Editorial
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La aparición de Google Print, la iniciativa de Google para poner en línea un grueso contingente de libros que hasta ahora sólo pueden leerse en bibliotecas, ha producido una estentórea reacción. Básicamente, originó una primera respuesta de Europa contra el efecto que podría tener un avance tan rotundo de los contenidos en lengua inglesa. Esta reacción se concretó en el acuerdo que una veintena de bibliotecas nacionales europeas suscribieron, en abril de este año, para configurar una gran biblioteca en línea digitalizando contenidos provenientes de sus fondos bibliográficos.

La posibilidad de que una macrobiblioteca digital europea muestre un frente efectivo contra Google no parece muy firme, pues la idea viene infectada por el mal congénito de que sus propulsores están ligados a los aparatos gubernamentales de sus respectivos países. Y, si bien es cierto que un Estado ideal debe proveer a sus asociados —entre otras cosas— las mejores herramientas para el acceso a la cultura, ya sabemos que en la práctica los gobiernos tienden a ser ineficientes en este sentido.

Es lógico entonces que el siguiente paso de importancia haya sido dado por un consorcio en el que tienen una relevancia fundamental algunas de las mayores empresas de la industria informática. Se trata de la Open Content Alliance (OCA), que promete digitalizar cantidades ingentes de libros en la misma línea de Google Print, pero con dos agregados: los materiales estarán a disposición del público sin restricción alguna —aunque de manera gratuita, Google Print requiere registro previo— y no se incluirá materiales protegidos por las leyes de derecho de autor —algo en lo que Google Print se ha visto muy comprometido.

La OCA es una idea original del Internet Archive y Yahoo!, pero con el tiempo se han sumado empresas como Hewlett Packard, Adobe Systems y, ahora, Microsoft, el principal interesado en que se construya un muro de contención para la invasión mundial que representa Google en el mercado informático. HP, Adobe y Microsoft representan esencialmente los ámbitos de la recuperación, edición y gestión de información. Google ha demostrado que puede caminar cómodamente en estos ámbitos.

Como el pescador avispado, Amazon se ha anotado en la carrera atacando desde un flanco que los otros bandos no habían considerado. Mientras Google Print enfrenta quejas en todo el mundo por la publicación de contenidos con copyright, y la OCA promete publicar contenidos de libre uso, Amazon ha optado por sacarle el jugo a cada página que pueda ser vendida en Internet, anunciando la implementación de un mecanismo que permitirá adquirir fragmentos de libros. Si un usuario del sistema sólo necesita una página o un capítulo de un libro, podrá pagar por ello sin tener que pagar por el libro completo. El tiempo dirá si esta idea es rentable.

Ahora bien, ¿a qué se debe este interés repentino de las grandes compañías en los libros? ¿Qué es lo que ha impulsado a los líderes de la industria informática a entablar esta extraña guerra, en la que vencerá quien ofrezca mayores facilidades de recuperación de contenidos? Habría que ser ingenuo para creer en las explicaciones con que los ejecutivos están llenando la prensa internacional. Todas estas iniciativas están costándole ahora mismo millones de dólares a las empresas involucradas, y seguirá costándoles si asumimos que, tras el primer estallido de información digitalizada —Google lanzó su primer gran contingente hace apenas unos días—, habrá que mantener y alimentar esos monstruos bibliográficos. Hay demasiado dinero en juego para pensar que se trata sólo de altruismo.

Indexación. Ese es el secreto. Ese es el Santo Grial. Un hormiguero fracasa si las hormigas que lo habitan no saben dónde han guardado el alimento que recolectaron la semana pasada. Un mundo interconectado no es nada si no tiene control sobre la información que discurre a través de sus pasillos. A mayor volumen de información indexada, mayor control de los mercados.

Es difícil imaginar la cantidad de información que se incorporará a la red a partir de un momento dado, en los próximos meses, y que se incrementará de ahí en adelante a un ritmo sostenido. En las ágiles matemáticas de Internet, cada bit de información genera otros cuatro, cinco, diez. Quizás más, si prestamos atención al hecho de que el desarrollo actual de la red se está enfocando en el individuo como ente de información. En este sentido, la blogosfera tiene el valor de un gigantesco globo de ensayo para determinar el poder de un individuo que interactúa con la información. El individuo genera información por sí mismo y a la vez produce comportamientos que son, en sí, información. Información aprovechable.

Google ha demostrado que la información es dinero. Según sus propios reportes financieros, el 99% de sus ingresos proviene de la publicidad contextual, que no es otra cosa que anuncios publicitarios con contenidos análogos a los de la página que los alberga. Tanto Google como sus competidores han considerado esto para lanzarse a la carrera por el desarrollo de una nueva filosofía de trabajo en el área informática, el Web 2.0, que consiste en reubicar en la red el poder de proceso que tradicionalmente estuvo concentrado en el sistema operativo y los programas de una computadora. Aplicaciones como el anunciado Windows Live de Microsoft se unirán a las múltiples herramientas que ahora mismo permiten almacenar en Internet cualquier volumen de datos, virtualmente sin límites. En este panorama sólo faltan las fuentes de información, que hasta ahora están relegadas a las bibliotecas, pues todos los contenidos que han sido digitalizados siguen representando, en este momento, un pequeño porcentaje de la información total producida por la humanidad.

Como toda guerra, en esta habrá víctimas. La innegable brecha tecnológica que supone esta tendencia afectará, en gran medida, a quienes carezcan de recursos para acceder a eso en lo que se convertirá Internet. La expresión “mundo interconectado” tendrá valor sólo para quienes puedan pagar por todo esto. Y, al ser una guerra económica, los bandos en pugna no repararán en los sectores que queden marginados de esta realidad. Simplemente, no les importa.