Artículos y reportajes
Maria Do Carmo Ferreira
“Soy un lobo solitario”

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Maria do Carmo Ferreira nació en Cataguases, Minas Gerais, el 21 de diciembre de 1938. Vivió en Rio de Janeiro por más de dos décadas y finalmente se trasladó para Niterói, donde vive. Aunque haya publicado poemas en periódicos, suplementos y revistas literarias desde la década de 1960 (por lo menos 50 poemas salieron en el Suplemento Literario de Minas Gerais), todavía es inédita en libros. Cave Carmen, en el cual planea reunir lo mejor de su producción en 40 años, será su primer libro. Traductora sobre todo de Emily Dickinson, también tradujo poemas de Lorca, Neruda, Alfonsina Storni, Mallarmé, Verlaine, Paul Éluard, Jacques Prévert, Yeats, Corbière y Laforgue. Jubilada de la Rádio MEC, donde trabajó durante más de 30 años como creadora, traductora, redactora, productora y coordinadora de programas literarios y literario-musicales.

 

Marzo de 2000

Maria do Carmo FerreiraConsiderándose olvidada (“hace tiempo que estoy alejada de todo y de todos —no veo la TV ni leo los periódicos”), Maria do Carmo se sorprendió al recibir mi llamada, días antes, que le solicitaba una entrevista. “Nunca hablé sobre mí misma, a no ser velándome y desvelándome a través de mi persona poética, ‘que llega a fingir que es dolor / el dolor que de verdad siente’ ”.

La poesía, de acuerdo con Carminha, como es llamada y conocida desde niña, no nace sólo por esfuerzo y obediencia, sino también por insistencia y obstinación. “La poesía no quiere nada con ninguna cosa, anda cansada, mumificada, faraónica, bajo inmensas esfinges de materia bruta. Volví a leer Farewell, del último Drummond, y a João Cabral, de cada último libro que escribe e, incluso en ellos, tengo que catar el buen frijol, tienes que convenir que también existen los notables pesados, irremplazables, sin reparos. Pero, como diría Emily Dickinson, “¿y de ahí?”, enfatizada por nuestra música popular brasileña: “¿Y de ahí, / y de ahí?”. Ninguno de ellos, para mí, es perfecto, o me rellena totalmente, ¿qué podría decirse, pues, de mí, pobre de mí (double sense)?

Maria do Carmo Ferreira tal vez ni extrañe el reconocimiento, la gloria, el éxito. En su casa, en el barrio de Urca (en Rio de Janeiro), Emily Dickinson (aquí, en traducción de otro autor) la visita: “Echar de menos a todo / me libró de echar de menos a cosas menores”. En la traducción de Carminha:

Echar de menos a todo
Es un pasaporte
Libre de penas:

El sol blackout
¿El globo estalla?

¡No paga la pena
Guiñar un ojo
Por tales escenas!

(E.D.: poema Nº 985)

“Sólo fue en la FAFI, en Belo Horizonte, que publiqué mi primer poema (“De uma flor de pedra”, hoy “Enigmas”; revisado y, creo, mejorado) en la revista Mural, de la misma universidad. Después, con Henry Corrêa de Araújo, Libério Neves y Ubiraçu (¡que se murió tan joven!) y algunos más, colaboré con 2 o 3 poemas en su plaquette (Vereda). Luego, conociendo a Murilo Rubião a través de mi hermana Celina Ferreira, poeta ya anteriormente publicada y premiada, publiqué mis primeros poemas en el Suplemento Literario, todo eso en la década del ‘60. Dos hechos me marcaron en esta época: mi profesor de literatura española, José Carlos Lisboa, a pesar de muy riguroso y exigente, me elogió por el poema publicado en la revista Mural. Me ruboricé de vergüenza y hasta pedí disculpas, no sabiendo dónde esconder mi cara. Y tuve mi primera lección: “Carminha, no existen poetas perfectos, cuando mucho leemos algunos poemas perfectos”. Siempre pienso en eso cuando leo (o vuelvo a leer) mis poetas preferidos, donde encuentro de todo: verborragia, poemas circunstanciales absolutamente descartables o un ton monocorde típico de los geniales pesados, cuando no un exceso de rimas / ritmos / calcos, o sea, siempre estamos separando el trigo de la paja, también en los que quedaron para siempre, en los clásicos de la lengua. Otra sorpresa fue recibir, de Manuel Bandeira, el segundo volumen de sus obras completas (Ed. Aguilar) con la imposible dedicatoria (para mí): ‘Para Carminha, aprendiz de cronista, pidiéndole que me mande sus versos’, lo que no hice, obviamente, no le mandé nada ni a él ni a Drummond, con quien me correspondí durante un cierto período de mi juventud”.

