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Nocturno sáfico

Otrora una fémina cantaba
albricias exornadas a su amiga,
en tanto, la inocente cortejada,
se dormía.

Con arrobo, la poetisa acariciaba
los cabellos de su amada, tan brillantes
y Selene, junto a ellas refulgía,
exultante.

Compartían, noveles, mismo lecho,
con ternura, las frágiles amantes.
El bosque con su sombra las regía,
expectante.

Al unírseles tan plácidos los párpados,
al Gran Morfeo, la Musa se entregó.
La compañera, su sáfico nocturno
comenzó:

“Deidad de piel ebúrnea y cristalina,
esfinge diminuta y delicada,
¡permite que yo beba de tu estirpe,
mi adorada!

Tus manos de reflejos purpurina,
tus pechos, de feéricos diamantes,
¡permíteme inundarme de tu boca
y saciarme!

Expurga mis pecados, dea blanca,
rescátame del Hado y del cadalso
¿no ves mi corazón que yace salvo
en tus labios?”.

Las lágrimas copiosas de la amante
Al rostro de su amiga acariciaban...
E inspirada, su sáfico nocturno
celebraba:

“Alígera figura de ensueño
Condesa de la Música y las Artes
¡Permite que yo acceda al privilegio
de besarte!

Observo tu contorno, filomela,
de gráciles, donosos sedimentos
¡quisiera yo fundirme en los confines
de tu cuerpo!

Acendrada perla pálida, ¡piedad!
Encendida más silente te recito
¡Erato, no me inspires tu maldad,
lo suplico!”.

Una dríada, ninfa de los bosques,
Al quejido del nocturno despertó
Y del llanto, salado y copioso,
se apiadó

“Bienhechora de las hojas y los árboles
compadezco a los sufrientes por Amor
He escuchado atentamente tus palabras
de pasión”.

La cantante, extraviada en su nocturno,
sollozaba delirante su canción;
Asustóse ante la dríada creyéndola
visión

“No te aflijas, niña mía, ya no llores,
pues quisiera, con mis armas, ayudarte.
¡Escucha atentamente lo que quiero
expresarte!”.

“Hechizarte yo quisiera, más no puedo
manejar lo que al destino pertenece.
Tu Nocturno, ¡es hechizo y brujería
suficiente!”.

“Prosigue tus palabras y tu canto,
en mágicas y eróticas tonadas,
¡taumaturgia de secretos destinados
a las Parcas!”.

“Si en ritual de nocturnos continuamos,
resbalando en el gozo del hacer,
tu amante será tuya en el sumo
amanecer!”.

El monte de Helicón las albergaba,
la poetisa se extraviaba en frenesí,
inspirando tribádicas tonadas
de marfil.

La dríada danzaba entre las hojas,
en rituales de hedónico temblor
gozosas las amantes disfrutaban
su esplendor.

El alba contemplaba sobriamente
el rito que las damas ejercían
clareaban ya los cielos de Beocia
de Energía.

Con la magia de la danza y las palabras,
la adorada de su sueño despertó,
y a la amante, leda y entregada
la besó.

¡Quiera Zeus que el hechizo sea cierto
hoy escribo inundada de dolor
sean mágicas las palabras y rituales
del amor!

 

Labios de cuerda

Contágien
me
y
dancen,

Labios
dorados
de cuerda.

—Acaso
irregulares
en
fonemas—

Dancen su rito agónico,

placentero,                          abierto

de cinco                                 líneas

inciertas.

    ábranse,                                   quiébrenme

en la cintura de la música

Multiplíquense,
Cuerdas dobles,

no puedo                                   verlas

rasgada por             la melodía

no soy yo.

Cuerdas
(Boca ornamentada)

Sean.

 

Oda átona

A María Laura Di Matteo

Cual rito, tribádico, augusto,
entre pétalos blancos de rosa
hago culto a tu sexo divino
en tus piernas de pálida diosa.

Rotando el cuerpo, cual arpa;
Enredadas, las piernas, un nudo.
Nuestros labios, dos frutos pequeños;
Remilgados, los pechos desnudos.

Mía, completa, agónica
soy tu esclava, tu hermana, tu amante.
Me diluyo en tus negros cabellos
me confundo en tus ojos diamante.

Aniñada, tiemblo de gozo,
Un espasmo, sacude tu seno,
procelosa, temblando en mis brazos
en ritual de besos en tu cuello.

Procaces, tus manos traviesas,
son redes de caricias abiertas.
Nos une un silencioso secreto,
de mares y pasiones descubiertas.

Melodía bella, infinita
la muerte y la tormenta del orgasmo
de un rito que comienza y no termina
y que encadena la alegría del hartazgo.

Soy tuya, soy tuya, eres mía
Un océano nos colma probo
las rosas diluyen los límites
de los cuerpos, blancos, hermosos.

Soy mía, soy mía, eres tuya.
No hay posesión, ni límites netos
ni jerarquías, dominios o jefes
en el amor cierto entre mujeres.

