Letras
Una cita con Elena Schultz

Comparte este contenido con tus amigos

De los cuadernos revisados por el Alejandro Margulis maduro a pedido de una intrigante editora mexicana nos surge en este instante una anotación singular, proveniente de los días en que el Margulis era un joven que compartía estudios con el ahora miembro de número de la Academia Argentina de Letras, don Isidro Balisten.

Dado que esos cuadernos no poseen numeración identificatoria alguna será necesario categorizarlos constatando en principio el hecho de que son naranjas, de cuarenta y seis hojas aunque sin ombligo, espiralados y marca Gloria. Una dirección cercana al Parque Lezama de Buenos Aires, en tapa, nos induce a pensar que uno de ellos es el primero de la serie. Los cuadernos marca Gloria son cuatro y luego hay un quinto, manufacturado en USA, que si lo tomamos en cuenta es porque la singular anotación (en rigor todo un texto, inédito) continúa en él como si el autor se hubiera quedado sin espacio en los anteriores, cosa inexplicable, como en seguida leeremos.

Se trata de cuatro comienzos de lo que indudablemente ha sido concebido como cuento o relato, según. Estos principios no se diferencian gran cosa entre sí, por lo que no resulta muy claro qué es lo que ha estado buscando el Margulis en el año 1983 (hay una fecha en uno de ellos que nos da idea de que estos textos provienen del año 1983),1 escribiendo y reescribiendo casi la misma versión una y otra vez. Cada comienzo o versión se multiplica al mismo tiempo en otras varias, ya que palabras y párrafos tachados (por lo general con líneas diagonales o viboreantes) pueden reconstruirse con muy poco esfuerzo visual. Junto a ellos, escritos en la particular cursiva del Margulis, hay anotaciones hechas en letra de imprenta mayúscula. Todo el texto fue realizado con tinta azul, verde y negra, presumiblemente proveniente de biromes marca BIC.Indusria Argentina.

Lo más interesante son entonces las variaciones.

Cito: La cosa comenzó la tarde que... (fin de cita); que ha sido reemplazado por (cito) Todo comenzó la tarde que... (fin de cita); que ha sido reemplazado por (cito) A los nueve años uno tiene (tachado) siente algo en el alma que... (fin de cita); que ha sido reemplazado por (cito) Hay un (tachado) Elena Schultz y Marcela Mendez —escribo sus apellidos con la esperanza de que... (fin de cita); que ha sido reemplazado por (cito) El único que sabía que a mí me gustaba también (tachado) me gustaba Helena Shultz era... (fin de cita).

Vale la pena extender estos trozos un poco más. Cito por separado, eligiendo la versión visible (pero constatando la ausencia que se intentó suprimir sin éxito):

Todo comenzo la tarde que al Gordo Vidal se le ocurrió ir a preguntarle a Elena Schultz2 qué chico le gustaba más.

A los nueve años uno siente algo en el alma que no tiene nada que ver con los defectos físicos de la otra persona (dos o tres palabras cortas tachadas). Uno tiene un amigo del alma, probablem... (tachado) una chica que le gusta y una tortuga. Lo único que tenía yo cuando cumplí nueve años fue (tachado) era Tere, la tortuga (¡todo el párrafo está tachado!).

(A continuación del anterior, tras una línea horizontal que un poco se abomba, como un cielo o un horizonte, en birome verde) El único que sabía que a mí me gustaba Helena Schultz era Gustavo, mi amigo del alma (tachado) Iriarte. Y lo sabía porque a él también le gustaba mucho. Helena era la jefa del grupo de las chicas en la Colonia de vacaciones del Club Harrod’s Gath & Chaves.

Elena Schultz y Marcela Mendez —escribo sus apellidos con la esperanza de que si leen este cuento traten de comunicarse conmigo (agregado) nuevamente— no eran amigas entre sí. Elena era la líder del grupo de las nenas que iban a (tachado) de la colonia de verano del Club Harrod’s Gath & Chaves. La profesora Liliana siempre decía que Elen... (tachada toda la oración).

Ahora bien, ¿aludía la Elen... tachada del Margulis acaso a la cantada por Homero? ¿O era más bien la suya una insinuación de aquella de la cuarta oda, que según constata el Horacio antiguo fue deslumbrada y seducida por aquel (cito) huésped infiel con su cabello hermoso (fin de cita) que la fascinó no sólo vistiéndola (cito) rica de oro (fin de cita) y con (cito) regio lujo (fin de cita), sino particularmente por (cito) el séquito que trujo (fin de cita)? Me inclino más bien a pensar que si a alguna mujer estaba aludiendo era a esa otra (cito) nueva Helena / refugiada en su pura desnudez de catarata solar / crucificada en el lecho de una cámara que posee su propio / naufragio3 (fin de cita), ya que sus escritos de ese primer año de la democracia se inclinaron, alguna vez me lo confesó, un poco azarosa y metafóricamente hacia el intento de construir lo destruido.

Una mañana muy temprano el Margulis que nos aqueja soñó antes de despertar (siempre pasa) que por fin todos escuchaban lo que él tenía atragantado en el garguero, y que con él (cito) el pueblo (fin de cita) quería oír más, mucho más de lo que él decía. Por fin su (cito) necesidad de alguien (fin de cita) que lo aplaudiera (cito) tras esperar la caída del telón (fin de cita) y que permaneciera (cito) sentado hasta que el cantante (fin de cita) dijese (cito): “Vosotros, aplaudid” (fin de cita) era una realidad! En su sueño los académicos del mundo se unían con las gentes comunes para ensalzar la Obra que había llevado tenazmente a cabo. Es que por fin él se había dado cuenta (cito) de las costumbres de cada edad (fin de cita); por fin había sido capaz (cito) de dar lo que conviene a naturalezas y años cambiantes (fin de cita). En su sueño todas las mujeres más hermosas e inteligentes lo aplaudían, ensalzaban su maravilloso uso de la lengua y de paso le pasaban, con las suyas, la saliva del saber por todas partes, particularmente las bajas. Si hasta incluso una petisita y fea, pero muy brillante, se le acercaba sonriente para reconocer lo lejos que había llegado. Cabeza abajo se ponía y lo felicitaba en público por lo bien que había conseguido conjugar obsesiones íntimas y problemas colectivos, aquellos que otros escritores ciertamente tan egotistas como él jamás habían logrado sintetizar en el país donde residía.

