En su boletín de junio de 2005, la editorial puertorriqueña Plaza Mayor, en un texto titulado “La experiencia y la fe” se refiere a la calidad de las obras ganadoras de su premio de novela en los siguientes términos: “(...) las novelas (...) del fallecido Gregorio Ortega (uno de los más reconocidos y publicados autores cubanos) y (...) de Lorenzo Lunar (a quien la crítica internacional considera ‘una de las voces esenciales del neopolicial latinoamericano’) pudieron haber obtenido el máximo galardón en cualesquiera de los concursos convocados en la isla o fuera de ella”. Para describir a los finalistas, añaden: “(...) los muy destacados narradores (...) Oneyda González, Miguel Terry Valdespino, la muy joven Agnieska Hernández y el veterano F. Mond, en la primera edición; y el muy premiado en Europa Antonio Álvarez Gil, el reconocido Alberto Garrido, el joven narrador y poeta Osmany Eduardo, y el desconocido Alexis Romay, en la segunda edición”.
Aprovecho aquí para felicitar, con todo el swing del mundo y de todo corazón, a estos nueve compatriotas. Y, ya que estamos, le mando un beso a mi tía querida —ella sabe de quién hablo—, que vive en La Habana y no tiene teléfono. Y habrá de resultar obvio: escribo esta réplica en respuesta al gratuito adjetivo que antecede a mi desconocido nombre.
Amigos lectores: mi nombre es Alexis Romay.
Por experiencia propia, regreso a “La experiencia y la fe”. En dicha nota editorial, los redactores lamentan las circunstancias que han llevado a que su tercera convocatoria al premio de novela sólo haya recibido 39 obras concursantes. No se explican el motivo de tal recaída. Cito: “¿Las causas? Nadie podría precisarlas”.
Los lectores que no me conocen, merecen conocer que de mi estatus de finalista a dicho premio de novela me enteré por un comunicado de prensa, que leí, entre brincos, en la página web de la entidad organizadora del concurso. También merecen conocer que jamás recibí ninguna notificación oficial del veredicto. Jamás recibí un correo electrónico de parte de dicha institución. Jamás recibí de ellos una llamada telefónica. Jamás me enviaron un sobre postal. De hecho, desde que se hizo público el fallo del premio he intentado, en múltiples ocasiones y sin éxito, obtener alguna respuesta acerca de mi novela. La comunicación por parte de la editorial ha sido nula. ¿Las causas? Yo no podría precisarlas.
A cada uno de esos 39 esperanzados, a cualquier novelista cubano, a ese prójimo mío en cualquier parte del mundo, le traigo una noticia: puede suceder que su manuscrito sea seleccionado finalista en un concurso literario; puede suceder que la editorial que convoque al premio, por iniciativa propia, no se ponga en contacto con usted; puede suceder, incluso, que la editorial nunca responda sus llamadas telefónicas o su correspondencia; puede suceder que un día cualquiera, casi nueve meses después de fallado el premio, los redactores del boletín de dicha editorial lo califiquen a usted de “desconocido”.
En esa otra caverna de las ideas que fue la inhóspita cueva de Polifemo, ante la pregunta del cíclope respecto a su identidad —y en un ardid que luego habría de salvarle la vida—, el bueno de Ulises respondió que su nombre era Nadie.
En medio de esta corta pero inexplicable Odisea literaria, quiero identificarme con el vencedor del sitio de Troya, el esposo de la bella Penélope, el ilustre exiliado de Ithaca, y decir a los redactores del boletín de la editorial antes mentada que Nadie, de una vez y por todas, les agradece.