 

I. El dulce atentado de Eros contra la voluntad

Quebrados los aniñados huesos bajo tu altivo poder ignoto,

tú, tiránico,

bello hijo del Caos,

Encarnación gloriosa de Hímero.

.
.
.

(In)
tenso.

No hay arco de plata entre tus cabellos grises,
ni alas de dragón en tus infraespaldas,
ni liras orféicas en tus labios de oro,

convertidos ellos en un sedoso sueño de Psique.

Bosquejo tú de una pasión incompleta,
Mi garfio ubérrimo encantado,
...libre
Mitológicamente lasciva,

me

f
r
a
g
m
e
n
t
o
.

Un imperativo etílico brota de tu cuello,
enredando mis mejillas.
Y entonces, ángel monstruoso,
bebida hasta la médula,
empapada de tu rígido silencio,

retomo ancestral vuelo.

 

Inerme en tus sábanas,

Eros mío,

y virginal de piel y de intelecto

me divido:

tu voz juvenil
(que parece provenir desde tu pecho)

me amedrenta,
me apasiona,
y finalmente

—entregada mujer en sacrificio—

me vence,
Oh,
Mi gélido untuoso elíptico
tormento.

Destrozada mi voluntad, poseída mi cintura rota,
se escucharán mis ecos de ave muerta en tu ventana.

Me

f            r  a
                         g    men
                                             to.

Dueño de mi femineidad,
dedos siniestros,
me posees,
y no te poseo.

Amada entre anécdotas y guitarras,
deseándote entre liras y palabras,

amándote triste y desordenada

me

                       f                                  a

                                                 r                              g                                                      n
                                                                                                 m           e
                                                                                                                                                    t          

                                                                                                                                                                   o

.

 

II. La sangre de Eros

Impulsada por Elektra,

Joven Afrodita
de tu cuerpo
—océanide—
dueña,

colmaré de primorosos veranos
tus gélidos otoños,

primavereando tus grises
con sonrisas.

Seré
hija
incestuosa

de Agamemnón
y
Clitemnestra.

Licuadas
Yuxtapuestas
Unidas,
de ambos
la
espesísima
sangre.

Unificados,
Holos,
no habrá distinción,
ni tú,
ni yo,
ni tu pubertad
ni mi vejez.

Y entonces, sin saberlo,
serás mío.

Crudísima comunión
del cuerpo.
Desde el bajo mundo,
elevado al Cielo.

En cruentas batallas,
despertaré a tus venas.
Clavaré mis dientes
en cada una de ellas.

Entregada mi juventud definitiva,
vivirás
Eros,
para siempre.

 

III. La sacra habilidad de Hefestos

Eros,

(transmutado en Hefestos)

—valeroso satán,
habilidoso artista del azufre,
infranqueable piel de querubín—,

sabe jugar con fuego
sin quemarse.

Posee,

lúdico,

Serafín delicado,

El don de la experiencia.

Véanlo mortales
insertar sus manos en una ardorosa llama,
el grotesco gesto maligno,
la carcajada somnífera.

Modela,
en arcilla,
los sueños.

Fuego fatuo de inteligencia infinita. Instalado en mi cerebro el inútil y glorioso deseo.

Mentalidad avérnica,
lóbregas manos de belleza impoluta

Atraviesa las rejas del pensamiento,
sardónico sonríe,

sin quemarse.

Y su puñal ritualizado se ilumina con la oscuridad de la luna.

Véanlo mortales
insertar sus manos en una ardorosa llama,
el grotesco gesto maligno,
la carcajada somnífera.

Su crueldad es dulce,
esclava soy psique de su imperio de pasión.

Sabe gritar amores
que no sentimos.

O es que el formato no importa.

Véanme mortales
insertar mis manos en una ardorosa llama,
el grotesco gesto maligno,
la carcajada somnífera.

Caminando sobre brasas, el cuerpo descalzo,
es mi corazón el que se enciende,

partido en mil pedazos,

y mis miembros entumecidos quienes se consumen bajo el espanto.

Llévame a tu hogar en el Hades, destroza lo poco que queda de mí. Juguemos a amarnos.
E invoquemos en aliento compartido la fascinación / glorificación de Venus.

Véanme mortales
insertar mis manos en una ardorosa llama,
el grotesco gesto maligno,
la carcajada somnífera.

Lo siento Eros,

—seré discípula—

no he aprendido aún,
mortalmente femenina,

a jugar con fuego.

 

A la sombra de

Vera, con sus orejitas de xilofón sin teclas, sus labios de playmóbil, su espalda de rosadísimos pétalos, suele arañarme brusca, muuuy dulcemente, cuando sueña demasiado.

Todas las noches, todas las noches sucede lo mismo.

Abre los brazos primero, ocupando la inmensidad estrecha de la cama

y luego,

sin titubeos,

clava las uñas anaranjadas a la izquierda —en el retrato de su hermano Eduardo— o a la derecha en mis mejillas (o en mis cejas o en mi espalda)

No araña, no, como las fieras salvajes o los candados sin llave.

