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“Delirio”, Laura RestrepoDelirio

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En una de las muchas entrevistas que ofreció Roberto Bolaño, luego de obtener los prestigiosos premios Herralde y Rómulo Gallegos por su influyente novela Los detectives salvajes (en esta ocasión a Daniel Swinburn, del diario El Mercurio), dice: “En cualquier caso, la presión temática siempre ha ido a la par con la presión de la estructura. De hecho, cuando imagino un cuento o una novela o una pieza teatral, lo que sea, menos tal vez un poema, el primer escollo, el primer problema a resolver es el de la estructura, es decir, el envoltorio. A fin de cuentas, lo que se cuenta siempre es una variación de lo que el hombre se viene contando a sí mismo desde hace miles de años. Lo que cambia, lo que permite que el árbol, si aceptamos darle esa figura a la experiencia literaria, se mantenga vivo y no se seque es la estructura, nunca el argumento”. Quizá también fue esta una de las premisas que tuvo en consideración, al momento de escribir su novela Delirio, la narradora colombina Laura Restrepo, con la cual ganó, el año pasado, la séptima edición del premio Alfaguara de novela.

Aunque, desde luego, sería injusto decir que todo el atractivo de Delirio se resume en su estructura, abstracción que un lector convencional tal vez no pueda apreciar de manera consciente, pero sí, al menos, sentir. Otros dos recursos que contribuyen a que la novela de Restrepo atrape, que el lector se sienta involucrado y arropado con lo que se relata, son, en primer lugar, su estilo narrativo, esa “oralidad” que nos remite a la sensación de estar deslizándonos a lo largo y ancho de un prolongado tobogán de agua mientras avanzamos en la historia, que salta de la voz de uno de los personajes a la voz de un narrador omnisciente para volver, casi de inmediato, a la voz de un personaje cualquiera; y, en segundo lugar, la cuidada construcción de los perfiles de los personajes, cargados de sensibilidad y variados de matices.

El argumento de Delirio, si se quiere, es bastante sencillo: Aguilar, luego de ausentarse de su casa durante cuatro días —en un viaje de negocio— encuentra a Agustina, su esposa, completamente enloquecida, en el fondo de una habitación de un hotel cinco estrellas. A partir de allí Aguilar comienza una búsqueda que lo llevará a distintos parajes, internos y externos, intangibles (hechos de recuerdos) y físicos que le permitan averiguar qué ocurrió durante su ausencia para que la mujer que ama haya caído en semejante estado de enajenación. De este modo el lector irá descubriendo, junto a Aguilar, los dolorosos secretos que rodean a Agustina, o acaso sería más ajustado decir, los dolorosos secretos que rodean a la familia de Agustina.

A través de su narración fragmentada (o fragmentaria), de la historia de los Londoño-Portulinus, Laura Restrepo revisa una época —y sobre todo las convicciones de una clase social— particular de la sociedad colombiana, esa en la que estuvo a merced del poderoso y temible cartel de Medellín y, de su jefe omnívoro, Pablo Escobar Gaviria. No sólo por el terror que conseguían transmitir los atentados con los coche-bombas, sino incluso por la corrupción que estaba ligada a la avalancha de miles de dólares que el negocio del narcotráfico producía o produce. Esa doble moral de algunas familias pudientes que se vieron obligadas a mentirse a sí mismas, y a los otros, para mantener su status y demás prebendas sociales.

Sin embargo, Delirio es también una hermosa historia de amor. O acaso debamos decir: es primordialmente una hermosa historia de amor. El enorme amor que siente Aguilar por Agustina que lo llevará a atravesar barreras que ni él mismo se suponía preparado para transgredir. Su constancia le devuelve, al final, quizá un poco del aliento perdido, pero definitivamente no lo pone a salvo de la dulce locura que significa amar a Agustina.

Delirio es, incluso, un testimonio plausible de cómo escribir una novela conmovedora y, a la vez, con suficiente dosis de humor, sin dejar fuera los ruidos que hacen de nuestra época una sinfonía del horror.