En el período contemporáneo, el punto de vista de Hume ha
sido revisado y elaborado con una crucial innovación: el control del
pensamiento es más importante para los gobernantes
libres y populares que para los estados despóticos y militares (...) se
requieren otros dispositivos para impedir que las masas ignorantes interfieran
en las cuestiones públicas que no son asunto suyo. (Chomsky, 2001:342).
Pensar la democracia en la actualidad, y más en
América Latina, pasa por analizarla de cara al desarrollo de las nuevas
tecnologías y el flujo de información que hoy están presentes en muchas
partes del mundo.
El desarrollo de una cada vez mayor cantidad de
canales de obtención de información así como el rol que los medios de
información han ido adquiriendo, producto de las innovaciones tecnológicas,
hacen que la legitimidad de cada uno de los gobiernos existentes estén regidos
más de la forma como se controlan los medios de comunicación que de la manera
de ejercer la políticas y acciones en el seno de cada uno de los gobiernos.
Gobiernos con fuerte carácter populista y
autoritario cobran condición de demócrata a través del empleo de las palabras
e imágenes transmitidas en los canales de televisión, noticiaros y diarios,
entre otros.
Casos que plasman esta situación tenemos en
cantidades alarmantes, a lo largo de la historia y en el presente, en el
contexto mundial. Imágenes de Saddam Hussein apoyado por el gobierno de Estados
Unidos a lo largo de la guerra de Irak con Irán, la guerra contra el terrorismo
librada unilateralmente por Estados Unidos, de la mano de Bush y de los temores
existentes en la sociedad norteamericana, son algunas de las que el mundo ha
recibido de las manos de los medios de comunicación y de la búsqueda en ellos
de la legitimación de personajes y acciones claramente descalificables pero al
final “democrática” de acuerdo al manejo de la información empleada para
su “análisis”.
En el caso de América Latina los ejemplos se
agolparían ante nosotros. El más reciente lo encontramos en Venezuela durante
el finalizado proceso de referéndum revocatorio puesto en marcha en este país.
A pesar de los “resultados” obtenidos, las distintas dudas o fraudes
esgrimidos por los partidos políticos de oposición (Coordinadora
Democrática), han visto cómo sus planteamientos y solicitudes de impugnación
se diluyen. Ello, gracias a la rápida y “convincente” campaña mediática
de los distintos medios de comunicación globales, los cuales han contribuido a
legitimar un proceso y, con él, un gobierno ante la opinión pública
internacional cuando en el seno del país la confusión, la desconcentración,
impotencia y la marcada bipolaridad en el país se acentúan a niveles
difíciles de visionar.
La democracia en tiempos de globalización está
guiada bajo los principios del paradigma tecno-económico de la sociedad de la
información, construida sobre la base de la plutarquía mediática conformada
por las principales corporaciones de telecomunicaciones e informáticas que
rigen y establecen las pautas de elaboración de los rangos, valores y juicios
existentes en la sociedad actual, al controlar los principales aspectos que
integran a ésta, en general, a través del control del flujo de la información
y de la omnipresencia que poseen actualmente ante las facilidades técnicas
brindadas en el presente, que rompen las concepciones de espacio/tiempo, así
como todo lo concerniente a los aspectos económicos, culturales, políticos,
por citar algunos.
En el caso que nos atañe en este artículo conviene
preguntarnos: ¿existe la democracia?, ¿vivimos en democracia?, ¿qué
entendemos por democracia en la actualidad?
Al igual que Alain Tourrien, en su libro titulado “¿Qué
es la democracia?” consideramos que:
La democracia no nace del Estado de derecho sino
del llamado a unos principios éticos —libertad, justicia— en nombre de
la mayoría sin poder y contra los intereses dominantes.
Hay dos maneras diferentes en que puede ser definida
la democracia, a saber: por su sustancia, es decir, por el conjunto de
elementos que la integran y que le dan forma conceptual a dicho sistema
político —derechos fundamentales, ciudadanía, representatividad—; y a
partir de sus procedimientos, por el conjunto de mecanismos
institucionales, sin los cuales no se pudiese llevar ésta —la libre elección
regular de los gobernantes, entre otros.
La democracia además se caracteriza por la
existencia en su seno de tres dimensiones, que actuarán de forma conflictiva,
ante la preponderancia de uno de ellos sobre los demás en la sociedad. Éstas
son:
la unidad de un conjunto político, el cual deberá tener un
grado de representatividad en la sociedad.
la garantía de los derechos fundamentales de los
individuos.
el fomentar que los individuos se sientan ciudadanos y
actúen activamente en la construcción de la vida colectiva.
La yuxtaposición de éstas no es una condición
directa para el establecimiento de dicho sistema, ya que esto no da cuenta del
principio central de poder y legitimación existente en el proceso de
interrelación de cada una; y, en segundo lugar, de la clara separación de los
dos mundos que la integran, a saber: el Estado y la Sociedad Civil.
