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Juan Migaja

Afuera,
en el linaje de la noche,
las fauces de la luna desangran transparencias en las arterias místicas del agua
y suspende en la urdimbre de las hierbas
filamentos de escarcha.
Adentro,
en la tibieza,
el leño trasfoguero fosforece su vigilia quemada
—duende azul de ceniza enlutando senderos de hojalata.
En la liturgia de la alfarería,
desde su blanda arcilla traicionada
Juan Migaja combate la inocencia con puños de aldabones,
con ojos humillados,
con corazón de piedra cuando estalla en la piel de la intemperie la ronca ingratitud de las cucharas.
Por los pliegues del hambre extravió el alfabeto y las hogazas...
y sin decreto
inciso
o codicilo,
heredó este cansancio que le deshila el alma.
Tendido sobre el vientre del planeta,
sueña que sueña sueños implacables de espigas y panales y naranjas...
Fantasma encadenado a la tristeza,
polvo en el polvo de la madrugada,
embriagado de sal,
sombra
y vinagre,
adelgaza su risa de hojarasca
y edifica en los límites del miedo
blancas torres lunarias
desde donde enarbola la miseria
la terca insurrección de la esperanza.

 

La espera

Junco de soledad en el rocío,
brizna de hierba clara...
hilvanando la ausencia del espinel maduro
por la trama de hogueras y tinieblas que ciñe lejanías a su pequeña torre sin campana,
la Ramona Gamarra esmerila la sombra
desde cajones huérfanos,
desde escamas,
desde agudos silbidos que no llegan,
desde puñales negros y cenizas,
desde espumas amargas.
La noche ha delineado las huellas de la luna
y en el regazo de pan duro y agua,
sus manos pescadoras crecen en el linaje del silencio cobijando la sangre,
el sueño,
la esperanza...
Extendidas y verdes,
las islas multiplican horizontes,
destiñen la distancia
Y en ese agobio de arenal y esteros,
ella custodia plumas bautismales,
apacienta insurrectas marejadas,
inmoviliza el viento,
establece un sendero para el remo y la proa tajante de la barca.
Sentadita en la orilla,
víctima de las garras de una feroz jauría de crepúsculos,
deshabitando el grito que la abisma por las grietas del alma,
en mitad de la escoria agonizante,
suspendida en la tarde que naufraga...
junco azul...
breve brizna...
garza leve...
aguardando la harina y el abrazo espinoso...
la Ramona Gamarra...

 

La mujer de los rezos

En vísperas del luto irrevocable,
cuando no hay más que desgarrar tinieblas,
cuando la sangre es un aliento inmóvil
y las lenguas de arena fugitiva
impacientan los miedos.
Cuando se quiebran voces amarillas
con la furia desnuda del silencio
y hay rumor de pestillos oxidados
y distancias
                 y fiebres
                 y gemidos
y garras de ceniza
han trazado una raya en los espejos,
su figura de gárgola raída
vigila los umbrales
a la luz mortecina de las velas
que consumen recuerdos
y eleva sus endechas desdentadas
desde el ritual nocturno de los rezos.
Es ella:
                 la que aguarda en los rincones,
la que custodia el llanto y el destierro,
la que conoce el gesto,
                 la consigna,
la pregunta final...
                 y la respuesta;
la que asedia los párpados exangües
por la orilla del velo,
la que conoce el tiempo y la liturgia,
los rostros primordiales del que espera
junto al perfil menguante de la luna
y cuyo nombre no ha de revelarse
hasta que callen todas las trompetas
y ardan negros jinetes en el cielo;
la que exhuma jirones balbuceantes
para construir antiguos talismanes
que protejan las huellas...
Porque es preciso el viaje
                 y el abismo
y el río que se oculta en la memoria
y el resplandor lejano de fogatas
en los ojos vacíos del barquero.
Es ella,
la nodriza,
la que mece
el último destino de los sueños,
la pálida hilandera de esta trama
donde la vida sólo es el reverso;
la testigo implacable del llamado,
la que,
de tanto acompañar ausencias,
es una sombra más entre las sombras...
una tallada máscara de arcilla
cobijando el asombro de los muertos.

 

Bogando ausencias

Más allá...
                 más allá...
                 proa al poniente...
A salvo de las aguas traicioneras,
de la furia salvaje,
                 alucinada,
de la fuerza golpeando sobre el fango
como indómitos potros sediciosos
liderando manadas,
tensando cada músculo de espuma,
engendrando,
                 en la huella de sus cascos,
un trueno subterráneo,
                 amenazante
—sin cabestros capaces de humillarlos
a la conformidad de las amarras—
que cabalgan,
                 bravíos,
                 por el cauce,
excitados a muerte sus ijares
con espuelas de rabia.
Es necesario andar,
hombre y distancia,
por las viejas alturas de la costa
donde buscan refugio los silencios
de migración amarga.
Es necesario huir
bogando ausencias,
cargando,
                 mansamente,
el bagaje de miedo en las espaldas
y guardar,
                 por los sueños de la sangre,
la memoria furtiva de un recodo,
un harapo de luna entre los sauces,
la osadía de un trino en la llovizna,
la sombra de una garza...
mientras el llanto ardiente,
                 amordazado,
mastica el desarraigo en las entrañas.
Más allá...
más allá...
sobre las grupas
salpicadas de greñas sudorosas
y lenguas erizadas,
asediados de oleajes invasores,
trepando soledades vulnerables,
en tanto
bufa el belfo persistente
contra la ruina gris de la barranca.