“En el Suplemento Literario de Minas Gerais fui estimulada por Bueno de Rivera así como por Murilo Rubião, en aquel entonces editor, que acataba toda experiencia que yo hiciera, o sea, Murilo me enseñó a no tenerle tanto miedo al ridículo y tampoco dar un peso muy grande a los dictámenes de la crítica. Fue él quien me dio una carta de presentación para los Concretos, de São Paulo, cuando tuve que trasladarme para allá, ya al final de la década del ‘60, en busca de mi ganapán, porque en Belo Horizonte no había nada más. Por más que hubiera trabajado mucho como profesora de colegio, asistente de enseñanza en la propia Universidad Federal de Minas Gerais, profesora del Curso Superior de Cine y del Curso de Biblioteconomía (esta vez, sustituyendo, bajo pedido, a la profesora Henriqueta Lisboa), yo no conseguía moverme de un extremo a otro, sin carro (de los barrios Santo Antônio hasta Pampuha) y dar sustento a mi familia (siempre fui protectora de mi familia, o mejor, de mi madre enferma, pues los hermanos mayores (ocho) ya se habían ido)”.

“En São Paulo fui recibida con cariño por Augusto [de Campos], Haroldo [de Campos] y Décio [Pignatari], y por sus respectivas esposas, y hasta tuve el privilegio de ver uno de mis poemas publicado en el Nº 5 de su revista, Invenção, que desgraciadamente paró en este número. Pero yo no tenía madurez emocional / social / intelectual para convivir con la tríade y lo que producían, ya en nivel internacional. Y me escapé de nuevo”.

“Mucho más tarde (después de haber sobrevivido por cuatro años en São Paulo y más cuatro, abroad, entre Europa y Estados Unidos —donde hice mi master en literatura comparada, en la Universidad de Illinois— empecé otra vez a escribir poemas y más sistemáticamente, y seguí publicando mis poemas en el Suplemento Literario”.

“Conocí a Neruda, Lorca, Manuel Machado y otros, mucho antes de la universidad, por la lectura entusiasta, y muchas veces crítica, de mi hermana Celina. Así como conocí a Bandiera, Drummond, Cecília, Mário de Andrade, Cassiano Ricardo, Ribeiro Couto, Bueno de Rivera, Henriqueta Lisboa, Ledo Ivo, Emílio Moura (y muchos, muchos otros que no están en mi selección de ahora), pero dentro de los cuales no puedo olvidar a Gabriela Mistral y Juan Ramón Jiménez, Fernando Pessoa, Sá-Carneiro, Cesário Verde, Miguel Torga...”.

“La segunda influencia literaria vino a partir de la Facultad de Letras. Me encanté con la poesía trovadoresca, con la poesía de Camões y de Sá Miranda, profundicé mi conocimiento de Fernando Pessoa y Mário de Sá Carneiro y me dediqué, sólo en aquel momento, a la prosa mayor de Guimarães Rosa y de Clarice Lispector. Mis poetas preferidos seguían siendo Bandeira, Drummond, Cassiano Ricardo, Cecília Meireles y João Cabral de Melo Neto. La poesía concreta me dio un gran empujón en mi tratamiento de la palabra y mucha más conciencia de su poder verbo / voco / visual. Pero seguí y sigo en mi camino, haciendo lo que puedo, osando lo que hago. No tengo una visión general de lo que se hace en Brasil, o afuera. Leo muy poco, televisión y periódico están fuera de cogitación en mi vida de rutina, siempre con algunas honrosas excepciones...”.

“Nunca hice nada en particular para publicar o divulgar lo que hago. ¿Cuestión de inseguridad o de temperamento? Creo que los dos. Hay una canción tocada y grabada por una banda católica, con un verso que dice así: “naciste para salirte bien / por eso estate atento...”. Yo sé que nunca estaré atenta, llevo mi vida lesa, lisa, loca. En cuanto a saber para qué nací, bueno, dejo la respuesta abierta. No sé si nací para qué o por qué. Además, ¿quién sabe?”.