Tenía este cuento o relato corto (según) acerca de sus primeros amores que estamos por citar una función muy importante en el sueño del Margulis. La descripción del personaje alunado era —reiteremos— por fin reconocida como la del (cito) niño que ya sabe reproducir palabras y marca la tierra con pie seguro (fin de cita); se notaba perfecto que el nene del cual hablaba en el cuento o relato corto gustaba luego (cito) enormemente de jugar con los otros de su edad (fin de cita) y que incluso cuando concentraba (cito) su ira (fin de cita) la abandonaba (cito) sin razón suficiente (fin de cita) y era capaz de cambiarla (cito) de hora en hora (fin de cita).

Citaré entonces el cuento o relato corto completo en su primera versión; bajo un título meramente enunciativo: (cito) Primeros amores (fin de cita), donde tras un primer párrafo tachado por dos líneas o rayas cruzadas en diagonal a cuyo lado se lee, entre signos de admiración (cito) ¡NO! (fin de cita), el cuento posee un segundo párrafo, también tachado por dos líneas o rayas cruzadas en diagonal y algunas oraciones a su vez tachadas como esta: (cito) el sector exclusivo que había para nosotros (fin de cita); tras el cual viene un tercer párrafo, ya a vuelta de hoja, que continúa tachado por la prolongación de las mencionadas líneas o rayas diagonales en el cual hay además dos palabras tachadas, (cito) el grupo de (fin de cita) y, curiosamente, (cito) Elena (fin de cita). Podría considerarse de este modo que el cuento o relato corto, según, empieza propiamente en la línea o raya de diálogo siguiente (cito): “¿Me ibas a preguntar algo?” (fin de cita). Aunque el modo en que Elena lo ha preguntado figura bajo una viborita —(cito) desafiante (fin de cita)—, y la reacción del grupo de niñas bajo una línea o tachón horizontal —(cito) las nenas se empezaron a reír (fin de cita)— lo cierto es que a partir de la afirmativa respuesta del tal (cito) el Gordo (fin de cita), quien es empujado a ello por el antagonista de la historia: (cito) alentado por Gustavo que le murmuraba desde atrás “decile, decile” (fin de cita), el cuento o relato corto, según, evoluciona en las siguientes cuatro hojas y diez renglones casi sin interferencias.

Cito pues:

“—¿Qué chico te gusta más?

Elena sonrió.

Un rayito de luz (tachado) sol brilló sobre sus aparatos.

—Ale —dijo—. Y me voy a casar con él cuando cumpla quince años.

Las risas y los empujones fueron tan fuertes que Elena y el Gordo Vidal se encontraron abrazados momentáneamente. Alguien me agarró del brazo y fui arrastrado junto a ellos. Tenía las manos sudadas, una sensación como de bostezo que no sale me impedía hablar.

—¡Quese beeesen! ¡Quese beeesen! —gritaron todos.

El Gordo me empujó la cabeza contra la suave mejilla de Elena y ella protestó:

—¡Ay, bruto!

Torpemente (tachado) Me separé temblando pero el Gordo nos sostenía firmemente por el cuello y volvió a hacernos besar por segunda (tachado) esta vez casi en la boca.

—¡Soltame, tarado! —grité y le pegué un puñetazo en el estómago. Me soltó, pero (tachado) los ojos se (agregado) le llenaron de lágrimas. Nunca le había pegado tan fuerte a nadie en mi vida y me sorprendí (tachado desde “y”). No quise mirarlos (tachado el deíctico) hacia Elena y me apuré (tachado) me alejé despacio. Gustavo intentó detenerme pero lo aparté de un empujón.

Los chicos cantaban muertos de risa:

—¡Tieeene nooovia! ¡Tieeene nooovia!

A las tres y media Molina anunció que era hora de ir a la pileta. Molina era nuestro profesor; no sé por qué, siempre pensé que había sido policía en su juventud (tachado) que era policía o del ejército.

Hasta ese momento yo había logrado evitar toda referencia a mi flamante noviazgo ignorando absolutamente los comentarios burlones, pero en el vestuario las bromas recomenzaron. Danielito Schultz,4 sobre todo, estaba insoportable. Mientras me duchaba y comparaba mentalmente el tamaño de mi pito con el de mis amigos, el hermanito de Elena se acercó.

—Tengo unas fotos de mi hermana bañándose en casa... —me decía con voz pícara.

—¡En serio! —exclamaba Gustavo antes de que yo pudiera decir nada.

—Sí —decía el mocoso—. En una se le ve el (tachado) un lunar...

—¿Escuchaste gordo? —decía Gustavo—. El pendejo (tachado) Danielito tiene unas fotos...

—Sí, ya escuché —decía el Gordo Vidal—. Y decime, Danielito, ¿las tenés por acá?

—Nooo. Están en casa, en un (tachado) bien escondidas las tengo...

—Che, parénla —decía yo molesto (tachado) saliendo de la ducha hecho una fiera (tachado) yendo a buscar la toalla y la malla (tachado) y el pantalón de baño para ir a la pileta.

Las nenas (tachado) chicas todavía no habían salido... (interrumpo la cita).

