Sala de ensayo
“Comunicación”, José OrtegaElementos de la realidad

Comparte este contenido con tus amigos

Por voluntad a todas las personas les gusta exigir una responsabilidad, la exigen por aquí, la exigen por allá, porque... no todo es válido socialmente. Un informador exige, en fin, al maestro de su hijo, una buena educación; no que le diga que “la Tierra es plana” al no haber alguna prueba en ello ni tampoco que “los hombres y las mujeres no tienen los mismos derechos”. En realidad, ése, exige una veracidad, lo que está más cercano a la veracidad, lo que posee más pruebas de veracidad o lo que presenta una contundencia evidente de veracidad como lo absoluto de que “a él le es propia la voluntad”: pensar y sentir por sí mismo.

Así, nadie siente por él, nadie piensa por él, por lo que “él es él” se mire como se mire, se valore como se valore, se marche a donde se marche: es un absoluto ser, es un componente entre muchos que permite imprescindiblemente que un contexto exista como tal. Para que exista la lluvia, por ejemplo, debe existir absolutamente agua, debe existir absolutamente calor que la evapore, debe existir después absolutamente un suficiente frío que la licúe. Luego para que existan procesos, para que existan desarrollos, para que existan en definitiva acciones son obligatorias “cosas imprescindibles”, absolutos, bases, propiedades, condiciones que sustenten ontológicamente el mismo existir. Y no es porque a mí me guste, sino porque es continuamente demostrable; siempre, para que exista un “algo” ha de existir otros “algos” por los cuales existe la acción, el movimiento, la diversidad, no un algo sólo fijo que no podría existir al no accionarse como acto o hecho sin movimiento.

Al par de eso, teniendo en cuenta que cada cosa imprescindible es un componente de la diversidad, no le puede ser un componente de sí y no a la vez, sino de sí, pues cada cosa es innegablemente absoluta: que sostiene a otras, que “hace que otras existan” por muy pequeña o despreciable que sea. Luego si no pueden prescindirse las cosas, luego si no pueden restringirse, luego si son fundamentales y no sustituibles, son absolutas para la realidad ­aparte de que cuatro iluminados se hayan imaginado lo contrario.

Claro, antes de cualquier seudosabiondo o equivocado meramente, las cosas son las cosas y presentan en sí su larga historia que las defiende, “sus existencias” gracias a que no les afecta la mentira de quien las niega gratuitamente en pos de sus cabreos, de sus celebraciones emocionales o de sus banalidades.

La cosa-en-sí no es algo que con sus elementos construye la realidad al modo de empresa, sino que sus elementos son fundamentalmente transmisores o congénitos de ella, puesto que son los antecesores, los que funcionan como base, como “a priori”, como “guía” ineludible. Quiero decir, el ser humano no es una empresa que elige el material, que elige la realidad, que la dispone, que está muy por encima de ella, gobernándola, determinándola, reduciéndola, sintetizándola, no, más bien todo lo contrario: los elementos “ya predispuestos” en un contexto real derivan, proyectan, posibilitan ellos mismos con la ayuda de principios físicos “resultados” que, sin lugar a dudas, no “aparecen” caídos del limbo al ser “porqués”, conducción de “lo que hay”.

Por lo cual, “lo que hay” no lo conduce, no lo delibera un sujeto, sólo lo adquiere, lo conforma de... lo fundamental.

No existe un “epojé” que dirija el mundo, que mande, que se ponga por delante y por encima de todo excluyendo asimismo lo fundamental, no, nada es reducible cuando en realidad es intrínsecamente necesario, primordial o elemental.

Con sus capacidades el sujeto no constituye en verdad nada, no constituye al sujeto como objeto, sino es la propia realidad la que lo constituye como “resultado-sujeto” de la “exterioridad-objetos” en donde cada objeto es una potencial acción sobre él; esto es, el sujeto no es decisivo por sí mismo —con una varita mágica—, el que decide qué debe ser entre la realidad puesto que, en el fondo, no puede excluir nada de lo fundamental y absoluto que lo “hace” un resultado.

Las cosas no “aparecen” en el sentido de que la “aparición” se ha extraído desde un principio de lo mesiánico, mejor, de lo religioso, de lo mágico, de lo imaginario. Pues, así, ajustado al contexto epistemológico, “aparecer” denota una acción separada, divorciada, de la realidad: aparece algo “de golpe” sin causa, aparece algo desde “otro mundo”, aparece algo que no se encuentra, que no se encuentra en la realidad.

Al igual ocurre con lo “aparente”: a todo lo que no se conoce bien se le llama “aparente” como ajeno a la realidad, extraño cuando, en realidad, no se conoce, no se reconoce aún su naturaleza propia en el devenir de la realidad.

En fin, las cosas no “aparecen”, ya estaban allí donde bien estaban. América no se le apareció a Colón, ni siquiera “de golpe” en tanto que sólo vio una isla no correspondiendo, claro, a todo el continente; vio primero una isla, que no significa conocerla, mas luego, paulatinamente, fue comprobándola, digamos, acercándose a su... “más realidad”.

