Entrevistas
De chofer de ómnibus a director teatral en Miami
Teo Castellanos:
arraigado en el inconformismo

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Teo CastellanosTeo Castellanos se ha hecho acreedor del Premio “State of Florida Individual Artist Felowship 2005”. Obtuvo una beca completa para realizar su B.F.A. en Teatro en la Florida Atlantic University, donde fue alumno de Zoe Caldwell, ganador de cuatro “Tony Award”. Es autor de varias trilogías teatrales y piezas para un solo actor. Su obra NE 2nd Avenue ganó el primer premio en el Fringe Festival de Edimburgo. Teo dirige una compañía de teatro de jóvenes afroamericanos y latinos que han hecho presentaciones en prisiones, centros de detención, programas de tratamiento de drogadictos y otros centros comunitarios, llevando un mensaje vinculado a la prevención del sida.

Ensayo general de un teatro que incorpora el movimiento corporal como primer elemento comunicativo. Bongoes cuyos rítmicos latidos retumban en el corazón. Hombres-monos aullando con los brazos abiertos, saltando con espectaculares brincos, ururú... ururú, iiiiiiiiií... guru, guru... ururú, ururú... sonidos guturales que parecen provenir de ultratumba.

De pronto, los monos se convierten en muñecos. En marionetas manejadas por un eficiente titiritero. Rostros cubiertos por medias de nylon bailan como marionetas sin mirada, sin una faz reconocible, sin un destino, sin sentido alguno. Americanos producidos en cadena, en serie, un número más en una lista interminable de anónimos. Cortocircuito en la sala. Luz roja y bocina de ambulancia. Potente luz roja sobre cuerpos regados de quienes fueron títeres —y ya no quieren serlo. Pasión pura, contradicción y rebeldía. Sentimientos que encarna Teo Castellanos con la avidez digna de un rebelde.

Sentado en primera fila, Teo observa a sus actores con ojos bien abiertos. Su cabeza rapada se concentra en cada detalle. Les da instrucciones en voz queda, de tanto en tanto. El ritmo no debe ser interrumpido. Los actores marcan sus espacios y derraman gruesas gotas de sudor sobre el piso de parqué brillantemente pulido del Miami Light Project en Biscayne Boulevard.

El elenco es de varones. Muchachos guapos, de cuerpos atléticos, que son mostrados casi al desnudo con gran criterio estético. Scratch & Burn, creada y dirigida por Teo Castellanos, combina la danza con la pelea de la calle, con el hip hop y los movimientos típicos de rituales ancianos como el zulú o el maorí, poderosamente respaldados por instrumentos de percusión, juegos de luces y efectos sonoros que se mezclan con el poder visual de la obra.

 

Sus raíces

Nacido en Puerto Rico, Teo Castellanos sentía que no encajaba en ninguno de los grupos étnicos dominantes en Miami dadas sus características físicas de latino, con sangre negra corriendo por sus venas.

“Mi infancia fue muy difícil porque no tenía identidad... no sabía en qué grupo social o étnico ubicarme porque en ninguno me querían... Crecí en Carol City, una comunidad dividida en tres: negros, blancos y cubanos... Yo no sabía quién carajo era ni dónde encajaba... Paraba por turnos con cada grupo dependiendo de mi humor... En una oportunidad, cuando tenía 13 años, me robaron mi bicicleta en el barrio de los negros y tuve que regresar con un vecino adulto a recuperarla... Como él era afro-americano, conté en el colegio la historia a un amigo comentando que había ido con mi padre y que él había recuperado mi bici. Me preguntó: ¿tu padre es moreno?, le respondí que sí y desde ese día —después de que ese chico se encargó de divulgar la noticia— no tuve problema alguno con los negros porque ya me veían como uno más de ellos... Pero me costó, ¡vaya que me costó..!

”Desde entonces soy aceptado en la comunidad afro-americana de Miami porque luego me casé con una negra de Jamaica y antes de eso siempre paraba con muchachas color ébano. ¡Tuve que luchar para que no me expulsaran de ese grupo social a patadas..!”.

