Artículos y reportajes
Juan Carlos Méndez GuédezJosé Luis cambia de acento
La voz en la novela
Una tarde con campanas,
de Juan Carlos Méndez Guédez
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David Lodge1 identifica cómo J. D. Salinger logra que su escritura parezca la voz de un adolescente en el libro El guardián entre el centeno: repite mucho algunas palabras pues el uso de sinónimos requiere pensar; utiliza muletillas y expresiones coloquiales, que coloca estratégicamente; redacta con frases cortas, en donde a veces falta el verbo; cuando se trata de oraciones yuxtapuestas y subordinadas, desordena la estructura; utiliza la hipérbole, que es la exageración en las descripciones y símiles; las frases están desordenadas:

“¡Sensible! ¿No te fastidia? El tal Morrow tenía la sensibilidad de una tabla de retrete. La miré con atención. No parecía tonta. A lo mejor hasta sabía qué clase de cabrón tenía por hijo. Pero con eso de las madres nunca se sabe. Están todas un poco locas. Aun así la de Morrow me gustaba. Estaba la mar de bien la señora”.2

En la novela Una tarde con campanas, de Juan Carlos Méndez Guédez,3 la narración se sostiene en el testimonio de su protagonista principal, José Luis, un niño de pocos años que ha emigrado desde un lugar no identificado de América del Sur hasta España, donde se radica con su familia. La sintaxis, que determina la perspectiva narrativa, recurre a la primera persona en tiempo pasado. El personaje principal otorga una visión ingenua, propia del niño, del desarraigo y la inestabilidad de los primeros tiempos de una emigración. Para lograr la caracterización, el autor recurre a la técnica ya empleada por Salinger en El guardián entre el centeno, con un añadido: un tono de voz salpicado del acento venezolano, de donde Méndez Guédez es oriundo:

“Porque desperté un jueves, dijo Augusto, desperté a hacer pipí y dentro de la poceta había un militar; me monté en el ascensor y encontré un militar; salí a la calle y en cada parada había un militar; y caminé todo el día y como no conseguí trabajo después fui al cine y en la pantalla y en las sillas, vendiendo palomitas de maíz y acomodando a la gente, apareció un militar (...)”.4

Este acento, a medida que avanza la narración, evolucionará. Así, la voz del personaje será el signo de la evolución de José Luis, pues su voz infantil poco a poco se impregna de los vocablos y expresiones castizas, de manera sutil. En las primeras páginas el niño habla con los modismos venezolanos, pero su lenguaje termina transformado, enriquecido, con las palabras recién conocidas, las habituales de las calles de Madrid. “Quise que se cargara de manera natural de la sintaxis española”,5 ha sostenido Méndez Guédez:

“Me dolía la barriga, pero fui al baño y nada. Tanto que se me olvidó guardar mi guante, y en la noche Agustina lo estaba mordiendo y tuve que darle una hostia, y luego mi mamá me dio una hostia a mí (...)”.6

El primer párrafo citado de la novela, bien puede plasmar la posición del autor con respecto a los cambios políticos que suceden en su país natal. Como señala Bajtín,7 “a veces el autor convierte a su personaje en el portavoz inmediato de sus propias ideas, según su importancia teórica o ética (política, social), para convencer de su veracidad o para difundirlas, pero éste ya no sería un principio de actitud hacia el personaje que pudiese llamarse estéticamente creativo (...). La conciencia del personaje, su modo de sentir y desear al mundo (su orientación emocional y volitiva) están encerrados como por un anillo por la conciencia abarcadora que posee el autor respecto a su personaje y su mundo”.

