Artículos y reportajes
Marisela Norte:
la poeta voyeur del MTA
que recorre el mundo
Desde el este de Los Angeles a todas partes, sin vehículo y sin computador
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Es una primitiva urbana que no quiere aprender a manejar ni tiene computador ni correo electrónico, pero es la poeta del este de Los Angeles traducida al alemán y sus versos son parte del “Diario Interno” que hizo un grupo japonés sobre nuestra ciudad y sirven de trasfondo a la Trance Music que se baila en discotecas belgas (“L.A. donde una mujer es asesinada”). Elle y The Los Angeles Weekly publicaron poemas suyos que aparecen en una antología de Rolling Stone. Explica el fenómeno como uno de transmisión oral de tribu a tribu. “Alguien le dice a otro que me oiga o me lea”. Ella es todo oídos y ojos en ese autobús MTA que la transporta del este de Los Angeles al centro donde trabaja en el Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles (Moca). “Soy la que se asoma a mirar y escuchar”, dice en “Peeping-Tom Girl” (salon.com.audio), la voyeur sin conexión electrónica, leída y escuchada en América, Asia y Europa.

 

La voyeur del MTA

“Soy una chica mirona y en el asiento del autobús me han llevado, he pasado y he sido invadida por las vidas de ellas”, dice el poema. “Me convertí en la estudiante del asiento de atrás, con miedo a experimentar y las pestañas cargadas de rimel. Fui la muchachita metida en su vestido rosa de pantalla de lámpara, que escucha a sus padres discutir de un barrio a otro totalmente distinto. Y luego en ésa, en la otra, en la que mandaron al diablo con la bolsa del mandado, mujer de papel, corazón de cartón, con su tiara rota y demasiado colorete. Con una de ellas aprendí a soltar el humo del Marlboro como mujer fatal, mientras hablo de pasión (‘I am your puppet’), pañales y welfare. ¿Qué palabras había entre ‘Puppet’, ‘Passion’, ‘Pampers’? Y luego estaba Rosemary, que no sabía si estudiar bienes raíces o danza. Batiendo sus largas pestañas en la parada, estirando sus largas piernas en el autobús. En el bar, a veces algún hombre de pelo gris le paga la copa y le hace una promesa vaga. ‘Voy a cuidarte’, ‘voy a pagarte la mensualidad del carro’, ‘te llevo directo a tu casa’, ‘te voy a llevar a cenar’. Ahora soy una bella terrorista y mis ojos flirtean con el que me llevará a Europa por primera vez, hasta que el empujón de una pasajera me trae de vuelta. Soy una turista perdida en Los Angeles y maldigo su multitud”.

Sabe Marisela Norte que hay gente que sigue su obra desde hace muchos años, que ese público crece con ella, leyendo sus poemas, viendo el espacio de Los Angeles desde un autobús lleno de gentes de todas partes, donde hay que hacerse un espacio, rozarse y, quiera que no, conocerse sobrepasando las barreras de lengua, cultura, edades.

“No manejo. En el autobús 40 que tomo a diario para llegar al centro, la conversación cambia con el barrio, del coreano al chino. Hablo con los otros pasajeros en español o en inglés o a medias. A veces pienso que estoy dando vueltas y vueltas escribiendo siempre lo mismo, pero sigo interesada en lo que escribo”. Hoy, durante la entrevista en el Moca, un muchacho se le acercó: “Marisela Norte, mi mamá me llevó a verte en el año 92 en un sótano de Long Beach, no me acuerdo dónde”. Él toca en una banda de rock y le divierte la idea de reencontrarse con ella. Unos gemelos de la secundaria Roosevelt se le acercaron en el MTA porque vino a su clase hace cuatro años.

 

La primitiva urbana que pasea por un mundo digital

Hace 10 años se plantó ante mis estudiantes de español en Whittier College. Nos recitó poemas de la mujer que entra en La Clínica de la Mujer-Tu Clínica Familiar. Nadie le preguntó por el origen de su nombre.

—¿Sigue sin querer aprender a manejar? ¿Cómo puede un poeta no reclamar el espacio propio?

—El espacio va por niveles. Hay en Los Angeles una ciudad subterránea de inmigrantes indocumentados, como en los cuentos de [la mexicoamericana] Inés Arredondo, luego un río de gente que anda comprando y, si uno alza la vista, arriba las gárgolas mirándonos.

—¿En qué ha cambiado su vida?

—Casi nada. Hace 10 años comencé a trabajar en el museo, vendiendo los boletos de entrada. Hoy estoy a cargo de la membresía.

—Entonces, es una buena chamba para los poetas, esto de trabajar en museos.