Se hace momentáneamente necesario interrumpir el hilo de la cita para no perder el modelo interno que el Margulis ha estado usando (o queriendo usar) en sus pespuntes de la posadolescencia. Un clásico trístico monorrimo con estribillo, el así llamado zéjel popularizado entre los musulmanes de los siglos XIV y XV, aparece copiado y tachado varias veces a lo largo de las diferentes versiones del cuento o relato corto (según) que comentamos. Cito primero el famoso estribillo:

Vivo lelo con razón
      amigos, toda sazón
(fin de cita).

77. Cito la primera variación o mudanza:

Vivo lelo e sin pesar
         pues amor me fizo amar
a la que podré llamar
(fin de cita).

Cito la vuelta:

más bella de cuantas son (fin de cita [Vivo lelo con razón, etc]).

Cito la segunda variación o mudanza:

Vivo lelo y viviré
pues que de amor alcancé
que serviré a la que sé
(fin de cita).

Cito la segunda vuelta:

que me dará galardón5 (fin de cita [Vivo lelo con razón, etc]).

¿Sabe el joven Margulis que en su composición narrativa está imitando el popularísimo estilo cantado por las bellas, turgentes, lascivas, sensuales, jovencitas y acaso margulianas cantaoras y bailaoras andaluzas, que los volvían loquitos a los hombres allá por los días de los califas? ¿Entiende que las mudanzas que pretende insuflar a sus escritos apenas despunta el oficio literario no son para nada originales? ¿Se pone cachondo el joven Margulis imaginando que alguna señorita de esas que acabamos de nombrar se pondrá húmeda al leer sus crípticas, subrepticiamente eróticas páginas?

No lo creemos.

No lo creemos posible.

Véngamonos sencillamente a su reino, ah, qué rico; continuemos quiero decir con lo nuestro.

Cito (sigo citando) el resto del cuento o relato corto, según: En la parte baja Molina enseñaba a nadar a los compañeritos de Daniel (tachado) a los montones de chiquilines sentados en los bordes pateando montones de espuma. Anudé la toalla en la baranda, me quité las hojotas y corrí a tirarme de cabeza en la parte honda. El agua estaba tibia. Nadé dos anchos a toda velocidad, uno por abajo, y salí de vuelta para recostarme a tomar sol en el costado. Era una delicia. Si levantaba un poco la cabeza podía ver cómo desaparecían las gotitas de mi estómago, evaporadas. Estaba contento: unos pelitos oscuros empezaban a crecer virilmente alrededor de mi ombligo. No podía dejar de mirármelos. Y al ombligo tampoco (fin de cita).

Ahorremos todo comentario.

Cito: Me amodorraba. En eso una sombra me tapó el sol. Varias manos me apretaron los tobillos y las axilas. Quién... ¿quién que no era yo... me había sobresaltado de esa forma? Abrí los ojos sobresaltado. Gustavo se reía sosteniéndome los pies; el Gordo Vidal me tenía de las axilas. Me alzaron. Empezaron a contar: alaaa uuuna, alaaas dooos y alás...(fin de cita).

Alas desafortunadamente le faltaron, al Margulis niño evocado por el Margulis de nuestra exposición, cuando de culo entró volando al agua saturada de cloro de la pileta del club Harrods Gath y Chaves de la ciudad de Buenos Aires, República Argentina, hacia el año 1972. Cito:

