Letras
Música para músicos (extractos)
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No hay certeza en la puesta de sol ni en la cuchara encima de la mesa.
Tal vez todo sea un mal sueño de los dioses,
o la pesadilla incierta de algún ser dando vueltas en la universal alegoría de una cama.


Suena el despertador.
Nunca me levanto. Nunca he bajado de esta cama.
A veces sueño
que voy a trabajar. Conozco gente.
Me siento en un bar contra la vidriera. Pido un café interminable.
El silencio está haciéndose bajo las mesas.
A veces también creo que alguien me está soñando y estira la mano
…y me apaga.


Un reloj que gira desacompasado
a tiempo o a destiempo
—qué difícil saber—
El pasado y el futuro no existen.
El presente es una taza de café interminable junto a una vidriera
apenas sostenida del mundo.
Todo es una construcción, una percepción.


Pessoa, sobre la estufa escribiendo Tabaquería.
Caeiro, bajo los árboles.
Yo, contra la vidriera.
Todos inexistentes
: una superstición de nuestros vecinos.


Observo una espiral de vapor que asciende hacia no sé dónde
y me doy cuenta que lo ignoramos casi todo.
Por eso quizás amamos y morimos... y matamos: por ignorancia.
Para saber cuándo se rompe el corazón; para conocer el punto de cocción, el estallido


Sueño con dioses, con perros, con naranjas.
Sueño con puentes.
Siempre soy yo mismo en todos los sueños.
Sueño de un axolotl abandonado en el tiempo.
El pequeño monstruo cierra los párpados y acontece mi vida.
Él duerme y yo me levanto.
Él sueña y salgo a trabajar.
Él tiene pesadillas y aquí, del otro lado, la sangre se agolpa en las tinieblas.
A veces tiene sueños felices. A veces tengo días felices.
A veces pienso que él desaparece y me hago cargo de todo.
Pero aún quedan tantas cosas por soñar: otros dioses, otros perros,
otras naranjas, parecidas a estas. Otros puentes.
A veces espero que perdure para siempre.


Pasa un instante y otro y otro y otro más
y en medio de todos ellos va quedando un intersticio que los separa/que nos separa.
Se puede vivir en la frontera de los instantes.
Tener otra vida. Otros hijos distintos a estos.
Se puede estar loco.
Se puede pasar debajo de cosas parecidas a carteles
y también se puede ser una cosa parecida a gente.


El tiempo pasa volcando la tinta de los sueños,
machucando las frutas de la boca.
Mi vida pasa como una urgencia.
Apenas si puedo mirarla como se mira la ventana ajena de un edificio.
El resto, lo que queda, es el rumiar de un batracio pegado al vidrio.
El ser que me está soñando rumia sus malos sueños.
Apoya la frente contra el vidrio y el pensamiento del mundo se disuelve
en el vapor de las peluquerías.
Yo sé que existe otra vida para mí.
Yo elijo ésa, la otra; allí es donde ocurre todo como una clarividencia,
donde mi pensamiento cuelga como cuelgan los balcones al trasmundo.
Allí es posible creer que la muerte no existe:
tan sólo el silencio del teléfono, del timbre de la puerta.
Pero después, en un descuido, sus patas chocan contra el vidrio
y toda la realidad se estremece.
Y entonces vuelvo a creer que no hay certezas;
no hay sabiduría última.
No hay certeza más necesaria que la muerte.


El otro lado de las cosas:
un absurdo
un descuido de Dios
un borde que molesta
una clarividencia de la salvación
una fuga del tiempo
un color que no quiere ser
una realidad brillante como un hueso
una realidad que va, que va siempre
...y no nos necesita.


Mi corazón gira desacompasado.
Hay un éxtasis profundo en su golpeteo sangriento.
Tengo un reloj que se espera a sí mismo. Absurdo y tranquilizador.
Y aquí uno se da cuenta cómo tranquiliza no saber,
no sospechar siquiera que existe el otro lado de las cosas.
El otro lado que no es debajo ni detrás, ni subiéndonos encima.
El otro lado de morirse no es nacer, es saber que se está muerto.


El tiempo es un líquido que nos recorre;
es una bruma de terciopelo sobre la lengua,
es una guerra, feroz,
son dos guerreros parados sobre un calendario en sangre
nuestra sangre, nuestros sueños,
es la diversión cósmica de un niño
es un collar de cuentas, un juego absurdo
somos la tierra, la poza, la piel seca de una serpiente, inauditos, desechables,
somos muchos, parecidos, iguales.
Necesarios.

El tiempo se juega en nosotros la cruel certeza de existirse.


Allí están, míralos bien, son los otros:
el espejo continuo.


Aquí están todas las voces rompiendo la oscuridad como luciérnagas.
Las voces que no me quisieron; todas las que no me quisieron.
Y todas las que yo no quise… o no pude.


Ya te has ido.
Seguramente no pisás la misma tierra
no comés de estas naranjas, ni soñás estas estrellas.
Con el tiempo te cambiará la sangre.
Yo mismo cambiaré en tus pensamientos.
Pensarás que nunca nada se rompía.
Y no era cierto.


Llevo esta mañana todo el peso de seguir jugando
y tanto muerto hoy
cayéndose del almanaque.


Los muertos acuden al aroma de los sueños.
Gimen su euforia de lino cuando llegan a tocar sobre las sienes;
crujen los huesos y un aliento a ceniza desborda por debajo de la puerta.

Ellos rondan esta casa como un ejército de perros.
Hacen señas
tienen frío
añoran la fiesta
el café de las mañanas
extrañan los gestos calientes
los adioses
las manos en la cara
cerrar un libro como se cierra una puerta;
juntar los labios en el Te Amo de las Lindes.

Los muertos, nuestros muertos, se escriben en mayúsculas.
Están allí, en el asombro del azúcar;
en el fino rastro de cal dentro de los muebles:
rastro de polvo, polvo de columna vertebral.

Sí, en las viejas agendas están todos los nombres como un holocausto.
Los teléfonos que no suenan
las ropas que ya no quedan chicas ni estiradas
las fotografías

los rostros tirantes que parecen felices
el rastro de cal
las ganas
el gesto de los brazos al cerrar sobre la espalda
las campanas
el vacío tubular
los pies en el barro, la lluvia cayendo, azul, finísima
el reflejo de las hojas de un árbol sobre el brillo de la tapa.

Nos levantamos con un soplo de harina en los pulmones
y la prisa nos empuja adelante, siempre adelante.
Mordemos furiosamente las manzanas
y miramos al sol y estornudamos
y creemos que la muerte no existe
…pero entonces una parte del universo llega a volcar sobre la puerta.


e s c r i b i r :

Hacer pequeños cortes en la hoja
esperar que la sangre llene las heridas
que mucho antes
otros, más certeros
dejaron hechas para siempre.


Pasar los dedos sobre el dibujo de la letra a
que desconoce
que el mundo se construye todas las mañanas a su alrededor.


Hacerlo bien o mal o hacerlo a medias
y todo para no dejar de respirar.


Pelear por las palabras
para nombrarte
para poder nombrarme
para decir que existo
—que soy distinto a un pedazo de madera—
Pelear.
Para poder nombrar las cosas
Pelear por la palabra Basta
por la palabra Luna
Pelear por la palabra Dios
para poder decirla
para que no quede en duda.
Pelear por la palabra Muerte
para poder negarla.