El trasfondo se resume en esta primera frase citada, que ha sido dicha por el hermano mayor cuando le preguntan por qué emigró. Y para no sólo contar, sino también mostrar, cuestión clave en la novela contemporánea, el autor se sirve de una metáfora: en el barrio donde vivía la familia desplazada, un militar llega para ofrecer trabajo: barrer las hojas muertas. La gente hace montones con las hojas secas pero no hay bolsas donde recogerlas. El militar reparte dinero en efectivo. En la noche se hace una fiesta mientras las hojas, a la intemperie, se esparcen con la brisa. Al día siguiente, vuelve el militar y paga otra vez por amontonarlas, otra vez sin que haya bolsas para hacer productivo el trabajo. El autor contempla, de esta manera, al personaje principal, el héroe, desde otro ángulo: “El autor sabe y ve más no tan sólo en aquella dirección en que mira y ve el héroe, sino también en otra que por principio es inaccesible al personaje; esta es la postura que el autor debe tomar con respecto a su personaje”.8

 

II

Ahora bien, como “las obras literarias y su interpretación pierden el carácter privilegiado que las constituía en fin único de las investigaciones”,9 se hace necesario un estudio del texto desde los basamentos de la teoría de los polisistemas, mas cuando se ha logrado identificar, como sostiene Itamar Even-Zohar, que “las humanidades todavía mantienen la creencia de que las explicaciones pueden cambiar, pero el objeto de estudio permanece inamovible. Esto resulta especialmente evidente cuando se estudian los productos y las actividades humanas que han alcanzado una posición canonizada y, por consiguiente, son considerados indispensables por parte de las fuerzas dominantes de una sociedad”.10 En resumen, se estudia la “cultura como un sistema global”, donde confluyen varios factores: 1) productor, que en el caso literario sería el autor; 2) consumidor, que puede ser directo o indirecto pues en este sistema puede importar más la función socio-cultural que el mismo texto; 3) producto, que comprende los modelos de realidad que se alcanzan mediante la elaboración del texto; 4) mercado, que es todo aquello involucrado con la compra venta del producto; 5) institución, lo que se implica en mantener la influencia de la literatura, incluso de una literatura específica, en el caso de los cánones; y 6) repertorio, como conjunto de materiales que regulan la interpretación del texto.

“La idea de repertorio sugiere no sólo la noción sistémica (...), sino también la idea de participación (...). El repertorio no sólo tiene que estar disponible, sino que también su utilización debe ser legítima”.11

En el caso del autor de Una tarde con campanas, Juan Carlos Méndez Guédez, se trata de un emigrante, al igual que los personajes de su libro. Nació en 1967, en una ciudad de Venezuela, Barquisimeto, y se trasladó en 1996 a España para cursar estudios en la Universidad de Salamanca, donde se doctoró en literatura hispánica. Compartía aula con los escritores mexicanos Ignacio Padilla y Jorge Volpi. En algún momento se les llamó “el grupo de Salamanca”. Méndez ha desarrollado la mayoría de su carrera literaria en España, e incluso aparece en una antología del cuento español, Pequeñas resistencias (Editorial Páginas de Espuma), que reúne a 30 autores.

"Una tarde con campanas", Juan Carlos Méndez GuédezEl propio escritor ha afirmado: “Sintiéndome muy venezolano no me importa tener dos patrias y me gustaría seguir incorporando patrias a mi vida. La experiencia de ser extranjero me ha enriquecido muchísimo. Los temas que desarrollo tienen una dualidad de realidades, la venezolana y la española. El exilio y la inmigración. Empezar a ser otra persona sin dejar de ser quien eras. Cambios en el hablar, las lecturas, las vivencias antagónicas. Agregar mestizaje al mestizaje”.12

En el estudio que se hace de este libro, enfocado en la voz del personaje principal, se encuentra, en este proceso migratorio individual del autor, una puerta para entender el cambio de palabras dentro del mismo idioma castellano, pues “la homegeneidad lingüística de las sociedades es ante todo una idea (...). Lo que sí existe son las prácticas lingüísticas colectivas, las canonizaciones lingüísticas, que además pueden llegar a ser particularmente invasoras e influyentes”.13

El punto de partida será el vocabulario de Venezuela. Aquí cabe considerar el repertorio: “Incluso en materias que se suelen considerar creación de amplios grupos, como el lenguaje, la construcción de un repertorio específico puede llevarnos hasta renombrados individuos”.14 Uno de los escritores venezolanos más destacados en el uso de la jerga callejera llevada a literatura es el caraqueño Francisco Massiani, nacido en 1944. De sus escritos destacan dos compilaciones de relatos: Las primeras hojas de la noche (1970) y El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975).

