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Poemas

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Ah poeta

Confundido con un pequeño
dios, mago, soñador;
el poeta es un armazón humano
como sus semejantes,
todas las carencias le pertenecen,
disfruta menos de la vid
en las celebraciones de abundancia.
Es imán para lo adverso
y sólo puede aderezar su canto
con la virtud,
los astros y los elementos.

Le piden perlas y se zambulle
para extraer maravillas,
milagros también quieren,
amor le exigen —qué descaro—
la vida le piden a cambio de nada.

 

Naufragio en el sueño

El logro más preciado
por el cual tanto luché
se quedó rezagado en el naufragio
de un sueño.
Al principio creí tener todo
a mi alcance,
palpé sus contornos, disfruté
aquí, allá, de sus dones.
Sin obstáculo marchaba; firme,
Sin carencia alguna,
parecía que todo estaba consumado.

Próximo al puerto, otra
realidad esperaba por mí
después de aquella travesía.

Al despertar frente al ocaso
quedé con los brazos extendidos,
extrañado ante el desengaño.

 

El poeta errante

La anécdota es ubicua, está ambientada
al descampado en época de invierno.
¿Quién detiene al nubarrón,
el pedazo de rayo, el retumbar
del trueno?
Borrosa de embriaguez la luna
es ahuyentada por el afán de un perro,
por el indigente insomnio.

La noche tiene dueño: el bien y el mal;
que en fusión espejean
el mismo gentilicio bajo la oscuridad.
No tendrá escapatoria el trashumante,
el aguacero caerá sobre él sin mengua;
con frío, enchumbado estará
si no busca un alero, un café bien
caliente y un cigarro.

Pero todo es quimera,
juego mental del réprobo,
porque estará condenado al martirio
y nada ni nadie podrá remediarlo.

 

Estación del agua

Antes y después del próximo
milenio —en la estación del agua—,
recojo mis andanzas
en un pensar retrospectivo.
Escribo la palabra infancia y me veo
jugando bajo un aguacero,
en los ojos del primer amor,
en la primera piedra de comprender
el mundo.
Todo es banal bajo la tormenta
si no se acata el juego de la fantasía.

Un siglo no basta para inventariar
tanta derrota acumulada,
así sea la hora de ordenar
o medir,
la distancia de lo recorrido.

 

Réquiem

a Luis Daniel
José Alberto
Antonio

Lluvioso amanecer éste,
con pájaros trinando
en las ramas llorosas.
Hay silencio en la barriada,
en esta vivienda,
los niños aún duermen,
con el gotear sobre objetos
oxidados como algunos recuerdos.
Una vieja mujer trastea
sin ton ni son para sentir
la vida.
Un joven poeta sueña
y muere desde hoy para siempre.

 

Tus manos

Quiero escribir
sobre tus manos.
Tus manos son... y ahora la lluvia.
Hay mucha alharaca en las calles,
en las busetas,
en los medios de comunicación.

Por todas partes sale el eco
de la serpiente hablada del lugar
común.
Tus manos son... De aquí no salgo.
El agua corre tibia por mi cara,
tus manos son, ah, ahora
las recuerdo: ¡cuán suaves eran!

 

Una tarde

Como vieja fotografía
guindada en el cuarto,
recuerdo aquella tarde.
Para entonces embriagaba
su ocaso, su archipiélago
fucsia y la requebrada brisa.
Las casas de paja, de tejas;
presentan a personas íngrimas
bajo la cortina de una llovizna.

En ellos nunca pasa el tiempo,
todo es siempre como la eternidad.
Ahora es tarde de este lado
del patio; lo percibo
por esta brisa humedecida,
por las voces quedas, por esto,
por aquello, lo otro.

 

Canción lejana

En la sombra de aquel árbol

No comprendo el porqué
esta canción bobalicona
me trae nostalgia.
Será porque recuerdo
un camino rural con gente
de un caserío humilde,
tan callados que sólo cantan
en la faena
con olor a ensalmos y a yerbajos.
Allí los pájaros, los árboles, el río;
los animales de cría
y silvestres los alegra la lluvia.