El chapuzón me llenó la nariz y la boca de agua. Boquié, tosiendo, tratando de hacer pie. Cuando me recuperé nadé hacia el borde. Algo debe haber visto el Gordo Vidal en mi expresión cuando me agarré del borde y empecé a levantarme haciendo fuerza con los brazos porque empezó a decir, dando pasitos para atrás: Eh, ¡pará, paráá, parááá! Cosa que no estaba en mis planes. Me le fui al humo hecho una fiera. Salí tan rápido que lo estampé contra las barandas de alambre. Entonces, cuando estaba por hundirle la cara con un piñón de Gibraltar, la mano de Gustavo Iriarte me detuvo. El mundo se detuvo conmigo en ese momento. Los dos giramos, el mundo y yo, dispuestos a darle al dueño de esa mano su merecido. Pero no era la mano de Gustavo Iriarte. Era la mano de Molina. Gustavo Iriarte y el Gordo Vidal lo miraban con ojitos de carneros asustados. Ya está bien, che. Basta de pelotudear. Cuántos años tienen, che. Los grandes como ustedes tienen que dar el ejemplo, ¿no? A ver si nos entendemos... Pero en lugar de entendernos Molina los mandó a Gustavo Iriarte y al Gordo Vidal al trampolín (tachado) a la parte honda y a mí me sacó directamente afuera (agregado) afuera de la pileta (agregado) afuera de la parte del club donde estaba la pileta. La injusticia fue tan grande que hasta los más chicos chapalearon con fuerza de protesta en lo bajito. Ya vamos a arreglar esto después, che, dijo Molina mientras me ordenaba buscar mi toalla, anudada a la baranda entre cuarenta y cinco toallas iguales (tachado) cuarenta y tres toallas iguales, y ponerme las hojotas. Salí lagrimeando (tachado) casi llorando de indignación (tachado). Me la banqué macho y enfilé para la salida de la pileta. Para salir de la pileta había que pasar por una ducha fría que estaba siempre abierta. Pasé con el cuerpo de costado esquivando el agua. Los tres metros que había entre esa ducha y la puerta del vestuario los caminé sin mirar paraatrás. Pero de reojo no pude dejar de ver cómo Gustavo Iriarte y el Gordo Vidal ya estaban dándose corte en el trampolín. En el vestuario hacía un calor de cagarse (tachado) de los mil demonios. El señor de las toallas estaba encerrado detrás de su ventanita con barrotes escuchando la radio y ni siquiera me notó: en la radio hablaba uno que se había tenido que comer a la mamá para sobrevivir en el frío de los Andes. Así que enfilé para las escaleras que iban al solarium de varones. El solarium de varones era un cacho (tachado) trozo de terraza de un metro por cuatro, alargado y medio en diagonal, con el piso sucio de brea negra donde la gente grande tomaba sol. Había dos tipos (tachado) dos hombres en slip quemándose como churrascos. Uno le decía al otro: Todas iguales, macho; y después te dejan con las ganas... El otro le contestaba: Lo que es yo, todo lo contrario; la mía siempre quiere más. Ni dormir me deja, maginate! Se me sube encima a mitá de la noche y me muerde por todos lados, maginate. Una fiera es. Te digo: si no la rajo pronto me van a echar del laburo. Ando todo el día dormido después... El que había hablado primero le preguntaba: y la pasan bien? El otro le contestaba: maginate... Desde la pileta subió un griterío que me hizo asomar al borde de la terraza. El Gordo Vidal estaba parado en la punta del trampolín dispuesto a saltar. Las nenas ya habían salido y esperaban el salto. El gordo Vidal picó y entró al agua haciendo una espléndida palomita [Agregado: La espléndida palomita era un salto muy especial que consistía en rebotar tres veces en el trampolín, saltar estirando los brazos para los costados (tachado) saltar con los brazos extendidos hacia los costados y luego de mantenerse así unos instantes entrar al agua de cabeza con los brazos juntos otra vez (tachado) con los brazos hacia adelante].6 Lo envidié. ¿Cómo alguien tan gordo podía hacer semejante salto? Yo jamás me había animado a entrar en lo hondo desde el trampolín de otra forma que no fuera parado, o a lo sumo en bomba, y aun así el vértigo y el zumbido del aire en las orejas me inhibían de seguir intentándolo. Al Gordo Vidal lo siguió Gustavo Iriarte. Elena lo miraba fascinada desde adentro del agua. Con su gorra de goma blanca y los aparatos en los dientes relumbrando chispitas de sol estaba adorable. Pensé con todas mis fuerzas para que Gustavo Iriarte cayera mal. Pero Gustavo Iriarte se zambulló con agilidad y reapareció entre Elena y sus amigas. Empezaron a jugar tirándose agua. Cada tanto Gustavo Iriarte se sumergía por abajo de las piernas de Elena y aparecía a su espalda. De pronto empezó a abrazarla por detrás. Ella se mataba de la risa. Cuando el Gordo Vidal se sumergió con otras intenciones yo quise prevenirla dando un grito pero pensé que ni me iba a oír ella en la pileta ni iba a quedar muy bien yo en la terraza, frente a los tipos que tomaban sol. Me estiré lo más que pude agarrándome de un caño como de ducha aunque sin mariposa, que sobresalía de la parecita del solarium. Desde arriba se notaba perfecto el cuerpo de barracuda (tachado) de jabalí del Gordo Vidal acercándose por abajo al cuerpo difuso de Elena. También cómo le agarró un pie y trató de hundirla sin lograrlo. Yo no los escuchaba pero podía ver todo perfectamente. Gustavo Iriarte apoyó la mano en la gorra de goma blanca y apretó la cabecita rubia al mismo tiempo que el Gordo Vidal tiraba para abajo. Entonces Elena se hundió. Ah, pérfidos canallas. Cobardes incapaces de conquistar a una... (fin de cita).

Inevitable se hace volver a referencias anteriores. Mal que nuestra simpatía por el Margulis nos invite a omitir que va camino de convertirse en el (cito) prudente en exceso (fin de cita), en el (cito) temeroso en exceso (fin de cita) observado por la colega extranjera,7 lo cierto es que nos encontramos nuevamente en el espacio del lugar común. No es extraño entonces que la maldad de los amiguitos sea considerada como algo propio de (cito) pérfidos canallas (fin de cita). Sorprendente en todo caso resulta que el Margulis haya enmendado como hizo la metáfora animal que entrevió lúcidamente en el agua en el primer golpe de pluma o birome. Porque sin duda (cito) una barracuda (fin de cita) habría sido imagen mucho más pertinente que la del (cito) jabalí (fin de cita) en que desde la atalaya de esa terraza metamorfoseó la figura difuminada que él veía —sin ver, en realidad sin ver— del cretino malicioso que nadaba con las peores intenciones bajo el agua (las olas, ¿no es cierto?) en la pileta del club.

Cito:

“Maricón”, pensé. Y cuando volvieron a hundirle la cabeza (y a retenerla bajo el agua más de lo que yo lograba retener la respiración en el aire libre de la terraza) grité con todas mis fuerzas:

Maricones!!!

El insulto se perdió en la brisa de la tarde.

Pero lo que más rabia me dio fue ver cómo Elena, que había vuelto a salir al oxígeno roja y tosiendo, escupiendo agua y con el pelo rubio completamente fuera de la gorra blanca de goma, se quedaba después de una protestita de nada (les empujaba agua con las manos) jugueteando muy tranquilamente con los dos, dejando que el sol y el fresquito los secara a todos por igual, porque ya habían salido todos del agua y se secaban en el lado de las nenas, muy panchos todos, como si en el agua de la pileta no hubiera sucedido nada.

