David Lodge1 identifica cómo J. D. Salinger logra que
su escritura parezca la voz de un adolescente en el libro El guardián entre
el centeno: repite mucho algunas palabras pues el uso de sinónimos requiere
pensar; utiliza muletillas y expresiones coloquiales, que coloca
estratégicamente; redacta con frases cortas, en donde a veces falta el verbo;
cuando se trata de oraciones yuxtapuestas y subordinadas, desordena la
estructura; utiliza la hipérbole, que es la exageración en las descripciones y
símiles; las frases están desordenadas:
“¡Sensible! ¿No te fastidia? El tal
Morrow tenía la sensibilidad de una tabla de retrete. La miré con
atención. No parecía tonta. A lo mejor hasta sabía qué clase de cabrón
tenía por hijo. Pero con eso de las madres nunca se sabe. Están todas un
poco locas. Aun así la de Morrow me gustaba. Estaba la mar de bien la
señora”.2
En la novela Una tarde con campanas, de Juan
Carlos Méndez Guédez,3 la narración se sostiene en el testimonio
de su protagonista principal, José Luis, un niño de pocos años que ha
emigrado desde un lugar no identificado de América del Sur hasta España, donde
se radica con su familia. La sintaxis, que determina la perspectiva narrativa,
recurre a la primera persona en tiempo pasado. El personaje principal otorga una
visión ingenua, propia del niño, del desarraigo y la inestabilidad de los
primeros tiempos de una emigración. Para lograr la caracterización, el autor
recurre a la técnica ya empleada por Salinger en El guardián entre el
centeno, con un añadido: un tono de voz salpicado del acento venezolano, de
donde Méndez Guédez es oriundo:
“Porque desperté un jueves, dijo
Augusto, desperté a hacer pipí y dentro de la poceta había un militar; me
monté en el ascensor y encontré un militar; salí a la calle y en cada
parada había un militar; y caminé todo el día y como no conseguí trabajo
después fui al cine y en la pantalla y en las sillas, vendiendo palomitas
de maíz y acomodando a la gente, apareció un militar (...)”.4
Este acento, a medida que avanza la narración,
evolucionará. Así, la voz del personaje será el signo de la evolución de
José Luis, pues su voz infantil poco a poco se impregna de los vocablos y
expresiones castizas, de manera sutil. En las primeras páginas el niño habla
con los modismos venezolanos, pero su lenguaje termina transformado,
enriquecido, con las palabras recién conocidas, las habituales de las calles de
Madrid. “Quise que se cargara de manera natural de la sintaxis española”,5
ha sostenido Méndez Guédez:
“Me dolía la barriga, pero fui al
baño y nada. Tanto que se me olvidó guardar mi guante, y en la noche
Agustina lo estaba mordiendo y tuve que darle una hostia, y luego mi mamá
me dio una hostia a mí (...)”.6
El primer párrafo citado de la novela, bien puede
plasmar la posición del autor con respecto a los cambios políticos que suceden
en su país natal. Como señala Bajtín,7 “a veces el autor
convierte a su personaje en el portavoz inmediato de sus propias ideas, según
su importancia teórica o ética (política, social), para convencer de su
veracidad o para difundirlas, pero éste ya no sería un principio de actitud
hacia el personaje que pudiese llamarse estéticamente creativo (...). La
conciencia del personaje, su modo de sentir y desear al mundo (su orientación
emocional y volitiva) están encerrados como por un anillo por la conciencia
abarcadora que posee el autor respecto a su personaje y su mundo”.