La influencia de Massiani en Méndez no se reduce a las palabras, pues Massiani también exploró la mente adolescente e infantil con sus escritos, entre los que destaca la novela de 1968, Piedra de mar. “En la perspectiva romántica la creación significaba una acción libre de toda ley y, por consiguiente, original y sin precedentes”, describe Even-Zohar,15 cuestión superada hoy día, cuando ningún autor niega las influencias a que ha sido sometido, no sólo literarias sino, incluso, audiovisuales. Reconocerlas ayuda al proceso de crear un “sentido de sí mismo” o una “identidad colectiva”.

En Una tarde con campanas, la mitología popular venezolana, como la de La Llorona, se mezcla con las tradiciones españolas, como la de San Isidro Labrador. Las creencias religiosas gallegas con indígenas como la leyenda del Autana, el árbol de todos los frutos que ahora es un tepui en medio de la selva amazónica. Entre líneas, Méndez Guédez rinde homenaje a sus maestros. Ha explicado que este libro contiene referencias de Un mundo para Julius del peruano Alfredo Bryce Echenique y de Memorias de Altagracia del venezolano Salvador Garmendia. Toma prestados personajes y lugares, sin llegar a aplicar la intertextualidad.

 

III

A pesar de que “el multilingüismo, el multiculturalismo, la importación literaria y artística, la internacionalización de la comunicación y de las literaturas constituyen inevitablemente una amenaza para las Constituciones legislativas que regulan la vida de la mayoría de las sociedades occidentales”,16 el libro de Méndez fue reconocido por la institución, o parte de la institución, literaria española, pues resultó finalista del Premio Fernando Quiñones, patrocinado por la Fundación Unicaja.

No obstante, las instituciones venezolanas no han actuado de la misma manera. Tal vez porque el país vive un intenso proceso de politización en todas las instancias. El régimen de turno, presidido por Hugo Chávez desde hace seis años, intenta crear un canon “revolucionario”, con la promoción de escritores que no disientan de la línea política gubernamental. “Cuando el régimen político se establece con posterioridad a las tradiciones artísticas y literarias hay más posibilidades de que se constituya una literatura en el exilio que es el síntoma de la esquizofrenia entre la patria sociocultural y la patria literaria (y/o lingüística). En definitiva, la no coincidencia de centros políticos y literarios da lugar a la literatura en el exilio, bien sea porque la población ha emigrado a una nueva sociedad, bien sea porque el poder político se haya instalado en un nuevo espacio sociocultural, asociándose por la fuerza o mediante la persuasión a una población ya establecida. La literatura en el exilio resulta así generalmente de la mala sincronización (factor tiempo) o de la mala colaboración (factor coherencia) entre literatura y sociedad. Estos desajustes conducen a un tratamiento desequilibrado de ciertas actividades literarias en comparación con otras, lo que provoca tarde o temprano un desequilibrio en el prestigio y en la autonomía de los diferentes sistemas literarios”.17

Aunque José Balza, en una reciente entrevista, afirmara que no cree que en el momento actual se produzca esta “literatura en el exilio”, el cambio de acento que retrata Méndez Guédez en su novela bien pudiera ser el reflejo de su propia adaptación al lenguaje que, para quien vive del uso de las palabras, resulta más dramático. Sin embargo, no se puede extrapolar la vivencia de su personaje José Luis para intentar entender su exilio, ni viceversa, coincidiendo en este aspecto con Bajtín, que criticaba el procedimiento más común para entender la simbiosis entre autor y héroe, que consistía en “explicar una obra determinada mediante la biografía, y se presentan como suficientes las justificaciones puramente fácticas, o sea las simples coincidencias en los hechos de la vida del personaje con los del autor, se realizan extracciones que pretenden tener algún sentido, mientras que la totalidad del personaje y la del autor se desestiman de una manera absoluta”.18

