Artículos y reportajes
“Afrodita”, Briton RiviereEsta calle
llevará tu nombre

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Todos sabemos que las ciudades crean sus monstruos y los abandonan al olvido, pero también es cierto que cuando las calles adoptan a esos seres proscritos, los arrullan por las noches para que no mueran de pena.

Con el tiempo, el hijo se hace fuerte y astuto, algunas veces vulnerable y sentimental, pero dueño de una sabiduría que sólo la maestra vida es capaz de transmitir a sus alumnos.

Muchos estudiantes han sido graduados por la maestra vida, pero en nuestra ciudad destacaba una alumna: Zoraida García, como la más brillante.

En un desfile de feria por la avenida Bolívar de Maracay, por los años ochenta, tuve la oportunidad de conocerla. Yo era un adolescente y acababa de salir del bachillerato, pero jamás había visto —ni de lejos— a un poeta.

La primera impresión que causó ante mis ojos bastó para comprender su entrega por el arte, pues a pesar de que estaba rodeada de indigentes, seres envilecidos por el licor, su figura emergía entre la podredumbre como una flor en medio del fango.

La recuerdo como una mujer delgada, de porte elegante, que se expresaba con una voz armoniosa y una dicción muy limpia. Era exquisito verla empinarse la botella y devolverla con gracia a sus compañeros.

Seguidamente, cuando pasó frente a la mesa de un artesano que conversaba conmigo, tomó unos collares de caña y los escondió entre sus pantaletas. Se paró frente a él y lo retó a que se los sacara. El artesano dejó que se marchara y no le quedó otra que celebrar la travesura entre risas.

Describir o definir a Zoraida García no es tarea fácil, escribió Agustina Ramos, y estoy totalmente de acuerdo. Por su parte, Eleazar Marín la define como un ventarrón público que, de manos a una botella, deambulaba sobre su miseria (...) como palabra irreverente, como locura impuesta por las desgracias del amor, como ojos y lengua acusadora, sonoridad y desparpajo que algunas veces causaba constricción y la mayor de ellas cariño.

Después de aquel encuentro, volví a verla en cualquier paraje, a veces sola, a veces acompañada, pero jamás tuve la osadía de acercármele aunque sea para extenderle mi mano y decirle: ¡Salud, poeta, algún día esta calle llevará su nombre!

Luego de unos meses me enteré de su muerte. A pocos días del trágico incidente, Eleazar Marín escribió: “No sé si el hombre que disparó contra las ruinas de Zoraida García, con o sin órdenes superiores, y los superiores mismos, puedan tener sosiego después de haber asesinado la voz irreductible y rebelde del amor caído en desgracia”.

Años más tarde de la desaparición de Zoraida tuve la oportunidad de leer el poemario Lejos de la jaula, gracias a la amabilidad de Héctor Bello, quien me lo prestó para fotocopiarlo. En este libro destaca el epílogo que escribió el poeta Alberto Hernández, donde sentencia: “La muerte la ronda y la saluda, pero intenta espantarla de un salivazo para salvar el temblor ante la poesía. Y lo hace”.

De allí deduzco que un personaje así difícilmente podrá desaparecer de la memoria de una ciudad que adora a sus hijos y los protege del olvido. Por eso, en cualquier momento alzaré una botella y con el poder que otorga la poesía bautizaré esta calle con el nombre de Zoraida García.

 

Poemas de Zoraida García

Cerbatana

Para poder brindarte una sonrisa
bajé del cielo

y aún así
encuentro tu rostro
destilando hiedras

(***)

Estabas allí, como todos los días,
frente al ventanal, como si tal,
con tu frente amplia, y esta vez
con tu vestido rojo, tus cejas pobladas
y esos ojos soñadores enmarcando
una mirada extraña.

El ir y venir rutinario, mis noches
insomnes, y el beso de todos los días...

Aquella vez, después del tiempo,
un andar de siluetas tal vez trasnochado
y mi paso cansado por las avenidas,
eras más que un bohemio.

(Tomados de Lejos de la jaula)

 

Elegía

Escuela de Aviadores
Pilotos del Ejército

“Oid este testimonio”
La hora de la sempiterna
ha aparecido.

Opacamente
en el horizonte
sobre una estrella
cabalgando
en la noche
con el solo objeto
de saludarnos.

Así me permita
su majestad
El señor emperador
de estos demonios.

En rituales
si es que los señores
me permiten
agregar unas
cuantas
palabras
                       a mi osadía
que con benevolencia
del señor
no se ha convertido
en osamenta.

Tengo que deciros
Que nuestros ojos
son extraños
en relación
con diferidas visiones.

 

Enemigo II

Sólo los enemigos
Ocupan
        El Santuario
altamente contaminado

La señora
        carcomida
llena de pus
los llama
los alaba.

   son
gonococos
  que la cuidan
para alejar
      a la limpidez
de una flor
          sin espinas
A las que tiene
       horror.

Señora carcomida
       apadruñas
       alimentas
tanto a uno
       como a otro
la flojedad
y así pregonas
        que sirves,
        que ayudas,
        que eres buena,
        que son buenos.
Que ofendes
y maltratas
a los que defiende
   el justo.

¿Hasta cuándo
    apañas
Señora carcomida?

Y tú el que se pretende
        le das
        la mano
          Siempre a su lado
        de lado
        de lado.
Oye tú la voz
la de siempre
      la anterior.

(Tomados de Sólo los enemigos)

 

III

Los perfiles de la tierra
remojados.
Los cánticos y atalayas
de los pobres
desahuciados vecinos;
El lloriqueo de dos inocentes
blancas palomas.
El can muerto debajo
de mi poltrona preferida.
El conjuro de mi madre
a mi destino.
He ido dejando el sexo abandonado por los
caminos como lastre de insípido horizonte,
sin sentir
el contacto de un rostro velludo
Y la erección que da constancia
de una preñez en desamparo.

(Tomado de separata en honor a Zoraida García en La Honda y El Pájaro).