“Soy católica por atavismo, nuestro continente / gente es católico. Uno es lo que es, con todos los bonos y las cargas de la cuestión. Uno no discute los dogmas de la fe, ni deshace el Misterio. Uno acepta y acata, no con una resignación pasiva, sino con la inteligencia / libertad / gana de quien es responsable por lo que quiso ser. Pero pienso sinceramente que sin la gracia de Dios yo me habría transformado, poco a poco, en una irreducible escéptica o atea. Porque el ser humano, para mí, es un animal que definitivamente no acertó, no acierta, no acertará. Y el simple hecho de pensar que es (somos) obra del Creador, juzgando bueno lo que hizo, hoy todavía me provoca escalofríos”.

 

Abril de 2000

“Retomando nuestra conversación (para mí siempre dolorosa) sobre la composición de mis poemas: cuando más joven fui más rigurosa y exigente en cuanto al resultado. Era un interminable flujo de versiones, en aquel tiempo poníamos el papel en la máquina, no había eso de poder deshacer, y entonces era aquel quita-y-pon, recomienza, modifica, casi era necesaria una resma de papel para componer dos o tres poemas. Pero había mucho más. El poema iba para el cajón para madurar, como hacíamos con los plátanos verdes y casi maduros. Y era suficiente que uno de ellos fuera publicado, en general en el Suplemento Literario de Minas Gerais, para que yo me sintiera descubierta, en el sentido de ‘desnuda’, ‘cogida in fraganti’, ‘despreparada’, ‘indefensa’ ”.

“Y todavía más correcciones, esta vez en el papel impreso... Una inseguridad de cuna, exactamente por falta de haber tenido a alguien con quien compartir mis adelantos y/o retrocesos en este campo. Entonces me lancé como un kamikaze, un acróbata, en las primeras y segundas publicaciones. Me provocaba un extremo disgusto ver cada poema publicado... Yo me preguntaba: ¿para quién, al final, escribes?, ¿por qué escribes?, y ¿qué es eso que quieres conseguir escribiendo? Nunca conseguí ninguna respuesta para tales elucubraciones. Tal vez yo estuviera al acecho de un poema (uno, por lo menos) que fuera definitivo, absoluto, que me causara un apaciguamiento interior. Eso de la vanidad, fama, éxito, aceptación en los círculos literarios, nunca pasó por mi cabeza, pues soy contraria a cualquier exposición de mí misma. Soy un lobo solitario al pie de la letra. Me gusta quedarme en mi lugar y leer, por aquí y por allí, lo que me gusta, lo que me rellena intelectual y espiritualmente. Tampoco fuerzo la situación: como decía el Eclesiastés, hay un tiempo cierto para todo. Cuando no llegaba aquella opresión interior, aquel ‘fuego que quema y no se ve / herida que duele y no se siente’, yo bajaba la guardia. Eso no quiere decir que yo esperaba que llegara la inspiración. Es anterior a eso. Lo que se le llama por allí ‘inspiración’ es lo que Manuel Bandeira llamaba ‘estado poético’. Hay que hacer que el espíritu asustado se serene, salga de la conmoción inicial para que se pueda trabajar el poema (‘lo que siente en mí está pensando’, Fernando Pessoa). Uno está avisado internamente cuando el trabajo físico llega a un límite, y el poema, aquello en lo cual uno está trabajando, ya no tiene nada para dar”.

