Artículos y reportajes
Crisis de los modos de pensar la culturaCrisis de los modos
de pensar la cultura

Comparte este contenido con tus amigos

En días pasados se ha desatado un fuerte “debate” sobre el problema cultural en Venezuela, en especial en el sector teatral de nuestro país, debido a una medida que ha tomado el Conac, hoy Ministerio de la Cultura, de hacer recortes presupuestarios especialmente a aquellas instituciones que forman parte del programa llamado Repic (Registro Permanente de Instituciones Consolidadas). A partir de allí hemos escuchado una fuerte y denodada algarabía, a mi juicio muy altisonante, en enérgica protesta sobre el supuesto debilitamiento del sector teatral en nuestro país, motivado especialmente a estos recortes en el presupuesto. En artículo aparecido en el diario El Universal de fecha 24 de junio de 2005 y escrito por Ángel Ricardo Gómez, algunos de estos grupos afectados se reunieron, aparentemente para organizar un “debate” del problema teatral en Venezuela; a partir de allí realizaron un pronunciamiento “acotándose” como la voz de protesta del gremio y en función de un hecho tan puntual como el recorte del presupuesto especialmente a este tipo de instituciones. En el mencionado artículo, los grupos afectados pronuncian una crítica sobre: “Se le está negando al país una oferta cultural rica, variada y de calidad. Quedan afectados millones de espectadores infantiles, juveniles y adultos, convocados a espectáculos de calle, plazas públicas, salas teatrales permanentes y experimentales, colegios y universidades”. Esta referencia me parece que destapa una olla sobre el problema de los modos de pensar la cultura en nuestro país. También me trae a la sujeción de los modos en que ciertos actores articulan sentidos y prácticas sobre cierta problemática de la cultura. A partir de allí podríamos intentar exponer una fuerte y punzante gestación “crísica” de la cultura y del teatro. En este sentido una crísica hace referencia a una especie de prestidigitación de un problema que se emblematiza con el rótulo cultural. Pero qué es lo que aquí realmente se está debatiendo, o poniendo en juego. Una élite intelectual, es decir un cierto grupo de actores societales que aducen el problema de la cultura, piensa articular un debate frente al Estado, representado por el gobierno y en este caso por el Ministerio de la Cultura, en base al recorte presupuestario de sus instituciones y suponiendo que eso ocasiona una considerable disminución de la oferta teatral y la calidad artística, resumidas en espectáculos, talleres, investigación, temporadas, giras, tal cual como ellos lo expresan. No es para nadie un asunto nuevo que la crisis (y no la crísica) y el debilitamiento del sector y de los proyectos culturales en este país no es cosa de este gobierno para acá, sino de muchos atrás. Mucho más, yo me atrevería a decir que la debacle del hecho teatral (en especial como sector y de otros sectores) viene desde la década de los noventa para acá.

Los noventa representan a mi juicio el marco de una profunda crisis cultural que ve su modo de representación más bruta en esta protesta que hoy realizamos. Porque uno podría preguntarse: ¿dónde estuvo la crítica al proyecto cultural de aquellos gobiernos y de aquellos estados? ¿Dónde generaron aquellos grupos consolidados una respuesta a los problemas que se hacían frente desde la estética? ¿No se dieron cuenta del marasmo cultural en el que navegábamos?

Yo soy un convencido de que los “imperialismos” (que no los imperios, pues hoy día no se tiene imperios sino imperialismos) descifraron el gran proyecto para América Latina, así el objetivo impenetrable de estos imperialismos consistió en sistematizar y ordenar complejos procesos para destruir sus instituciones, destruir cualquier germen de su Estadoque intentara constituirse como tal. Una sociedad con sus instituciones destruidas, con una estructura estatal muy debilitada, con gobiernos que no producen oferta ni demanda cultural, coloca a merced de esos imperialismos no sólo la tecnología y la cultura y todo lo que ellas y ellos se producey se genera, sino además nuestras muy debilitadas economías que nos hacen un país dependiente; un ejemplo muy claro lo vivimos en nuestro primer período de proyecto democrático, que terminó en la desaparición de la institucionalidad, en la dictadura de partidos, y en el fin del Estado y el gobierno representativo.

