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Es difícil decir algo que valga la pena sobre
Roberto Arlt que no haya dicho Onetti en su inmejorable y sincero prólogo a El
juguete rabioso,1 modesta y poética novela que sobrevive a las
modas editoriales. Al menos me queda la simple satisfacción de comentarla,
siguiendo sus caminos de fracasos aleccionadores, frustraciones insuperables,
dilemas éticos y poesía de arrabales.
Silvio Astier es el héroe adolescente, iniciado por
un viejo zapatero andaluz en los deleites y afanes de la literatura
bandoleresca, que sirvió a Roberto Arlt para expresar su oscura y lúcida
alma argentina. Sueña Silvio con ser bandido y estrangular corregidores
libidinosos, enderezar entuertos, proteger viudas y ser amado por singulares
doncellas. En esa admiración por los malevos bondadosos se encompincha con
Enrique Irzubeta, en cuyo elogio puede decirse que un bronce era más
susceptible de vergüenza que su fino rostro, y fundan orgullosamente un
club de ladrones (más bien de rateros, diríamos los venezolanos) al cual
incorporan, pocas semanas después, cierto Lucio, un majadero pequeño de
cuerpo y lívido de tanto masturbarse, todo esto junto a una cara tan de
sinvergüenza que movía a risa cuando se le miraba. Adolescentes, al fin y
al cabo, le dan a sus raterías y a su club una solemnidad acorde con sus
cabezas soñadoras, y en el Diario de Sesiones del susodicho club anotan
con toda seriedad que el Club debe contar con una biblioteca de obras
científicas para que sus cofrades puedan robar y matar de acuerdo a los más
modernos procedimientos industriales. El Diario de Sesiones abunda en
propuestas similares, que combinan peculiares experimentos científicos
destinados a convertirlos en mejores e ilustrados delincuentes. Gozan los tres
ladrones el dinero robado, gozan su impunidad ante la gente que ignora sus
hazañas secretas y gozan imaginando los ojos con que los mirarían las
doncellas si supieran que ellos son ladrones. Sienten que abochornan el peligro
a bofetadas y les engrandece el alma el regocijo de quebrantar la ley y entrar
sonriendo en el pecado. Pero Silvio Astier, en su pobreza que lo aprieta y
entristece, va creciendo con el peso de su propia inutilidad y su destino lo
acecha a cada paso, un destino que no empaña sus ojos y no apoca su corazón. Y
culmina su primera etapa delictiva con el robo a una biblioteca que fuerza la
suspensión de las heroicas actividades del Club de los Caballeros de la Media
Noche y, además, Silvio y su familia se mudan a otro barrio por el eterno
cuento de que el dueño de la casa les aumentó el alquiler, que como buenos
pobres no podían pagar.
Signado para estar cerca de los libros, entra Silvio
Astier a trabajar en la casa de compra y venta de libros usados de don Gaetano,
cuyo local era más largo y tenebroso que el antro de Trofonio. Ese
desventurado oficio revuelve las reflexiones de Silvio sobre su vida, sobre su
amargo destino de inutilidad y pobreza:
¡Oh, ironía!, ¡y yo era el que había soñado
en ser un bandido grande como Rocambole y un poeta genial como Baudelaire!
La soledad de Silvio se vuelve arrolladora y
desespera por amor, o más bien por amar y ser amado, y en sus pensamientos se
mezclan anhelos y amores puros (algunas veces, en la noche, hay rostros de
doncellas que hieren con espada de dulzura o que dejan en los huesos
ansiedad de amor) y el puro deseo de la carne por encontrar el goce y
confiesa que alargaba un brazo hacia mi pobre carne; hostigándola, la dejaba
acercarse al deleite. En el colmo de su soledad ansiosa y con el deseo
quemándole el corazón y la piel, todo su cuerpo de hombre clama:
¡Y yo, yo, Señor, no tendré nunca una querida
tan linda como esa querida que lucen los cromos de los libros viciosos!
Algo de cultivada compasión por sí mismo hay en
Silvio Astier; llega a abundar en las páginas de El juguete rabioso,
pero a la par de reclamos firmes contra la distante y exclusiva riqueza material
de pocos. Al mismo tiempo que la calle y el dolor son para él escuelas que
apuntan en un mismo sentido. Algo de ello intuye Silvio Astier cuando declara
que su alma es baldía y fea como una rodilla desnuda, y busca entre las
miserias de las calles y de las vidas turbias con las cuales les toca compartir
sus días y seguir su viaje. Sobrevive el adolescente soñador, sobrevive con
sus pugnas entre el bien y el mal, enfrenta sus demonios y mira más hondo y ese
otro Silvio que puja por salir, a pesar de las dificultades cotidianas y de los
sombríos parajes por donde avanza, habla con la fuerza poética que pocas voces
alcanzan:
Busco un poema que no encuentro, el poema de un
cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil
bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores.