Aunque parezca,

no, no.

Sus uñas suaves tienen la calidez de una daga azucarada.

Instantes ha, habrá ella de contarme alguna hazaña. Pues siempre dice que gusta de permanecer quieta en la enorme grandeza de los bosques de mis piernas:

Confundirá niños con frutas, escupirá hacia arriba, me tomará por almohada. Cerrará los ojos.

Y luego, luego, habrá de dormirse.

Todas las noches, todas las noches sucede lo mismo.
O más bien, todas todas no. Porque si hace frío se torna imposible, delgada, grisácea. Es ella misma un epitafio del verano.

En cambio, si hace calor, le agarra por el lado de la expansión (digo, con indisimulada sonrisa de afecto).

Algunos microbios y seres invisibles (duendes, hadas, dragoncitos) se amuchan alrededor, un ecosistema se arma la flaca que da envidia.

Duerme. Eso sí.

Todas las noches.

Sus piernas robustas, troncos inderrumbables de eones, se multiplican, en serio, y nacen miles hasta la almohada, rotando, girando sobre sí mismas (ellas, las piernas, los dedos, las rodillas). Así, contorsionista Vera (y sólo así) se dispone a ahorcarme con su aliento.

No me desagrada su voz —ojo, para nada—, ni el aire que de ella pasionalmente respiro.
Pero comienza primero perfumándome a duraznos, y luego, sin saber cómo, adquiere un extraño, inasible aroma a clorofila.

“Mññ” pienso, frunciendo el ceño.

Es hermosa, la observo. Es Inmensa. Es Mía. Y es, más allá de sí misma.
Y entonces, nunca puedo dormir cuando se expande su corazón en mi cama.

Su aliento entonces revive, sus piernas, y toda ella envuelta en luchas físicas consigo misma... y en tanto, su seno de ménade se vuelve oscuro, amarronado, áspero.
Me quita las sábanas, aunque no las precise. Me quita el oxígeno (realmente parece precisarlo).

Finalmente erguida, su cuerpo es un cluster de piel y carne. Le nacen pimpollos en la pancita, hojas en los codos, escupe algún frutito mientras danza inmóvil y rígida sus sueños bucólicos.

Si hacemos el amor, me dice cálidamente que soy un peral.
Y ella, no sé bien cuál fertilizante marca x.

Si no lo hacemos, mejor.
Pues caso contrario, debo escupir luego la multitud de semillitas

o esquivar sus ansias de fotosintetizarlo todo.

Si tengo ya poco espacio en el cardumen espeso de la cama, pues entonces si puedo, me agarro de las uñas de los pies, que enraizadas y extensas, se clavan ya en la alfombra, la cómoda y en la silla en la que muchas veces me siento a maquillarme.

Morfeo ausente definitivamente, me siento a leer sus cuentos de fantasmas. Y enojada, enfurruñada ante el amanecer que me devolverá a la mujer que realmente sos, Vera, me pinto las uñas de verde manzana.

Todas las noches, todas las noches sucede lo mismo.

Pues, Vera, comprendeme demonios,

que odio profundamente que todas las noches te conviertas en árbol.

 

Espejo

A Joel Roitvan

Presa y victimaria,
mis dientes afilados,
No amenazo gratuitamente.

Sólo devuelvo,
en silencio,
el gesto.

Y a sus garras,
soy caricia violenta,
y a sus besos,
desnuda,
una bestia,
incivilizada,
femenina,
pre-humana.

Rotará

Extráigame de la piel sus garras,
extraeré yo,

(de
la
suya)

las
húmedas

m
í
a
s.

No me muerda,
O morderé más fuerte,
No me ame,
O retornaré el gesto.

Béseme,
sea mío,
aráñeme,

seré suya.

Sólo devuélvame,
en silencio,
el gesto.

Y luego,
sólo luego,

luego seré paz.

Y seré usted,
y usted será yo,
y yo seré yo,
y usted usted.

                         RotaráratoR

Sólo devuélvame,
en silencio,
el gesto.

 

Y rotaremos permanentemente
la
concavidad
del espejo.

Presa y victimaria,
mis manos afiladas,
amenazo gratuitamente.

Sólo devuelvo,
en silencio,
el gesto.

Y a sus garras,
soy caricia lasciva,
y a sus besos,
desnuda,
una bestia,
incivilizada,
femenina,
pre-humana.

àratoR

Extráigame de la piel sus garras,
extraeré yo,

(de
la
suya)

las
húmedas

m
í
a
s.

No me muerda,
O morderé más fuerte,
No me ame,
O retornaré el gesto.

Béseme,
sea mío,
aráñeme,

seré suya.

Sólo devuélvame,
en silencio,
el gesto.

Y antes
sólo antes,

antes no seré paz.

detsu ères Y
,oy àres detsu y
,oy ères oy y
.detsu detsu y

 

Sólo devuélvame,
en silencio,
el gesto.

 

àrator Y
la
concavidad
del espejo.