Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 13, del 18 de noviembre de 1996

Las letras de la Tierra de Letras

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Tres cuentos breves de Jorge Gómez Jiménez

Jorge Gómez Jiménez

Artes del fuego

Fue algo súbito, como cuando se enciende una luz en una habitación a oscuras. Cuando sus ojos se encontraron, el aire se inundó de chispas y se les hizo imposible la paciencia. El pidió un vaso de agua y sólo pudo beber dos tragos, pues el resto ascendió vaporizado, bailando entre ambos, y el vaso estalló en su mano. Ella hizo ademán de buscar un trapo para limpiarle la sangre, que empezaba a brotar de sus dedos, pero fue inútil, pues en un rato ya sólo quedaba una costra negra y rugosa. Guardó el trapo, que había adquirido algunas manchas negruzcas, y entonces se dio cuenta de que las puntas de sus cabellos se retorcían y se enroscaban en minúsculos muñones negros. El intentó hablar, pero sus dientes estaban calientes como piedra de fogón y sólo logró unas molestas ulceraciones en la lengua. Ella le hizo unas señas, se quitó con dificultad los zapatos, que habían comenzado a derretirse, y juntos subieron las escaleras. Precisaron detenerse varias veces para dejar por momentos en el suelo las llaves de la habitación, que apresaban temperaturas intolerables. Cuando entraron, un halo rosa los envolvía.

Después de que los bomberos apagaron el incendio, los hallaron abrazados y sonrientes, felizmente muertos, fundidos en una incomprensible masa de carne quemada, cabellos y algunos jirones de ropa que aún llevaban consigo.


El armario

El señor Gerard no podía evitar recordar el armario cuando pensaba en la vieja casa de la abuela. Era un armario común, con espejos en las puertas y repisas fijas, con arabescos irregulares, con telarañas en el techo. El tesoro del armario estaba abajo, entre sus patas. Cuando niño, el señor Gerard solía hurgar bajo el armario para hallar maravillosos objetos que allí se ocultaban.

Nunca supo quién ponía esos objetos allí. Ahora suponía que eran lanzados por niños desde la calle, hipótesis factible pues el armario estaba frente a una ventana que permanecía abierta durante el día. No siempre encontraba algo, en ocasiones la búsqueda era vana; sin embargo, cada vez el objeto encontrado era distinto. Un reloj sin la aguja de la hora, un anillo al que le faltaba su piedra, la rueda dentada de alguna extraña máquina que debió de ser inmensa, una pata de conejo convertida en llavero (con dos llaves), la cabeza de una muñeca; así de variados e inútiles, pero igualmente maravillosos, eran los hallazgos.

Tampoco tenía muy claro qué había sido de todos esos objetos. Al crecer, llegó el momento de ir a la capital a estudiar y desde entonces sus visitas a la casa fueron más espaciadas; finalmente, la abuela murió y la casa fue abandonada, aunque su madre la mantuvo como parte del patrimonio de la familia. Pero el señor Gerard nunca conservó, sin saber la razón, alguno de sus tesoros.

Ahora, con cincuenta y dos años recién cumplidos y su madre también muerta, el señor Gerard había vuelto sus ojos hacia la vieja casa, con la intención de venderla y sacarle así algún provecho. Un amigo se encargaba (al parecer con éxito) de la promoción y venta del inmueble; mientras tanto, el señor Gerard quiso visitar —por última vez antes de su inminente demolición— la casa donde transcurrieron sus primeros años. Reservamos vastos espacios de la memoria para venerar cosas inanimadas.

Llegó al pueblo a media tarde, con el pensamiento fijo en la casa y el armario. No tenía conocimiento de que ningún mueble hubiera sido vendido o extraído de alguna otra manera. No se permitió reverencias cuando traspuso el umbral de la puerta. Simplemente subió al segundo piso y entró a la habitación donde estaba el armario.

Sintió un largo estremecimiento cuando se enfrentó al viejo mueble. Ahora le parecía más pequeño y burdo, y la hendija entre el borde inferior y el piso era tan angosta que dudaba que fuera suficiente para albergar una mano humana. Se preguntaba si seguía escondiendo tesoros. Así que se agachó y trató de meter la mano bajo el armario, pero tuvo que sacarla y arremangarse la camisa para poder hurgar a sus anchas.

Sus dedos se toparon con algo duro y redondo, parecido a una pelota. La atrajo hacia afuera; se trataba de una extraña caja de música esférica con un pony azul en el centro. No se sintió satisfecho: volvió a introducir la mano y continuó la búsqueda.

Tres días más tarde, el amigo vendedor entró a la casa con una pareja que la compraría para instalar un albergue. Quizás ni siquiera sería preciso demolerla. Cuando entraron a la habitación del armario, hallaron al señor Gerard hinchado y hediondo, acostado en el piso, con una mano asida a una esfera y la otra oculta bajo el viejo mueble. El examen del forense determinó que había muerto a causa de la mordedura de una serpiente. El ofidio culpable jamás fue encontrado.


Agua de lluvia

La lluvia caía con su monótono ruido una tarde de febrero cuando Evalina murió. Tenía los senos carcomidos por la enfermedad y el pelo se le haaabía empezado a caer, pero tuve la satisfacción de que me reconoció hasta el momento de su muerte. Me tomó la mano como el que se despide, en lugar de hacerlo con el fuerte apretón agónico del que muere.

Había una gota eterna que caía por entre las junturas del techo y las paredes y que había formado un charquito en un rincón del cuarto. Era como un mensaje de la lluvia, la visita al enfermo que no podía dejar de dispensar. Evalina veía de vez en cuando hacia la ventana y sonreía a las diagonales líneas de agua que golpeaban la calle más allá de los límites del colonial marco de madera. Allá afuera estarían los transeúntes tardíos maldiciendo el agua fría del cielo mientras corren frenéticos en busca de cualquier toldo.

Pero dentro de Evalina no. Ella bendecía la lluivia y la amaba tanto como yo la amé toda mi vida. Habían sido demasiados años bajo la lluvia o el sol intenso. Ella debía estarlos recordando uno a uno, mientras veía el agua en la ventana y tomaba y acariciaaba mi mano.

Hace algunos años de eso. Ahora, Evalina viene a mí en cada aguacero, transformada en, justamente, agua de lluvia.


       


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Depósito Legal: pp199602AR26 • ISSN: 1856-7983