libre albedrío. Por lo tanto la guerra que
aquí se declara, es a muerte. O tú, o yo.
Te espero desde siempre...
San Fernando de Apure, 18 de julio de 1860
De niña, solía embelesarme en los espacios
vacíos, ansiaba secretamente contactar con algo metafísicamente aprensible.
Jugaba a que mágicamente ese algo aparecía, y entonces yo, virginalmente,
pudorosamente, le hablaba, le tocaba, le besaba.
Te llamaba sin saberlo, constantemente te soñaba,
tanto dormida como despierta. Inventaba —ahora lo recuerdo— rituales
mágicos de danzas en sorda compenetración. Hoy he descubierto que siempre
estuviste allí. Fuiste compañía innegable en mis primeros pasos por el mundo.
Por ti me dejé guiar como encantada. Cada uno de mis logros ha sido, desde
entonces, tributo y nada más.
Por entonces, crecí y prontamente olvidé las
infantiles travesuras. El descubrimiento de mi cuerpo ya redondo, acreedor
desvergonzado de fútiles querencias. La gozosa placidez dejó de lado la
pretensión metafísica; y las esquirlas sociales beneplácitamente me
envolvieron en humaredas de fugaces colores. ¡Con cuánto dolor lamo ahora mis
heridas!
Aquella matizada noche, tras casi un mes de
delirantes sueños, apareciste para recordarme de qué ando hecha por el mundo.
Aquella cuando, por vez primera, vi en tus ojos la aparición inequívoca del
reflejo. Corpórea figura de infantiles entrañas nacida; toda tú, figura y
carisma, ondeabas la bandera del triunfo hecha sonrisas. Manos de angélicas
líneas táctiles, acariciaste un sudoroso cuerpo mortal, mientras las tiemblas
de mis piernas intentaban mover centímetros de piel. En una mezcla de quererme
ir y querer meterme en tu rigidez. Un beso en florecidas sábanas envuelto, una
palabra de lívido acento, un labio que gritaba, mientras otro lo acallaba
dulcemente.
Tozudez mortal palidecí ante ti, y con certero
toque estruendoso acercaste mi rostro al tuyo, para mostrarme en ellos el
universo. “Soy tú”, me dijiste, y al suelo me eché a llorar al
reconocerme. Con mirada piadosa quise abrazarte, pero te escapaste. ¿Sabes?
Nunca me ha gustado el abrazo.
San Fernando de Apure, 13 de septiembre de
1860 (5-3)
** He decidido agregar, después de la fecha y día de escritura,
el número de carta y días de ayuno * *
¡Ojos llenos de desolación futura! ¡Eso es lo que
eres! ¿Acaso la muerte? Pero, ¿quién soy yo para entretenerte?
San Fernando de Apure, 16 de octubre de 1860
(6-6)
Días sin comer. Me pregunto cómo sigo en pie.
¿Será un truco tuyo? ¿Será?
Me aferro a mi albedrío, y ya no me ganas. He
dejado estas y otras más regadas por aquí. En algún rincón hacia el
poniente. De modo que, cuando sea la hora, por la refracción solar, sea
amellada la cuerda.
He dispuesto solícitamente mi trono, donde debo
sentarme a no soñar más. No sé cuánto he de esperar, y sin embargo sé
exactamente lo que voy a mirar, a pensar y a tocar. Mientras se dispara mi
suerte, veré tus ojos frente a los míos. Hasta que se detone la incertidumbre,
pensare en cómo me he enmohecido. Cuando el frío acero atraviese mi sien,
cálida mi mano tocándome convexa, encontrará de nuevo mi piel.