Las penas de Silvio Astier, necesarias en su vida,
de esa vida que durante nueve meses había nutrido con pena un vientre de
mujer, las siente necesarias con todos los ultrajes, todas las humillaciones
y todas las angustias. Y de pronto esa misma vida se encuentra consigo misma, se
complace en ser vivida y con la voz adolescente de Silvio Astier habla el poeta
Roberto Arlt (de un gran y extraño artista, asegura Onetti y estoy
absolutamente de acuerdo con él):
Vida, Vida, qué linda sos, Vida... ¡ah! ¿pero
vos no sabés?, yo soy el muchacho... el dependiente... sí, de don
Gaetano... y sin embargo yo amo a todas las cosas más hermosas de la
Tierra...
2
Silvio Astier, como Álvaro De Campos, lleva en sí
todos los sueños del mundo: se imagina ante un congreso de ingenieros
exponiendo que las corrientes electromagnéticas que genera el sol pueden ser
condensadas y utilizadas; se le afirma la convicción de que puede ser ingeniero
como Edison, general como Napoleón, poeta como Baudelaire, demonio como
Rocambole; pero esas desmedidas esperanzas, ese optimismo desbordado, chocan con
la realidad de su vida y se ve en un futuro lamentable con ropas sucias, zapatos
desgastados que apenas cubren sus pies callosos y con juanetes, tocando de
puerta en puerta pidiendo trabajo. Silvio Astier verifica la dureza de la vida,
la ominosidad de la pobreza; se niega a resignarse a la vida penuriosa que
sobrellevan naturalmente la mayoría de los hombres: comienza a saber que su
vida es poca cosa, una moneda sin valor en el mercado de las ambiciones y en el
dominio de los prejuicios. Fracasa en la milicia, a la que llega convencido de
que su ingenio científico le abrirá puertas y le granjeará galones y
condecoraciones; fracasa su juguete rabioso, destinado a destruir mayor cantidad
de hombres, porque va en contra de todos los principios de la balística;
deambula nuevamente Silvio Astier, se aguzan sus sentidos, le emocionan las
canciones infantiles que oye de paso en las calles, siente que el tiempo
transcurre con paso de animal herido de muerte, siente el dolor de la especie, a
pesar de que se aferra a felices imaginaciones egocéntricas y envidia los
cadáveres en torno a los cuales sollozan mujeres hermosas. Sin embargo, en su
deambular, Silvio Astier percibe el mundo y sus detalles con intensidad, su vida
se liga a todo y todo se liga a su vida, aun las apariencias más dolorosas de
la realidad humana. Y cuando hace de vendedor de papel (y digo hace porque
descubre que en la vida es inevitable actuar), pese a todas sus vocaciones
arruinadas, expone con eficiencia una especie de filosofía esencial del
vendedor, el gran oficio de nuestro tiempo:
Para vender hay que empaparse de una sutilidad
“mercurial”, escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con
circunspección, conversando lo que no se piensa ni se cree, entusiasmarse
con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por
lo que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso,
agradecer con donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por
aludido al escuchar una grosería, y sufrir, sufrir pacientemente el tiempo,
los semblantes agrios o malhumorados, las respuestas rudas e irritantes,
sufrir para poder ganar algunos centavos, porque “así es la vida”.
3
El bajo mundo seduce a Silvio Astier, el bajo mundo
lo persigue; no en vano admira a Rocambole. El Rengo encarna ese bajo mundo, un
pícaro afabilísimo, del cual se podía esperar cualquier favor y también
alguna trastada; el Rengo es para Silvio Astier la única posibilidad de
cambiar su destino: necesariamente llega a su vida para que pueda abandonar y
trascender su agrio mundo de arrabales bonaerenses. El Rengo le parece, al
principio, cuando le confía su plan de robar la casa del ingeniero Arsenio
Vitri, el ángel que lo ayudará a romper el círculo infernal de trabajar para
comer y comer para trabajar. Pero el espíritu de Silvio Astier es demasiado
inquieto, por naturaleza propenso a conocer las profundidades del corazón
humano; su espíritu no se confía a las seguridades cotidianas, a las
banalidades y certezas que conforman la vida de la mayoría de los seres
humanos; el espíritu de Silvio Astier no se conforma con ser el de un
ladronzuelo arrogante y satisfecho de sus hazañas mediocres, y por eso debe,
porque es su destino, ir más allá del mero protagonismo de las páginas rojas
de los periódicos.
De pronto una idea sutil se bifurcó en mi
espíritu, yo la sentí avanzar en la entraña cálida, era fría como un
hilo de agua y me tocó el corazón.
—¿Y si lo delatara?
