Sala de ensayo
Ilustración: Bruno BudrovicSobre los prejuicios

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Algunos prejuicios

No es lo mismo causa que origen, pues una causa es una condición a/en algo que produce un efecto —sí, se puede hablar del origen de la causa o del efecto— y, por el contrario, origen implica que algo proviene directamente sólo de un inicio y de una única dirección.

La poesía iberoamericana o castellana no tiene procedencia tan sólo latina —al igual que el lenguaje—, sino aborigen y árabe puesto que las “jarchas” fueron ya composiciones poéticas que exornaban el castellano mientras que éste se desarrollaba.

Lo que ofende no es lo mismo que lo que insulta. Así es, ofende siempre lo molesto, todo ante determinadas condiciones anímicas o culturales e insulta forzosamente, por otra parte, alguien que desprecia por encima de los derechos humanos, que amenaza por cuanto que sólo la intención puede hacerlo (el insulto es algo intencionado, “premeditado” e injustificable, sí, al desvincularse de la ética).

Muchos confunden poseer criterios propios con la actitud de rebeldía. Veamos: lo primero requiere una escala de valores, la decisión individual, responsable o escrupulosa, una crítica coherente y una autocrítica en suma; lo segundo, ser rebelde, prioritariamente responde a la insumisión, sin embargo se puede ser rebelde a través de la injusticia o de la violencia.

Que la injusticia o la corrupción siempre hayan tenido demanda no significa que tú también la demandes o que justifiques eso para la involución de la sociedad por inamovible atavismo.

Muchos hablan de los conocimientos como si fueran antagonistas a sabiendas de que todo conocimiento es complementario. De ahí, por ejemplo, que se contrapongan las advertencias de una “parte buena o útil” y una “parte mala o inútil”, ambas como puntos de vista o como verdades disyuntivas. No obstante, el conocimiento paulatino de algo corresponde a que realmente sirve y no sirve para muchas cosas, eso es, algo en concreto afecta de diversos modos en sus diversas interacciones; lo que no quiere decir que una interacción sea la verdadera, “la iluminada”, sino que simplemente es una verdadera entre las que hay, la que ya es y se suma a las demás que se conozcan. Por ello es necesario el delimitar “lo que se habla” para luego educirle unos efectos.

La insulina es una verdad para la estabilidad —para la regularización— de la glucosa en la sangre, esta verdad —ahí está concretizada como verdad: no es una perspectiva, es una verdad—ahí para quien quiera alcanzarla con unos muy precisos conocimientos, para quien quiera conocerla objetivamente con una única delimitación.

La motivación está detrás de todo conflicto emocional, de enfermedad mental o social; por lo cual condiciona de una manera o de otra la facilidad de resolver —en lo posible— dichos conflictos. Los intelectuales son a veces los únicos responsables de involuciones o prejuicios sociales y, también, de guerras y de genocidios (relativizando esenciales escalas de valores por ejemplo). El daño la mayoría de las veces o de todas prácticamente empieza con la manipulación intelectual.

Nadie es responsable casualmente sino porque atiende a propósitos individuales o sociales; nadie se enamora casualmente sino porque atiende a instintos y a necesidades de placer y de cultura; nadie se hace rico casualmente sino porque atiende a la estimación y a la idealización del dinero; nadie consigue un prestigio casualmente sino porque atiende a incidir benévolamente —aunque sea para él, con egocentrismo— sobre la sociedad. Conque, en pro de incontables ejemplos, la casualidad es un invento hipócrita del ser humano para justificar siempre una consecución o un privilegio individual o social.

Es un truco para que todos bailen al son de un destino de conveniencias atávicas al que no hay que objetar nada porque siga reinando con la santificación de la hipocresía.

El que lee a Antonio Machado, por ejemplo, indudablemente se está beneficiando de él; ahora bien, habría que ver si él —correspondiendo a su dignidad— recibe un poquito de vergüenza, no de vejación, no de juego sucio o de sufrimiento, sino de vergüenza quiero decir —por silenciarlo ya sería puro y duro nazismo o exterminio con efectos en él, claro.

A todo ser humano no se le otorga o se le concede —según modas— una dignidad, sino que ya conlleva desde que nace una dignidad, la cual no se le puede arrebatar o exterminar: es un ser humano que come, siente, sufre y vive sus emociones de ser humano, no de perro.