—A mí me dieron tres días por semana y dos para quedarme en casa escribiendo. Pero escribo fuera de casa.

—¿A dónde va para escribir? Las escritoras suelen hablar de un espacio interno, íntimo, de tiempo condensado, como si el espacio externo no fuera suyo.

 

Los altares de Los Angeles

Marisela Norte tiene sitios sagrados. Algunos no le funcionan por más que sea poeta. Lleva a la gente a la cafetería Clifftons en la calle siete con la Broadway y los visitantes no se sienten impresionados. Sus papás la llevaban a ella y a su hermano por la autopista 5, pasando por el Goodrich Tire Building que ahora es la Citadel, al Museo de Historia Natural de Los Angeles. “Gratis y me hacía sentir lejos de Los Angeles”. Y del zigurat con palmeras, al mastodonte o el dinosaurio, a las chozas y loza de los indios, al jardín de rosas frente a la Universidad del Sur de California. Una tarde de domingo soleado y sin edad de Los Angeles. Pero está aquí.

—Su obra figura en The Geography of Home: California’s Poetry of Place. ¿Qué es L.A. como espacio? ¿puede darme una anécdota muy personal?

—Una tía soltera tenía un Mustang convertible y nos llevaba a los sobrinos, cinco niños, al Calvary Cementery de East L.A., al Mausoleo, y nos poníamos a jugar. Nos hacía sentar junto a una... ¿cómo se dice? ¿toombstone? Escogía una lápida y nos contaba un cuento sobre, por ejemplo, el hombre que se fue a la guerra y no volvió. Imaginaba una vida entera. Ella decía: “Miren esa estatua allí de una mujer que llora apoyando la cara en una mano. En la otra tiene una carta y es del gobierno; su esposo ya no va a volver”.

—¿Tiene objetos a los que esté apegada?

—Los recuerdos son mis objetos. Tengo remordimientos.

—Los amigos la ayudan a no sentirse culpable cuando deja de escribir. Lleva 30 años con los mismos, de su secundaria. Teresa, su mejor amiga, es activista, “mi CNN”. ¿Es usted activista también?

—Soy activista porque llevo cuenta.

—¿Y como la pongo, de poeta o de escritora, o de mujer a la que le gusta escribir?

—Escritora; el nombre de “poeta” se lo tienen que dar a uno. El escritor refleja la realidad. Hace 17 años escribía una obra de teatro sobre un restaurante y ahora trabajo en uno el domingo y termino mi guión.

 

“En animación suspendida, como una obra de arte”

—Para escribir críticamente en Estados Unidos, ¿no hay que sentirse alienado?

—Sí la siento [la alienación] y a veces no quiero escribir lo que veo. Una niñita en el autobús con una playera que dice “sexy” y la mamá ni se da cuenta de que los hombres la miran. Uno parado en una esquina de la Broadway con un espejo, mirándose y riéndose solo.

—¿No quiere dejar de contemplar a ese tipo de humanidad dolorosa?

—No; me hacen falta. Trabajo en un rascacielos sin ventanas y cuando bajo veo al típico abogado con el capuccino de Starbucks en la mano.

—En las nubes pero con los pies en la tierra. ¿Se atreve a darme una frase lapidaria?

—Necesitamos vivir en un estado de animación suspendida, como una obra de arte, en un estado de encantamiento. Tenemos que triunfar en un amor tan grande, que vivamos fuera del tiempo, desapegados.

—Eso aparece en un portal electrónico (www.tropicodenopal.com). ¿Cómo conciliar el desapego y el amor? ¿Qué tipo de hombres le atraen más?

—[ríe] Los escritores judíos.

—¿Es su vida una serie de coincidencias, de pasar de boca en boca? ¿Cómo fue lo de la traducción al alemán? ¿Lo del CD japonés que oyen en Bélgica?

—El libro, que salió por la universidad de Bamberg, incluyó traducción de “976 Loca” al alemán. De ahí grabé un CD para un grupo de japoneses que querían una experiencia de lo que es L.A. por dentro, un “diario interno”, a través de 12 poetas locales. Y me metieron a mí y la vendieron a Trance Music de Bélgica donde bailan la versión en inglés de mi “L.A. where a woman is murdered”.

—Los Angeles, donde matan a una mujer, y se entretienen los japoneses o los belgas. ¿No hay plan en su vida, sólo destino?

—Hay plan. Pero en lápiz, como en bosquejo.

“Suspendida, como una obra de arte, en un estado de encantamiento”, dice el portal electrónico. Marisela Norte queda en el umbral del museo, frente a la calle donde pasa el MTA de East L.A.