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Sergio RamírezExistencia conjugada
Comentario a Una vida por la palabra

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El verbo es vital en todos sus sentidos. Su acepción religiosa la vincula con la divinidad, encarnada en Jesucristo quien se dio a conocer por medio de la palabra, el verbo es verbigracia un regalo divino, que unos mortales llamados escritores desean apropiarse, igual que el mítico Prometeo al robar el fuego del Olimpo. Nos enseñaron, en los primeros años, que el verbo también indica acción, algo que modificaba al sujeto en la oración. De manera que un texto de ficción, crónica o reportaje, debe recopilar una buena cantidad de verbos, evocando ideas o actos. La vida de un escritor, es decir, un sujeto dedicado al verbo, siempre será motivo de curiosidad y consulta. Así lo demuestra el libro Una vida por la palabra, que reproduce la entrevista realizada al escritor Sergio Ramírez por la periodista mexicana Silvia Cherem.

El libro al cual me refiero nació en Cartagena de Indias, Colombia, mientras Ramírez era profesor de un seminario de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (fundada por Gabriel García Márquez), al cual Cherem asistía. Luego se encontraron en diferentes tiempos y espacios para continuar con el diálogo, que se transformó en páginas impresas, un texto que si bien no fue escrito a cuatro manos podría decirse que fue a dos manos y una garganta. Pareciera que Sergio Ramírez ya no tuviera material para escribir sus memorias, tanto sus libros de ficción como de ensayo, registran trazo de sus recuerdos. La tendencia autobiográfica de Sergio Ramírez se detecta desde su primer cuento publicado, “El estudiante”, cuyo protagonista es un muchacho que viaja a León a cursar derecho, historia que se magnifica en su primera novela titulada Tiempo de fulgor.

En la entrevista surgen las imágenes de la Masatepe natal de Ramírez, la juventud en León, donde nacieron sus eternos amores, el humano con nombre de mujer, así como el del oficio que le permitirá ganarse la vida con el sudor de las palabras. Silvia Cherem describe a Sergio Ramírez como “un corpulento hombrezote de andar torpe, cara cuadrada y ojos atortugados que tras las gafas parecieran aburridos o adormilados”. La anterior es la descripción del “rostro amable” que tuvo la revolución sandinista ante el mundo, rostro que, alejado de lo político, sigue siendo amable con propios y extraños.

“Una vida por la palabra”, entrevista a Sergio Ramírez por Silvia CheremEl mérito de una entrevista es extraer los pensamientos ocultos, los sentimientos espontáneos y las frases concluyentes que pueden ser contundentes; por ejemplo, cuando Ramírez afirma que “la ideología triunfó sobre el sentido común y eso fue uno de los grandes errores de la revolución”. La entrevistadora aparece como la traductora especial que retoma las palabras habladas, registradas en un aparato grabador y no se limita a transcribirlas, tiene la capacidad de moldearlas, como escultor ante la arcilla, sin cambiar el sentido de las mismas. En este caso, la entrevistadora se convierte en la narradora de la historia de la vida de Sergio Ramírez, que no es otra que la memoria de lo ocurrido en Nicaragua en el último medio siglo, años decisivos para el pasado y también el futuro de este país.

Sergio Ramírez: escritor que nunca aprendió a manejar correctamente la máquina de escribir, por su aburrimiento a las clases de mecanografía, por lo cual sus ríos de palabras fluyen de sólo dos dedos. Un pensador que siendo niño fue acusado de ser retrasado mental e incapaz de asimilar enseñanzas por parte de un profesor resentido. El autor que ha recibido diversos reconocimientos en su dilatada trayectoria literaria, desde aquellas dos botellas de ron, cuando tenía doce años y envió un guión a una emisora de radio. El novelista que reconoce que el cine es su mayor influencia en su formación, pues el juego del lenguaje comienza con una imagen impactante, lo que tal vez se inició desde su experiencia juvenil como operador de cinematógrafo, parodiando al niño de Cinema Paradiso, esa técnica de imágenes que aprovechó el director colombiano Jorge Alí Triana en su versión televisiva de Castigo divino. El creador que firma con el dibujo de dos volcanes que lo han seguido desde la niñez.

Me gusta la gimnasia literaria, es decir, hacer juegos y ejercicios en los textos que leo. Al final de la larga entrevista realizada por Silvia Cherem, en los anexos aparece un índice onomástico, el listado de las personas referenciadas en el libro. Podría hacerse una selección de los más mencionados, quienes permaneciendo en orillas dispares en el ámbito familiar, histórico, literario, político, dejaron huella y han generado diversos sentimientos en el alma de Ramírez, pero en modo alguno la indiferencia. En orden alfabético: Tomás Borge, Ernesto Cardenal, Mariano Fiallos Gil, Carlos Fonseca Amador, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Tulita Guerrero, Daniel Ortega, Rubén Darío, César Augusto Sandino.

El texto no sólo enseña sobre el pasado, da señales de futuro, sobre un escritor que desea diez años más de vida productiva, anhelo que se repetirá cada decenio, hasta que el cuerpo y el papel aguanten. Gracias a este libro sabemos que Ramírez tiene unas memorias inéditas tituladas Retrato de familia con volcán, sugestivo nombre trazado con pincel. De igual forma podemos esperar seguramente una novela sobre Rubén Darío y otra sobre Sandino, las dos figuras nicaragüenses que le marcaron ese doble camino que emprendió, el literario y el político. Así que me equivoqué cuando dije que ya no quedaba material para una autobiografía de Sergio Ramírez, todavía queda mucha tela vital para seguir cortando y contando retazos. Es decir, un verbo que seguirá conjugándose en su existencia.