Otra versión, ¿otro final?, para la anécdota nos la ofrece el pasado desde el segundo de los cuadernos Gloria. Cito:

El único que sabía que a mí me gustaba Helena Shultz8 era Gustavo Iriarte, mi amigo del alma (está tachado). Y lo sabía porque a él también le gustaba mucho. Helena era la jefa del grupo de las chicas en la colonia de vacaciones del Club Harrods Gath y Chaves. Usaba aparatos fijos en los dientes pero tenía unos labios muy carnosos y decididamente sensuales. Ella sabía que a nosotros dos nos gustaba y se hacia la tonta con eso. Un día Molina organizó un partido de futbol mixto en la cancha grande del club. Helena se acercó cancheramente al grupo de los varones y dijo con una voz sorprendente: “Ufa, che. Tienen robo” (tachado todo). Dijo con la voz más inesperada y áspera que se pueda imaginar: “Hay robo, Molina!” (tachado todo). Dijo dulcemente: “Pero profe... No vale, así hay robo así...”. Gustavo y yo nos ofrecimos para jugar en el equipo de las chicas, yo en el arco y él de cuatro. A Molina le pareció muy bien. El Gordo Vidal, Alejandro Rubinstein y Sergio se burlaron de nosotros. Pero ni a Gustavo Iriarte ni a mí nos molestó porque en la defensa del equipo de las chicas estábamos (tachado) íbamos a poder estar cerca de Helena, porque ella también jugaba a la defensiva (tachado) jugaba abajo.

La verdad es que las chicas jugaban desastrosamente, lo que (tachado) lo cual, visto desdedonde estábamos nosotros, resultaba muy divertido. Corrían la pelota amontonadas, pateando piernas, tobillos y cuanto objeto más o menos consistente se les pusiera delante. De todo menos la pelota, que era pateada muy pocas veces. Sin embargo cuando corrían como una multitud enloquecida lograban molestar tanto a los varones que la pelota difícilmente se acercaba a nuestro arco.

Gustavo y yo seguíamos las alternativas del partido sentados en el pasto. A veces empezábamos a girar en el lugar para ver cómo era el piso del mundo cuando todo daba vueltas. La sensación de la cancha ondulando, de los árboles mezclándose entre sí, del cielo que se iba poniendo inclinado era totalmente maravillosa. Nos caíamos al suelo rodando y riendo de felicidad, y más cuando Helena se sumaba a nosotros y también daba vueltas, aprovechando que todo su grupo estaba jugando adelante y nos dejaba prácticamente a salvo de todo peligro de gol, por no decir en completa intimidad.

Tan ocupados estábamos en eso los tres que no vimos llegar al Gordo Vidal; había logrado escaparse al enjambre de patadas infantiles de las chicas y se acercaba a nuestro arco peligrosamente. Gustavo Iriarte estaba acostado en el pasto con los brazos en cruz y los cerrados. Yo, en cambio, me incorporé rápidamente. El Gordo Vidal venía como un bólido con la pelota y yo, todavía algo mareado, salí a taparlo. De refilón la vi a Helena mirándome toda emocionada. Me tiré a los pies del Gordo Vidal cubriendo con el cuerpo la punta derecha del área grande; tuve que cerrar los ojos por el polvo y la cal de la raya que venía levantando el Gordo Vidal con su peso en esa parte de la cancha —el pasto terminaba en el área chica. Pero el Gordo Vidal venía haciendo pareja con Sergio, así que en cuanto me tiré a sus pies él simplemente desvió la pelota a un costado, justo a los pies de Sergio, y nos hicieron un gol.

El griterío de los varones fue ensordecedor (tachado) insoportable. Parecían mujercitas. Las chicas no lo podían creer. Helena llegó corriendo al lado mío y me dijo una palabrota (tachado) me insultó de arriba a abajo. Me sentí muy afligido y tuve ganas de llorar (tachado) Yo estaba muy afligido por el gol pero más me preocupaba mi rodilla: me había lastimado al tirarme a los pies del Gordo Vidal y un grueso hilo de sangre empezaba a mojarme la pierna. Gustavo Iriarte, que recién reaccionó de su mareo con los gritos, se levantó del pasto y se cagó de risa (tachado) se rió. “Bueno, che, no es para tanto...”. Lo cual hizo que Helena se diera vuelta (tachado) se volviera hacia mí y exclamara (tachado) pronunciara un hiriente “Al final sos un tronco vos”.

En el vestuario me tomaron de punto (tachado) todas las cargadas se centraron en mí. Gustavo Iriarte había pasado a burlarse decididamente de las chicas. En la ducha el Gordo Vidal no dejaba de decir (tachado) de canturrear: “Maricón, maricón... (tachado) Elar quero delas neeenas, elar quero delas neeenas...”. Y Alejandro Rubinstein se encargaba de contarles a los más chicos las alternativas triunfales del partido.

En la pileta me alejé del grupo y me fui a nadar solo en la parte honda. Las chicas todavía no habían salido. Me tiré de cabeza y nadé dos anchos a toda velocidad; después salí y me puse a tomar sol. Las baldosas quemaban así que me tumbé boca arriba en el borde de la pileta. Me salpicaban las gotitas de todos los que se tiraban en ese lugar produciéndome escalofríos (tachado). El Gordo Vidal vino corriendo y se tiró (tachado). Cuando ya me había secado completamente y empezaba a amodorrarme bajo el sol de la mañana (tachado) de la tarde apareció el Gordo Vidal (tachado) una sombra me tapó el sol y sentí que alguien (tachado) varias manos me agarraron de los tobillos y las axilas y empezaban a hamacarme en el aire (tachado). Abrí los ojos sobresaltado y los vi a Alejandro Rubinstein y a Sergio agarrándome de los pies. No podía verlo, pero adiviné que el Gordo Vidal era el que me sostenía de las axilas y empezaba a contar: “Ala uuuna, alas dooos y alas... y alas...”. El chapuzón helado (tachado) me llenó los ojos de agua (tachado) la nariz y la boca de agua y boquié (tachado) boqueé, tosiendo, agitado, mientras trataba de hacer pie inútilmente. Cuando pude recuperar el aire miré hacia el borde y distinguí (tachado) escuché las risas de los chicos y comencé a brazear hacia el otro borde (fin de cita).