El trasfondo se resume en esta primera frase citada,
que ha sido dicha por el hermano mayor cuando le preguntan por qué emigró. Y
para no sólo contar, sino también mostrar, cuestión clave en la novela
contemporánea, el autor se sirve de una metáfora: en el barrio donde vivía la
familia desplazada, un militar llega para ofrecer trabajo: barrer las hojas
muertas. La gente hace montones con las hojas secas pero no hay bolsas donde
recogerlas. El militar reparte dinero en efectivo. En la noche se hace una
fiesta mientras las hojas, a la intemperie, se esparcen con la brisa. Al día
siguiente, vuelve el militar y paga otra vez por amontonarlas, otra vez sin que
haya bolsas para hacer productivo el trabajo. El autor contempla, de esta
manera, al personaje principal, el héroe, desde otro ángulo: “El autor sabe
y ve más no tan sólo en aquella dirección en que mira y ve el héroe, sino
también en otra que por principio es inaccesible al personaje; esta es la
postura que el autor debe tomar con respecto a su personaje”.8
II
Ahora bien, como “las obras literarias y su
interpretación pierden el carácter privilegiado que las constituía en fin
único de las investigaciones”,9 se hace necesario un estudio del
texto desde los basamentos de la teoría de los polisistemas, mas cuando se ha
logrado identificar, como sostiene Itamar Even-Zohar, que “las humanidades
todavía mantienen la creencia de que las explicaciones pueden cambiar, pero el
objeto de estudio permanece inamovible. Esto resulta especialmente evidente
cuando se estudian los productos y las actividades humanas que han alcanzado una
posición canonizada y, por consiguiente, son considerados indispensables por
parte de las fuerzas dominantes de una sociedad”.10 En resumen, se
estudia la “cultura como un sistema global”, donde confluyen varios
factores: 1) productor, que en el caso literario sería el autor; 2) consumidor,
que puede ser directo o indirecto pues en este sistema puede importar más la
función socio-cultural que el mismo texto; 3) producto, que comprende los
modelos de realidad que se alcanzan mediante la elaboración del texto; 4)
mercado, que es todo aquello involucrado con la compra venta del producto; 5)
institución, lo que se implica en mantener la influencia de la literatura,
incluso de una literatura específica, en el caso de los cánones; y 6)
repertorio, como conjunto de materiales que regulan la interpretación del
texto.
“La idea de repertorio sugiere no
sólo la noción sistémica (...), sino también la idea de participación
(...). El repertorio no sólo tiene que estar disponible, sino que también
su utilización debe ser legítima”.11
En el caso del autor de Una tarde con campanas,
Juan Carlos Méndez Guédez, se trata de un emigrante, al igual que los
personajes de su libro. Nació en 1967, en una ciudad de Venezuela,
Barquisimeto, y se trasladó en 1996 a España para cursar estudios en la
Universidad de Salamanca, donde se doctoró en literatura hispánica. Compartía
aula con los escritores mexicanos Ignacio Padilla y Jorge Volpi. En algún
momento se les llamó “el grupo de Salamanca”. Méndez ha desarrollado la
mayoría de su carrera literaria en España, e incluso aparece en una antología
del cuento español, Pequeñas resistencias (Editorial Páginas de
Espuma), que reúne a 30 autores.
El propio escritor ha afirmado: “Sintiéndome muy
venezolano no me importa tener dos patrias y me gustaría seguir incorporando
patrias a mi vida. La experiencia de ser extranjero me ha enriquecido
muchísimo. Los temas que desarrollo tienen una dualidad de realidades, la
venezolana y la española. El exilio y la inmigración. Empezar a ser otra
persona sin dejar de ser quien eras. Cambios en el hablar, las lecturas, las
vivencias antagónicas. Agregar mestizaje al mestizaje”.12
En el estudio que se hace de este libro, enfocado en
la voz del personaje principal, se encuentra, en este proceso migratorio
individual del autor, una puerta para entender el cambio de palabras dentro del
mismo idioma castellano, pues “la homegeneidad lingüística de las sociedades
es ante todo una idea (...). Lo que sí existe son las prácticas lingüísticas
colectivas, las canonizaciones lingüísticas, que además pueden llegar a ser
particularmente invasoras e influyentes”.13
El punto de partida será el vocabulario de
Venezuela. Aquí cabe considerar el repertorio: “Incluso en materias que se
suelen considerar creación de amplios grupos, como el lenguaje, la
construcción de un repertorio específico puede llevarnos hasta renombrados
individuos”.14 Uno de los escritores venezolanos más destacados en
el uso de la jerga callejera llevada a literatura es el caraqueño Francisco
Massiani, nacido en 1944. De sus escritos destacan dos compilaciones de relatos:
Las primeras hojas de la noche (1970) y El llanero solitario tiene la
cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975).
