Artículos y reportajes
Miyó VestriniHablando de poemas
Suicidio con zanahoria rallada

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El primer suicidio es único. Así lo anuncia Miyó Vestrini desde la ironía y desatino de un frustrado intento de suicidio. La voz de la poeta venezolana (de origen francés) que nos dejara cuatro libros de poesía y uno de relatos, se asoma en este poema dejándonos ser observadores de su canto a la muerte. A la muerte como refugio, como salvación, como cambio nada más. Julio Miranda en el prólogo de Todos los poemas (Monte Ávila, 1994), antología que recoge toda la producción poética de Miyó, nos dice sobre este poema: “Se nos notifica que ya la hablante cometió algún intento frustrado, médicamente castigado, como se registra, con escalofriante ¿frialdad?, en ‘Zanahoria rallada’ ” (p. 15). El castigo del juicio duele más que el castigo del médico o la enfermera: “Te pasan un tubo por la nariz, / con fuerza, / para que duela”. Los pequeños sadismos casi siempre se callan y pueden pasarse por normales, pero aparecen muy estéticos en ciertos poemas. El pequeño sadismo del tubo se acrecienta al convertirse en amargura, duele en el cuerpo y en el sentir de la poeta.

La creación artística es una forma de hablar, el suicido también lo es. El suicidio habla del descontento, el desatino, la incomprensión, la soledad. El suicida trata de decir que tal vez la muerte sea más bella, más fácil o “la única salida / o que lo haces / para-joder-a-tu-marido-y-a tu-familia”. Al no lograr el objeto de la muerte, Miyó nos permite mirar, a través de su mirada al transformar la experiencia en poesía. La ironía pesa en el poema, frente la indolencia de quienes miran el tubo transparente “por el que desfila tu última cena. / Apuestan si son fideos o arroz chino. / El médico de guardia se muestra intransigente: es zanahoria rallada. / Asco, dice la enfermera bembona”. La pequeña venganza de Miyó frente a la apuesta descarada, tal vez sea este poema, hermoso y mordaz, como seguramente no lo serán nunca el médico ni la enfermera. La anécdota del día después al intento, se hace vívida y locuaz en el poema. La angustia de sentirse sin lugar.

Los poemas también pueden poner a latir el pensamiento, sin que ello sea su fin: “La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor. / Cosas de niños, / dicen / como si los niños se suicidaran a diario”. La poeta parece reclamar, así, que la sumisión en la jornada de la vida no nos deje tiempo para filosofar o para sentir al otro. Tenías razón, Miyó, la muerte no es cosa de niños, es cosa de todos y cada vez se nos hace más cotidiana, la conciencia crece y nos acerca cada vez más a la muerte como parte de nosotros, como si todo fuera un gran sueño y la muerte el despertar o viceversa, no lo sabremos hasta llegar.

 

Zanahoria rallada

El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no molestar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-era-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio dónde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré nada sobre tu vida
en ningún libro,
si puedo evitarlo.

Miyó Vestrini. Todos los poemas (1994)