En una sociedad que se aprecie en poseer este
sistema político no cabe la imagen de unanimidad y homogeneidad, sino la
pluralidad de actores políticos unidos a la autonomía y el papel que tendrán
en la democracia las relaciones sociales en ella. Por ello:
Una sociedad política que no reconoce esta
pluralidad de las relaciones y los actores sociales no puede ser
democrática, aun si, (...) el gobierno o el partido en el poder insisten en
la mayoría que los apoya y, por lo tanto, sobre ese sentido de interés
general. (Touriane, 2001:43)
La sociedad democrática se pensará a sí misma
como una comunidad diferenciada cuyos elementos que la integran se van a
mantener unidos mediante solidaridad orgánica, la cual hará más probable que
el conjunto de libertades, así como la disminución de las desigualdades,
combatan entre sí en vez de complementarse. Todo debido al conjunto de
intereses en juego en el seno de todas las sociedades por parte de grupos que
detentan el poder, los cuales harán lo posible para evitar los mecanismos que
opongan dichos intereses a partir del empleo de las instituciones y conjunto de
conceptos que forman parte de la democracia, los cuales posibilitarán el manejo
de las voluntades y libertades en una sociedad determinada.
En la actualidad nos encontramos con un aumento de
los puntos de tensión en la democracia ante el desarrollo de las nuevas
tecnologías de información y comunicación (NTIC), producto de la constante
exposición a los cambios y creación de matrices de información que nos
precondicionan o marcan los caminos por donde la democracia transita en el
presente.
Con los avances tecnológicos, pese a la primacía
del pensamiento técnico en ella, hay la presencia de un conjunto de elementos
teóricos intrínsecos en su seno. Enmarcados en el desarrollo de una utópica
filosofía tecnológica que dará las bases de la sociedad. Entre los
principales principios tenemos: primero, el beneficio de las telecomunicaciones
a la sociedad y la economía en todos los sentidos; segundo, la mejora de las
condiciones de producción social en el mundo; tercero, el aumento y acceso más
igualitario de información y conocimiento; y cuarto, las facilidades de cambio
social y mejoramiento de las condiciones de vida de todos los ciudadanos.
El dominio de dicho pensamiento en la opinión
pública y, ante la creciente tensión mundial en todos los ámbitos de la
sociedad producto de las NTIC, resulta importante valorar críticamente el grado
de riesgo en el que vivimos, así como el nivel de compromisos que iremos
teniendo con la ciencia y la tecnología, producto de la instauración de dicha
filosofía en el colectivo, la cual da las bases para un mayor rol de la razón
técnica versus la práctica1 y el cambio de paradigma —tecnociencia—,
en donde el conocimiento científico no se limita solo a la transformación
industrial del mundo, sino a la alteración de la naturaleza y de las
sociedades.
La “democracia actual”, está siendo atacada por
el culturalismo en el que se impulsa el respeto a las minorías hasta la
destrucción de la concepción de mayoría, así como por una reducción máxima
de las leyes, lo cual ha traído consigo la formación de un grupo, cada vez
más reducido de personas que detentan el poder y que ejercen presión a través
de éste a los distintos actores políticos, que los ven como los canales de
afianzamiento de los diferentes objetivos políticos propuestos o establecidos
por ellos como vitales para su legitimidad. La sociedad política ha ido
transformándose en un “mercado de transacciones vagamente reglamentada entre
comunidades encerradas en la obsesión de su identidad y su homogeneidad”
(Touraine, 2001:26), cada vez más acorde a la obtención de mayores beneficios
por parte del sector que ejerce el control de dichos avances tecnológicos, lo
cual les permitirá ampliar su campo de actuación a escala global.
Como bien destaca Pasquali, en su libro titulado Bienvenido
al Global Village:
Bajo el falso semblante de un pluralismo de
canales, transmisores, o de desregulaciones que crearon efímeras situaciones
plurales, el número de los grandes comunicadores y emisores no ha hecho más
que reducirse en los últimos decenios, aumentando correlativamente la masa de
mudos receptores. (Pasquali, 1998:21)
Todo lo aquí expuesto no da esperanzas nuevas para
considerar la democracia como algo real sino más bien utópico. La sociedad
actual, en nuestro caso la existente en América Latina, está siendo delineada,
y su legitimidad con ella, a través de la relación entre los políticos
(principales interesados de obtener espacios y canales de legitimación de sus
personas y acciones) y los actores del sector de las telecomunicaciones (que
sabiendo de sus recursos los negocian a conveniencia y con el intercambio de
nuevos horizontes de desarrollo económico a cambio de espacios de
revitalización político).
Hoy la democracia se ha transformado más en una
entelequia donde los principales actores, que detentan el poder en el mundo, nos
dirigen sus principios de legitimidad mientras nos acostumbramos a su
aceptación per se. Todo ello sin cuestionarnos, siquiera, de nuestro
cada vez mayor rol pasivo y la apropiación de los canales de participación
ciudadana que fortalecen lo que tanto se nos vende y lo que muchos de los que
nos lo afirman ni se lo creen.
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Notas
Se entiende como razón técnica
la que versa sobre el hacer, es decir, la que sólo puede ser aplicada a las
acciones productivas del hombre; y la razón práctica cuyo objeto es
el actuar o al conjunto de acciones cuyo fin es la obtención de la plenitud
de la persona o felicidad. Esta razón estará integrada por los distintos
saberes que forman parte de nuestra persona: política, ética, entre otros.
Este debate a estado presente a lo largo de la historia, en especial desde
los griegos, los cuales dan inicio a dicho debate, cada vez más presente en
el mundo contemporáneo.