¿Es necesario revelar que todo este fragmento ha sido escrito en tinta roja? ¿Es necesario que se sepa que los últimos ocho renglones, en el mismo color, figuran sin embargo tachados con una línea viboreante azul, que va del séptimo al segundo, del segundo al séptimo, del séptimo al segundo, del segundo al séptimo, del séptimo al tercero, del tercero al cuarto, del cuarto al tercero hasta desaparecer? ¿Pertenece la línea viboreante azul sobre el relato aparentemente censurable en rojo a otra época? Cito:

Pero las risas (tachado en rojo) además de sus (tachado en rojo) esas risas escuché cómo le gritaban a alguien que estaba del otro lado de la pileta (tachado en rojo) para que apreciara la joda (tachado) la broma. Levanté (tachado más fuerte en rojo) Estiré la cabeza lo más que pude y vi a (toda una palabra tachada con furia, ininteligible) algunas de las chicas del otro grupo (tachado en rojo) que también reían del otro lado de la pileta. Helena Shultz, en medio de todas, era la que se reía con más ganas (fin de cita).

Pero es quizás en el tercer cuaderno, sin tapa pero sí contratapa (en ella hay un dibujo del clásico perro infantil llamado Snoopy dándose la mano con el clásico pájaro llamado Woodstock), Made in Usa, 60 sheets por 10 y medio in por 8 in, número 1825, donde, con una suerte de acápite o título que especifica (cito) VIENE DEL “GLORIA” OJO (fin de cita), el Margulis retoma y en cierto modo podría decirse, al menos por ahora, al menos caligráficamente, quiero decir en forma manuscrita, que termina esa anécdota de la primera juventud. Para apreciar la importancia que este último fragmento tiene dentro de su obra, es decir la importancia que este período poco conocido de su producción tiene, es bueno agregar que en el mismo cuaderno figuran los borradores originales de dos de sus textos más famosos: “El monstruo con pico”,9 destacado por Beatriz Sarlo10 como (cito) el que más me interesó de su primer libro (fin de cita), y el apócrifo “Poema de los dones” en el que el Margulis parodia un magnífico soneto homónimo de Jorge Luis Borges.11

Vayamos en recompensa a la paciencia del lector (me corrijo) de nuestros oyentes directamente a las elisiones del texto, por no hablar de los momentos censurados. Con respecto a su agresor (cito): cierto que él me llevaba dos años y era mucho más grande físicamente, pero yo estaba furioso (fin de cita); con respecto a su “amigo del alma” (cito): Bueno, pará, Ale, fue un chiste —intervino Gustavo—. Somos todos amigos, ¿no? ¿Amigos o qué? Eso —dijo el Gordo Vidal—. ¿Qué somos, eh? Dale, chocá los cinco y amigos de nuevo, ¿eh? Yo ya estaba por hacer las paces cuando apareció Molina y ordenó: (fin de cita).

¿Hace falta recordar lo que Molina ordena?

Y lo último obliterado, ¿censura o fuga? (cito): pero no hubo caso. No sé porqué siempre había pensado (tachado) sospechado que Molina era (tachado) había sido policía en su juventud (tachado) cuando no trabajaba como profesor de la colonia del club. Ahora lo sabía (fin de cita). Y (cito): Justo cuando yo salía por la entrada de varones, de enfrente, por la de las mujeres, empezaron a entrar las nenas, con Elena a la cabeza (fin de cita).

Dos escenas más tienen que ver con esta situación que el Margulis describe en los primeros años de la democracia argentina.

La primera relata la incómoda situación en que los dos hombres que han estado tomando sol en la terraza embreada del vestuario de varones ponen a ese chico cuando lo oyen gritar (cito) Maricones, maricones (fin de cita). El relato ridiculiza al personaje haciéndolo encaramarse a la parecita y corriendo riesgo de caer y romperse la crisma, de lo que esos mismos hombres (me corrijo) cosa de la que esos mismos hombres hasta hace un momento deleznados lo salvan (es decir evitan que se rompa la cabeza idiotamente). ¿Cómo? Sosteniendo al personaje por el elástico de su malla o traje de baño en el momento mismo en que él está saltando hacia la pileta para rescatar a su amada Helena. Busquemos el párrafo textual (la tentación es muy grande). No. Mejor no. No hay que caer en lo mismo que se denuesta. No les importe que en realidad esa escena haya llegado a cobrar forma de original tipiado a máquina, y en más de una versión (para variar). Bueno, tal vez más adelante...

La segunda escena nunca ha sido escrita hasta ahora (en realidad no es una sino una veloz sucesión) pero nos la relató él mismo en uno de los breves encuentros que mantuvimos. Ocurrió después, algunos días después, que el profesor Molina los puso a dirimir la infantil pelea haciendo que pelearan de verdad. Molina era, recordó el Margulis, fanático del box. Había conseguido guantes de varios tamaños y hacía que sus “pupilos” —(cito al Margulis): la mayoría buenos chicos de clase media judía poco afectos a la actividad física (fin de cita)— probaran su fuerza contra los chicos del club —(cito al Margulis): unos vagos increíbles, que vivían en la calle y nos robaban cosas de los bolsos sistemáticamente (fin de cita). Molina había hecho improvisar un ring en las canchas de paleta pelota para los días lluviosos y otro portátil, con unos tablones, en el área chica de la cancha de futbol, donde raramente se juntaba nadie a molestar durante los días de semana. La pasión de ese hombre por los deportes viriles le venía según el Margulis (cito) de la más tierna infancia (fin de cita); pero es verosímil suponer que su habitus marcial, fraguado en nunca sabremos qué oscuros operativos, hiciera de ese profesor de cara roja y aspecto irlandés (pese al apellido) el generador de tantas órdenes perturbadoras. Para motivar a esos (cito) niños de departamento criados a humedad (fin de cita) a exponerse a la paliza de sus pares Molina había idea un complejo sistema de premios y castigos. Pensaba Molina que incentivándolos con helados dobles o permiso para usar el trampolín era como terminaría abriendo en ellos el sano espíritu de la competencia viril y quizás, con suerte, hasta podría fomentar en alguno el ansia de ser campeón.