 

Rescate en el barrio abajo

Cuántas lamentaciones trajo la tempestad,
el aluvión arrasó lo que encontró a su paso,
por calles, barriadas y sembradíos anduvo,
antes de llegar al reservorio (Lago de Tacarigua)
envolvió enseres, animales, y almas. Desde aquí
se puede ver la torrentera.
La belleza del paisaje con la cabeza baja,
dice no haber culpables, el molino del tiempo
vació sus baldes y anegó
las partes más llanas, cuarteó la tierra.
Los periódicos reseñan tanto daño,
el afectado recicla lo no desaparecido.
¿Pero qué, un milagro? Un potrillo
tal centauro con la mitad aferrada
a la orilla garrapatea por salvar la otra parte
de su cuerpo que las aguas reclaman y la gente
del barrio le ofrece sus manos para ponerlo
a salvo: todos van y vienen,
los niños bulliciosos celebran,
hombres y mujeres afanados: todo un acontecimiento.

 

Deshojado albor

Cada poema un pájaro que huye
Álvaro Mutis

He dado varias vueltas y no he podido
encontrarlos, no sé su paradero,
mucho menos su futuro inmediato.
Salí tras sus pasos en cuanto desaparecieron,
nadie los ha visto —por aquí no han pasado—
me contesta un amigo.

Varias vueltas le he dado a la noria
del día y sólo cansancio me ha legado.
Por calles, plazas, garitos; por el mercado
también anduve y nada.

A dónde andarán los muy ingratos,
tanto cuidarlos del intruso,
del barranco y la lluvia.
Esos poemas decidieron irse,
emigrar como aves de paso.

 

El viñedo de las maravillas

a Le Comte Blue

A falta del buen mango,
guayabas y el mamón,
buenas son las pesguas: frutillas
adulzadas sin mucha codicia,
su cosecha es de invierno.
Cuando la hambruna ataca
al caminante, lo saca del trance;
va hacia el árbol —viñedo urbano—
detrás de las lozas y al desprender
los gajos: tinto vino
es lo que sus labios prueban.

Su jugo serviría de tinta
Para escribir poemas sencillos.
Así el poeta bramaría de gusto
en el desierto de asfalto y bautizado
por los rayos solares, nadaría
a placer en la báquica piscina.

 

Papel al fin

El pedazo de papel
donde transcribía un poema
me lo arrebató de las manos
el viento.
Salió en volandas, mateando
por encima de las cercas.
Mientras busco; anda por allá,
en la otra esquina:
a veces se detiene y, haciéndose
el gracioso,
espera a que me acerque
para darse a la fuga.

Está bien, vete,
cumple tu papel de higienizar.

 

Fuera la tristeza

Como si pescara una virosis,
me quiere dar tristeza.
Ahora no, estoy leyendo
a Nuno Júdice,
ando por parajes berracos
y vienes tú a importunarme
con tu bajón estresante.

Sé que es una treta
de los sentimientos (ahora cuando llueve)
para ablandarme el ánimo.
Por eso canto entre ruinas
“la balada del alucinado”,
mientras Rut mastica mi sexo.

 

Joven al fin

Como alma llevada por el viento
pasó mi juventud por la vida.
Siempre anduve a la carrera
como si me esperaran,
como si me persiguieran.
Soñaba ser rey del mundo,
el más eficaz a la hora de dar
una idea o dar en la diana
en cualquier certamen por difícil
que fuera.

No tuve tiempo para rectificar,
enmendar errores; todo se iba
como nube soplada por la brisa.
Al despertar de la inmadura edad;
de aquella primavera sólo quedó
tristeza, un peso inusual se había
acumulado hasta que el azogue
develó la amarga verdad: el joven
que fui no era el del espejo,
aquel se había esfumado
a toda prisa
para jamás volver por esta tierra.

 

Puño y letra

a Melitón Salazar

No termino nunca de escribir
poesía,
siempre recomienzo.
Poesía en ti poesía en mí,
futuras generaciones también
estarán a la expectativa.
No escribo para el comentarista,
doctor en letras, para el crítico,
ni al magnate de literatura.

Escribo para la mujer, el hombre;
para las personas; no al título
tributario de la pedantería.

Poesía de emergencia,
poesía para la humanidad;
amor, belleza y muerte
la consagran.
Poetizar es la consigna
poesía como pan de la vida.