“Me sugirieron que publicara mis poemas, ahora en libro, clasificándolos por fechas, una vez que tengo poemas inéditos de hasta 30, 40 años atrás. Yo no podría hacerlo, pese a que esté corriendo el riesgo de ver datada, superada mi poesía, sobre todo los poemas de ‘experimentación y ruptura’, como la poeta Alice Ruiz logró ver en algunos de ellos. Y por una razón muy simple: si es posible una fecha, por lo menos exterior, de su creación, es imposible aclarar la fecha de finalización de la mayoría de mis poemas. Hay poemas que conviven conmigo desde la primera juventud (final de la década de 50) y van acompañándome a lo largo de décadas enteras. Hay poemas que emergieron de lecturas obsesivas y apasionantes como las de Edipo (‘Presente griego’), el Eclesiastés (‘El predicador’), Parcas (poema con el mismo nombre), etc., pero siempre favoreciendo mi perspectiva, hablando de mí o, por lo menos, reflexionando sobre mi vida y mi persona, mientras externamente voy recontando la historia de los demás. Ellos me dieron trabajo, porque quería ser fiel, al mismo tiempo, a los hechos históricos o mitológicos y a mi vivencia personal e intransferible. Me parece imposible no hablar de sí mismo en un poema: hay modos y módulos de como abordarse, sin insistir mucho en este viaje circular alrededor del propio ombligo. Pienso que escribir (poesía o prosa de ficción) es una manera de autoconocerse, o de tentar hacerlo. Puedo pasar hasta una década sin escribir ni siquiera un poema (ya me ocurrió, o casi), sin la mínima preocupación de perder ‘la llama’. Y, de repente, sentarme, pasar una semana o un mes produciendo frenéticamente. ¿Qué opinar sobre eso? Pienso que el poema va elaborándose internamente en mí, a través de sensaciones, desánimos, percepciones, cierta opresión todavía inconsciente. El hecho de que escribí algunos poemas de un sólo aliento no elimina esta costosa elaboración interna, y yo me niego a llamar a eso inspiración, quedar a la espera de que el santo se baje, etc. Son procedimientos distintos, en los cuales el azar tiene su lugar, evidentemente, pero es tu libre albedrío el que hace que el pulgar suba o baje a la hora de la publicación”.

“El diccionario es una óptima fuente de ejemplificación de lo que estoy diciendo ahora, a los 61 años. Yo todavía tenía veinte y pocos cuando, cierta vez, abriendo el diccionario para buscar una palabra, encontré el artículo ‘meretriz’. Me quedé impresionada con la cantidad de términos populares, desconocidos o groseros para designar a la mujer (hoy al hombre también) que vende su cuerpo por dinero. A medida que iba juntando los términos que me comunicaban algo, sea sonoramente, sea por profunda incomprensión, imaginé que si ‘pegara’ un término al otro obtendría una especie de letanía al contrario de las que se conocen por estar dedicadas a la más pura de las mujeres. Entonces procuré visualizar la colocación de estos ‘neologismos’ haciendo el percurso contrario al de la Virgen, o sea, bajando en vez de subir. De allí el nombre ‘Meretrilho’, o el de camino (es’ca’la’da) recorrido por la meretriz en el lenguaje popular. La novedad (para mí) fue haber terminado con el término ‘clítorisputa’, por la resonancia latina ‘qui tollis pecata mundi’ y, así, haberle prestado mi homenaje profano a estas mujeres que se cansan hasta cierto misticismo al revés pero, infelizmente, para nada (invano). Y cuando le mostré a Murilo Rubião (con mucho miedo e inseguridad) mi ‘hallado’, él inmediatamente me puso en contacto con los [poetas] Concretos, que ya habían ido a Belo Horizonte, pero de cuyo trabajo no conocía absolutamente nada, a pesar de estar estudiando en la Universidad Federal de Minas Gerais por aquella época. Quiero decir, ‘Meretrilho’ fue publicado en la revista Invenção, Nº5, creo que en 1966, pero yo ya tenía más de una decena de poemas del mismo tipo (verbo / voco / visual) desde el comienzo de la década. De ahí para adelante, incluso volviendo a los poemas rimados / ritmados / metrificados / líricos / reflexivos, nunca más dejé de tener en mente el espejo de las conquistas concretistas, siempre que escribía un poema. Estuve penduleando por el resto de mi vida entre la Edad Media trovadoresca y los miles de posibilidades abiertas y divulgadas por los poetas Concretos de aquí y de abroad, porque ellos mostraban todo, o sea, era prohibido prohibir. En el interior de mis poemas, yo practico 5% de este espectro casi infinito, pero vivo cercenada por la forma y por la estructura del poema, tan vieja como Matusalén. Pero si tampoco fuera eso, ¿qué gracia tendría la vida? —ya se preguntaba Drummond”.

