Letras
Tres poemas

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(1)

“No digas uno, di dos y no me dejes solo”.
Segismundo.

Llegaste, montada sin zapatos, en un hipogrifo ecuestre,

Arrastrando tu lengua, arañando las estelas que dejabas regadas como espinas
en mi horizonte hueco,
Abriendo como faz y grito,
Una sutil combinación de rojo y verde, en asustado crepúsculo que se escapa,             Seco]

Y una primavera saltando al abismo, un nombre de estrella muerta,
Un límite desesperado entre los embriones disgregados
en el nido de ese grillo
que patea cantando,
que exhala un vaho cansado
como el doblez de tus piernas cruzadas
como los años enrejados del papel destrozado.
Los dioses me arrancan los cabellos, como llorando tras tu partida,
Haciendo neblina y garúas en mis ojos hidrópicos,
En mis ojos que te siguen saltando al abismo                                      anónimos.
Recogiendo los rastros,
Besando las espinas de tus sueños solos,
inconfesables, que buscan constelación para su luz ambulante
Para parar a las lágrimas calvas,
A esas que apenadas te llaman con los brazos.
Pero en el fondo, tu vuelo punzante es un color, solo eso.
Un color parecido al de un quark rezagado
Y es un sabor,
como el de los gritos que copulan tras la madrugada de tu casa.
O un gesto,
que nunca olvida los simétricos estrépitos
de tus pies callados, reventándose, contra el sutil rojo y verde
que deslizaba tu mascota por el cielo espinado.

Debiste montar conmigo,
Y dejarte llevar al mundo de abajo,
Cerca de una estrella enana,
Y debiste protegerte los pies.

Cubrírtelos como lo harías con la carne salada
Como lo hacen las aves que se paran sobre el delicado hilo oscuro que las traslada
Sin alas y rápidamente,
Tú tenías que taparles la boca, y no dejarles sacar la lengua,

No dejarles decir mi nombre.
No dejar que mirasen mi cara,
Como si yo tuviera alguna metáfora tras mi ventana que no existe.

 

(2)

Di a luz una entraña rosada

Tiene nombre de otoño
Y se parece al lunar de mi lado izquierdo

nunca madura, nunca se va.
Es mi tercer estómago,

Como el lagrimal de una abeja reina.
Es el centro,
De mi luna de noche, de mi marea llena,

Y el testamento del sol que se esconde,
Que se ahoga / matándose,
Al sucesivo invierno /.
Al relámpago inmortal que se esparce en el fondo,
En ese fondo que cae cada vez mas lejos,
Que cae y que acojo.

Nació una entraña castrada,
En medio de la noche que despierta.

Como la espina en el instante que te pierdes.

Hecha hoyo negro en la habitación de al lado,
Abrazada al volumen infinito de tu nombre
al color migala de tu eco nombrado.
Como engarce entre mis manos
Y grillete muriendo.

Agobio en tálamo de piel que te usurpa
Periférica sombra que emerge.

 

(3)

FRUTA PARTIDA

criatura como yo,
de carne frágil

y cráneo arbóreo,
de soplo cítrico
amarillo / escatimado
                 frigorífico /,

como ración de miga
en fermentado suelo

y constante espera,

(...)

O CRIATURA COMO TÚ,

colérico átomo invisible
fracción fugaz de
áureo recuerdo.

Tú.
/ bastardo y codiciado engranaje /

primogénita nostalgia prenatal
entre mil y un áridas, fruta partida

como ligazones de aire,
de naranja incandescente

(de nudos pródigos)

con tez verde
y
vestido de cuna sublunar.