Artículos y reportajes
Teresa CoraspeTeresa Coraspe,
La casa sin puertas
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El advenimiento de un libro de poesía a la turbulenta superficie del mundo de la vida siempre será motivo de regocijo y de entusiasta alegría; más aun si el libro es el resultado de las largas y profundas cavilaciones metafísicas y sabias reflexiones estéticas y literarias de una escritora de la talla de Teresa Coraspe (Soledad, estado Anzoátegui). Esta poeta de dilatada trayectoria ética e intelectual dentro del vasto panorama literario venezolano no necesita presentación, pues su creación poética ya alcanza cotas cimeras en la tradición cultural nacional de la última centuria. Allende los mares, fuera de nuestras fronteras, su nombre y su poesía brilla con rutilante refulgencia en revistas de indubitable prestigio al lado de luminarias de la poesía hispanoamericana actual. La escritora, autora del legendario poemario “Las fieras se dan golpes de pecho” (1975) se ha ganado dignamente un distinguido lugar en el competitivo ámbito de las letras continentales de América.

Finalizando este año 2004 lleno de desasosiegos y desconciertos, la escritora nos obsequia a sus fieles y consecuentes lectores, que no somos pocos, un libro extraordinario que a juzgar por sus aciertos estilísticos, sus aportes formales, su impecable tesitura lingüística y su innegable contribución al enriquecimiento del árbol genealógico de la poesía venezolana, está destinado a cerrar un ciclo en la poesía de esta magistral voz lírica del siglo XXI. Se trata de La casa sin puertas (Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Bolívar; diciembre 2004; primera edición; 85 págs.).

El título de este hermoso poemario de Coraspe nos remite a una impronta de raigambre heideggeriana cuando el filósofo de Ser y tiempo se refería al lenguaje como “la casa del ser”. Y ciertamente, este libro está poblado de referencias universales que nos hablan de la estatura ecuménica de la formación estética de nuestra escritora. Desde el más conspicuo exponente de la filosofía nihilista, el germano Friedrich Nietszche, hasta el más pesimista y melancólico poeta de la tradición itálica Giácomo Leopardi, pasando por Petrarca, Dante, Teócrito, constituyen referentes ineludibles que ejercen una fascinación en la sensibilidad y la cauda poético-filosófica de Teresa Coraspe. Leyendo la poesía de esta escritora siempre me asalta la misma interrogante: ¿de qué está hecho el espíritu de esta artista del verbo escrito que los grandes poetas y filósofos del planeta ejercen tanta influencia en su concepción del mundo? No hay dudas: un secreto hilo de semejanza y de filia emparienta a nuestra poeta con las voces más representativas y notables de la lírica universal. Teresa Coraspe pertenece a esa egregia estirpe de “chansioniers” de la palabra. No es elogio, es constatación. Y si lo fuere, tanto mejor, pues se lo merece y con creces. Particularmente me honra y enorgullece homenajear a una escritora venezolana que ya debería figurar en el Parnaso de la las letras patrias al lado, por ejemplo de Enriqueta Arvelo Larriva, la poetisa bariniteña. Y ahora al libro.

La casa sin puertas se conforma de acuerdo con lo que la preceptiva literaria denomina, en latín, un díptico. Para mí el libro está organizado en dos momentos de un solo continuum elocutivo. La primera parte, que la escritora llama “Poemas del olvido”, y una segunda parte denominada “La casa sin puertas”.

Este libro de Coraspe se me antoja más visionario que todos sus anteriores libros; es un texto más contemplativo, donde el poder visual de captación del sujeto creador se pone más de manifiesto en una forma también más visible, quiero decir más ostensible para el lector. El primer poema que inaugura el libro es asaz perturbador y está cifrado en clave de enigma. Veamos:

“Veo pasar esta larga caravana de soles muertos
por donde se bifurca mi sombra
no sabemos quién es el enterrador de ojos ciegos
que se lleva la noche cada vez más hondo
y nos quedamos mendigando la luz
para que no la devoren los perros”.