“Hablando sólo de mujeres (¡viva!): tienes a Marly de Oliveira, a Adélia Prado, a Dora Ferreira da Silva y, más recientemente, a Alice Ruiz. ¿Cuál es el denominador común entre ellas? Escriben poesía, sólo eso. No se puede comparar lo que ellas hacen. Y cada cual da lo mejor de sí, y no podía ser diferente. Yo, como me siento pesada y prolija, por la atracción de los opuestos, soy mucho más Alice Ruiz avant la lettre. Y creo que las nuevas generaciones necesitan pulir las venas y las veredas poéticas a partir de lo que ya fue pulido —y a qué costo— para que no sigan caminos ya gastados. ‘Cuando más sintético / más poético’ (Fernando Pessoa) y, a pesar de todo, hay poemas suyos, sobre todo en el futurista Álvaro de Campos, que no podían ser más prolijos... ni más hermosos. Pessoa se salvó gracias al recurso de los heterónimos (eso no es de mi labra, diría Alberto Caeiro, tampoco de la mía, contestaría el propio Pessoa, y así en adelante). Si me preguntaras cuál es el mayor poeta (hombre o mujer) vivo, para mí, no podría contestarte, pero podría indicarte poemas absolutos en cualquier fase de la historia literaria, entre vivos, muertos y agonizantes. Y poemas absolutos sólo para mí, o compartidos con alguien más, que respira el mismo aire. Puedes llegar con una pieza absolutamente perfecta de un Concreto para un/a poeta de estos bien prolijos, o fijados en João Cabral, o como un bólido suelto, escribiendo todo lo que le da la gana, confundiendo diario íntimo con Poesía, o, o, etc... No mostrará la mínima sensibilidad para con el artefacto. De esta manera, sigue habiendo tantos estilos de poesía cuanto la diversidad y/o idiosincrasia de cada (grupo de) poeta. Y hay reedición de los muertos, de los clásicos, porque nadie más cree en los vivos. ¿Y los dispersivos? Abres una página de cualquier buen suplemento literario y todo lo que se lee en los nuevos y nuevísimos es absolutamente previsible: se escribe bien, se escribe poco, se escribe con sacadas de humor, pero no se logra decir nada, absolutamente nada de original. Todos los poemas podrían estar firmados (o asesisados) por un único y mismo autor”.

“Quería aclarar un asunto que podría volverse folclórico, Se a perpétua cheirasse: el hecho de haber dado a conocer un puñado de poemas a los 61 años, casi todos inéditos, no significa que los haya escrito con esta edad. Estoy percibiendo, por lo que alguien escribió, con respecto a eso, sobre frescor / jovialidad / modernidad a los 61 años, que los lectores pueden pensar que estallé en la “tercera edad” como un fenómeno. No puedo aprovecharme de eso, ni quiero: escribí a los 20, 30, 40, 50 y 60 años, por más que hubo una laguna de hasta casi una década entre lo que vengo escribiendo, antes, revelándolo al público. A veces menos, a veces más, a veces casi nada, pero lo que es cierto es que si mi escritura es intermitente, no significa que aguardé para ‘estallar’ en la madurez (que hasta hoy no siento), con unos 200 poemas prácticamente inéditos, o sea, unos 50 publicados principalmente en el Suplemento Literario de Minas Gerais, una decena de forma más suelta, en distintos lugares, y los demás rigurosamente inéditos, poemas que vengo escribiendo y, muchas veces, modificando, desde la década de 60”.

“¿Por qué no los publiqué antes? Muchas razones: yo miraba con ojos de madrastra (madre drástica) los frágiles brotes que todavía no podrían componer un libro que se sustentara por sí mismo; mudé mucho de vida, de trabajo, de estado y hasta de país, lo que me dejaba todavía más insegura y sin tener a nadie con quién comentar o a quién mostrar mi trabajo. La década del ‘70 fue drástica en cuestiones familiares, muertes y graves enfermedades, lo que me desconcentró de lo que venía haciendo; el hecho de publicar de forma esporádica en el Suplemento Literario de Minas Gerais (mi única fuente) tampoco me dejaba satisfecha: si por un lado siempre encontré receptividad hasta con respecto a experimentaciones que hoy considero algo esdrújulas, por otra parte mis poemas aparecían con graves incorrecciones (vamos a recordar a Sebastião Nunes: ‘yo no escribo errado, yo escribo —yo trabajo— con errores’), y hasta con la falta total de un verso o de una palabra, lo que estragaba el gusto por ulteriores publicaciones; mi inseguridad de nacimiento, tal vez por haber vivido completamente sola durante la mayor parte de mi ya larga vida; mi impaciencia, y mi falta de habilidad, para convivir con grupos literarios; al final, me olvidé de lo principal, pero si me recuerdo vuelvo sobre eso”.