La influencia de Massiani en Méndez no se reduce a
las palabras, pues Massiani también exploró la mente adolescente e infantil
con sus escritos, entre los que destaca la novela de 1968, Piedra de mar.
“En la perspectiva romántica la creación significaba una acción libre de
toda ley y, por consiguiente, original y sin precedentes”, describe
Even-Zohar,15 cuestión superada hoy día, cuando ningún autor niega
las influencias a que ha sido sometido, no sólo literarias sino, incluso,
audiovisuales. Reconocerlas ayuda al proceso de crear un “sentido de sí mismo”
o una “identidad colectiva”.
En Una tarde con campanas, la mitología
popular venezolana, como la de La Llorona, se mezcla con las tradiciones
españolas, como la de San Isidro Labrador. Las creencias religiosas gallegas
con indígenas como la leyenda del Autana, el árbol de todos los frutos que
ahora es un tepui en medio de la selva amazónica. Entre líneas, Méndez
Guédez rinde homenaje a sus maestros. Ha explicado que este libro contiene
referencias de Un mundo para Julius del peruano Alfredo Bryce Echenique y
de Memorias de Altagracia del venezolano Salvador Garmendia. Toma
prestados personajes y lugares, sin llegar a aplicar la intertextualidad.
III
A pesar de que “el multilingüismo, el
multiculturalismo, la importación literaria y artística, la
internacionalización de la comunicación y de las literaturas constituyen
inevitablemente una amenaza para las Constituciones legislativas que regulan la
vida de la mayoría de las sociedades occidentales”,16 el libro de
Méndez fue reconocido por la institución, o parte de la institución,
literaria española, pues resultó finalista del Premio Fernando Quiñones,
patrocinado por la Fundación Unicaja.
No obstante, las instituciones venezolanas no han
actuado de la misma manera. Tal vez porque el país vive un intenso proceso de
politización en todas las instancias. El régimen de turno, presidido por Hugo
Chávez desde hace seis años, intenta crear un canon “revolucionario”, con
la promoción de escritores que no disientan de la línea política
gubernamental. “Cuando el régimen político se establece con posterioridad a
las tradiciones artísticas y literarias hay más posibilidades de que se
constituya una literatura en el exilio que es el síntoma de la esquizofrenia
entre la patria sociocultural y la patria literaria (y/o lingüística). En
definitiva, la no coincidencia de centros políticos y literarios da lugar a la
literatura en el exilio, bien sea porque la población ha emigrado a una nueva
sociedad, bien sea porque el poder político se haya instalado en un nuevo
espacio sociocultural, asociándose por la fuerza o mediante la persuasión a
una población ya establecida. La literatura en el exilio resulta así
generalmente de la mala sincronización (factor tiempo) o de la mala
colaboración (factor coherencia) entre literatura y sociedad. Estos desajustes
conducen a un tratamiento desequilibrado de ciertas actividades literarias en
comparación con otras, lo que provoca tarde o temprano un desequilibrio en el
prestigio y en la autonomía de los diferentes sistemas literarios”.17
Aunque José Balza, en una reciente entrevista,
afirmara que no cree que en el momento actual se produzca esta “literatura en
el exilio”, el cambio de acento que retrata Méndez Guédez en su novela bien
pudiera ser el reflejo de su propia adaptación al lenguaje que, para quien vive
del uso de las palabras, resulta más dramático. Sin embargo, no se puede
extrapolar la vivencia de su personaje José Luis para intentar entender su
exilio, ni viceversa, coincidiendo en este aspecto con Bajtín, que criticaba el
procedimiento más común para entender la simbiosis entre autor y héroe, que
consistía en “explicar una obra determinada mediante la biografía, y se
presentan como suficientes las justificaciones puramente fácticas, o sea las
simples coincidencias en los hechos de la vida del personaje con los del autor,
