Artículos y reportajes
“Prometeo”, por RubensLa idea de poesía
en Gabriel E. Muñoz

Comparte este contenido con tus amigos

I. El problema bibliográfico: La fúlgida y pensante musicalidad de sus versos —con todo ese misterio arrastrado en la rítmica—, la exactitud geométrica en la relación de las palabras con la estructura de la composición, lo originario de sus búsquedas fabularias enraizadas con lo creatriz y el mythos provenientes de la génesis de la cultura-civilización occidental, su propia filosofía de vida apoyada por sus latos conocimientos humanísticos, colocaron a los pocos poemas de Gabriel E. Muñoz (Caracas: 1864-1908) en el horizonte de lo imperecedero. Publicó en vida escasamente treinta poemas, la mayoría de ellos en la revista El Cojo Ilustrado (Caracas, desde 1893), otros en antologías de homenajes a bardos desaparecidos, o en álbumes familiares, y una curiosa estrofa “escrita con su propia sangre”, “En esta hora de pena”, recogida por Eduardo Carreño en su Vida anecdótica de venezolanos (Caracas, 1941). Sólo después de la muerte del trovador dos pequeños poemarios se editaron: seleccionó Luis Correa diez odas, las nominó Helénicas, las acompañó de un notable ensayo introductorio suyo,2 las imprimió en Caracas en la Litografía y Tipografía Mercantil, en 1929, en treinta y un páginas. En 1943, bajo el nombre de Poesías, sale en las modestas Ediciones Perfiles de Caracas otro opúsculo lírico, contentivo también de diez composiciones —algunas no incluidas en la primera— escogidas y prologado el volumen por Antonio Reyes; lleva fotografía del poeta y alcanza las veinticinco páginas.

No escribió mucha poesía en verdad Gabriel E. Muñoz, la intramundanidad de la historia venezolana de ese momento no propiciaba las condiciones para crear una dilatada obra literaria, se sumaban a ello las circunstancias peculiares de Muñoz. Prefirió ensimismarse en una concepción poética de la poesía, en el éxtasis del verso, destinarlo para escarbarlo en su pensamiento, en su experiencia, en su corazón. Emplear la rítmica cual vehículo de sus desgarramientos, de sus sentimientos, de sus saberes, de sus conceptos. Quedó atrapado en el embeleso de la joya, de la belleza. Refrendó con sus cantos la célebre frase de Keats al comienzo del Book I de Endimión, “A thing of beauty is a joy for ever”... fue esta, pues, la radical aventura de su existencia.

 

II. Enuncia en unos versos de su poema “Primavera” su idea de la poesía, el propósito de su escritura lírica,

(...)
“vibrará la elegía...
                                Dulce y triste
su plañidera voz irá en las almas
despertando la angustia de los recuerdos
de alegres días de esperanza y gloria...”.

Conforman, en verdad, sus composiciones de perfil helénico, una dilatada elegía de amplio espectro, no referida a la muerte de alguien en particular sino apunta a cuanto significó la pérdida de una cultura-civilización alegre, brillante, optimista, la englobada en una palabra imprecisa por su malentendimiento, el paganismo. Cuyo rasgo estético —y de esto se trata— lo denota el descubrimiento y su posterior divulgación hacia los horizontes del mundo conocido de entonces: de la belleza libre, de la belleza pura, la “pulchritudo vaga” (Kant). Habíase hallado en el correr de esos mil años un norte. Encontró, ante lo áspero de la existencia, el espíritu, el nous, una nueva dimensión para salvarse históricamente, purificarse en lo colectivo, exaltarse cual pueblos, en ese altísimo misterioso goce, más allá de la miseria somática. Pues bien, desde diversas perspectivas Gabriel E. Muñoz señala, directa o de manera indirecta, en el sensualismo impoluto de sus odas el eclipse e irrecuperabilidad de aquel cosmos existencial del humano de la llamada también con vocablos imprecisos Antigüedad Clásica.

Despliega esta idea de su poesía, de modo paradigmático, en su largo poema titulado “Muerte de Pan”. Poema sinfónico montado sobre un adagio melancólico para elevar su quejumbre en la estrofa final, con la cual procura el vidente encerrar la desesperanza de la fatalidad.