Desde ese momento, literalmente crucial, Judas
Iscariote se convierte en su ídolo, exclama que puede ser hermoso como él y
que la angustia abrirá sus ojos a grandes horizontes espirituales. Desde ese
momento los razonamientos de Silvio Astier recorren caminos poco usuales en la
literatura y poco aceptados en la vida y costumbres de las apariencias humanas.
No es pura justificación de un espíritu bajo e inmundo cuando le dice al
ingeniero Arsenio Vitri que hay momentos en nuestra vida en que tenemos
necesidad de ser canallas, de ensuciarnos hasta adentro, de hacer alguna
infamia, yo qué sé... de destrozar la vida de un hombre... y después de hecho
eso podremos volver a caminar tranquilos. Esa afirmación, ese
reconocimiento de la bajeza de su proceder, de esa repugnante delación, alberga
el rarísimo contraste con una inmensa devoción por la vida y la confirmación
de la necesaria existencia del lado oscuro del mundo, de nuestro corazón, de la
Historia: ¿acaso no fue Judas Iscariote un traidor necesario para que el
mensaje de Jesús perdure?
La traición de Silvio Astier lleva aparejada la
alegría de vivir y es el comienzo de su vida, no de otra vida. De ahí en
adelante sí es Silvio Astier, hacia el horizonte infinito del final de una
novela, de lo que los lectores podemos conjeturar sobre lo que será su futuro
al término de El juguete rabioso. Se pudrirá el Rengo en la cárcel sin
comprender jamás que ser traicionado era indispensable para que Silvio Astier
llegara a ser él mismo, aunque esa traición parezca una mancha imborrable y
deshonrosa. Y el diálogo final de El juguete rabioso, entre Silvio
Astier y Arsenio Vitri, es de los más reveladores y significativos de la
literatura latinoamericana (o de todas las literaturas): sencillo, cargado de
honradez e inusual franqueza, y por momentos más parece himno que
conversación. A donde llega el muchacho traidor es a esa frontera que a veces
me parece perdida para la literatura en boga, para las polémicas entre
intelectuales, y quizás el aludirla es hoy la mayor (o auténtica) subversión.
Yo no estoy loco. Hay una verdad, sí... y es
que yo sé que siempre la vida va a ser extraordinariamente linda para mí.
No sé si la gente sentirá la fuerza de la vida como la siento yo, pero en
mí hay una alegría, una especie de inconsciencia llena de alegría.
Silvio Astier ya no es el joven soñador que envidia
hazañas ajenas; es el joven que sabe que el dolor y el canto conviven en
nuestro corazón, él lo ha descubierto entre los tropiezos de su aventura
vital:
Todo me sorprende. A veces tengo la sensación
de que hace una hora que he venido a la tierra y que todo es nuevo,
flamante, hermoso.
Encuentra su religiosidad, define su religión:
Yo creo que Dios es la alegría de vivir.
Y antes ha confesado a Arsenio Vitri, quien lo ve
como un monstruo que sólo justifica su inmoralidad, su vocación de Judas:
Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta
enorme fuerza que está en mí.
A esa misma fuerza, que pueblan el Canto a mí
mismo de Whitman y los Himnos de Hölderlin, por ejemplo, de la que
se siente contagiado el ingeniero Arsenio Vitri cuando Silvio Astier se la
revela con palabras intensas, se refirió Stevenson en términos joviales y
certeros que vale la pena recordar:
“Encontrar un hombre feliz o una mujer feliz
es mejor que encontrarnos con un billete de cinco libras. Él o ella son
focos que irradian buenos sentimientos; y cuando entran a un salón, sucede
algo así como si se hubiera encendido una vela de más. No nos importa si
pueden o no demostrar la proposición cuarenta y siete; hacen algo más que
eso: demuestran, prácticamente, el gran teorema de lo Vivible que es la
Vida”.2
Y para alcanzar esa alegría de vivir que lleva a
Silvio Astier a proclamar que a veces siente que su alma es del tamaño de la
iglesia de Flores, debió recorrer palmo a palmo los vericuetos que habitan sus
demonios y en cuyas anfractuosidades vegetan las más bajas pasiones humanas. Es
un traidor, pero no reniega de sí mismo ni se excusa lastimeramente ni con
cinismo, porque sabe a dónde va: geográficamente hacia el sur, a Comodoro,
donde promete conseguirle trabajo Arsenio Vitri; vitalmente hacia ninguna parte,
pero lleno de vida ahora, con la única certeza de estar vivo y como
protagonista consciente de su epopeya solitaria, con la voz, el asombro y el
duro destino que le infundió ese poeta que fue Roberto Arlt, que no pocos han
querido descalificar, tildándolo de epígono latinoamericano de Dostoievski.
Notas
-
Roberto Arlt, El juguete rabioso, Editorial Bruguera,
1ª edición, Barcelona, 1979.
-
Stevenson, Robert Louis, “Apología del ocio”, Juego de
niños y otros ensayos, Editorial Norma, Bogotá, 1990.