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José MartíCultivo una rosa blanca

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a la profesora A. García Dávila

Hoy, sin ganas de comenzar otra lectura, horas después de haber concluido de leer una novela, sin ganas de escribir poesía, quisiera mejor hablarme con la ayuda de la tinta, el cuerpo de agua y computadora, quisiera hablarme de un poema de Martí, ochos líneas sencillas pero preñadas de lo más profundo, como lo es toda su obra, en fin, quisiera compartir conmigo toda esa fruta, trago, brebaje, compartir conmigo un poco de toda esa tierra y honestidad que éste cultivaba en el exilio, después lejos de su hijo, príncipe enano, ¡cuánto dolor!, lejos de sus dos patrias, ser bondadoso conmigo esta tarde de febrero, dejar de reprocharme, insultarme, al contrario, gozar del vino hecho de plátano, tabaco, de ese conuco martiano que nunca dejará de producir lo mejor de lo mejor, hablarme de Martí, hombre, mártir, héroe, libertador, pero sobre todas las cosas, poeta, poeta, hablarme de ese primogénito de América.

“Cultivo una rosa blanca”, nos dice, nueve sílabas, cuatro palabras, toda una filosofía, religión, Martí cultiva lo más puro, sincero, lo mejor del ser humano, el amor hacia el prójimo, lo cultiva siempre “en junio como enero”, o sea tanto en verano como en invierno, las circunstancias resultando de más, cultiva, es jardinero, obrero, se preocupa por la salud de su rosa blanca, la visita, habla con ella, le pregunta si le hace falta agua, más sol, tierra, menos soledad, la cultiva “para el amigo sincero” pues solamente un ser sincero es merecedor de tal maná, divino regalo, se la obsequio, nos dice, al “que me da su mano franca”, obsequia su rosa blanca, su alma, poesía, la cual ha nacido para amar, perdonar, para luchar junto a sus hermanos por la patria, lo digno, para luchar por la salvación de nuestra especie, la cultiva para otros, para nosotros, no para él.

Todo esto en ritmo, rima, con una música hecha de rocío, de carpintero esculpiendo algún roble o mata de guayaba, hecha de chichigua, tambor, canoa, todo esto hecho de América y no de Francia como el resto de los que a París soñaban con ver, todo esto hecho a mano, con la paciencia y amor y dolor que toda obra de arte siempre ha requerido, todo esto hecho, ¡cuánta fortuna!, pensando en nosotros, todo esto resultando oración y grito de bélico a la vez.

Martí la cultiva, incluso, para “...el cruel que [le] arranca / el corazón con que viv[e]”, líneas donde se aloja toda la poesía del poema, pensando en lo que Octavio Paz dijo una vez con respecto a la poesía, reside esa ala que Martí identificaba con la poesía, pues fácil es tratar bien a quien nos trata bien y mal a quien nos ha maltratado, lo difícil es no brindarle “cardo ni ortiga” a quien nos ha robado algo de valor, lo difícil y lo grandioso es cultivarle esa misma rosa blanca, confiarle lo mejor de nosotros.

Sencillo mensaje, profundo, meditado, humilde, medido, ideal sumamente difícil de realizar, pues tanto esperaba de nosotros Martí, ¡cuánta desilusión!, pieza, obra de arte que jamás podrá acusarse de ser simple, autorretrato y retrato a la vez del hombre que Martí vislumbraba en su gente, en el hombre, nuestra especie, razón por la cual éste confiaba en lo que veía cuando tropezaba con algún espejo, cuerpo de agua, un par de ojos, lejos de su Cuba, pequeñuelo, su José Francisco, pero muy cerquita de lo más noble, sincero, sencillo, humilde, muy cerquita de lo mejor del arte, la poesía, de nuestra América.