Normalmente he relacionado a París con el frío de sus inviernos. Había estado en cinco oportunidades anteriores, siempre en diciembre o enero, y me fascina París en esa época. Mis otras referencias son las de todo extranjero: Louvre, Madeleine, D’Orsay, el Sena, sus puentes, Montmartre... y sus rincones. Me encanta perderme en los callejones empedrados con el frío cortante en mi cara. Esta vez voy de sorpresa, invitado para el II Festival de Teatro Venezolano. Hasta el último momento no creía realizable el encuentro por problemas de tiempo, compromisos y los gastos.
Afortunadamente el Conac me avisa que tengo el pasaje y me largo. Se va a abrir el Segundo Festival de Teatro Venezolano con una pieza mía: La encuesta; la novedad es que será presentada en francés. La otra novedad es que no conozco nada del espectador parisino, pues siempre he ido como uno más. Mi llegada al hotel es tranquila, el calor me obliga a reposar. No entiendo París con calor.
Sigo adelante después del descanso y comienzo a conocer el ambiente del festival, a sus gentes. Voy al café L’Absynte, en donde se hace la lectura de mi obra La Cerroprendío; me muero de la risa con la actriz que la hace, Gladys Arnaud, sobre todo porque escucho castellano en París... y tomando un pernod.
Vamos al teatro y en la pequeña sala en donde se desarrolla el festival veo finalmente mi obra. Casi que tiemblo como en el estreno de Los peces del acuario, mi primera obra montada. Me está sucediendo algo extraordinario para cualquier artista: ver su obra en París. Y es que esta ciudad, y Francia en general, ha sido el punto de partida, la referencia, para la mayoría de los artistas venezolanos, especialmente nuestros pintores y escultores, ni que hablar de Soto, Cruz Diez, Otero. Desde finales del siglo XIX, fue París nuestra tutora en las artes, Guzmán Blanco importó esa ciudad y la copió en muchos sitios de Caracas. Desde entonces comenzó esa complicidad maternal. La obra me fascina, la actriz Alicia Rodas y la dirección de Yahaira Salazar me conmueven. Alicia Rodas está aterrada al final, después de los aplausos.
Esa noche me cuesta dormir, son demasiadas emociones juntas. El sueño fisiológico ha sido sustituido por otro sueño más importante. Sigue el festival adelante. Veo las obras de mis otros compañeros, de Belén Santaella, de Stalin Gamarra, de Yahaira Salazar y de Wolfgang Villalba, mi antiguo alumno a quien encuentro transformado en un autor-director muy seguro y que despunta ya como un artista que se termina de formar allá. Y después de todo, algo que aumenta mi dicha, reencontrarme con esa extraordinaria mujer, una de las primeras que escribió sesudos análisis sobre el teatro venezolano, Susana Castillo. Todo esto se va sumando. Los foros que se realizan a mediodía en el Instituto de Altos Estudios de América Latina parecen encenderse con el calor que aumenta a esa hora; se discute, se debate, se intercambian ideas pero, sobre todo, nos conocemos.
Todo esto me hace reflexionar al final y sacar un balance importante: el trabajo de Yahaira Salazar y del equipo de Festheve2005, de la Asociación El Ciel d’Émail, el Instituto de Altos Estudios de América Latina y de la Casa de América Latina, para divulgar nuestro teatro en París, se ha dado. Hemos vivido fuertes emociones, y algo muy importante, nuestro teatro se está proyectando en un país que ha acunado nuestra cultura por más de un siglo, se nos está dando a conocer ante un público a veces difícil y el festival es tal vez la única vía para que este milagro se produzca, porque la escasez editorial en Venezuela y la barrera del idioma no permiten que nuestras artes escénicas se hagan permeables hacia Francia ni el resto de Europa.
Creo que esto debe resaltarse. Creo que la labor que estos compatriotas vienen haciendo, debe apoyarse y estimularse. Nos están poniendo frente a otra cultura y otros parámetros que parecen ser opuestos a nuestro trabajo y a nuestras visiones. Que se nos conozca y se nos represente allá tiene ese valor incalculable y ese sabor de esa importante aventura de exponernos a los azotes y de salir airosos. Me ha extrañado el silencio en Venezuela sobre este evento. Tal vez por eso me atreva a escribir estas líneas, para dar testimonio de un suceso que reviste tremenda importancia para nuestro teatro, por todo lo que ocurrió allá, por los nombres que estuvieron involucrados, por el debate que se gestó y por esos maravillosos días de confrontación y de un teatro puro en su esencia, sin pretenciones ostentosas, sino simplemente teatro.