Periódicamente los suplementos culturales en Venezuela sacuden
el polvo que se cierne sobre el tema de la producción literaria y, de soslayo,
tocan el problema de la crítica literaria como un asunto de primer orden. ¿Es
estrictamente cierto que la crítica literaria venezolana acusa un síndrome de
agonía? ¿Se puede decir con propiedad que en Venezuela no existe crítica
literaria en la actualidad? ¿Goza de buena salud la narrativa que se escribe en
estos momentos en esta Tierra de Gracia? ¿Quiénes están escribiendo en la
actualidad una obra literaria sólida, rigurosa, consistente y con verdadera
vocación de trascendencia histórica?
A raíz de la última edición de la Bienal
Internacional de Literatura Mariano Picón Salas realizada en la ciudad de
Mérida, el escritor venezolano Roberto Echeto presentó una ponencia titulada “La
literatura venezolana no va detrás del camión de basura” que, si bien no
despertó mayor interés en los asistentes a la bienal, su publicación en el Papel
Literario del diario El Nacional logró concitar la atención de
importantes escritores venezolanos y, ya era hora, logró abrir las esclusas de
lo que promete ser un sano y enriquecedor debate sobre las perspectivas de la
literatura venezolana que se escribe en este primer quinquenio del siglo XXI.
Entre quienes han intervenido en el debate se encuentran el narrador y ensayista
Antonio López Ortega, el narrador venezolano, actualmente residenciado en
Salamanca, Juan Carlos Chirinos, el escritor y editor Leroy Gutiérrez, el
escritor marabino Milton
Quero. A juzgar por la seriedad de los planteamientos se pudiera advertir que
existe en el ánimo de los concurrentes al debate una intención auténtica por
examinar y diagnosticar el estado en que se encuentra la narrativa nacional de
este momento.
Ciertamente, tal parece que estamos ante un
despertar de la sensibilidad literaria en materia de narrativa: hay en estos
instantes en el país una excelente producción de cuentos y novelas que
difícilmente podía observarse hace tan siquiera una década atrás. Cuál es
el nivel de calidad de todo eso que se elabora desde el relato corto hasta la
narrativa de largo aliento, es materia para una discusión que puede costarnos
meses y hasta años de discusión pero que no podemos soslayar ni postergar para
otra ocasión. Por ejemplo, sé que en la Venezuela aguas abajo, adentro, en la
Venezuela profunda se está gestando un corpus narrativo de una envidiable
factura. Por los lados de Puerto Ordaz, en el estado Bolívar, hay un escritor,
Francisco Arévalo, que se ha atrevido a romper ciertos moldes y ha colocado en
el escenario de nuestro panorama narrativo un trabajo que la crítica literaria
no ha tomado en cuenta tal vez por su deliberada ceguera.
Arévalo es poeta con una poética recogida en
varios libros. No le conozco trayectoria ensayística pero apuesto por la
calidad de su vena narrativa y vislumbro un futuro provisor para él si
continúa por el sendero que ha elegido. En Cumaná, estado Sucre, es narrador
magnífico Rubi Guerra, se ha destacado de una manera descollante entre los
escritores de su generación; pertenece a ese grupo de escritores entre los que
merece la pena destacar a Juan Carlos Méndez Guédez, Slawko Supcik, Israel
Centeno. Rubi Guerra comenzó publicando cuentos en la mítica revista Trizas
de Papel, de la Casa Ramos Sucre, y aunque sigue cultivando el género del
cuento su aliento narrativo ha alcanzado un tempo narrativo que ya lo convierte
en todo un novelista de primer orden. Teresa Coraspe, poeta de insoslayable
importancia, exhibe una poesía que la crítica literaria aún no ha sabido
ponderar. Quienes hacer crítica en Venezuela van a sentir vergüenza de no
haberla descubierto a tiempo. Es imposible no voltear la mirada crítica sobre
la incisiva y argumentativa vena ensayística de Carlos Yusti. Aparte de su
tenacidad para no dejar fenecer loables proyectos literarios se puede considerar
como uno de los ensayistas heterodoxos e irreverentes que ha dado el oriente
venezolano en los últimos cincuenta años.
Es cierto que los escritores menores de 40 años aun
no están en los catálogos de Alfadil, Alfaguara, Norma, Planeta; salvo una
pequeña veintena que proporcionalmente no es muy representativa de la legión
de escritores que escribe una obra para la posteridad. Es cierto que la mayoría
de los escritores venezolanos están editados en tirajes de exiguos 500
ejemplares que no llegan ni siquiera a las bibliotecas de sus municipios. Es
deplorable la situación de la condición editorial del escritor. Apenas recibe
100 libros gratis para que los obsequie entre sus amigos. No obstante ello no
hace merma en la tenaz capacidad creativa y de producción literaria que
caracteriza a nuestro escritor nacional. Paradójicamente, mientras más
adversas son las condiciones materiales con que el escritor se ve confrontado,
pareciera que escribiera más y mejor.
Lo mejor de nuestra literatura venezolana no se
está escribiendo en Caracas. Es en el interior del país donde se está
fraguando la literatura del futuro de esta nación. Y los críticos no han
reparado en ello.