Letras
La casa del milagro (extractos)

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30

Para Felisberto Cuevas

Hizo su cueva
del sótano de siempre,
telas, pinceles, tubos
color en tierra,
luchaba en lo sagrado.
Sabía sonreír
con sencillez esplendorosa,
poco hablaba
pero había
decisión en sus palabras.

Padre lo cuidaba con esmero,
libros de láminas,
alimento,
el abrazo necesario,
                               pero él solía perderse en el oscuro laberinto

del vacío,

—Malas compañías, decía Padre,
e intentaba su retorno.

Una tarde,
mientras caminábamos,
habló de mis zapatos,
vacíos,
lavados,
puestos a secar en el balcón,
—Los miro y estás allí —dijo
—en tus zapatos.

Como un estallido
dejó de estar
entre
nosotros.

 

Llegaron sobres,
estampillas

papeles en blanco
sólo algunas palabras
como camino de insectos
sobre el papel.

Un recorte del periódico
escondido
en carta de Madre
                              nos descubrió
la imagen
de su cuerpo
colgado
de un poste,
en el campo
petrolero.

 

31

Madre
esconde
al fondo
del
escaparate
un universo de
cajas
de tamaños y colores imprevisibles,

tesoros
de inestimable valor,
entre
su diario
de antigua
soltera
soñadora,
y cuentos de Calleja,
al aduanero Rousseau
y Modigliani,
cancioneros,
dientes
de leche,
la máquina singer para remendar
el alma,
cajas de música,
fotografías
de la
historia,
                                  punas,
                peonías
y azabaches,

el anillo de bodas de Padre (ya no le sirve),
y un sin fin
de
avalorios
innombrables
abigarrados e imprecisos,
tejidos
en perfecta
ubicación
por su memoria
de maga
agrimensora
y poderosa.

 

32

Para Lía Bermúdez

Ella venía
Como la fiesta,
palabras
y
aromas
hacían de todo
un esplendor,

sonaban campanas
se encendía
un cielo
de diminutos luceros
en la cercanía
de sus regalos.

La amiga
Venía
convertida en
Dulce compañía
Cada vez
Cada día
No me desampares
Aun en la revelación de tus sinsabores
Y estás aquí
A pesar de los pesares
de noche
y de día
en un para siempre
para
la eternidad.

 

33

Para Roberto Obregón

Era un pretexto
practicar el francés
aspirar el humo de tus cigarros,
colocar una mano sobre
la otra.
El silencio y el susto
no fueron suficientes
ante nuestra primitiva ingenuidad.
Más tarde
gigantescos pétalos de rosa
tapizaron el universo,
y todo
fue
el vacío.