Letras
Repollos

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¿Qué tal si me dedicara a cultivar repollos en lugar de pensar y escribir tantas naderías? He sabido que hay escasez de repollos en el mercado. Vienen de lejos y no siempre llegan. Las condiciones de su cultivo no son demasiado difíciles, pero se requiere de mucha constancia y dedicación. Yo he tenido tanta constancia y dedicación en esta actividad inútil y superflua que es escribir, que tal vez tendría éxito con los repollos. Si la cosecha no fuera muy grande o no pudiera venderse, al menos tendría unos cuantos repollos, que son lindos de ver y se pueden comer, cosa que no sucede con el papel escrito. Por lo demás, nadie duda de la validez metafísica de los repollos ni hace comentarios demasiado críticos sobre el estilo de los mismos. Es difícil estar en desacuerdo con un repollo o considerarlo barroco o ininteligible, por muchas hojas que tenga. Un repollo es así y su valor reside en sus propiedades alimenticias o decorativas: he visto muchos repollos codeándose con flores de más prestigio en arreglos de los que embellecen las plazas y los parques.

Yo he seguido aquella recomendación que atribuyen simultáneamente a varios hombres célebres: he tenido un hijo y he escrito un libro, pero jamás he sembrado un repollo. ¿Será esto lo que me falta para “realizarme”? Debo confesar que entre mis múltiples limitaciones intelectuales una de las más enojosas es la de no haber entendido nunca, por mucho que lo he intentado, qué es eso de realizarse. He realizado unas cuantas cosas en la vida, como todos: he realizado viajes y realizado tareas, he realizado ceremonias, o las han realizado conmigo, pero nunca llegué siquiera a comprender cuál sería la manera de realizarme a mí mismo. En mi obtusidad (¿se dice así?) no llego a visualizar la escena. Muchas veces visualizar las escenas me sirve para entender conceptos, puede que sea por eso que me gusta escribir teatro y hacer teatro en mi vida. He sido protagonista de muchas “escenas”. “No hagas escenas”, me dicen a menudo mi psiquiatra, mis amigos y mis ex mujeres, que se divorciaron de mí porque no aguantaban mis escenas. Poco importa, lo que cuenta es que no imagino cómo será la situación en que yo me estaría realizando a mí mismo. Pienso a veces en un escultor frente a su estatua en un escenario con un solo actor que debe hacer alternativamente los dos papeles. El problema técnico es que cuando el actor hace de escultor el pedestal de la estatua queda vacío. Pensé que podría resolverse con dos actores que simularan ser idénticos y que interactuaran como si fueran uno solo. Pero nada de eso me alcanza para llegar a la fórmula mediante la cual ese escultor, a medida que va perfeccionando su estatua, va cambiando también, ya que objeto y sujeto son lo mismo. Y peor aun: ¿cuándo decidiría el escultor, o la estatua —lo que es más inquietante— que la “realización” ha culminado? Imagino al escultor satisfecho de su obra y a la estatua diciéndole: “Eres un pésimo escultor, mira lo que has hecho con la hermosa piedra que yo era al principio”. El escultor la miraría con furia y diría: “¿Qué esperabas que hiciera con un pedazo de mármol frío e inerte? ¿Acaso imaginabas que saldría de ti alguna cosa viva que pudiera pensar y hablar?”.

En uno de los finales que he imaginado, el escultor y la estatua se baten en lucha desigual y la estatua cae y se hace pedazos. Compungido, el escultor recoge en silencio los trozos y comienza a tallarlos para convertirlos en repollos de piedra de distintos tamaños.