Un Estado que no se usa se atrofia, y esa fue la ganancia que vincularon los imperialismos a sus proyectos, a sus intenciones. Hagamos caso omiso a nuestra vanidosa pretensión de país petrolero y sacaremos de ello sólo lo que hasta ahora supuestamente habíamos sacado de ello, y falsa e hipócritamente digamos y gritemos al Estado: “Sin dinero nada podemos hacer y mucho menos cultura”. Más que crisis presupuestaria, yo diría que esto es una “crísica presupuestaria” porque ella no está sola, nosotros la generamos para devengar un “salario” de este Estado que nos ha mantenido a todos desde Juan Vicente Gómez para acá. Antes que en el problema presupuestario yo diría que la crisis está en el debate estético, y que eso de que “millones” de espectadores (porque tampoco somos tantos en Venezuela) se pierden de una oferta de calidad puede ponerse muy fácilmente en duda, porque a ello también podríamos agregar (echando una ojeada muy rápida) la crisis de público que vivimos en nuestras salas de espectáculos, que no se debe precisamente a la crísica presupuestaria, sino al desabastecimiento de proyecto cultural, educativo, social, político, económico que vivió nuestro país en los primeros 40 años de democracia. Vivimos en un Estado que nunca hasta ahora había planificado la cultura, ni la distribución de la renta petrolera para la financiación de la cultura, de la salud, de la educación. Y es muy probable que éste lo esté haciendo mal, pero por lo menos piensa en construir y fortalecer eso que tanto hemos dejado de lado, las instituciones, y que pudiera ser el único camino para restablecer a una nueva cosmovisión de lo social, una nueva trama, un nuevo tejido, una nueva urdimbre societal venezolana. Así que tenemos un doble problema que más allá del presupuesto o de lo que recibamos del Conac no está puesto sobre la mesa, y precisamente estas agrupaciones Repic no han puesto sobre la mesa el problema fundamental cultural. De allí entonces surge la pregunta: ¿desde dónde nosotros hemos asistido a la pregunta por el proyecto estético de nuestro Ministerio de la Cultura? Le hemos dicho al ministerio que no nos da la plata suficiente, y que así no podremos hacer nada o casi nada (que, como dice Silvio Rodríguez, “no es lo mismo pero es igual”), pero ninguno de nosotros ha planteado programas y proyectos de política cultural que vayan en función de las necesidades que el Estado y que nuestro conciudadanos tenemos, nadie realmente se ha planteado el debate de la cultura y de los modos de pensar la cultura. Cuando el profesor y sociólogo Rigoberto Lanz fue el burgomaestre del Celarg, intentó generar desde el espacio de los intelectuales un debate sobre los problemas culturales en estas “sociedades híbridas”; la sala del Celarg quedó deshabitada, nada pasó por allí, hasta que finalmente el profesor Lanz tuvo que irremediablemente (ante la angustiante ausencia) declinar el proyecto, porque los que se denostaban los presupuestos de la cultura poco, casi nada o nada tenían que decir al respecto.

Qué hace a nuestras instituciones si no son nuestros proyectos, nuestras ideas, nuestra comunión de propuestas, nuestras diferencias estéticas, nuestras discusiones y disputas, las que van elaborando y reelaborando como en el tejido de Penélope, como en el hilo de Ariadna, que teje laberintos, una pequeña huerta, un pequeño nicho fugaz y extraño de Dédalo para arrojarse allí a ver que sucede. Los ‘90 nos dejaron en el marasmo, en el aletargamiento, en la oxidada cultura petrolera de que todo esto se arregla con real. Nos hemos desvanecido, ya ni siquiera podemos ser el resplandor de algo que se llamó teatro.