Por lo tanto, Una tarde con campanas se ubica en ese terreno mixto en que ubica José Lambert a la literatura en el exilio, a la traducida y a las culturas en vías de descolonización.19 Tanto la literatura en el exilio, como la que se comienza a producir en Venezuela bajo el auspicio del nuevo grupo de poder podría “cambiar de orientación: en lugar de permanecer fiel a sus orígenes, el escritor ambicioso se pondrá a menudo al servicio de los nuevos grupos de prestigio, partirá para el Nuevo Mundo de los poderosos, físicamente o en imaginación, adoptando sus modelos literarios (ya sea la lengua, los géneros o los circuitos de difusión)”.20 De cualquier manera, “parece que la canonicidad implica una cierta distancia respecto a la “realidad”: existe una brecha, en el tiempo y en los contenidos”.21 El homenaje a autores venezolanos contemporáneos, tanto narradores como poetas, parece una constante en el forjamiento de esta narrativa exiliada, al contrario de los parricidios literarios por el que se inclinan los escritores de otros países, como Colombia (que intentan eliminar toda influencia garciamarquiana). Un fenómeno que tal vez se explique en la escasa importancia que tienen las letras venezolanas, rica en estilos y variaciones, en la educación primaria, donde se leen cuatro libros de García Márquez y tres de Vargas Llosa. A excepción de Francisco Massiani, con suerte los autores contemporáneos cuelan un cuento por un resquicio de los libros de lengua y literatura. Entonces, en el país no hay padres literarios a los que asesinar. Sólo descubrimientos tardíos que homenajear.

 

Notas

  1. Lodge, David. 2002. El arte de la ficción. Ediciones Península. Barcelona. Traducción de Laura Freixas. 364 pp. (p.40).

  2. Salinger, J. D. El guardián entre el centeno. 1997. Editorial Edhasa. Tercera edición. Traducción de Carmen Criado. Madrid. 274 pp (p.78).

  3. Méndez Guédez, Juan Carlos. Una tarde con campanas. 2004. Editorial Alianza. Madrid. 225 pp.

  4. Méndez Guédez. Op cit. (P.51).

  5. Chiappe, Doménico. 2004. “La metáfora de las hojas secas” (entrevista con Juan Carlos Méndez Guédez). En: TalCual. 24 de marzo de 2004. Cultura. P.14. Caracas, Venezuela.

  6. Méndez Guédez. Op cit. (P.198).

  7. Bajtín, M. M. 1992. Estética de la creación verbal. Siglo Veintiuno Ediciones. 5ª edición. México. Traducción de Tatiana Bubnova. 396 pp. (p.17, 20).

  8. Bajtín, M. M. Op cit. (p.21).

  9. Iglesias Santos, Montserrat. 1999. “La teoría de los polisistemas como desafío a los estudios literarios”. En: Teoría de los polisistemas. Comp. Montserrat Iglesias Santos. 1999. Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.17).

  10. Even-Zohar, Itamar. 1997. “Factores y dependencias en la cultura. Una revisión de la teoría de los polisistemas”. En: Teoría de los polisistemas. Comp. y traducción: Montserrat Iglesias Santos. 1999. Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.25).

  11. Even-Zohar, Itamar. Op cit. (p. 32-33).

  12. Chiappe, Doménico. 2003. “Está muriendo un país mesiánico” (entrevista con J.C. Méndez Guédez) En: TalCual. 30 de abril. Cultura. p.10. Caracas.

  13. Lambert, José. 1988. “Aproximaciones sistémicas y la literatura en las sociedades multilingües”. En: Teoría de los polisistemas. Comp. y traducción: Montserrat Iglesias Santos. 1999. Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.55).

  14. Even-Zohar, Itamar. Op cit. (p. 37).

  15. Even-Zohar, Itamar. Op cit. (p. 36).

  16. Lambert, José. Op. Cit. (p.58).

  17. Lambert, José. Op. Cit. (p.64).

  18. Bajtín, M. M. Op. Cit. (p.17).

  19. Lambert, José. Op. Cit. (p.65).

  20. Lambert, José. Op. Cit.

  21. Sheffy, Rakefet. 1994. “Estrategias de canonización: la idea de novela y de campo literario en la cultura alemana del s. XVIII”. Traducción: Amelia Sanz Cabrerizo. En: Teoría de los polisistemas. Comp. Montserrat Iglesias Santos. 1999. Arco/Libros. Madrid. 319 pp. (p.138).