“¿Cómo ocurre en mí este quehacer poético?: de las más distintas maneras, como son distintos los tipos de poemas que escribo. Mi tendencia más notoria, una vez transcurrida la primera fase de experimentación con el verso, la palabra, la visualización y espacialización en la página (época de convergencia concretista, década del ‘60) es la de la metrificación y de la rima (asonante y consonante). Eso hasta hoy me da cierto disgusto pues me siento absolutamente libre para crear y experimentar lo que me da la gana pero, al mismo tiempo, me siento cercenada por una estructura de estrofas previsible y siempre repetida (dísticos, trísticos, cuadras, estrofas de 5, 6, 8, 9, 10, 11, 12), métrica que puede ser conferida (versos en redondilla menor o mayor, superpopulares, o de 6, 8 y 10 sílabas, de preferencia, auque tenga algunos poemas con versos de 2 y 4 sílabas, y algunos pocos alternados) rimas parejas, alternadas, y cierta consonancia interna en este proceso rítmico contra el cual lucho para disfrazarlo. De ahí estuve pensando, últimamente: por qué eso ocurre conmigo, quiero decir, libertad de creación versus esclavitud de formas. Llegué a la conclusión de que la forma poética es lo que más me da límites, si no yo me pulverizaría en lo que hago.

Pero, aun así, encontré una razón más interior y coherente: fui tan reprimida religiosa / social / familiar y sexualmente que transferí inconscientemente para la poesía esta imposibilidad personal de vivir en absoluta libertad y armonía conmigo misma. Así, la forma literaria significaría el súper-ego ancestral que todavía me limita, cercena, vigila, mientras que el ludus poético, propiamente llamado, estaría limitado al meollo (paronomasias, juegos de palabras, metáforas atrevidas, neologismos, aprovechamiento hasta el agotamiento de las señales ortográficas, corte de palabras, elipsis, etc. ¿Pude hacerme entender, o mejor, justificar mi incómodo al querer parecer libre entre rejas?”.

 

Julio de 2003

—Después que el Suplemento Literario de Minas Gerais te dedicó 17 páginas (Nº 57, marzo de 2000), ¿qué ocurrió contigo? ¿Qué has hecho desde entonces? Pregunto eso porque eres refractaria a estas exposiciones, y quería saber qué significó concretamente para ti este homenaje.

—Bueno, en términos de proyección de mi nombre y de mi trabajo, no puedo absolutamente determinarlo. El brasileño es perezoso y comecallado por su naturaleza, y poco lee o comenta sobre nuestros grandes autores... mientras yo sigo siendo inédita, lo que quiere decir: absolutamente desconocida. Además de la satisfacción personal de ver reconocido mi trabajo por el mismo Suplemento Literario de Minas Gerais, y de las declaraciones de gente importante, intelectual y amiga, que siempre aprecié mucho, hubo una única resonancia, que yo sepa, a través de Internet, ¡fíjate! que desde 2000 ha sido el “descanso de la guerrera” jubilada de todo, yo misma. Al periodista, escritor y poeta Antônio Mariano, de Paraíba, que también recibe el Suplemento Literario de Minas Gerais, le gustó tanto este trabajo que escribió un artículo para el periódico União, y en seguida lo publicó en la red. Mucha gente que me conocía de este nuevo medio de comunicación me felicitó, divulgó la revista, fruto de allí, mineira, y hasta posibilitó la divulgación de nuevos poemas de mi autoría. Es eso.

—Sería interesante que comentaras más detalladamente tus recuerdos (hechos, impresiones, etc.) de encuentros que tuviste con los poetas Haroldo de Campos, Décio Pignatari, Carlos Drummond de Andrade, Cecília Meireles y Ana Cristina César.

—De Haroldo no sé qué decir, me parecía demasiado portentoso, lo que me inhibía doblemente.

Y de Décio, a pedido de Augusto, llegué a ser funcionaria (redactora a medio tiempo) en una agencia de publicidad que mantuvo por algún tiempo, si no me equivoco, en el mismo barrio, Perdizes (São Paulo). Allí, de vez en cuando, Augusto pasaba para saludarme, a título de incentivo. Pero yo nunca correspondía, nunca. Acabé luego con eso, que representaba un sufrimiento indescriptible para mí, sin ganancias sino muchas pérdidas, sobre todo emocionales. Ahora bien, Décio es el más extravertido, extraordinariamente accesible, alegre: un comunicador innato.

