Letras
Tres ejemplos de vidas paralelas

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Jorge Luis Borges celebra el desamor de Clarita Leví de Benhaim

Qué bueno que te fuiste
y me dejaste en el laberinto solo,
acosado por la nostalgia
y otros apetitos inconfesables;
qué bueno que nunca mis manos
llegaron a recorrer los pormenores de tu cuerpo;
qué bueno que apenas logré intuir tu aroma
vagamente afrutado;
qué bueno que gocé de tu presencia turbadora
(y de tu rara inteligencia)
tan sólo un instante de la eternidad;
qué bueno que nunca te besé,
que nunca te poseí,
que jamás conocí junto a vos las rutinas,
los quehaceres, los instantes frugales
de una larga vida amablemente compartida,
tal y como yo soñaba
con desesperación en la noche incesante de mi ceguera,
porque así mi memoria te conserva intacta,
inalterable,
                                 perfecta, igual que una Idea.

 

El poeta Juan Gelman interroga a su hijo Marcelo Ariel, asesinado por la dictadura argentina en 1976

Escuchá, Marcelito,
si a vos debo
el deleite del tiempo
dulcemente perdido en pos de la paloma,
si vos me ensanchaste la risa
hasta parecer un caudal recién brotado,
si me hiciste creer que era amigo,
maestro, cuentacuentos, enfermero,
mago,
si vos engendraste en mí
la alegría más alegre,
la risa más riente,
si fuiste vos el que realmente me dio esta vida
que me vive y me desvive,
si hasta muriendo has trazado el camino
que han de seguir mis pasos
y has templado mi voz para reclamar
la libertad y la dignidad de mi pueblo,
si, bueno, me has dado el ser que soy,
¿con qué derecho puede afirmar nadie que
el hijo sos vos, y yo el padre?

 

Una vez superada la esquizofrenia paranoide, el premio Nobel John Nash expone a su esposa Alicia su nueva teoría matemática

Calculemos, mi amor, nuestras posibilidades:
tal vez podemos sumar a nuestras vidas
algunos besos más, de todo género
(no siempre han de desembocar en frenesí),
sin duda más abrazos, más caricias,
esto es, más territorios por explorar,
algún que otro pétalo de rosa,
cierto aire perfumado de guayabo y malinche,
por qué no un baño, de vez en cuando,
en la corriente vivificante de un arroyo de montaña,
y, sin duda, aunque nos digan afectados,
el aleteo de un verso en nuestros oídos;
sustraigamos de nuestra existencia, por el contrario,
el tic-tac insolente de los relojes,
porque el tiempo no huye, sino la felicidad,
restemos importancia a las cosas,
no sé, a la evolución de la Bolsa,
el roto del calcetín o el libro de poesía lírica
negligentemente puesto dentro del armario.
Quizá no me explico.
Multipliquemos la vida,
no dividamos las energías,
porque sólo viviendo exponencialmente
hallaremos la raíz
de la alegría.