Otro ejemplo, cuando un ser humano conduciendo un coche ve a otro coche dirigiéndose a él en dirección contraria no ve “de golpe” una realidad, sino que “ya conocía” la realidad de conducir un coche, también de mucho de lo que implica conducirlo. Luego todo ser conoce “para serse” absolutamente realidad antes de comprobar “más realidad”. En efecto no puede decir a lo loco o con retorcidas ideas de manipulación que no conoce en absoluto realidad, sino que conoce realidad de una forma infinitamente absoluta para actuar, porque... pueda actuar. Veamos, ¿cómo ha de moverse algo sin conocer moverse?, ¿cómo puede existir algo sin conocer existencias?, ¿cómo puede un tonto volar si no existen los vuelos?, ¿cómo puede un médico curar si no conoce nada? Dejémoslo claro, ya existir supone una cognición o una inherencia cognitiva de las reglas de la realidad.

Cierto, toda acción sobrelleva el objetivo de actuar con aforo a sus disposiciones o condiciones reales: algo actúa porque algo de aquí, algo de allí y el carácter contextual sobre todo lo condicionan, lo enseñan, lo dirigen para que sepa actuar. De manera que, siempre, las disposiciones que les ha dejado su “a priori” ya hechos, ya acciones, son los objetivos de fondo de su realidad; quiero decir, los que absolutamente han sido realidad.

Cada ser, cualquiera, ha conocido previamente para actuar a expensas de que es en sí mismo, per se, una morfonomía, una viabilidad de lo continuo, una delimitación por principios del movimiento para actuar: para un sujeto todo no le es “actuable” de la misma forma.

En virtud de eso cada ser no es su propio arquitecto, ni siquiera es una perspectiva particular de arquitectura, sino se remite a una arquitectura de orden general o existencial y, luego, contextual ­en donde le son “suyas” también características, por influencias de acción, de muchos sujetos. Por lo cual, un ser humano no es nunca una perspectiva porque tendría que ser un ser plenamente independiente y fijo,1 que no existe; correspondiendo a su interacción cognoscitiva posee tantas perspectivas como acciones posee acaparadas, “conocidas”.

Otro asunto es su perspectiva emocional; ahora bien, nunca ésta supone una única perspectiva, sin duda, porque es susceptible ­y ha sido previamente dispuesta, predispuesta, a hechos, hechos objetivos, hechos tan inapreciados por algunos como el calor, el frío, la sequía o la concordia familiar. Luego las emociones se encuentran vinculadas directamente a hechos múltiples, no a un hecho que dicta o determina un “punto de vista”,2 sino a hechos que no se pueden evitar, o sea, que son hechos muy bien hechos, ya hechos y derechos, que instruyen y realizan al sujeto.

Las emociones, defensas, reacciones vitales, transmiten, dicen efectos de compatibilidad y de adversidad de un sujeto antes de que esté o no esté en sociedad. Por ello, actúan en o desde la antesala de un lenguaje hacia el “otro” aunque posteriormente lo pretendan con una comunicación; quiero decir, el sentimiento es la expresión, ­el desahogo del ser vital, y no precisamente es un mensaje seguro hacia “otro” ser semejante a él, sino hacia todas direcciones y hacia sí mismo: es la identificación de su dolor, de su esperanza o de su placer. En sí el sentimiento es algo intrínseco, inevitable a la vida, de autoidentificación.

Después, en sociedad, se instalan valores sociales, para que se admitan “con voluntad” por los demás (ad judicium); estos son ideales que se sustentan por comportamientos comunes que deben seguir unos seres para que sea propicia una mejor comunicación y convivencia. Pero el valor tampoco es un solo “punto de vista”, pues únicamente se engendra dentro de la sociedad y, puesto que la sociedad ya es una voluntad de seres, los valores emanan intercomunicados, influenciados por el hecho social o múltiple.

Por ejemplo, por error un informador de asuntos bursátiles ha dicho en un medio de comunicación que al dinero3 cada uno le da el valor que quiere, lo ha dicho a ver qué pasa. Y no, no es cierto en cuanto que el valor simbólico del dinero procede del valor fáctico social del trueque, del cambio de cosas entre un ser humano y otro. Luego deriva de... hechos, y es consecuentemente absoluto a hechos sociales. Quiero decir, un ser humano no cambiaba la Luna por una herramienta, sino un hecho, algo hecho, por otro hecho; y con valor porque lo exige una sociedad. Aun así, consideraba que el trigo era trigo y el agua era agua: el valor al hecho del trigo y el valor al hecho del agua.

En definitiva, cuando se valora sobre algo que existe en una sociedad todos quedan condicionados desde un principio al hecho por el cual se sustentó ese valor; y al instante se comprende por qué nadie utiliza el dinero para que las aves vuelen más, no, sino como un valor de cambio o, a veces, de... cambio social, cuando lo que se pide al ofrecerlo es que te cambie situaciones de la sociedad, en compensación.

Sin embargo, al dinero no se le puede dar un valor de amar, el amor se da con caricias, con atenciones, con sentimientos, etc. Sí, he ahí que no se le puede dar el valor que uno quiera corriendo, ya que lo que es imposible es imposible excepto en la máxima locura, que tampoco existe.

  1. Nada puede ser fijo para existir por sí mismo porque carecería, en esencia, de sustentación en algo con el fin de ser acto: hecho existencial. Lo fijo, que no existe, se lo ha imaginado el ser humano para manipular emocionalmente a los demás.
  2. En anteriores ensayos ya reprobé la inexistencia del “punto de vista” como algo heredero del fijismo.
  3. El valor del dinero es una derivación fáctica, absoluta.