Pero el único que tenía ansias de golpear más fuerte que los otros era Sergio, el hermano del Margulis. Chico de un corazón (cito) grande como una casa (fin de cita) su habilidad para el box se caracterizaba por un increíble (cito) estilo de ametralladora humana (fin de cita). Tan veloz y terminante era lanzando una sucesión imparable de uno y dos que nadie quería boxear con él. Quien lo veía pelear una vez se enfermaba repentinamente de dolor de barriga ante Molina para no tener que enfrentarlo en el ring. Curiosamente, poseía la fuerza de un pequeño Monzón12 pero la frialdad de un vendedor de hielo. Nunca nadie lo había visto enojarse ni durante ni en el medio ni al final de una pelea. Su técnica era salvaje en el momento de ponerse en marcha pero no parecía surgir de ningún sentimiento de malicia o rencor, tan comunes entre los boxeadores aficionados. Para Sergio, boxear era prácticamente un trámite. Un día hubo un desafío de los chicos del club —nunca se supo si estimulado o no por Molina—; todo el grupo de la colonia se reunió, mezclados los varones con las nenas, para ver la gran pelea. El líder de los chicos del club era un granuja retacón que jamás miraba a sus rivales de frente; su fama, como suele ocurrir en estos casos, era objetivamente un exceso de las circunstancias. No se le conocían victorias en ningún ring pero sí una fila larga de seguidores que le tenían miedo. A Helena ese chico siempre lleno de polvo y mentiroso le gustaba de veras. Por eso el Margulis esperaba ansioso a que su hermano demostrara el poco valor que en realidad tenía aquel energúmeno. La pelea fue decepcionante de tan rápida. Apenas subieron al ring, cada uno con unos guantes que les llegaban a los codos, Sergio disparó su seguidilla mortífera contra el pecho del pelandrún del club. El otro cayó enseguida, sin arrojar ni uno solo de los tan promocionados golpes que se jactaba de tener. Sergio se dio la vuelta y volvió para el rincón gallardamente.

La misma velocidad de definición ocurrió cuando le tocó pelear al Margulis chico, una tarde de lluvia en la cancha de pelota paleta. Molina había sentado esta vez a los chicos y las chicas en L, reemplazando las sogas del ring del aire libre con sus bolsos y abrigos; las otras dos paredes del cuadrilátero eran las paredes de cemento de la cancha. Después de varias peleas Molina ordenó que probaran sus fuerzas el Margulis chico y Alejandro Rubinstein. A nadie pareció importarle que las diferencias volumétricas fueran francamente alevosas. Mucho menos que no pertenecieran (cito) a la misma categoría (fin de cita). Enseguida quedó claro cuál de los dos iba a ocupar pesadamente el centro del ring y cuál de los dos iba a tratar de bailar lo más posible, y es que si algún ídolo tenía el Margulis de chico no era precisamente Monzón sino Loche,13 el saltarín Loche capaz de ganar una pelea esquivando todas las trompadas de su rival y metiendo, a lo sumo, apenas una o dos estocadas definidas. En eso iba su intento y así se había mentalizado, con lujo de detalles, de los movimientos saltimbanquis que debería dar. Por otra parte, pensaba cada vez que lograba eludir uno más de los manotones sin gracia de Alejandro Rubinstein, si Elena ve lo inteligente que soy peleando, si ve que no me gusta lastimar a nadie porque sí, me va a perdonar todo (tachado) se va a enamorar otra vez de mí.

Recito: Era mi ocasión quiero decir de lucirme (tachado) de dibujar (tachado) de escribir en el aire cerrado y soporífero de esa cancha de cemento mis condiciones de artista (fin del recitado).

Sólo que Alejandro Rubinstein no tenía ninguna sensibilidad estética. Una sola de las manos que tiraba contra el payaso saltarín lo demostraron. ¿Alguno de ustedes sabe lo que es perder en un segundo el sentido del equilibrio? ¿A alguno se le llenaron los ojos de lágrimas alguna vez porque se chocó por ejemplo contra una rama de árbol asomada a la vereda, mientras iba corriendo a toda velocidad para ganarle una carrera a sus amigos? ¿A alguno lo sentaron de culo en un piso de cemento con un trompadón de aquellos? Mejor sigo recitando.

Recite, maestro:

Fue una clara tarde del lento verano.
Tú venías solo con tu pena, hermano;
        tus labios besaron mi linfa serena
y en la clara tarde dijeron su pena.

No es un zéjel. No. Es Antonio Machado.

Y hay otro, había, ay, porque

En el corazón tenía
                                 la espina de una pasión
           logré arrancármela un día:
                                                                  ya no siento el corazón.

¿Cita o robo? A esta altura, lo mismo da.

Años después un Margulis ya maduro se dedicó a reflexionar acerca del joven (cito) aún imberbe, por fin alejado de su tutor (fin de cita: en este caso alejado dela madre); el joven que se complacía (cito) en los caballos, en los perros, en la soleada pradera del campo de Marte (fin de cita); el mismo joven (cito) de cera para acomodarse al vicio (fin de cita) y (cito) duro, en cambio, para a sus consejeros (fin de cita). Ya empezaba por entonces el Margulis a transitar las redacciones y tanto su persona como sus personajes demoraban en ocuparse (cito) de las cosas últiles (fin de cita). El dinero que obtenía por sus esfuerzos —que ya enseguida daremos cuenta de ellos— lo había vuelto lógicamente (cito) altanero, lleno de deseos y ligero en abandonar las cosas amadas (fin de cita). No había leído aún al Horacio14 que nos guió hasta ahora, de modo que sus afanes no cambiaban todavía y debido seguramente a esto no se guardaba tampoco (cito) de cometer lo que muy pronto (fin de cita) debería (cito) esforzarse en cambiar (fin de cita). Ni (cito) riquezas (fin de cita),15 ni (cito) influencias (fin de cita) se molestaba en buscar para ponerla al servicio (cito) de sus honores (fin de cita).