Pero algunos nazis (insistiré siempre en esta calificación totalmente objetiva de exterminio de la dignidad, al igual que “bárbaro” de barbarie o incivilidad) quieren eludirlo mientras no les toque a ellos o a sus hijos.

Es la fiesta de su gran crueldad, donde disfrutan con lo que otros sufren.

 

Más prejuicios

Por mi parte, yo puedo ser un asesino, un ladrón, un paranoico, un psicópata, un mentiroso, etc., pero primero con un algo de decencia humana habrá que demostrarlo. Si se demuestra, o se argumenta bien, pues entonces lo seré y lo aceptaré, ¿por qué no?, como siempre he aceptado lo racional.

Si una persona piensa que no lo he aceptado, en seguida, debe decir dónde, en qué caso —ejemplo— no lo he aceptado. Así de sencillo.

No puede haber maltrato psicológico si no hay un trato previo; aunque si lo hay, es decir si a mí por ejemplo se me acusara de ello, pues hay que demostrarlo con alguna prueba, alguna, y aplicando las mismas reglas que se utilicen a mi favor, “mirando” ya mi parte con un poquito de vergüenza.

Los hechos pueden ser interpretados porque afectan emocionalmente, o sea son usados a través de las emociones; pero la existencia de que son hechos con unas consecuencias físicas determinadas no. Por ejemplo, todo el mundo habla de una guerra, pero no se puede negar su existencia como tal y asimismo las muertes que se demuestran empíricamente o las manifestaciones —en persona— que se hacen en contra de ella.

Yo no digo —ni he dicho— que lo que diga sea algo irrebatible, la verdad única (cuando sí es única, pero puede ser alcanzada por muchos; de hecho, de todo lo que sé es aprendida una gran parte de otros), sino que mientras no sea rebatida debe ser válida por principio de racionalidad. Por ello, parto de que soy imperfecto, soy consciente de lo humano que soy.

Nunca he tenido ironía como un rasgo esencial o predominante en mi carácter, más bien es así: lo que tenga de humor (negué que no lo tenía, como intención, pero es propio de todos los seres humanos en una dosis por muy pequeña que sea) lo tengo como humor irónico, a sabiendas de que también todos poseen ironía; y si se ha de hacer una crítica de verdad, ¿cómo poder afrontarla sin ella?, ¿en quién ha sucedido?

Tener desconfianza sólo significa el tenerla, al igual que la desesperanza o la desilusión. Sin embargo, no se puede deducir que no se haya de tolerar o que implique un peligro ante el mundo, a sabiendas de que todos la tienen en algo, en algo concreto. Yo tengo mis confianzas en unas cosas y en otras no.

Lo que nunca se debe hacer éticamente es obligar a alguien —o aplicarle una retorcida deducción— a que sea ilusionado en algo.

Nunca he afirmado que exista una conspiración contra mí, luego si no lo he afirmado es evidente que no lo he asegurado como objetividad.

Algunas de mis manifestaciones, cuando trato de mi relación personal con algo o alguien, son subjetivas por supuesto. No lo considero de otra forma; porque también tengo la necesidad de manifestaciones subjetivas, a mostrar lo que siento y por qué lo siento ante algo que sí demuestro que es objetivo, o lo pretendo. Conforme a que nunca especulé una bonita imagen o prestigio.

De una persona que se aísla las causas pueden ser diversas, por gusto, porque lo necesita simplemente o porque lo aíslan o porque no puede ser de otra manera. Por ejemplo, uno debe aislarse siempre de su maltratador o de aquello que ya le ha dañado bastante, en hechos —y lo considerará él, no el vecino.

Por último, uno de los mayores prejuicios que depara la sociedad es que si la violencia es colectiva —si es apoyada por una mayoría— tiene una impune aprobación ética. Por ejemplo, si un millón de personas que pasan hambre se manifiestan violentamente no se llevan nombres y apellidos a ninguna desaprobación ética, pero —en cambio— si es uno que pasa mucha hambre y sus hijos se mueren de hambre ya su nombre y apellidos acarrean todos los reproches habidos y por haber. ¿Linchamiento quizás a una cabeza de turco?