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“Oráculo de lobo”, de Rosol BotelloRosol Botello: Oráculo de lobo

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Gracias a la terca persistencia del magnífico escritor y editor Israel Centeno, la Editorial Memorias de Altagracia y su Colección de Poesía, consagrada a la excelente poeta Helena Vera, cuyo nombre alude al mítico celacanto, los lectores de poesía podemos acceder a la lectura de un libro poco común entre los libros de la poesía que se viene escribiendo en este primer quinquenio del siglo XXI. Se trata de un poco más de medio centenar de poemas de regular extensión que nos hablan de las profundidades abisales del ser, de la intemperie de la memoria y de la inexorabilidad del recuerdo como huella imborrable de toda condición humana.

Oráculo de lobo se inicia con una enigmática “espera” y una radical “videncia” nítidamente fundadas en la imaginación sensitiva de la escritora. Este libro de Botello nos exhorta a los lectores a ver más allá de lo apariencialmente dado con “los párpados cerrados”. Como si una po(ética) erótica del cuerpo nos emplazara a relacionarnos con el mundo sensible por la interdicción de una extraña intuición exaltada de lo inefable. En este libro el sueño, el recuerdo, la memoria rediviva que no siente culpa de sí misma, invita al lector a transitar horizontes no presentidos por los habituales registros racionales de intelección. ¿Un sueño que se sueña a sí mismo? Tal osadía sólo es parangonable a la imposible, y por ello maravillosa, empresa borgesiana de “la infinita multiplicación del ser por el espejo que se reproducía deshabitándose”.

Asida a un lenguaje exento de ripios léxicos y ostentando un dominio sintáctico poco común en la edificación del texto poético, Rosol Botello le obsequia a los lectores una mirada aguda y minuciosa de temas impostergables, marcados por una urgencia irremplazable. Tal la escucha del corazón ansioso de una utopía íntima y personal, la intransferible libertad de quien se sabe dueño absoluto de sí, un tiempo sin tiempo que se prolonga más allá de lo humanamente imaginado, la vigilia, el sueño trunco, la vida repetida a la espera de una hipotética resurrección que devendría posterior al colapso fatal de la razón súbita.

Leyendo estos poemas de Oráculo de lobo el poema es vehículo de transmisión de un sentimiento parecido a la extranjía; el alma del lector se transporta a regiones inauditas del sentir. El corazón inventa en estas páginas una lengua extraña que habla sólo a aquellos que pueden escuchar el lenguaje del amor, de la soledad y del revés de la vida.

En cada ciudad de este país deberían existir “aulladeros municipales” para los “ciudadanos solos” atenazados por los garfios de la soledad. Particularmente infiero una velada terapéutica literaria en este portentoso libro que con singular discreción dice lo que muy pocos tienen el valor de confesar a través de la imagen poética.

“Los lobos aúllan cuando se sienten solos
(...)
en el agua veía el mundo al revés
(...)
El viejo entiende
Sabe lo que dicen
(...)
No hay huérfanos entre los lobos” (p. 15).

No puede dejar de enternecerse hasta las lágrimas quien lee el desgarrador adiós de los seres queridos en este Oráculo de lobo: la fuerza evocadora del recuerdo es tan devastadora en este libro que el poder de ensoñación lírica nos toca la espalda como queriéndonos decir: ¡es contigo, lector, voltea y ve adentro de ti el lobo que llevas dormido! ¡Tú mismo eres lobo sediento de no sé qué cosa que devora tus entrañas y ansía zoomorfizarse para “alimentarse” de su otro yo!

El matiz, la sutil sugerencia de los sentidos reclaman en muchos versos de este poemario su justa valoración por parte de quien tenga la suerte de “ser tocado” por las rutilantes expresiones poéticas de esta escritora.

Por la poesía de Rosol Botello el lector sabe que existe una sabiduría que nos hace vislumbrar lo apenas presentido: una especie de prognosis subyace en la enunciación de su estro. Veamos.

“Hay un sentido oscuro
un ojo interior y misterioso
que guía
sin darnos cuenta
y hace que nos detengamos en personas
casas
que serán parte de nuestras vidas
y sentir el deseo inexplicable de caminar
contemplar una casa
sin saber por qué
para varios años después conocer a alguien
que vive allí
y te habita” (p. 22, “Ojo interior”).

Sin duda, se trata del “ojo del conocimiento” al que se refiere la tradición filosófica occidental. La escritora sabe que únicamente por el poema podemos aprehender holográficamente la instantaneidad del mundo que vendrá a constituirnos de modo indefectible por ley del azar y la necesidad.