Sergio Ramírez, a lo largo de su vida, ha desempeñado varios
oficios producto de su vocación, responsabilidad histórica y talento. Ha sido
líder estudiantil, abogado, vicepresidente, pero ante todo escritor, aunque
últimamente parece dedicado a la fotografía, eso parece concluirse de la
lectura de su más reciente novela Mil y una muertes.
Esta obra parece un estudio fotográfico complejo,
una suerte de collage de imágenes tomadas por su lente imaginativo y reveladas
en el cuarto oscuro de la memoria. El resultado, un fotograma compuesto de
palabras que en sí mismo es un repaso de anécdotas, relatos y episodios
fotografiados por un nicaragüense rescatado del olvido, gracias a Ramírez. En
realidad, se trata de dos nicaragüenses, testigos y protagonistas de historias,
que sumadas se convierten en la Historia, con h mayúscula.
¿Es una novela de casualidades o causalidades? El
azar pareciera llevar al escritor al encuentro de su personaje. Sin embargo, son
demasiadas coincidencias para explicar el hilo conductor como circunstancia
aleatoria, las inefables fuerzas mágicas de la literatura intervienen, el Deus
ex machina de griegos y romanos, acude para completar el triangulo perfecto,
escritor-personaje-lector. El escritor se sumerge en la misma historia y queda
plasmado en la fotografía que un hombre apellidado Castellón acaba de tomar.
¿Quién sigue a quién? Sergio Ramírez insiste en hacernos creer que él es
quien busca al personaje, pero en realidad Castellón es quien persigue a lo
largo de varios años a Ramírez, hasta encontrarlo y obligarlo a escribir su
historia.
Muchos tienen que hablar sobre este libro,
obviamente los nicaragüenses quienes aprovechan para echar un vistazo al
pasado, los franceses acostumbrados a escribir la historia del mundo, tienen la
oportunidad de valorar una mirada latinoamericana sobre un periodo clave de su
devenir. Como colombiano, destaco las referencias directas e indirectas sobre mi
país.
La inclusión de Belisario Betancur, poeta que se
desvió para ser presidente, en una época en la cual la poesía no es garantía
de buen gobierno. Aparece un texto de José María Vargas Vila, escritor
colombiano, uno de los más controvertidos de su época, antecedente directo del
provocador Fernando Vallejo, escandaloso para una sociedad timorata e
hipócrita, perseguido por sus ideas liberales, amigo de Rubén Darío (sólo un
buen amigo, rendido ante el genio podía soportar sus flaquezas humanas). Cuando
se especula e ilusiona con la posibilidad del canal del Nicaragua, el gran mito
nacional, se concluye con la construcción por Panamá, aunque para aquella
época Panamá era departamento colombiano, hasta 1903, cuando se sufrió su
irreparable pérdida, semejante a la amputación de un miembro vital.
Se puede morir en vida varias veces, de hecho dormir
es una pequeña muerte. Sin embargo, es difícil saber cuántas muertes sufrió
el fotógrafo Castellón, en principio pudo haber desaparecido en dos sitios y
tiempos diferentes, cuatro como lo señala el Mandala o quizás sufrir mil
fallecimientos en trescientas veintitrés páginas.
Al final flotan varias preguntas, que se sintetizan
en una sola, ¿cuánto hay de cierto? ¿Cuánto de ficción? No importa, así
como los libros de historia contienen más de una falsedad, así las novelas
pueden poblarse con mentiras que terminan por ser verdades, mentiras verdaderas,
dirá el mismo maestro Ramírez. Es el invisible contrato firmado por autor y
lector, este último se compromete a dejarse engañar por el primero, incluso
paga por ello. Como en otras legendarias profesiones, lo importante es que la
mentira se manifieste de manera creíble y placentera.
El lector comienza a pasar las páginas de la novela
como si fuera un álbum fotográfico, la colcha de recuerdos y anécdotas que
construyeron nuestro presente. Al final de este libro, editado en Santiago de
Cali, ciudad perfumada con aroma de hojas impresas, es necesario quedar
inmóvil, esbozar una sonrisa de satisfacción para quedar bien en la imagen. El
fotógrafo Sergio Ramírez acaba de oprimir el obturador.