Letras
La bestia

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1

Llega al departamento la bestia y todo se cubre de sombras; los entes que brotan de sus pupilas pasan a degüello lo que huele a vida. Se respira miedo, zozobra. Escondido debajo del catre, me pregunto en voz muy baja entre el polvo de años, cómo fue que la dejé entrar. Apenas respiro, pues el menor polvo que ascienda hasta el tumbado me delataría. Las plantas se marchitan en la habitación y estallan no pudiendo más de tanta vejez; los papeles se convierten en pergaminos con lenguas primigenias, y el pez de la pecera queda transformado en un fósil jurasico aún no descubierto. No alcanzo a comprender del todo cómo su presencia substrae vida a las cosas, pues mis pensamientos quedan de pronto suspendidos en el aire; como el cuerpo de un presidente derrocado que cuelga sobre el farol de una plaza maldita...

 

2

Abre la puerta y sale arrastrando mi cuerpo la bestia. No puedo evitar que vuelque las macetas en el pasillo y vocifere desaforada. Toma el cable del teléfono y lo enrosca alrededor de mi garganta. Grito, y mis ojos se desorbitan, se pierden sin remedio en el blanco espacio de la esclerótica. Mi mano, en acción claramente épica, levanta lo que encuentra y da un golpe a la bestia, que cae pesadamente levantando un rabioso polvo sobre el parquet. Me apresuro, arrastrando el paso, al lavabo y mojo mi cuello. Y en cada gota que resbala por la piel, el rostro de la bestia con el taco del zapato clavado en la frente, deja escapar del orificio un humito cargado de fantasmas malolientes...

 

3

Por la noche, aplasto el cigarro sobre el platillo cuando la mesera me dice que no es permitido fumar en el local. No protesto, levanto la taza y me sirvo el primer trago de café. La mesera me observa sin disimulo desde el mostrador y secándose afanada las manos en el delantal, se acerca para preguntarme si deseo servirme algo más. No le contesto, y alzando la mirada atisbo a la puerta del local una vez más por si las moscas. Más tarde, todavía recostado sobre la mesa azul en el café, los peritos forenses extienden cintas rojas y amarillas en torno a mi cuerpo y toman las declaraciones del caso a Ana, quien no sabe explicar el extraño regocijo que destila su lengua bipartita.