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Poemas

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Silencios

Escucho a oscuras los silencios que has dejado,
tan fríos y azulados que se antojan irreales.
Silencios que de noche parecen desiguales,
silencios alejados, como ecos del pasado.

Escucho a solas los compases que hoy no tocas,
parecen tristes olas, que añoran sus luceros.
Noche-nueva oscura, de semblantes insinceros,
quebrantas mi cordura y los sueños desenfocas.

Escucho en la noche tus matices inaudibles,
redobles que son broche de mágicas canciones;
sonidos de antaño, hoy regresan impasibles.

Escucho en mis recuerdos rogarte mil perdones,
y respondes sin palabras, palabras terribles,
palabras que no saben que tú eres todas mis razones.


Los otros

En los océanos de la mentira,
donde apenas alcanza la mirada,
se encuentra una nave extraviada,
repleta de almas a la deriva.

El pequeño Hadmed ya no respira,
y su madre llora desconsolada.
Ojos tibios y expresión helada...
apenas una lágrima escondida.

Tragedias griegas en el desayuno,
noticias que no hablan de nosotros:
huevos fritos con bacon y un zumo.

Laderas verdes, caballos y potros...
Por nacer en el lugar oportuno,
casi olvido que soy como los otros.


Venganza

Maestro en el arte de la espera,
adueñado y sometido por mi odio;
cada paso es un nuevo episodio
que me aproxima a la acción certera.

Permanezco tranquilo a tu vera,
se diría, soy tu ángel custodio;
mas pensar lo cercano del podio,
exalta mi sangre sobremanera.

Me revuelco entre mi propia ira,
y llego a llorar de satisfacción,
viéndome arrancarte la vida.

Destello de rabia en mi corazón:
lento estoque y obscena herida,
derrama tu suerte con mi punzón.

 

La foto

Sólo es una foto.
Una foto de periódico.
La foto de un extraño,
ajeno, lejano, irreal.

Sólo es una foto,
la misma foto de siempre.
Esa foto.
La foto.

Sólo es una foto,
y las fotos no lloran,
ni tienen miedo,
ni hambre.

Sólo es una foto.
Es la foto de un niño
que mira al objetivo
y no ve a nadie.

 

Un mar de sueños

A veces, cuando no estás,
observo esa ventana
de añil —ya blanco—,
en la que guardas el mar.

Y hago como que olvido,
como que no existes...
que no sé quién eres,
ni conozco tus manos.

Y en verdad no sé quién eres,
no sé, ni si no eres,
ni dónde estás... si estás.
Porque no sé nada de ti.

Entonces lloro a escondidas,
porque los días pasan,
porque el tiempo se va,
y porque me duele la vida.

Porque a veces, cuando no estás,
oigo cristales que se me rompen
y me hieren entre las sombras,
a resguardo de mi vergüenza.

Entonces, la ventana te añora,
y mis lágrimas se mezclan
con las del mar...
el mar, que tú mirabas.

Porque sucede que a veces,
a veces, vivir me cuesta tanto,
que noto que tu ventana me mira,
y sonríe confiada, y me canta:

“...Ya sé que estoy piantao,
piantao, piantao;
yo miro a Buenos aires,
el nido de un gorrión...”.

Entonces, me acobardo,
dejo de llorar,
me oculto de mi alma,
y aún pienso que... pero no.

Entonces, regreso al trabajo,
frente al mar —pero sin él—,
junto a la vieja ventana,
esperando la nada, sentado.

Será que lloro para nadie,
será que no sé llorar,
que la razón no me encuentra
y el mar... ¡ah! el mar.

Mas, me queda tu recuerdo...
y aquel añil —ya blanco—
de tu vieja ventana.
¡Casandra de madera!

Me quedan las gaviotas
—supongo—, y la brea...
y me queda la silla,
y las paredes oscuras.

Y me quedo yo, sin ti;
triste, junto al mar triste,
porque el mar te echa de menos,
como sólo el mar puede sentir.