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El cadáver del Che Guevara es mostrado a la prensa

Para Celia

Le iban a ejecutar porque querían evitar otro escándalo político y todas las presiones internacionales posteriores, similares a las que suscitó el caso Debray. Temían a la opinión pública mundial y a las manifestaciones estudiantiles en favor de su liberación. No querían crear un mito y crearon un mártir. Él lo intuyó desde el principio y advirtió a sus captores que valía más vivo que muerto.

No tuvo miedo. Ni aún al verse herido de un balazo en su pierna derecha. Cercado en un cañadón, entre la espesa maleza boliviana, el guerrillero más famoso y buscado del mundo se sabía traicionado, delatado y abandonado. Agotado por las largas caminatas y los ataques de asma, afiebrado, sin alimentos, ni agua, ni ropa adecuada, deshidratado por la diarrea y casi sin municiones. Le condujeron desde la Quebrada del Yuro, donde le atraparon, hasta el poblado de La Higuera y allí le encerraron en una escuelita ubicada en un mísero rancho de barro, junto a otros dos compañeros cubanos. En una habitación casi a oscuras, apenas iluminada por la luz que entraba a través de una pequeña ventana, le tumbaron sobre el suelo de tierra, atado de pies y manos. Junto a él yacían los cuerpos inertes de otros dos compañeros guerrilleros, muertos en el combate.

A la mañana siguiente, le visitaron un coronel y un agente cubano de la CIA. Quisieron interrogarle pero sólo les miró fijo y no abrió la boca. Se le veía abatido pero no atemorizado. A pesar de haber sido enemigos durante años, éstos sintieron respeto por el luchador caído y reconocieron que el guerrillero había sabido mantener su coherencia hasta el final. Que era un hombre que actuaba de acuerdo a lo que pensaba. Renunciando a ministerios y altos cargos públicos, para recomenzar una y otra vez a perseguir sus sueños de liberación universal y la creación del Hombre Nuevo. Arriesgando su vida, dejando atrás honores, una posición de poder y todos sus seres más queridos.

Al quedar nuevamente a solas con sus guardianes, el prisionero cerró los ojos, reclinó su cabeza sobre el muro de adobe y así permitió que le invadieran sus recuerdos más íntimos. Los que atesoraba en su corazón. ¡Cuántos años habían transcurrido desde aquellas siempre dolorosas despedidas de su adorada y ahora fallecida madre, cuando marchaba en pos de aventuras personales cada vez más peligrosas, que provocaron el despertar de su sueño americanista! O las decisiones alocadas e inesperadas de su padre, los juegos infantiles con sus hermanos, las frecuentes discusiones familiares a la hora de la cena, su pandilla de amigos en Córdoba, el agridulce recuerdo de Chichina, sus tangos favoritos (especialmente Uno), los olores de la leprosería peruana, su militancia política en Guatemala y México, la amistad fraterna con Fidel y su lealtad hacia la incipiente revolución cubana. Todo ello ahora parecía tan lejano y borroso... ¿Cómo olvidar aquella azarosa y accidentada travesía en el Granma, o el desastroso desembarco, cuando el joven médico apenas había logrado salvar su vida escabulléndose entre los manglares y arbustos costeros, sumergiéndose en las oscuras aguas cenagosas para evitar los balazos de la soldadesca gubernamental? ¿Y aquel calor húmedo y tropical que se le pegaba al cuerpo como una voraz sanguijuela, aumentando su ahogo asmático? Pero el idealista aventurero, que ya conocía muy bien sus posibilidades y limitaciones, se esforzó por ir más allá de lo humanamente exigible. Siempre severo e inflexible, duro e intransigente consigo mismo y también con los demás. Ahora o nunca, la suerte ya está echada, se había dicho mentalmente, mientras corría hacia su cita con la Historia.

La invasión había resultado un fracaso estrepitoso y sólo 12 de sus 82 compañeros habían sobrevivido al primer enfrentamiento. Aquellos rebeldes cubanos luchaban por sus vidas y en medio de un infernal fuego cruzado, el joven revolucionario, llegado desde el extremo austral del continente americano, tuvo que elegir entre cargar con una caja de balas o su mochila de médico. Allí llevaba lo imprescindible para curar las heridas de sus compañeros de la guerrilla. Su misión en la revolución naciente era la de salvar vidas. Pero en ese breve y trascendental instante, redirigió su propio destino y marcó el de América Latina para siempre. Al escoger las municiones en vez de sus medicinas, decidió proclamar que había otra forma de sacrificarse y luchar por las vidas de sus semejantes. Y dicha proclama, llena de audacia y determinación, dividió para siempre a la juventud del mundo. Luego vino la Sierra Maestra, tantos sinsabores, muchas alegrías, algunas derrotas y claras victorias, la toma de Santa Clara y el desfile triunfal por La Habana aquel enero del 59.