Y vaya que ha luchado Teo Castellanos durante sus 43 años de vida.

Contestatario, opta por el tipo de teatro que conduce al espectador fuera de sus límites mentales. Prefiere el teatro que polemiza, que cuestiona y plantea temas de discusión, que excita visualmente, que se queda en el espíritu mucho tiempo después de haber dejado la sala teatral.

El ensayo continúa con el sonido de bongoes cuyos rítmicos latidos retumban en el corazón del espectador.

En un imaginario ring de box se enfrentan los Estados Unidos contra el resto del mundo. La disputa es por la supremacía en el comercio del petróleo y la excusa es la proliferación de armas nucleares. El réferi de la contienda pide a las partes que traten de mantener el número de bajas civiles al mínimo, sobre todo las de mujeres y niños. La guerra ha empezado. En el ring de box, los pugilistas se mueven al compás de la música de percusión que acelera los sentidos. Sudan, saltan, pelean, jadean. Se escucha la respiración agitada cerca, muy cerca del oído. Para luego pasar a un ruido ensordecedor de guerra sin cuartel.

Ametralladoras que trepidan imparables sus balas asesinas. Gritos de heridos. Quejidos de moribundos. Explosiones de bombas y granadas. Un hombre llora desconsolado sobre el cuerpo de su amigo muerto. Llanto histérico que traspasa el alma. Huele a guerra, huele a muerte, huele a desesperanza.

 

El calvario de hacer lo que a uno no le gusta por necesidad

Teo sufrió de todo un poco para sobrevivir en la jungla laboral de Miami desde muy joven. Los recuerdos de su último empleo de obrero o de “blue collar” le dejan un sabor amargo en los labios.

“No es que mi trabajo de chofer de ómnibus fuera horrible... Tenía sus cosas buenas... como la paga, el hecho de estar circulando en la calle y conocer chicas lindas... . Pero a veces se volvía desagradable... A pesar de estar uniformado, la gente me decía cosas agresivas: —Ding, ding... ¡oye tú..! Hijo de tu madre... ¡Para..! ¿No oyes que estoy tocando la campana..? ¿Estás sordo, imbécil..? —y cosas por el estilo... y uno no puede darse por aludido... ¡mucho menos vas a detener el ómnibus para levantarte a pegarle un puñetazo a un tipejo..!”.

Esa experiencia lo llevó a escribir su obra teatral NE 2nd Avenue, sobre los conductores de microbús, los que sufren más en el verano de Miami —que llega a los 40 grados centígrados—, sin aire acondicionado, sin uniforme, oliendo las axilas apestosas de los que suben, siendo maltratados verbalmente por ellos... “Porque si los que llevan uniforme son ofendidos por los pasajeros, ¡imagínate cuánto más lo serán los que no lo llevan..!”, dice Teo con la mirada vivaz y la sonrisa pícara que lo caracterizan.

Concentración en la sala de teatro.

Bongoes cuyos rítmicos latidos retumban en el corazón: tensión, agresividad contenida, delirio, desfachatez. Sentimientos que albergaba Teo Castellanos en su alma de chofer de ómnibus y que hoy proyecta con coraje en una obra tan fuerte como su carácter.

La guerra ha terminado. Un grito que espanta calla como un ex abrupto para dar pie a un minuto de silencio. Silencio por los que se fueron, por los que partieron hoy y por los que seguro se irán mañana. Lágrimas que son compartidas por millones de americanos. Llanto por la pérdida, llanto por la desolación y la desgracia, llanto por la exacerbada impotencia.

El viento que aúlla penetra hasta los tuétanos.

Los monos regresan después de la guerra. Un cuerno de vaca ululando como sirena anuncia el retorno de las bestias. ¿Tanta evolución, tanto progreso, para terminar así, como animales..? El amigo muerto es alzado en brazos con timbrar de campanas de iglesia y música gregoriana como acompañamiento fúnebre. Cuervos y aves de rapiña revolotean alrededor del sepulcro. Los monos embalsaman a su muerto, lo cubren con un manto blanco para que vuelva a la pureza de la que nunca debió salir.