27.11.83

Se trata de un texto de difícil comprensión para el lector común y corriente; tal vez un poco hermético para quien no está acostumbrado a leer poesía con alto nivel de expresión metafórica. No obstante, si hacemos un ejercicio de lectura retrospectiva en la Obra abierta y siempre en crecimiento de la escritora, evidenciamos que su poesía hace mucho hincapié en la fusión léxica de términos aparentemente antagónicos e irreconciliables. Los grandes aportes de esta escritora están referidos a la elaboración de imágenes de impresionante eficacia verbal y tomando como materia prima la apariencial contradicción terminológica. Es un trabajo de paciente orfebrería lingüística que amerita muchísima lectura y una vocación sensitiva hacia la contemplación activa del mundo. Cada libro que Teresa Coraspe entrega a sus lectores es una verdadera fiesta del lenguaje, una jubilosa festividad del espíritu y este último libro no escapa a esa distinción.

Desde que conozco a esta singular escritora no he podido salir de mi asombro: jamás he podido comprender cómo esta poeta posee tanta información si apenas sale de su casa. Dedicada casi por entero al oficio de la poesía; sólo conozco un caso similar: el insigne poeta Gilberto Ríos, autor de ese maravilloso libro fundacional titulado Los Wendall; dulces parientes de la luz. Teresa Coraspe es dueña de un extraordinario cosmopolitismo y de una sólida y consistente riqueza intelectual que ha atesorado en el decurso de las últimas décadas a través de incansables lecturas, conversaciones con poetas y literatos que, igual a ella, también son trashumantes de las culturas del orbe.

La casa sin puertas es un manojo de excelsitudes sugerentes, los poemas nunca le hacen concesiones a la literalidad; siempre el lector encontrará un rodeo, un pequeño meandro, un río sinuoso pleno de insinuaciones y matices que hacen del poema una tierna invitación al erotismo, a compartir estados anímicos nada comunes en la naturaleza humana. Si hay algún texto impregnado de cinismo en este libro es producto del desacuerdo ontológico de la escritora con la estructura discursiva que legitima la arbitrariedad de los poderes instituidos en este mundo. A veces la voz de la poeta se sostiene en una orgullosa primera persona del singular; otras veces, se desdobla y adquiere visos de aparente neutralidad, pero nunca se oculta ni evade la responsabilidad del discurso elocutivo. Entre la expresividad crasa y llana y la elocuencia de una expresión que sacrifica el lugar común, ella prefiere éste último. La poesía de Teresa Coraspe habla el lenguaje de los pájaros. Acuesta la casa callada y silente en su cama y le habla despacio y en una lengua extraña que sólo ella es capaz de decodificar para transmitírnosla en forma de maravilla de lenguaje artístico.

Sabiendo de la inhipotecable naturaleza de sus convicciones y principios humanísticos, la escritora profiere:

“Me enfrento a la jauría
a los demonios que andan sueltos
jamás me inclino ante el soborno”.
4.8.88

Esta poesía de Coraspe trasciende los estrechos marcos del testimonialismo y de poesía conversacional. Su poesía huye del panfletarismo estéril que sólo sirve para arrear a las masas al matadero de la demagogia política. Pocas veces se ha visto en Venezuela una actitud poética tan consecuente y vertical en cuanto a los enunciados filosóficos de su “programa poético”. Tan sólo por eso merece nuestra devota reverencia y admiración intelectual. No se adocena ni adopta posturas genuflexas ante las miserias éticas de su tiempo. Su cosmovisión es heterodoxa y en consecuencia impugna el logocentrismo del poder; de la jauría, al decir de la escritora.

Esta poesía le otorga vida a lo inanimado; es una poesía que vivifica lo inerte. No hay dudas, es una escritura de la resurrección, en ella subyace una dialéctica de la trascendencia que reordena la relación del ser con los objetos que conforman la estructura del mundo. La potencia del estro lírico logra romper los nexos tradicionales de la enunciación poética. Coraspe instaura una nueva forma de decir lo decible en el poema.

El vacío, la soledad, el olvido, la tristeza y el desespero existencial le dictan a nuestra escritora eso que Bachelard denomina una “poética del espacio”. De todos los ejes temáticos que atraviesan la poética de Teresa Coraspe me quedo con su tristeza fisiológica, con su física melancolía, con su solipsista ensimismamiento frente al tinglado del mundo, obviamente sin desmedro de la suprema importancia que tienen otros temas que informan su poética. De cualquier forma me seduce hasta las lágrimas la casi infantil pretensión de la escritora de querer inventarse un mundo diferente, paralelo a la objetividad empírica del mundo sensible-apodíctico que nos rodea en nuestra cotidianidad, en nuestro diario vivir.