Letras
Cinco poemas argentinos

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Eclipse

En el horno de leña y de ladrillos
el cóncavo disco de hierro donde se asa
la carne y los panes se tuestan
parece, en su trípode, una de aquellas cosas
antiguas frente a las que tanto
te gustaba fumar.

Tu amigo me cuenta: vas a las cuatro plazas
por una vereda, por la otra
vereda vas volviendo como el loco a su casa.
Tu amigo me cuenta: en todos estos años
no pronunciaste más una palabra.

Cruza las piernas: noto que sus botas
son del mismo estilo que ya era viejo entonces.
La lleva, sin embargo, con gracia
pero su silencio es un reproche.

Oscuro contra el fuego, el perfil del disco
parece rebanado de un eclipse total.

 

Surf

Te has sentado en la esquina
donde alguien puso mesas,
sillas de plástico.

Necesitabas ver toda esta luz.
Hubieras sido un pintor impresionista
de nacer en otro siglo, en otra clase.

Te gusta mirar a los skaters,
esos surfistas de tierra que pasan con luz verde
y logran que parezca un océano el asfalto.

Estás solo. Desde que viniste de allá, andás solo.
Vas por fuera del mundo como un ángel,
vos, que mataste.

 

Augusta

Redonda estaba ella en su cuna blanca,
una luna apagada, toda olvido;
seres habían amado ese equilibrio
que ahora su muerte brindaba.
Como si forrados en blindex estuvieran
atardeceres, ellos esperaban
lo suyo: el paraíso.
Que le tocó primero por una lotería
de voluntad de Dios y malapraxis;
fue su martirio una prolijidad
y un alimento. Bienaventurada
en su final sin principio.

 

Diciembre 19, 2001

Había visto de chico
en el cine, en un documental
un lobo marino gris
arponeado: la elipse de sus fauces
abiertas sin sonido,
la sangre en el hielo.

“Mujer herida” decía la voz. En angarillas,
algo viviente palpitaba, inmenso
en torno al mínimo círculo de sangre
instalado en lo gris. Lo gris era su remera.
Tendida en la camioneta, la mujer
había devenido cetáceo
asaeteado. Y gemía bajo el sol.

 

Diciembre 31, 2001

Y la vida era esto:

salir a la vereda el treinta y uno
a las doce, ver cómo un vecino
enciende una bengala.

El brazo en alto, inmerso en la luz ígnea.
Un silencio rosado y expectante,
un fuego inmóvil el mundo.

¿Celebra? ¿Pide ayuda? Nada pasa.
Nada llega. Todo al final se apaga.
Pero aquel brazo en alto, aquella duda.

Aquella intensidad.