Pero la única charla (receptiva) que tuve siempre fue con Augusto. Sin embargo, fue Décio el único de los 3 que explicitó, en relación con lo que escribo, su opinión (positiva) en el mismo trabajo que realizaste sobre mi obra en el citado número del Suplemento. Le debía eso, hic et nunc, pues nunca intercambiamos palabras escritas, aunque de él también haya recibido, autografiada, su pequeña ópera-prima sobre Comunicação. Fui comprando los demás libros que Décio publicó, siempre con renovada admiración y estima por quien él es y por la manera como se (re)hace en cada momento de su vida.

Con Carlos [Drummond de Andrade] la empatía fue directa, inmediata, ilimitada. De los 17, cuando quise enviarle mis impresiones sobre sus poemas, y él quiso mantener esta correspondencia, por pura “minerice” congénita, hasta las vísperas de su muerte, nuestros encuentros fluían al sabor de las coincidencias, y se daban por cartas, llamadas, encuentros personales ahora en la Radio Mec, ahora en un Banco do Brasil, como también caminando, por Copacabana, Ipanema. Tal vez la diferencia de edad muy grande me daba la seguridad de un sentimiento recíproco incontaminable, incluso en poesía, por nunca haberle mostrado mis cosas, él era quien las descubría, poco a poco, a través del Suplemento, y nunca dejaba de mandarme una tarjeta, una cartita, o de llamarme con respecto a la publicación. Si hablé de él algunas veces en mis programas literarios de la MEC, hice lo mismo con todos los grandes de la época, incluso los Concretos, y más tarde repetiría la dosis con los más jóvenes, de la generación del ‘70, ya abarcando la llamada “generación mimeógrafo”.

De Ana Cristina no sabía nada, salvo algunas lecturas, hasta que la conocí personalmente en una de sus visitas a la redacción de la revista José, donde trabajé durante unos meses como voluntaria, y me pareció muy autoconfiada, vanidosa, orgullosa, pero no dejaba de revelar su carencia infantil, a juzgar por el tratamiento que todos le reservaban en la revista, realmente como si fuera una niña. Ahora, eso de grupos nunca fue mi estilo. Rechazaba sistemáticamente todas las invitaciones para lanzamientos, reuniones en que se bebe cerveza, fiestas por la noche, con excepción de una vez en que estuve con este grupo en el apartamento de Cecília Jucá, también en compañía de Sebastião Uchoa y del impagable Jorge Wanderley, muy simpático y siempre bonachón, a la par de una intelectualidad respetable. Pero prefería quedarme tranquila en mi lugar. Fui tomada por el pánico cuando supe de la trágica muerte de Ana Cristina César, estuve tan cerca de ella algunas veces, con los colegas de la revista José, sabía ya de su talento y de sus estudios y publicaciones, me parecía, puesto que pedante, exteriormente, una intelectual precoz, y nada en esta vida me haría presumir que llevaba una bomba a reloj en el pecho, a punto de anticipar su propia detonación. Como poeta, me gusta su sequedad rascante, propiedad verbal, finísima ironía en algunos memorables poemas. Considerando los que quedaron de su generación, la pérdida y el pronóstico de lo que ella vendría a ser pesan mucho más. Como traductora de poesía, con su conocimiento de la lengua inglesa y las grandes afinidades con los que ella tradujo (Sylvia Plath y la propia Dickinson, por ejemplo), es una lástima que se haya ido tan joven, bonita, admirada y amada por muchos... para siempre.

Cecília. Además de una visita que le hice, acompañando a mi hermana, Celina Ferreira, en su caserón en el barrio Cosme Velho [en Rio de Janeiro], la encontraba con más frecuencia cuando iba a fichar y entregar trabajos en la Rádio Mec, donde yo era una simple iniciante. Pero su delicadeza hacía que ella viniera hacia mí, recibiéndome, preguntándome sobre mi hermana, interesándose también por mi carrera inicial como productora radiofónica, o sea, cinco minutos de charla y luego se iba, erecta, impenetrable, hermosísima. Después, solita, yo iba encajando las piezas de esta figura real, y repleta de realeza, con su poesía que conocía de antaño y simplemente adoraba, pero nunca hablamos sobre eso, pese a toda mi admiración por ella.