Me saqué las ganas de poner en práctica mis creencias y viajar por el mundo, conociendo a la gente que hace la historia, dijo para sí y sonrió satisfecho. ...Hmmm, Nehru, Mao, Kruschev, Ben Bella, Nasser, Allende... no está mal para un pibe criado en Alta Gracia...

Sin embargo, qué diferente había sido todo en el Congo, donde los que había ido a liderar nunca dieron la talla... Por cierto, no así en esta nefasta aventura boliviana, que había segado las vidas de tantos compañeros fieles y valerosos. Incluyendo a Tania... ¿Y qué será de Benigno, Pombo y Urbano?, pensó apesadumbrado. ¿Habrán logrado zafar al cerco?

Tumbado sobre el suelo polvoriento de aquella escuelita de campesinos pobres, el hombre esperaba con serenidad envidiable su destino trágico, su juicio final, el que realizarían sus captores y el de la Historia, así con mayúsculas. Mientras intentaba grabar nítidamente en su memoria los rostros sonrientes de su esposa Aleida y de sus cinco hijos, tan inocentes, tan pequeños y tan distantes.

Cuando retornó el agente de la CIA, el guerrillero supo con certeza que su suerte estaba echada. Mantuvo su dignidad y su negativa a ser interrogado. Pidió para ser desatado de sus ligaduras y preguntó si podía fumarse una pipa. Un soldado le dio el tabaco de un cigarrillo. El prisionero se sentó y se negó a responder a preguntas de valor militar o estratégico. Sin embargo, no tuvo inconveniente en discutir temas como la evolución de la economía cubana y el embargo norteamericano. El agente de la CIA preguntó por qué había escogido Bolivia y él respondió que hubiera preferido un país centroamericano, pero esa zona está geográficamente demasiado próxima a los Estados Unidos, y los gringos nunca permitirían que el fenómeno cubano se repitiera una vez más tan cerca de su casa. En cambio Bolivia es un país lejano y de escasa importancia para los EE.UU. Además, tiene la ventaja de ser fronterizo con otros cinco países latinoamericanos y si la revolución hubiera triunfado, habría sido más fácil exportarla a los vecinos. Lamentablemente, los campesinos bolivianos no habían sabido comprenderle, demostrando falta de conciencia política y una ancestral desconfianza hacia los blancos extranjeros, no uniéndose a su causa y delatándole a los Rangers del general Barrientos.

Mientras ellos conversaban, entró en la habitación un oficial y pidió que sacaran al prisionero fuera de la escuela, para tomarle las últimas fotografías. Durante años, la CIA fue la única que tuvo acceso a ese documento gráfico, que desmiente la primera historia oficial sobre su fallecimiento.

Poco antes de la una de la tarde se anunció por radio la muerte en combate del famoso guerrillero cubano-argentino, y éste comprendió que era su fin. Palideció pero no se le movió un músculo de la cara, ni pronunció palabra alguna. Quiso regalarle su pipa a un soldadito que había sido amable con él luego de su captura pero un sargento borracho se adelantó gritando que la quería. El prisionero herido se negó a entregarla, pidiéndole al agente que se la diese más tarde a su elegido. El hombre de la CIA recibió la pipa pero luego no cumplió con lo solicitado por el condenado.

Cuando se estrecharon las manos como despedida, el guerrillero observó que su enemigo llevaba puesto su reloj Rolex, obsequio de Fidel, el que los soldados le habían quitado al capturarle el día anterior, pero optó por no decir nada al respecto. Nunca había dado importancia a los bienes materiales. El agente salió de la habitación y entraron el teniente Terán y dos soldados más, prestos para cumplir con la orden de ejecución. Tomaron un fusil y sin más dilación le dispararon varios tiros a quemarropa por debajo del cuello, intentando que pareciera que había muerto en combate. El reloj robado al Che marcaba las 13:10 del 9 de octubre de 1967. Luego los Rangers bolivianos lavaron su cadáver y lo exhibieron al mundo sobre una batea en Valle Grande, como quien muestra un preciado trofeo de caza. Con sus ojos abiertos, brillando más allá de sus verdugos. Posteriormente le cortaron las manos y lo enterraron en un campo de aviación, en una tumba sin nombre, dándole nuevas alas a su leyenda de moderno Quijote.