se realizan extracciones que pretenden tener algún sentido, mientras que la
totalidad del personaje y la del autor se desestiman de una manera absoluta”.18
Por lo tanto, Una tarde con campanas se ubica
en ese terreno mixto en que ubica José Lambert a la literatura en el exilio, a
la traducida y a las culturas en vías de descolonización.19 Tanto
la literatura en el exilio, como la que se comienza a producir en Venezuela bajo
el auspicio del nuevo grupo de poder podría “cambiar de orientación: en
lugar de permanecer fiel a sus orígenes, el escritor ambicioso se pondrá a
menudo al servicio de los nuevos grupos de prestigio, partirá para el Nuevo
Mundo de los poderosos, físicamente o en imaginación, adoptando sus modelos
literarios (ya sea la lengua, los géneros o los circuitos de difusión)”.20
De cualquier manera, “parece que la canonicidad implica una cierta distancia
respecto a la “realidad”: existe una brecha, en el tiempo y en los
contenidos”.21 El homenaje a autores venezolanos contemporáneos,
tanto narradores como poetas, parece una constante en el forjamiento de esta
narrativa exiliada, al contrario de los parricidios literarios por el que se
inclinan los escritores de otros países, como Colombia (que intentan eliminar
toda influencia garciamarquiana). Un fenómeno que tal vez se explique en la
escasa importancia que tienen las letras venezolanas, rica en estilos y
variaciones, en la educación primaria, donde se leen cuatro libros de García
Márquez y tres de Vargas Llosa. A excepción de Francisco Massiani, con suerte
los autores contemporáneos cuelan un cuento por un resquicio de los libros de
lengua y literatura. Entonces, en el país no hay padres literarios a los que
asesinar. Sólo descubrimientos tardíos que homenajear.
Notas
-
Lodge, David. 2002. El arte de la ficción.
Ediciones Península. Barcelona. Traducción de Laura Freixas. 364 pp.
(p.40).
-
Salinger, J. D. El guardián entre el centeno.
1997. Editorial Edhasa. Tercera edición. Traducción de Carmen Criado.
Madrid. 274 pp (p.78).
-
Méndez Guédez, Juan Carlos. Una tarde con
campanas. 2004. Editorial Alianza. Madrid. 225 pp.
-
Méndez Guédez. Op cit. (P.51).
-
Chiappe, Doménico. 2004. “La metáfora de las
hojas secas” (entrevista con Juan Carlos Méndez Guédez). En: TalCual.
24 de marzo de 2004. Cultura. P.14. Caracas, Venezuela.
-
Méndez Guédez. Op cit. (P.198).
-
Bajtín, M. M. 1992. Estética de la creación
verbal. Siglo Veintiuno Ediciones. 5ª edición. México. Traducción de
Tatiana Bubnova. 396 pp. (p.17, 20).
-
Bajtín, M. M. Op cit. (p.21).
-
Iglesias Santos, Montserrat. 1999. “La teoría de
los polisistemas como desafío a los estudios literarios”. En: Teoría
de los polisistemas. Comp. Montserrat Iglesias Santos. 1999.
Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.17).
-
Even-Zohar, Itamar. 1997. “Factores y dependencias
en la cultura. Una revisión de la teoría de los polisistemas”. En: Teoría
de los polisistemas. Comp. y traducción: Montserrat Iglesias Santos.
1999. Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.25).
-
Even-Zohar, Itamar. Op cit. (p. 32-33).
-
Chiappe, Doménico. 2003. “Está muriendo un país
mesiánico” (entrevista con J.C. Méndez Guédez) En: TalCual. 30
de abril. Cultura. p.10. Caracas.
-
Lambert, José. 1988. “Aproximaciones sistémicas
y la literatura en las sociedades multilingües”. En: Teoría de los
polisistemas. Comp. y traducción: Montserrat Iglesias Santos. 1999.
Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.55).
-
Even-Zohar, Itamar. Op cit. (p. 37).
-
Even-Zohar, Itamar. Op cit. (p. 36).
-
Lambert, José. Op. Cit. (p.58).
-
Lambert, José. Op. Cit. (p.64).
-
Bajtín, M. M. Op. Cit. (p.17).
-
Lambert, José. Op. Cit. (p.65).
-
Lambert, José. Op. Cit.
-
Sheffy, Rakefet. 1994. “Estrategias de
canonización: la idea de novela y de campo literario en la cultura alemana
del s. XVIII”. Traducción: Amelia Sanz Cabrerizo. En: Teoría de los
polisistemas. Comp. Montserrat Iglesias Santos. 1999. Arco/Libros.
Madrid. 319 pp. (p.138).