Editorial
Integridad

Comparte este contenido con tus amigos

En ninguna parte dice que un escritor debe ser una persona íntegra. En ninguna parte dice que una persona debe ser íntegra. Pero todos aceptamos que no serlo conlleva al malestar de quienes nos rodean, quizás porque la falta de integridad de unos es el motor de la injusticia que eventualmente nos afecta a todos.

Hay una línea muy sutil entre la integridad y la complicidad con el pasado. Lo cierto es que, si somos incapaces de evolucionar con el entorno, no somos íntegros per se, sino simplemente entes inmóviles. Ser íntegro implica sostener con responsabilidad a través del tiempo las verdades que nos constituyen como seres humanos.

La reciente entrega del premio Rómulo Gallegos parece no querer despegarse de los ribetes polémicos que alcanzó gracias al enrarecimiento general que, en Venezuela, ha producido el intenso debate político. Unos días antes de la ceremonia de entrega, el escritor cubano Lisandro Otero —un hombre con una vida intelectual impresionante, al margen de consideraciones de otro tipo— atizó discordias remitiendo al diario español El País una breve carta en la que denunciaba una supuesta llamada del embajador de Estados Unidos en Venezuela, Otto Reich, que habría alterado el resultado del premio en su edición de 1987.

Según Otero, el escritor venezolano Caupolicán Ovalles le habría llamado el día anterior al anuncio del fallo para felicitarlo, pues el jurado había decidido otorgarle el premio por su novela Temporada de ángeles. El galardón fue, sin embargo, para Los perros del Paraíso, del argentino Abel Posse, y sólo ahora, cuando casi han transcurrido dos décadas del hecho, Otero ha revelado que el supuesto cambio en la decisión fue impulsado por una llamada de Otto Reich, entonces embajador estadounidense en Venezuela, al mismísimo presidente Carlos Andrés Pérez, “expresando su protesta por la concesión del premio a un ‘castrista’ ”.

De esta manera tan oblicua, ha creído Otero defender la rectitud del gobierno del presidente actual de Venezuela, Hugo Chávez, por considerar que se adelanta un intento indirecto por desacreditarla por parte de quienes acusan al premio “de estar prejuiciado, de inclinarse por autores de izquierda, de haber abandonado su tradicional imparcialidad”. Otero dice que su experiencia personal contradice a quienes aseguran que “el premio siempre fue un modelo de integridad”. Dicho de otra manera: según Otero, puede justificarse la comisión de un acto deshonesto con la demostración de que otros, antes, también lo han cometido.

Días después de la publicación de esta carta en el mencionado diario español, el profesor Alexis Márquez Rodríguez envió una respuesta pública a Otero. De su lectura trasluce que a ambos los unen lazos de amistad anteriores a 1987, por lo que Márquez Rodríguez no duda en manifestarle su estupor y su tristeza ante lo que, a todas luces, no es otra cosa que una acusación sobre la integridad de quienes fungieron como jueces del premio aquel año y la calidad de la obra ganadora.

Márquez Rodríguez fue uno de esos jueces, y ante la evidencia del honor mancillado se ha visto obligado a responder. No falta, sin embargo, a su sentido de la amistad, y deja una brecha para la confianza: “Quiero suponer, en aras de nuestra vieja y fraterna amistad y compañerismo, que has olvidado que yo estuve en el jurado en aquella ocasión, y que de haberlo recordado te hubieses informado conmigo acerca de la veracidad o falsedad de aquellos hechos, antes de hacer pública tu lamentable carta, dando por cierta la injuriosa especie”. El texto de su respuesta da minuciosa cuenta de la manera como el jurado decidió otorgar el premio en 1987 a Posse, por supuesto completamente distinta a lo que implican las acusaciones de Otero.

La integridad no es, se sabe, moneda común. Márquez Rodríguez estuvo en el pasado reciente al frente de Monte Ávila Editores, el sello del Estado venezolano. De hecho, ha manifestado en alguna ocasión su afecto personal por el presidente de Venezuela. Tales circunstancias no se constituyen en represa para manifestar su actual desacuerdo con el gobierno venezolano —lo hace al final de la misma respuesta a Otero—; así lo que pudiera ser considerado una contradicción en su conducta no es otra cosa que una expresión certera de integridad.

Y es que el entorno cambia constantemente, en algunos casos de manera radical, propiciando confusión y desorientación. Cuando esto ocurre, una mirada concienzuda a las verdades que nos constituyen como seres humanos nos brinda la luz necesaria para que marquemos nuestro camino con decisión. En estos casos, aun cuando entremos en aparente contradicción con nuestras acciones del pasado, estaremos siendo íntegros pues mantendremos nuestra relación de compromiso con nuestras verdades interiores.