Y aunque no me preguntaste sobre Henriqueta Lisboa, fue otra gran impresión en mi vida. Con la diferencia de que sus poemas secos, profundos, sobrios (no me refiero a los primeros, sino a sus últimos libros), en nada me hacían pensar en la figurita frágil, delicadísima, de persona real y cotidiana, conservadora de sus tardes de té y simpatía, interiorizadas en elocuentes silencios. Como profesora (yo fui a varias conferencias suyas en la Academia Mineira de Letras, y hasta llegué a sustituirla, bajo su pedido, en el Curso Superior de Biblioteconomía, en aquella época ya en la nueva universidad, en el barrio Pampulha en Belo Horizonte), no impresionaba en nada, ella era de las que leen en ton monocorde y voz desaparecida durante toda la lección, sin el elán que uno se espera entre profesor y alumno. Pero sus libros sobre literatura eran todos excelentes, de una claridad y agudeza envidiables. Y ella, por increíble que parezca, me los mandaba todos, viejos, agotados y nuevos, con dedicatorias cariñosas, desde que me fui a vivir a Rio de Janeiro, a partir del ‘74.

—Sobre traducción: ¿cómo fue traducir a Emily Dickinson? ¿Qué es lo que te llamó la atención en esta poeta? ¿Cuántos poemas suyos tradujiste? ¿Te gustaría comentar sobre otras traducciones? Corbière, Mallarmé, Laforgue, Yeats...

—Para mi experiencia solitaria de este trabajo, sin tener a nadie con quien ir compartiendo mis hallazgos y mis errores, fue como aprender una lengua extranjera con sólo dos o tres diccionarios disponibles. Una vez entrañada en eso, caí en la idiotez de enviar a Augusto de Campos, y por primera vez en mi vida, uno de los poemas traducidos de Dickinson, pidiéndole su opinión, y su respuesta fue fulminante: “Si a esta altura tú misma no sabes...”. En otra ocasión, encontrando a Carlos Drummond en la salida del mismo Banco de Brasil, que frecuentábamos, le pregunté si podría ayudarme para localizar una crónica suya sobre un trabajo de Emily, pero él tampoco sabía cómo localizarla, y así y todo me preguntó si había visto a Beatriz Segall en una pieza sobre Emily Dickinson, en traducción de Maria Julieta, su hija. Me quedé boquiabierta: yo trabajando solita hecha una loca, y la pieza sobre la autora que deseaba conocer más hondamente estaba en cartel en Rio. Sólo que, cuando lo supe, ya era tarde...

Llegué a entregar para el Suplemento Literario de Minas Gerais unos 50 poemas que traduje de la poeta norteamericana que no “conocí” en Estados Unidos, sino antes, gracias a unas traducciones de Bandeira, así como en un corto pero maravilloso trabajo de Augusto de Campos, y más tarde en unos 4 poemas de Ana Cristina César, así como en algunos libros publicados, de profesores de inglés, los cuales eran “horroribles”. Pero si por un lado yo no dominaba la historia y la lengua, y tampoco el estandarte religioso de puritana musa “dura y pura”, la intuición y la empatía cumplieron con el compromiso, conmigo misma, por lo menos. Y como nunca hice nada para agradar a nadie, pienso que mi esfuerzo valió la pena, y valió el trabajo que me dio para actualizarla, sin haberla perdido de vista. Fue una larga selección, pues cantidad no significa calidad. De casi 2.000 poemas, seleccioné unos 300, y ofrecí al público media centena, y me publicaron unos veinte. Los demás, el viento se los llevó, con los muchos cambios que yo viví y por los cuales el Suplemento pasó. Felizmente Elson Fróes editó todas las traducciones de Dickinson que hice en su página en Internet, http://planeta.terra.com.br/PopBox/emily.htm.

Los demás poetas vanguardistas que citaste constituyeron una experiencia ocasional, más broma o juego de palabras. Me reconozco a fondo, incluso, en lo que traduje, siempre recreando, o sea, además de los poemas de Dickinson, en uno de Lorca, en algunos de Neruda (selección, traducción y montaje de El libro de las preguntas) y en uno de Alfonsina Storni.

—¿Desde cuándo escribes partiendo de referencias de temas cristianos? ¿Qué piensas sobre las convergencias y divergencias entre sagrado y profano?

—Fue a partir del ‘88, cuando frecuenté un curso de dos años con Herenice Auler (Sagradas Escrituras) y don Estevão Bittencourt (teología fundamental), que empecé a leer sistemáticamente la Biblia, el Antiguo y Nuevo Testamento. Pero, en realidad, mi primer poema abordando un tema cristiano surgió en mi adolescencia, bajo el influjo del Cantar de los cantares, por cierto, sensualísimo, en buenas traducciones. Sin embargo, en casi todos mis poemas se puede encontrar el rastro religioso, nunca perdido.