Artículos y reportajes
Fotografía: Nation WongLo dicho

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Cuando todo está dicho sólo debe, en último caso, agregársele más blancura a la hoja en blanco. La vida es una noche silenciosa, controlada el ansia, que ofrece un despeñadero hacia la nada.

Tecleas indecisamente —como dijera Aquiles Nazoa— “una letra hoy y otra mañana”; un tanto alerta, como siempre que inviertes cordura en tránsito sobre balsa en agua calma, hacia el cielo de siempre, azul, brumoso y estrellado, encima del horizonte; lejos de Irak, del Katrina; de muchas cosas; otras más bien “amables”, sobre sendero distante, paralelo.

Hace calor y a las 3:42 am —señal del monitor, abajo y a la derecha— ya no tienes sueño; sólo eres quizás una débil espera en un asiento cualquiera del autobús del tiempo, mirando apacible, por la ventana, cómo pasa la quietud. No fumas —lo hiciste en tu vida sólo unas cuantas veces, hace mucho—, pero tomas café en cantidades industriales; ahora mismo, a tu lado, descansa una fría porción, en tasa vinotinto que en nada refleja adhesión al homónimo equipo de fútbol, grata emoción de días atrás, en los pies de Maldonado, Arango y el sorpresivo “Buda” Torrealba, quienes dejaron viva la posibilidad de Alemania 2006 a través de otra Misión Milagro: justas triunfantes ante futuros compromisos con Paraguay y Brasil.

La madrugada se expresa con insistente zumbido de aire acondicionado vecino sobre el mundo apagado; una diminuta hormiga pasea a ratos su inquietud animando la pantalla.

En términos de producción literaria, siento, en este instante, que los envíos de material nuevo sólo satisfacen un interés comunicacional; el aporte ideológico no es más que ingrediente de sobresaturación. La sabiduría necesaria e innecesaria está contenida entre los presocráticos y cualquier exclamación filosófica actual. Toda palabra, en este sentido, es lluvia sobre mojado. La verdad y la mentira están contenidas en el rompecabezas de “lo dicho”. “En la realidad, todos hablamos, escribimos, pintamos y filosofamos sobre la base de lo que los demás han hablado y escrito y pintado y filosofado”. Dijo Ernesto Sábato,1 en 1975, en entrevista a Roberto Alifano, rematando con un colofón que yo nunca utilizaría: “Solamente un imbécil puede creerse absolutamente original”.

Lo que suele generar incursión en ámbitos para el deleite, el asombro, la pena, la rabia, la alegría, el estremecimiento del ánimo, es —por encima en muchos casos de la trascendencia del tema— la forma; el “cómo” de la organización de los elementos; cuando se trata de abrir cauce a una energía poética, sea premeditada o espontánea. Esta membrana estilística que cubre la esencia trillada del texto, encuentra alguna justificación en la siguiente afirmación de Antonio Skármeta:2 “...la gente tiene ansias de sentir y de expresarse en otros términos que aquellos que la rutina de la realidad les ofrece. Precisan de imágenes alternativas, porque cada vida es un manantial de intimidad insustituible. Mirar la vida con tensión poética expande nuestros sentidos, afina la inteligencia y transforma a quien se entrega al vértigo de las metáforas en una persona seductora”.

La forma en literatura es algo que, incluso desde el propio punto de vista del escritor, colma de sentido el acto de escribir; proceso donde están involucrados, en su dimensión endógena, factores que establecen marcadas aproximaciones a un auténtico ejercicio existencial: retos, riesgos, análisis, cálculos, estrategias, intencionalidad, valoración estética, expresión, hallazgos, gozo, desahogo, y mucho más. Aspectos patrimoniales del individuo no escamoteables por ningún poder inherente a conciencias democráticas; y que ungen con vigor la emblemática frase del extinto periodista venezolano Kotepa Delgado: “Escribe que algo queda”.

En la Europa del siglo XVIII, para muestra, “quedó” la Revolución Francesa, evento que trastocó los esquemas sociales de entonces desde el punto de vista político, económico, filosófico, etc.; a partir, en gran parte, del trabajo intelectual de Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Diderot y otros, quienes, en función de su particular concepción del progreso, blandieron la espada del racionalismo en contra de la mentalidad prevaleciente, basada en la idea de Dios como rector supremo de la humanidad, a través de las instituciones político-religiosas.

Y así, miles de pasajes históricos, en micro y en macro —para usar la nomenclatura del escritor Francisco Rodríguez (San Diego, Carabobo)—, dan cuenta de la incidencia transformadora de la letra, recipiente de lo cierto y lo falso. En macro: la epopeya cristiana, con impulso en las plumas de los apóstoles; en micro: hasta un mensaje dentro de una botella lanzada hacia las orillas del mar —manifiesto de alguna fuente en naufragio.

  1. http://www.letras.s5.com/sabato221102.htm.
  2. http://www.el-mundo.es/encuentros/invitados/2003/11/882/.