Letras
Tres poemas
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Responsorio

A Estela Guedes con afecto y admiración

Alma olvidada, pliegue donde se oculta
el sangriento rastro de Minos, ay de ti,
frente al fulmíneo rayo del espíritu
que sólo lava deja tras de sí, tú, ánima
sin morada, extraviada y errante, sola
en la espera de la tríada del imposible
origen, sólo esperar puedes. Aguardar
como se espera con los oídos puestos
sobre la mansa tierra, con el corazón
hundido en las tinieblas de un aura
donde juegan las luces y las sombras,
sola con los ojos puestos en los lejanos
astros y en perdidos senderos. Ay de ti,
alma, aliento vivo de la sangre de la
memoria, y eso es todo para ti, vestal
pequeña como los mortales pasos del
mortal en el infinito círculo del Universo.
mas el guardián vela tras la cerrada puerta
entreabierta, pero velada para ti, hoy,
alma mía viajera. Así la dolorosa mano en
voladura, que inerte yace ahora sobre
el sepulcro pálido de una aurora perdida,
y de los Dioses áureos que nos dieron el habla.

 

La querella

Silencio y soledad
pez untado en mi boca,
proferido destino
que no abandona el habla.
Habla por mi desierto
donde ninguna huella
existe: di el vacío del
mundo, del alma su querella.
Contra todas las cruces
aún se alza el velamen
que levanté en las horas
de un claro mediodía.
Si la noche se cierne
sobre mi cuerpo expuesto
al vértigo del tiempo,
si el pesar se desploma
sobre mis tristes ojos
y las cenizas vuelan
un postrer salomo abierto
a las luces del mundo
cantaré en alabanza
de una patria olvidada:
origen del origen
que siempre ha estado
ausente, sueño por el
que todo fue anunciado
sin serlo. Así surgen
las notas de mi rota
garganta, con la sangre
vertida y el sacrificio
a cuestas: A pesar
de lo que Habla
sin callar ni el silencio,
seguiré hablando
en sueños cuando
trigo y guadaña
hablen el decir del olvido.

 

Canto para el Ocaso del Mundo

Mírenme ahora a los ojos, calmos lagos,
ciegos como los ojos del anciano y
solitario ex Rey en Colona, mírenme así,
sin esperar, sin esperar ver el final ni el vuelo
de las aves, adentrándome
                              en la oscura caverna
de la que no salimos nunca, oh Prometeo,
nosotros, yo, raza de traidores
por los Dioses burlados
y los días, sustancia de inmortales:
así me veo ahora, en fútil conocimiento,
la cítara y la flecha no son más
inútiles prendas de quien va a perecer
como Paris en Troya, sintiendo
cómo se apaga la luz, la luz, con el
consentimiento de los Dioses,
inútil atavío, lujo de quienes ignoran su
destino. Volver, volver siempre al desierto
del cual partió el mortal,
jugando con alhucemas y con rosas,
pactando con sonrientes inmortales
que ahora, separados del hombre,
miran girar en el vacío el destino mortal:
guerras, violencias, depredaciones,
galeras convertidas en naves donde
se gestan monstruos más insidiosos
que las Parcas, hombres con lenguas
bífidas y de largas palabras
que ocultan el Ocaso que vio Edipo
hace siglos, antes de que todos
los soles se apagaran en ardentía
de Caos, como se apagan hoy,
en medio de solitarias muchedumbres
                              que ignoran
el fin de primaveras y de luces:
hombres pequeños que han descubierto
la duración efímera como el Poder
que afirma “seamos como Dioses”,
mientras la vejez se hace con las cosas
que el hombre crea para alcanzar
la Infinitud del tiempo: Así, yo, como
Edipo, abandonado por las luces
del cielo que iluminaran mi niñez,
de los caballos que Agamenón pusiera
a las puertas del oro, de rumorosas aguas,
y de flores, veo cómo el Tirano Egisto
impone el crimen y sin posada ya,
siento pasar los días,
sin lamentos ni lutos,
porque toda parodia se repite,
y en lo profundo de la caverna yace
el animal que espera otro animal de
muerte, dispuesto a dominarlo todo,
e ignorar que la burla del Dios y el
sacrosanto Búho, son apenas la risa
de máquinas de hierro,
que en el desierto moran, esperando
                              la muerte.