 

Canción sin cuna

Una aspereza tibia
de membranas sedientas y agraviadas
erizan las caricias
en la ciega intemperie de tus manos.
Ésas
con las que hiñes las harinas,
con las que anudas hebras minuciosas
y racimos de harapos.
Ésas que rozan las espaldas anchas
cuando tu hombre recuerda la ternura
y habitan las guaridas del relámpago.
El frío fija su estilete agudo
sobre el refugio de tu amor descalzo
como si aún no fuera suficiente
el bramido del río
                 desmadrado,
la substancia extenuada de la yerba,
los rituales del hambre,
                 el desamparo...
Como si aún no fuera suficiente
mecer antiguas nanas de mendrugos
sin reproche furtivo o cuestionario
o habitar las comarcas de la lluvia
cuando combate,
                 vertical y aguda,
la pobreza del rancho.
Como si aún no fuera suficiente
sentir que hay otra vida deteniendo
las lejanas compuertas de la sangre
que recorre
por sendas incesantes,
tu estirpe de rocío,
                 tu memoria,
tu arcilla amarga,
                 tu dolor tallado...
Desde un tiempo de sombras y temores,
desde un tiempo de cielo agazapado,
peregrinas los días,
                 las arenas,
las huellas de la luz en el ocaso
y entonas
                 con murmullos desgreñados
toda la latitud de la esperanza
amamantando un sueño
                 a pura luna
en el légamo azul de tu regazo.
Maternidad costera,
                 dura y honda,
útero de silencio y madrugada:
por el talle anegado de las islas
va tu canción,
                 sin cuna,
                 navegando.

 

Andamios en el viento

Yo edifiqué este amor.
Con fragmentos de oscuras inocencias,
con torpes esqueletos de caricias,
con harapos de sueños,
con astillas de heridas sin cerrojos,
con retazos de olvidos,
con silencios,
con este terco corazón obrero
enhebrando
                 una a una
                 las miradas
hasta llegar al beso.

Yo edifiqué este amor.
Me desollé las manos
                 y el alma
                 para hacerlo.
Desgarré la agonía de mis pieles
en el seco perfil de tus misterios,
en tu salvaje lluvia de raíces,
en tu escasa ternura,
en la eterna aspereza de tus miedos,
en el rencor marchito de tu zarza,
en la estirpe indomable de tus fuegos.

Yo edifiqué este amor.
Establecí mi sumisión descalza
como piedra y cimiento,
lo parí con la fuerza de la tierra
en la orilla de enero,
lo afirmé como hiedra a tus murallas
de aguijones sin tiempo...
y lo sostengo
                 a pura garra y dientes
entre racimos de cuchillos negros.

 

Hasta los dientes

Uno no puede,
siempre,
andar gritando al mundo a voz en cuello
todo lo que te quiere.
Uno no puede,
                 a veces,
olvidar el idioma en que la vida
anda sacrificando mariposas
bajo nuestras promesas de septiembre.
Por eso son forzosos los crepúsculos,
cuando el cielo en silencio nos desteje
sus ovillos de noche estremecida
por un filo acechante de jazmines
y rosales silvestres.
Por eso son vitales las caricias,
la risa al viento,
                 el beso que sucede
y nos exilia de la hipocresía,
de los negros olvidos,
                 de la lluvia
con que el odio desnuda la intemperie...
y nos enciende huecos de panales
y nos amarra al borde de la luna
como gaviotas a lejanos muelles.
Por eso,
                 en ocasiones,
suelen ser perentorias las miradas
que escrutan la tibieza de las pieles.
Esas que acaso trenzan la ternura
en la semilla pura de tu vientre
para ejercer el cielo o el abismo,
las del reloj de sangre,
las que engendran
la magia prodigiosa de los duendes.
                 Por eso,
                                  ¿de qué sirven las palabras?
                 ¿no es hermoso
                 ir armados de amor hasta los dientes,
                 sin más desvelo que morder la sombra
                 en la hondura ritual de tu relieve?
sabiendo que a pesar de todo esto,
uno nunca ha podido,
                 uno no puede
andar gritando al mundo
                 a voz en cuello
todo lo que te quiere.

 

Detrás de las urdimbres

Aquí estoy,
zurciendo con esmero
este andrajo de amores eventuales
que encontré dobladito
entre la impunidad de los bolsillos
donde encierras los sueños.
Oculto en punto atrás cada mentira,
cada caricia     y luna     y juramento.
Cubro la luz de su mirada herida
con filamentos negros,
asiento planchas tibias
sobre la orografía de su cuerpo...
Pero me cuesta.
                 ¡Ay, sí!
¡Cuánto me cuesta desprender su ternura
de las crestas insomnes de tu infierno!
Se ha adherido a tu voz,
a tu sonrisa,
trepó por tus cabellos,
inscribió sus raíces
en la extensión desnuda de tu pecho.
Perdóname querido,
debí advertirlo a tiempo,
pero estaba ocupada en otras cosas:
preparando meriendas,
fregando calcetines,
tejiendo calendarios,
almidonando todos los recuerdos.
Perdóname querido este dolor secreto
que se enrosca en la piel de tu vergüenza
al quitar los fragmentos...
Yo también me he quebrado algunas uñas
y sangrado la yema de los dedos,
sin embargo ya ves,
                 valió la pena,
ni se ven las puntadas...
quizás un poquitito          del reverso...
Nadie habrá de advertirlo,
nadie indaga detrás de las urdimbres,
todo está exactamente como siempre,
tu cabeza y la mía descansando
en la complicidad cuadriculada
de este antiguo silencio...
¡Qué descuidado eres vida mía...
llevar, en un amor,
                 tantos remiendos!