Letras
Cinco poemas

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Old Bloomsbury: página desde la ventana

este trozo de agua congelado, perdido en su cristal
en su soledad marítima y aérea, y sin embargo cuando el tiempo
crece como un huracán sobre los ojos ese trozo espejea,
como un tributo a lo que se ha perdido para siempre
en un racimo de adioses o de sueños ahora incomprensibles

ves una señora de edad bajar las escaleras con sus botas
de goma amarilla, y observas qué delicadamente marca un paso
sobre la nieve firme, y no anticipas el río de sensaciones
viajando por el cuerpo hace veinte, treinta años, tal vez un
poco más en aquel beso, en aquella caricia

no hay signos de esa historia de amor cuando camina sola
con un abrigo a cuadros, nadie sabe que en sus medias
lilas duerme una siesta el hombre que la balanceó en sus
brazos, nadie sabe nada, es el invierno, es un tiempo que
duerme las ventanas mojadas.

Camina una mujer sobre la nieve de la que piensas que conoces
mucho porque tiene tantos y tantos años, como si la vejez no
tuviera misterios, como si el trozo de hielo te lo dijera todo,
como si la transparencia fuera un foco de luz sobre los ojos.
Imaginas que nunca llevó el pelo suelto, perfumado

y crees no le besaron los ojos, o no le prometieron
flores, las últimas flores del verano.

 

Hábitos

todos los días entre las siete y las nueve tapo a los hijos que no
tuve, los arropo, los cierro con mis brazos, les digo: la mañana es
celeste... imagino que uno de ellos se parece a mí y necesita las cosas
más tenues, y tiene miedo de cruzar ese umbral de la ventana donde
una abeja verde graba insistentemente el nombre de una flor invisible

le digo te quiero tanto, te necesito tanto, y es un niño con una
nariz roja por el frío, tímido, demasiado precoz, muy atento a los
movimientos de los rayos del sol sobre la cama

tengo miedo por él, tengo terror que un elefante o un lagarto
o una sola estrofa de himno nacional lo hieran para siempre,
creo que tiene fiebre esta mañana si le toco la frente, y es porque
como me ha dicho de noche sueña con cosas que se acaban

y ha soñado que él y yo nos separamos para siempre, cuando
comienza otra mañana en esta casa sin ruidos, sin juguetes de paño
entre las sábanas, cerca de la escalera no hay un libro ilustrado,
no hay dibujos pegados a la heladera, no hay retratos,

hay una bella sábana desnuda y un camisón abandonado
hay un día incrustado en el rocío entre la hierba.

 

Árboles tan altos

porque la batalla era el tiempo y el tiempo era la revolución
de esas hojas verdes que persistieron hasta morir en amarillo
porque la vida era un sueño más alto saliste a la calle,
porque cualquier sistema que quería darte un nombre y
quería darte un trabajo, tenía problemas con tus geometrías
porque no te gustaba que te vieran desenvolver papeles o
mirarlos, porque tu intimidad era sólo tuya, aunque se tratara
de dirigir la mirada hacia esa foto en ese momento precioso

porque vivir para los otros era una página más o menos escrita
pero vivir en el momento que llegaste a la vida fue un tanque
en la calle, a los tres años, porque sentir lo que sentiste por
esos árboles tan altos, fue la mejor manera de defender tu
orgullo contra las cosas partidas, contra los vidrios rotos

de alguien que quiso matar una ventana en su impotencia

porque cuando saliste a la calle lo hiciste con tus dos brazos
como esos árboles tan altos, porque necesitabas creer que
si los otros habían desarrollado una especie de comunión
con el engaño, algo adentro resonaba, como una canilla inexacta,
como un océano de hojas que palpitaban inesperadamente,

porque nadie, nadie podía regalarte un reloj, porque la hora
era tu hora y caminaste en esa calle rota, enamorada de
las hojas ocres que se arrojaban audazmente al vacío.

 

Travel literature

“yo trato de explicar que las cosas, las personas, están compuestas de líneas muy diversas, y que no siempre saben sobre qué línea de sí mismos están, ni por dónde hacer pasar la línea que están trazando: en una palabra que en las personas hay toda una geografía, con líneas duras, líneas flexibles, líneas de fuga”.
Gilles Deleuze

Ikebukoro
mercado de kimonos negros y marrones, instrumentos de locura:
el tintero seco, el pincel apoyado, el tiempo, el delirio de tu mano
sobre esa línea que se moja y quema atravesando la persona el
mundo, esa hoja de otoño que tintinea como un vidrio que cae
y que se rompe. Sonido agudo de la puerta que se cierra, del
mundo que se cierra (crear: volver a esa órbita donde los otros
no son ciertos o pueden no existir) esa locura de apoyar los
brazos sobre un mueble cansado y dejar que se adormezca
la tarde y la espina dorsal, y los furiosos ríos de tiempo y agua
y óvulo y materia que crujen en tu vida.

Poder explicar este acontecimiento de despertar una metáfora
como corriendo un biombo, una cortina, qué fuga debe producirse
dentro de uno mismo para poder aliviar el lenguaje de su pesado
yugo, y desarticularlo, refrescando esas ramas de bambú que se
hunden contra el cielo, qué momento de desesperación se necesita
para llegar a la palabra amor con los ojos abiertos, cuánto camino hay
que recorrer para dejar en su lugar las cosas, después de ese viaje
por el patio, por la silla que ocupaba otro, por las piedras que
miran el sol, su incontenible fuerza.

No, ya no vas a cambiar, no voy a cambiar, no cambiamos nada.
El mensaje es ése. Afuera crece el vientre de un insecto, saca el ala
una mariposa verde, vibra la tela de una araña, levanto una escritura
que nada tiene que ver con las premisas de los otros, mi mapa no tiene
lugares de llegada, voy con el devenir, persisto en la profundidad,
hablo un idioma extranjero, roto para los otros. Hablo con lo que
puedo hablar, hablo sabiendo que pocos me intuyen. Hablo para
contribuir a una conversación que no provee puntos cardinales,
ni hoteles, ni refugios, ni boletos, ni trenes.

 

Si el día me ejecuta, si me rescata el mar

Si por ejemplo llega alguien más a la puerta dispuesto
a encuadrarme en ese límite, cómo me llamo qué hago
qué dibujo con los ojos en el vidrio en el día en el tiempo
si alguien sube las escaleras y pregunta por quién voto
por quién muero por quién siento. Entonces me suicido.

Me voy, me vuelvo sueño, me lleva el mar, el agua me
bendice, no tengo escamas pero el sol me besa, me sienten
en el fondo del verbo algas marinas, no hay ninguna forma
ni límite, no hay formas y no hay límites y nadie me contiene,
me define.

Nadie habla de mí soy ni siquiera una sílaba, brillo y me escondo
en un espejo, y miro las cosas desde el lado de atrás como
me gusta, sin tener teorías, miro cómo esa mujer entraba con
anteojos y recaía en un libro viejo, cansado, hermoso.

O miro cómo los demás la miraban los límites, y yo me siento
libre sin deseos de aniversarios, fiestas, almanaques, yo estoy
en una parte del tiempo haciendo una experiencia de nube
y de sombra, estoy en una casa del sur mirando el mar.

O estoy en tu vientre los cabellos creciendo llenos de muchedumbre
o estoy en ese momento desesperado en que un poema sale
al vacío o hay pilas de espejos rotos en las casas desmoronadas
y un final de imágenes de lo que fueron, fuimos, intuimos.