(...)
“Calló su voz, mas al mirar, temblando,
que el exánime dios rodaba al suelo;
que el boscaje las sombras de la noche
daban un tinte pavoroso y negro,
ninfas, silvanos, sátiros y ondinas
—¡Se van, se van los dioses!— prorrumpieron,
y desde el fondo de la selva obscura
tristísimo clamor subió hasta el cielo,
y en el éter azul quedó vibrando
como un sollozo prolongado, inmenso!”.

Queda un dejo de sabor conceptual a lo largo de la tersura de estas diez composiciones líricas, estructurante del opúsculo Helénica, cuya cognoscibilidad constituiría, a la vez, una pregunta vaga, algo así tal, ¿qué aportaron a lo humano los siglos posteriores a la Antigüedad Clásica en la esfera del espíritu, en estos territorios donde se pone el sol, Occidente? No da Muñoz la respuesta sino lanza la saeta de esa inquietud a los cuatro vientos hacia la búsqueda de un blanco en el tiempo. Por supuesto muchas respuestas hay. Mas algo cierto prevalece. Acéptese o no Occidente no ha hecho otra cosa sino volver los ojos a la Antigüedad Clásica para poder ensamblar su ser. Escarba con el pico en el afán de hallar ruinas sagradas, o con la mirada en papiros y pergaminos, o en los libros de Platón y Aristóteles, o en la lírica de Safo o Píndaro, en la tragedia o en la comedia, en fin. Escarba y escarba todos los días. Escudriña, investiga, explora, esculca los profundos estratos originarios donde poder levantar en el nivel de la autenticidad, siglo tras siglo, las justificantes pilastras de la cultura-civilización occidental. Respírase esa dialéctica humanística entre los versos de Gabriel E. Muñoz, vale ella por lo hermoso y por el bien. Flota sin embargo a lo extenso de sus estrofas la otra pregunta, ¿podrá el hombre occidental rehacer su ser? Creeríase cual si Muñoz dos nuevas categorías hubiera establecido para escindir la historia del espíritu, la optimista repartida en el cosmos del paganismo, y la pesimista para designar los siglos posteriores. Hacia el final de su oda “Prometeo”, unos versos terriblemente dramáticos ratificarían lo afirmado. Concluye la lejana rivalidad entre el hijo del titán Jápeto y Zeus con el castigo del primero atado a una roca del Cáucaso; arroja allí Prometeo su vaticinio del perecimiento de esa época; el águila y verdugo lo oye y le dice,

(...)
“—Vano será que oses
desafiar con tu horrendo vaticinio
la cólera sagrada de los dioses...
(...)
junto a ti me verás, pues a despecho
de eso que evocas dioses y vestiglos,
la garra posaré sobre tu pecho
por el fin de los siglos y los siglos...
¡Yo soy el dolor!”.

Finalmente: Se puede efectuar además otra lectura de Helénicas, la de los relevantes homenajes. Cantó, cual nadie lo hizo en el siglo diecinueve y comienzos del veinte, a los dioses y poetas griegos y romanos, con amor y agradecimiento por su legado. Compuso al dios Diónysos el “Himno a las Bacantes ¡Evohé!”; al hijo de la diosa Venus y a ella misma, “Eros”; a la diosa Diana, “Pudor”; al dios Pan, “Muerte de Pan”; y el mencionado “Prometeo”; sin dejar de recordar en algunos de sus versos al dios Apolo, y a divinidades menores, ninfas, sátiros, en fin. Escribió al poeta Anacreonte “El canto del cisne”; a la poetisa de Mitilene, “Safo”; además de evocar con majestad a Tirteo y a Anquíloco.

“Poetas! Con fragantes tuberosas
                la mustia sien ornemos!
La acorde lira en que Tirteo un día
cantó, viril, la libertad de un pueblo,
hoy muda yace en el obscuro olvido
sobre las ruinas del altar heleno...”
(...)
(“Muerte de Pan”).

 

Notas

  1. Este ensayo es la “Introducción” al poemario de Gabriel E. Muñoz, Helénicas, cuyos textos se levantan en este momento en una empresa de Maracaibo.
  2. Lo recogió luego en su libro Terra Patrum (1930) con el título de “Gabriel E. Muñoz: Un poeta alejandrino”.