 

El doloroso momento del parto

Hasta los 26 años el mundo de la droga había ganado a Teo Castellanos.

“Las fiestas, los vicios y las mujeres me llevaron por un camino destructivo hasta que un día me dije ¡basta..! Como tampoco me sentía identificado con mi empleo como chofer de ómnibus decidí hacer un cambio radical en mi vida. Fue entonces que mi esposa me dio su apoyo, manteniendo el hogar por un tiempo, sólo con sus ingresos...”.

Teo no experimentaba ningún remordimiento o sentimiento de culpa por haber dejado de trabajar y haber sido mantenido por su mujer. Fue ella quien prácticamente se lo exigió. “Sí, métele mano a tu vocación, ya nos arreglaremos”, le dijo una tarde esa hermosa jamaiquina, corredora de maratones, profesional con dos maestrías, de la que continúa enamorado.

Cuando decidió vivir “la gran locura de su vida”, Teo asistió primero al Miami-Dade Community College North. Luego, para terminar la carrera, a los 32, dio un salto mayor. Fue entonces que dejó de trabajar por un año para aceptar una beca de estudios de teatro a tiempo completo en la Florida Atlantic University en Boca Ratón.

“Me hubiera gustado vivir tranquilo consiguiendo un empleo de contador o de cajero en un banco, con un horario regular de 9 a 5 pm, porque eso te da seguridad... Pero ¡las moléculas de mi ADN no estaban programadas para ello!”, declara en medio de una sonora carcajada mientras juega con la cadena que lleva en el cuello.

“Reconozco que empecé tarde en el teatro pero es que yo nunca he sido un tipo tradicional en ningún plano de mi vida, ni como hijo, ni como esposo, ni como padre, ni como estudiante, ni como actor, ni como maestro, ni como nada... Nunca he encajado bien en los estereotipos sociales... Soy un hombre de la calle que cuando está en gira teatral puede levantarse por la mañana a tomar un galón de agua y comer un doughnut en la tienda de la esquina, quedando tan contento como si hubiera desayunado en bandeja de plata”.

El año de estudios teatrales intensivos fue duro por las grandes distancias que debía recorrer de un punto de la ciudad a otro, sin tener auto.

“Dejar de lado mi trabajo estable como conductor de ómnibus implicaba un riesgo pero yo creía que valía la pena... Para estudiar teatro en la universidad, tomaba un tren, un shuttlebus y un ómnibus por dos horas y media, llevando una lata de atún y un poco de arroz como único alimento para todo el día... Sabía que algunos me calificarían de loco por estudiar teatro a tiempo completo teniendo una familia a la que supuestamente debía mantener... pero yo no estaba haciendo tantos sacrificios por estudiar computación o cualquier carrera lucrativa... ¡lo estaba haciendo por la vocación de mi vida..! Era esa pasión por el teatro la que me permitía saltar por encima de los prejuicios sociales... Y tú tienes que tener esos cojones si quieres dedicarte al teatro en serio... Si no, vas a terminar haciendo cola en los castings junto a las niñas bonitas y a los hijitos de papá, ¡esos que huelen a colonia Barón Dandy y visten jeans de marca!”.

El ensayo está por terminar. Bongoes cuyos rítmicos latidos retumban en el corazón.

No todo está perdido, aún. Los simios desnudos se dejan limpiar por un agua cristalina que proviene de las entrañas de la naturaleza. El ruido de la cascada los descansa. Se bañan de espaldas con movimientos acompasados, jugando con el agua entre las manos ensangrentadas.

Música gregoriana y murmullo de riachuelo corriendo mansamente. Purificación del alma. “¿Tanto amor y no poder nada contra la muerte..?”. Se lavan los rostros. Se lavan las manos. La muerte no los ha derrotado, no todavía.

Tienen la potestad de nacer de nuevo. Lavarse de la guerra para nacer a la paz. Lavarse de la maldad para purificar los espíritus. Despojarse del karma para conquistar la eternidad.

Victoria. Victoria final.