Era una felicidad su despreocupación.

 

Notas

  1. “1983”, cuaderno marca Gloria fechado. Inédito. En tapa se lee, pegado, un papelito fotocopiado que indica: “El 26 de octubre de 1983 se levantó el estado de sitio (que regía desde 1974) y el 30 de ese mes se llevaron a efecto las elecciones en las que el radicalismo obtuvo 7.659.530 votos (un 52%) contra 5.936.556 del PJ. El 10 de diciembre de 1983, ante una gran expectativa popular, Raúl Ricardo Alfonsín asumió la primera magistratura”. Proviene dicho papelito de la obra citada a cita 2: pág. 292/3.
  2. Schultz, Helena o Elena. También: Schultz, Jéssica. Actriz argentina contemporánea. Más conocida por sus participaciones en telenovelas y filmes populares. Por ejemplo “Un argentino en Nueva York”, con Guillermo Francella, donde se caracterizó como novia algo tonta pero preciosa. Para los días en que comenzó a escribirse este relato, Jéssica o Helena o Elena Schultz se encontraba grabando trece capítulos de una miniserie que se intentaría vender al Canal Azul TV de Buenos Aires, Argentina. Solicitada varias veces por este expositor, quien deseaba obtener algunos recuerdos suyos de primera mano para cotejar los del Margulis, la actriz pidió, se excusó de participar en la recherché hasta mediados del mes de febrero del año siguiente (es decir, dos meses más tarde). “Me acuerdo muy poco de esos años”, dijo no obstante por teléfono, aunque alcanzó a confirmar la existencia de un Gustavo y una Marcela (de quienes no precisó, por cierto, el apellido).
  3. La línea pertenece al poema “En el fondo de la mañana”, de Aldo Pellegrini. Ver en Construcción de la destrucción (Ediciones A Partir de Cero, Buenos Aires, 1957) o en La valija de fuego. Poesía completa (Editorial Argonauta, Buenos Aires, 2001).
  4. Schultz, Daniel. Policía cantor.
  5. En Poesía árabe y poesía europea, de Ramón Menéndez Pidal. Colección Austral. Espasa Calpe Argentina S.A., Buenos Aires, 1941 (tomado a su vez del “Cancionero” de Baena, composición número 51 creada por Alfonso Álvarez de Villasandino).
  6. Palomito. m. Macho de la paloma./ Paloma torcaz./ (tachado). Palomita: f. dim. de paloma./ Amer. En Venezuela y Colombia, turno, vez, alternativa, especialmente en los bailes cuando hay cesión de parejas./Amer. En Chile, juego de trompo que consiste en empujar, a golpes con la púa del trompo y mientras éste baila, una moneda hasta sacarla fuera de la meta señalada./ Amer. Roseta de maíz tostado reventado. U. m. en pl. / Pl. fig. amer. En Chile, juego de muchachos que consiste en poner uno las palmas de las manos encima de las del otro y golpeárselas éste con las suyas. Si yerra el golpe, cambian de oficio. (Diccionario Enciclopédico Ilustrado Ramón Sopena, Editorial Ramon Sopena S.A. Barcelona, 1967). (Nótese la ausencia del argentinismo mencionado por ahí arriba en esta hoja. N. del E.)
  7. Ver Nota 10.
  8. “Qué es de la vida de Jéssica Schultz”. Tal pregunta resonaba, para los días en que esta ponencia se escribía, en la radio de Buenos Aires. Quien suscribe no podría asegurar si la oyente que hizo la pregunta era familiar o amiga de la mentada actriz, pero sí da fe de que la respuesta de las periodistas era correcta, aunque incompleta: “Lo último que sabemos es que estaba en un espectáculo de tango, hasta mediados del año pasado...” (N. del E.)
  9. En Papeles de la mudanza, Editorial Catálogos, Buenos Aires, 1988.
  10. Sarlo, Beatriz. Crítica literaria argentina. Directora del magazine académico de Buenos Aires Punto de Vista.
  11. Borges, Jorge Luis. Literato argentino (1899-198...). Regalías y derechos administrados por su viuda mucho más joven que él, doña María Kodama.
  12. Monzón, Carlos. Boxeador argentino. Campeón mundial.
  13. Loche, Nicolás o Nicolino. Boxeador argentino. Campeón mundial.
  14. Las oraciones que figuran en este último párrafo en letra inclinada blanca (bastardilla) pertenecen a Quinto Horacio Flaco (8.XII.65-27.XI.8 a. C.), Arte Poética. Edición de Aníbal González Pérez siguiendo a F. Villeneuve. Alfar Poesía, Madrid, 1977. El largo texto que figuró inserto entre medio todo el relato corresponde a un fragmento del libro inédito Mudanzas de los papeles. De Alejandro Margulis, claro.
  15. Para el día en que esta historia voló rumbo a México buscando ser editada la mentada artista del título se encontraba realizando un show bastante bizarro en un sitio muy poco conocido del barrio porteño del Abasto. Carteles del mismo promocionándolo habían sido colocados, entre muchos otros lugares de la ciudad, en una baja pared de cemento que quedaba junto a la parada del colectivo 110, en la esquina de las calles Malabia y la avenida Corrientes, ómnibus que el Margulis adulto solía tomar todos los días para volver a su casa azul en el Pasaje Milán.